Portada Anterior Siguiente Índice | CAPÍTULO CUARTO: LA SITUACIÓN PARTICULAR DE LOS PUEBLOS AYMARA, ATACAMEÑO, QUECHUA, COLLA, RAPA NUI, KAWÉSQAR, YAGÁN Y OTROS DE LOS CANALES AUSTRALES

CAPÍTULO CUARTO:
LA SITUACIÓN PARTICULAR DE LOS PUEBLOS AYMARA, ATACAMEÑO, QUECHUA, COLLA, RAPA NUI, KAWÉSQAR, YAGÁN Y OTROS DE LOS CANALES AUSTRALES


  1. Pueblo Aymara[90]
1.1. El período colonial

La llegada de los europeos, trastocó radicalmente la historia americana. Se produce una ruptura violenta del antiguo orden establecido y comienza un largo y complejo período: el orden colonial. El pueblo Aymara al igual que todos sus contemporáneos es sometido al régimen de encomiendas, cargado con obligaciones tributarias y reducido a Pueblos de Indios. Se establecieron los impuestos a las minas y a las actividades comerciales y se reorganizó el territorio conforme a los intereses y leyes de la Colonia.

Héctor González nos relata que hacia mediados del siglo XVII, la propiedad española se restringió a los valles bajos y piemontanos del desierto. No habiéndose producido un avance relevante hacia zonas más altas de la gradiente, muy posiblemente debido a factores climáticos que amilanaban las incursiones hispanas. Por otra parte, la mayor concentración de pueblos de indios se localizaba en las cotas bajas[91].

En la segunda mitad del siglo XVIII, se suscitan una serie de rebeliones tanto en la sierra peruana como en el Alto Perú, las que habrían tenido relación con la imposición del sistema de repartimientos forzosos, legalizado para el Perú por real cédula de 1751. Este sistema, tendió a romper la autosuficiencia de los productores campesinos[92]. Tres décadas después, José Gabriel Condorcanqui, inició una rebelión que remeció el Virreinato del Perú y se extendió por todo el territorio que corresponde actualmente al sur peruano y boliviano, norte de Chile y Argentina. Dentro de los motivos de la insurrección, se consideran el reparto forzado de mercaderías, los abusos cometidos por los corregidores y al aumento de diversos impuestos incluidos en las reformas borbónicas del siglo XVIII[93].

En 1780, el Pueblo Aymara se sumó a la rebelión del Inca Tupac Amaru[94].

Las rebeliones tupacamaristas tuvieron como consecuencia, la implantación de una serie de medidas destinadas a asegurar el buen funcionamiento del régimen colonial. En 1780, se abolió el sistema de repartos en un intento de liberar el comercio, que hasta esa fecha era monopolizado por los corregidores mediante los repartimientos forzados de mercancías. En 1784, debido a los abusos cometidos por los Corregidores y siguiendo un proyecto de ordenamiento político-administrativo de corte centralista, se creó el sistema de intendencias la que dependía de los Subdelegados provinciales, que reemplazan la figura del Corregidor[95].

En los momentos previos a la independencia peruana, emergen los denominados “cabildos pueblerinos” y se produce un reforzamiento de la autonomía de las comunidades indígenas. A su vez, se perfila una incipiente burocracia de origen Aymara que va accediendo al poder local, surge la figura de los “caciques” recaudadores.

A comienzos del siglo XIX, se manifestaron cambios de importancia en el ámbito político, particularmente en los sistemas de manejo del poder. Después de las rebeliones y al mismo tiempo con el objeto de prevenirlas, la corona española destina una serie de medidas para acabar con los caciques hereditarios, que se perfilaban como figuras del control político y mediadores entre la administración española e indígenas locales. En reemplazo a la antigua jurisdicción cacical, advienen los alcaldes de indios elegidos anualmente[96]. Además, en los inicios del siglo XIX nacen los Estados nacionales y se abre un período en el marco de la construcción del Estado que impactará las relaciones de las nacientes Repúblicas con su población criolla, mestiza e indígena[97].

1.2. El período republicano peruano (1821-1854)

En sus inicios, el Estado peruano no se vinculaba intensamente con el altiplano y con las comunidades andinas del sur. Luego, se establecerá un duro período de usurpaciones de las tierras comunales, trabajo obligatorio en las haciendas y pauperización de la economía de las aldeas y ayllus aymaras. A pesar de ello, las comunidades gozaban de relativa capacidad para darse a sí mismas un ordenamiento, a través de sus usos y costumbres[98].

El nuevo orden republicano transformó a los Aymaras en “ciudadanos” de una nación de “iguales”, postulado jurídico que excluían cualquier tipo de diferencias. Los convirtió en propietarios particulares de sus tierras bajo régimen de libre disposición. De esta forma se transformaron en pequeños propietarios libres de ataduras corporativas (sus comunidades) y de la intermediación (caciques)[99].

La asignación de tierras Aymaras fue suspendida en 1827, producto de conflictos que surgieron como consecuencia de la distribución de las mismas. Recién en 1828 se vuelve a legislar sobre el acceso a la tierra y se dicta una ley que declaraba que los indios y esta vez también mestizos, serían propietarios de tierras[100].

En 1826 el Estado presionado por falta de recursos fiscales, reintrodujo el tributo indio, mediante la instauración de la“contribución de indígenas”. Aunque con algunas semejanzas, la contribución de indígenas no era la misma que la colonial. Esta se sustentaba en el principio general y más abstracto de que los “indígenas” ya no eran la población colonizada que “tributaba” a sus vencedores, sino ciudadanos que “contribuían” al sostenimiento de su Estado”. Sin embargo, este régimen de tributación fundado en el origen étnico contribuyó a fomentar categorías raciales de raigambre colonial[101].

En el año 1854, el presidente Ramón Castilla abolió definitivamente la “contribución de indígenas”. El Estado orienta su acción hacia el desarrollo de la autonomía de las unidades familiares. A la par, los indígenas se vincularán al mercado de fuerza de trabajo como agricultores, peones o jornaleros de la minería metálica y no metálica. El Estado, en tanto, tratará a esta población sin distinción a su origen. En este proceso entonces, devienen varios elementos de cambio: una nueva etiquetación, de un pasado indígena a mestizos y en general subsumidos en un concepto mayor de “andinos”, una vinculación hacia la unidad doméstica en desmedro de la comunidad y el inicio de un proceso migratorio. Las poblaciones indígenas más afectadas por este proceso son aquellas que se asentaban en los valles, siendo menos afectadas las del altiplano.

Estos procesos no fueron interrumpidos por la Guerra del Pacífico (1879), cuando esta área pasa a jurisdicción chilena. Por el contrario, la expansión de la producción del salitre, así como la multiplicación del comercio, contribuyeron a acentuar los procesos migratorios hacia fuera de las comunidades tradicionales y una mayor conexión mercantil con los centros económicos regionales.

1.3. El período salitrero

Los años de mayor auge del período salitrero corresponden a los años 1870-1880. En 1930, el boom salitrero colapsa principalmente por las repercusiones económicas de la crisis de 1929. No obstante, algunas oficinas Salitreras permanecen abiertas hasta la década de los setenta.

Como producto de este desarrollo de la industria del Salitre, las comunidades andinas se incorporaron tempranamente a un proceso social y económico plenamente moderno e intercultural en la expansión del ciclo salitrero. Aquí se dieron intensos procesos modernizadores, a partir de mediados del siglo XIX, producto del temprano desarrollo de una economía capitalista, orientada a la extracción minera y, consecuencialmente, al desarrollo de los ferrocarriles y de los puertos de exportación.

1.4. La Guerra del Pacífico y los tratados de límites

La Guerra del Pacífico tuvo lugar entre los años 1879-1883, en este conflicto Perú, Bolivia y Chile se disputaron la jurisdicción de las provincias de Arica y Tarapacá que correspondía a una facción del territorio Aymara.

La historia oficial chilena da cuenta de que estos territorios disputados fueron anexados al territorio de Chile, tan pronto concluyó la guerra en 1883. Sin embargo, ello no se dio de manera automática. La situación geopolítica de la población Aymara que habitaba las provincias disputadas quedó subordinada a un plebiscito acordado en el Tratado de Ancón, celebrado en 1883, y que debió realizarse en 1893, hecho que no ocurrió. Esta situación de indefinición se mantuvo hasta 1929, casi cincuenta años después, cuando Tacna se reincorpora a Perú y Arica queda bajo la soberanía de Chile[102].

La demarcación de las nuevas fronteras después del término de la Guerra del Pacífico quedó consignada en el Tratado de Paz y Amistad de 1904, instrumento que no tomó en consideración los límites históricos de las comunidades Aymaras.

No considerar los límites históricos, ha conllevado a una serie de conflictos entre aymaras de Chile y de Bolivia, en torno a la propiedad de las grandes extensiones de terreno utilizadas por estas comunidades desde tiempos inmemoriales y destinados a las actividades de pastoreo.

1.5. La incorporación de los territorios de Arica y Tarapacá al Estado de Chile: El proceso de “Desaymarización” o “Chilenización” (1883-1990)

El Pueblo aymara identifica este período de la historia como de “desaymarización”. Se reconoce como un proceso violento, de amedrentamiento, muerte e imposición de costumbres ajenas e intolerancia. Otros autores han denominado a este período de la historia, como “chilenización”[103].

El principal efecto del proceso de “desaymarización” sobre las comunidades andinas, radica en la imposición ideológica e institucional asociada a la integración forzada de las comunidades Aymaras a Chile, mecanismos aplicados desde el Estado para asegurar la soberanía en los nuevos territorios.

El proceso de “desaymarización” se extiende desde 1879 hasta fines del año 1990, y ha consistido ante todo en la implementación de diversas formulas tendientes a establecer sólidas estructuras estatales en la región, desde municipios hasta poderosos cuarteles de frontera, de acuerdo a los requerimientos estratégicos de cada momento histórico[104].

Entre los años de 1910 a 1929 en las ciudades de Arica e Iquique, se formaron las denominadas “ligas patrióticas” cuya misión era perseguir a los ciudadanos peruanos que se asentaban en estos territorios, con el fin de expulsarlos. En ese momento se consideró fundamental reforzar la implementación del programa de instrucción, a través de la red de escuelas rurales en el sector andino, creando nuevos establecimientos y prohibiendo el ejercicio de la docencia a profesores peruanos. Al dictarse la Ley de Enseñanza Obligatoria o Instrucción Primaria (1917), ésta se vuelve un derecho y una obligación en el territorio, y al mismo tiempo una herramienta útil en favor de los intereses nacionalistas de las autoridades chilenas[105].

En el ámbito político–institucional, se implementó un principio republicano y democrático: igualdad formal y soberanía política por los ciudadanos, que abrió paso a un cambio desde la sociedad colonial estamentaria a una sociedad organizada según un pacto social moderno, que en los hechos fue exclusiva y excluyente respecto de los indígenas. Los indígenas quedaron fuera del proyecto de modernización política que rápidamente adhirió a un pacto social elitista. Con la ruptura del “pacto colonial” no hubo un cambio estructural en la posición de los indígenas dentro de la sociedad nacional. Tras todo este divorcio entre discursos liberales y prácticas conservadoras, lo que se encuentra en el fondo es la igualdad jurídica entre quienes son profundamente desiguales. En la situación creada, los grupos criollos dominantes consolidaron su poder y dominación sobre las poblaciones indígenas[106].

La nueva institucionalidad, abre a la comunidad hacia un espacio sociopolítico diferente que socava el respeto a las autoridades tradicionales. Éstas, parcialmente fueron reconocidas por las autoridades chilenas, pero sin embargo, se redefinieron los títulos, cargos y responsabilidades en las localidades rurales. En algunas comunidades se establecieron Subdelegados y Jueces de Subdelegación (Belén, Putre y Codpa), en otras Inspectores y Jueces de distrito (Caquena); en otros lugares se nombraron “cabos celadores” o vigilantes (Guallatire); y todas ellas obedecían las instrucciones directas del Gobernador Provincial[107].

Este tipo de intervenciones buscaba en el plano social configurar estructuras de poder favorables a la nación chilena, tal como sucedió con la creación del Repartidor de Agua y las Juntas Locales de Desarrollo. Estos cambios condujeron a la desestabilización de las instituciones tradicionales de organización, que caracterizaban al ayllu, comunidad de la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, ante estos hechos emergió la resistencia por parte de algunos líderes aymaras, como Antonio Mollo[108].

La creación de la escuela fue una herramienta eficaz que buscaba la homogeneización cultural, ideológica, lingüística e institucional. Como dato ilustrativo de este agente de cambio, la primera escuela chilena establecida en Putre fue en el año 1905, y hacia 1925 todas las localidades contaban con una escuela.

Las comunidades Aymaras sustentaron en gran parte la explotación minera de la región que implicó un cambio en las economías tradicionales. La mano de obra Aymara y el abastecimiento alimenticio también provisto por las comunidades Aymara fueron fundamentales para el desarrollo de las actividades mineras: primero, el salitre en Tarapacá (1860-1925), luego el azufre en Arica (1900-1950) y finalmente la industria del oro (1960-1990). Para responder a esta demanda, las comunidades reorientaron su economía modificando cultivos, aumentando la producción de ciertas especies más demandadas y emprendiendo nuevas actividades. Al mismo tiempo, se introdujeron mecanismos ajenos a los tradicionales, tal como la moneda (comercio) y el trabajo asalariado[109].

La incorporación al mercado minero no es completamente uniforme. En las zonas de valles es más integral, respecto de las tierras altas donde esa relación se basa principalmente en el mercado de productos agro–pastoriles. Por otra parte, también hay diferencias respecto de la zona andina de Arica. En ésta, más que una relación con la minería del salitre, se desarrolló durante el siglo XIX una participación andina en el arrieraje que conectaba el puerto de Arica con el norte de Bolivia (región de La Paz). Con intermitencia, se mantuvo activo también, un mercado de la fibra de camélidos sustentado por criadores de alpacas en las alturas del área. La arriería entra en crisis con la puesta en funciones a principios del siglo siguiente del ferrocarril Arica-La Paz, pero esta misma vía favorece el desarrollo de la minería del azufre en Tacora y otras actividades extractivas de alta montaña, donde los pobladores andinos de la región se logran insertar.

El mundo agro andino así estructurado, se reorganiza parcialmente durante el período de la crisis salitrera. Durante las dos décadas de finales del siglo XIX y las primeras cuatro del siglo XX, la dependencia de los mercados de fuerza de trabajo disminuye progresivamente y el de productos campesinos también se reorganiza para el abastecimiento urbano. El vacío dejado por el cierre de los mercados de fuerza de trabajo minero, de servicios conexos y de arrieraje, se llena con las migraciones que, primero siguen la estela de las migraciones obreras y, después, transitan la ruta de la economía andina del abastecimiento hortofrutícola urbano y de combustibles vegetales[110].

En la medida que la economía Aymara se acomoda y transforma según los avatares de los procesos económicos y sociopolíticos regionales, la condición campesina de esas economías se modifica. Por lo pronto, se asume una economía considerablemente más heterogénea y, por lo tanto, diferenciada.

Paralelamente a estos procesos económicos, se fueron consolidando cambios en el sistema de propiedad. En 1911 las tierras Aymaras son consideradas fiscales y se aplica sobre ellas el artículo 590 del Código Civil que dispone que las tierras que no pertenecen a nadie se reputan de propiedad fiscal. Bajo este mecanismo el Estado sólo reconoció la propiedad individual constituida bajo el imperio de las leyes liberales y consideró terrenos baldíos y, por tanto, de propiedad fiscal todos aquellos que eran de propiedad común.

El cambio en el sistema de propiedad prescindió de la cosmovisión aymara del mundo[111].

El Pueblo Aymara desde los años de 1930 a 1973, experimentó presiones ideológicas basadas en una visión chilena de progreso, identidad nacional y civilización.

Los programas de desarrollo han incentivado el asistencialismo y un desarrollo basado en conceptos occidentales de “desarrollo”.

Entre los años de 1930 hasta la década de 1960, los gobiernos se ocuparon en impulsar planes y programas de desarrollo en los sectores productivos asociados a los centros urbanos costeros, pero no fue hasta la década de los sesenta que las comunidades indígenas son incorporadas a los beneficios del “progreso” y del desarrollo socioeconómico; pero aún así, la población Aymara no fue objeto de un verdadero programa de desarrollo. A contar de 1958, año en que se crea la Junta de Adelanto de Arica, se inician programas de asistencia técnica, médica, escolar y de urbanización[112]. Diversas instituciones fiscales, tales como CORFO, INCONOR, ORPLAN, MINVU, Universidad de Chile, Universidad del Norte, elaboraron estudios y programas, donde el denominador común fue establecer programas de desarrollo de tipo asistencialista[113].

Durante el gobierno de Salvador Allende Gossens (1970-1973), se produjeron cambios en la visión y enfoque de las autoridades sobre el desarrollo regional, que se reflejaron en la relación del Estado con la población indígena de la zona. Esta nueva mirada se acompaña de la primera iniciativa legal que reconocía derechos a todos los pueblos indígenas del país y que se traduce en la dictación de la Ley 17.729 de 1972. Entre las principales características de la Ley Nº 17.729, destaca el reconocimiento de la pluralidad cultural, término al proceso de división de las tierras indígenas y la recuperación de tierras a través de la expropiación y restitución, promoviendo también, el desarrollo económico y social indígena a través de cooperativas comunitarias[114].

Sin embargo, el período militar significó un retroceso en reconocimiento de derechos Aymaras, porque quedaron inoperantes los cuerpos legales que habían sido promulgados en el gobierno de Salvador Allende[115].

La intervención militar en los territorios de la primera región, respondía también al interés de consolidar las fronteras. De este modo, el endurecimiento de ellas, la presencia activa del Estado y de las fuerzas armadas, era constante en estas zonas por su importancia geopolítica. Asimismo, la municipalización del espacio andino, es una acción derivada de la reforma político administrativa de principios de la década de 1980, con la cual se pretendió la descentralización, donde a través de la implementación de las municipalidades fronterizas de orientación asistencialista, se continuaba con el proceso de desaymarización, apoyado con la creación de las escuelas fronterizas[116].

Un hecho importantísimo que está en directa referencia a los recursos vitales del desierto y la supervivencia del Pueblo Aymara es el acceso y manejo del agua. Un grave problema para estas comunidades, es la vigencia del nuevo Código de Aguas (D.F.L. Nº 1.222), dictado en 1981, mediante el cual se otorga a los particulares un derecho real de aprovechamiento de las aguas que pasa a ser de propiedad del titular, quien puede usar, gozar y disponer de su derecho en conformidad con la ley. Este derecho es transferible, transmisible y prescriptible, y se constituye por un acto de autoridad, independiente si el solicitante es dueño o no, de la tierra donde está ubicada el agua y si hace o no uso efectivo de la misma. Como consecuencia de la aplicación de esta normativa, comienza un progresivo desecamiento de vegas y bofedales[117]. Esto se vio más agravado, porque bajo el gobierno militar, las presiones del mercado hacia la enajenación de los recursos productivos indígenas, como por ejemplo el agua para surtir los enclaves mineros, fue facilitada por las políticas y legislación capitalista[118].

2. Pueblo Atacameño[119]

2.1. La invasión española

La primera expedición española al territorio Atacameño corresponde a la realizada por Diego de Almagro en 1535, con la cual se inicia la conquista de Chile. Almagro, frustrado en sus expectativas al no encontrar riquezas y oro en el Reino de Chile, decide retornar a Cuzco atravesando penosamente el Desierto de Atacama y arribando a San Pedro en 1536, donde realizó acciones de robo y violencia contra los lugareños para conseguir abastecimiento y pertrechos para sus huestes.

La segunda expedición, corresponde a la realizada por Pedro de Valdivia en 1540. Valdivia se adentró al territorio de Chile, conocido como “Nueva Toledo”, siguiendo la ruta del Desierto de Atacama.

En San Pedro de Atacama, también conocido como “Atacama la Grande”, Valdivia ordenó construir una iglesia, una casa para quién invistiera el cargo de gobernador hispano e inició la construcción de la iglesia de Toconao.

En Chiu Chiu, conocido como “Atacama la Chica”, Francisco de Aguirre, quien en 1540 se unió a las huestes de Valdivia, fundó ese mismo año un poblado que cumplirá funciones administrativas de importancia y que servirán de nexo entre el naciente Reino de Chile y el Alto Perú.

La invasión del territorio Atacameño fue repelida por los habitantes originarios. Entre 1536 y 1540 se registran diversas insurrecciones Atacameñas en contra de los españoles las que culminan con la batalla de Quitor en Junio de 1540, resultando vencidos los Señores del Desierto.

La victoria hispana no se proyectó en el tiempo. Entre 1543 y 1557 el Pueblo Lickanantay o Kunzaempuñan levanta armas contra los españoles y establece una hegemonía indiscutible en su territorio. Los guerreros Lickanantay logran resistir la presencia invasora durante veinte años, hasta que la Real Audiencia de Lima ordenó al Corregidor y Encomendero Juan Velásquez Altamirano la pacificación del territorio Atacameño.

En 1557, se estableció un acuerdo que consolidó el dominio español, previa capitulación de los caciques Lickanantay. A la suscripción del tratado de Paz comparecen en representación del Pueblo Lickanantay o Kunzalos siguientes caciques: don Juan, Cacique Principal, y los caiques Canchila, Lequite, Lequitea, don Francisco, don Diego, Capina, Vildorpo, Vildopopoc y Ctacata. Mientras que por la Corona de España, en representación del Marqués de Cañete, Virrey y Capitán General de los reinos del Perú, firma el documento don Juan Velásquez Altamirano.

El corregidor Velásquez entregó a los españoles encomiendas que incluían tierras e indios para ser explotados en las actividades mineras y agropastoril, iniciándose además el proceso de evangelización. Hacia 1590 se funda en el Ayllu de Beter un “Pueblo de Indios” destinado a agrupar a los Lickanantay dispersos y controlar de esta manera los tributos de la encomienda.

2.2. El orden colonial

Con la administración española, en el año 1559 el distrito de Atacama formó parte de la Audiencia de Charcas, perteneciente al virreinato del Perú. Dos siglos después, año 1776, se integró a la provincia de Potosí, bajo el virreinato de la Plata. Los límites del distrito de Atacama eran: al norte el río Loa, al sur Peine, al oriente la alta puna de Atacama y al poniente hasta la costa, el puerto de Cobija.
La provincia se organizaba en dos sectores: Atacama la Baja o la Chica y Atacama la Alta o la Grande. Atacama la Baja, estaba constituida por el pueblo de Chiu Chiu y los Ayllus de Calama, Caspana, Ayquina y Toconce. Atacama la Grande, abarcaba el pueblo de San Pedro y los Ayllus conde Duque, Solor, Sequitor, Soncor, Solcor, Coyo, Beter, Cantal, Acapana, Toconao, Socaire, Peine, Camar.

La autoridad civil de mayor jerarquía a nivel del Virreinato era el Virrey del Perú, en la primera etapa, y el Virrey del Río de la Plata, en el segundo período colonial. Bajo el Virrey estaba la Real Audiencia, tribunal encargado de administrar justicia en el territorio Atacameño, órgano de carácter colegiado cuya máxima autoridad era su Presidente. También existía el Fiscal Protector de Indios, que ejercía una labor específica de protección de los derechos del indígena[120].

En el ámbito provincial, la máxima autoridad era el Corregidor. El Corregidor era la autoridad política, administrativa y judicial. En ejercicio de su labor judicial, estaba encargado de conocer los casos y dictar sentencia sumaria con obligación de remitir informe a la Real Audiencia. Además recaudaba los tributos, debía aplicar las leyes, regular el comercio local y hacer cumplir lo ordenado sobre el buen trato a los indígenas, actuaba como juez de indios para dirimir asuntos que tenían incidencia en la población indígena y cumplía el rol de alcalde Mayor de Minas[121].

El orden colonial hizo subsistir algunas autoridades indígenas. La máxima autoridad era el Gobernador de Indios, quién actuaba de intermediario entre indígenas y españoles, tenía competencia en asuntos que eran propios del Pueblo Indígena y debía ejercer su jurisdicción sujeto a las leyes españolas. Existía otra autoridad que recibía la denominación de “segunda persona”, quién reemplazaba al gobernador en caso de enfermedad o ausencia y le prestaba colaboración en materias indígenas. El Cacique o Curaca era el Jefe de un Ayllu, era la autoridad étnica por excelencia y ejercía su jurisdicción dentro del Ayllu al que pertenecía. No obstante, el nombramiento de los Cacique o Curacas durante el período colonial correspondía a los Corregidores y no al Ayllu, las familias herederas de cacicazgos levantaban una propuesta que presentaban al Gobernador y este elegía a la autoridad tradicional. El espectro de autoridades indígenas lo completaban los siguientes entes de gobierno: el Alcalde Mayor, cargo de carácter vitalicio que cumplía funciones de intermediación entre los Alcaldes ordinarios que integraban el Cabildo indígena y los caciques cobradores de tributo y el Corregidor; el Alcalde era un cacique que integraba el Cabildo Indígena junto a otros caciques, órgano Colegiado donde se administraban los intereses comunitarios; y, el Alguacil, indígena que cumplía funciones de carácter policial dependiente del Cabildo Indígena y del Corregidor[122].

El régimen colonial introdujo en el territorio Atacameño la encomienda y la merced de tierra. Entre el siglo XVI y XVII se otorgaron en este territorio dos encomiendas y una merced. Una de las encomienda fue concedida a Juan Velásquez Altamirano al interior de la Región y data del siglo XVI[123]. La segunda encomienda, del siglo XVII, fue concedida a Francisco de Riberos Figueroa en el litoral. La merced de tierras benefició al Corregidor de Copiapó y estaba localizada dentro de la encomienda otorgada a Riberos Figueroa.

El territorio Atacameño y sus ocupantes debían tributo a la Corona. Los Lickanantay fueron reducidos a Pueblos de Indios y obligados a pagar un tributo. La encomienda del siglo XVI se disolvió paulatinamente en el tributo personal. Los indios pagaban un tributo por cabeza y desde 1578 fue establecido que este tributo personal lo pagaran sólo los indios de entre 18 a 50 años. La provincia de Atacama quedó al margen de la mita de Potosí y Huancavelica, pues las Ordenanzas Toledanas imponían a las provincias del virreinato del Perú enviar un séptimo de su población a trabajar a las minas de Potosí. Sin embargo, la población Lickanantay no estaba eximida de la obligación de pagar mitas locales que los obligaban a trabajar en las minas o tierras del Corregidor[124]. Estas circunstancias generaron un fuerte proceso migratorio Atacameño hacia el noroeste argentino y zona sur de Bolivia, con el objeto de evadir el pago de contribuciones territoriales y personales.

Desde el siglo XVI al siglo XVIII, la evangelización fue intensa. En el siglo XVII se desarrolló un complejo proceso conocido como extirpación de idolatrías, con el que se pretendía eliminar las creencias y símbolos indígenas, los que fueron quemados en público. Sobre los lugares ceremoniales se construyeron iglesias y en los cerros sagrados tikan, se instalaron cruces. Los Lickanantay adoptaron la religión católica y siguieron sus ritos para relacionarse con las autoridades coloniales y, posteriormente, republicanas, no obstante, persistieron algunos cultos ancestrales fundamentalmente asociados a la fertilidad que continuaron profesándose al interior de los Ayllu.

En el siglo XVIII, se funda en Toconao una de las escuelas más tempranas de la región y a través de esa ordenanza, surge uno de los agentes transformadores más eficientes y, que en el futuro, cumplirán un rol determinante en la asimilación de los indígenas[125].

El siglo XVIII, se conoce como el tiempo de la resistencia indígena. Los Lickanantay cansados de los abusos cometidos por los conquistadores y haciéndose eco de la revolución de Tupac Amaru, generan un proceso insurreccional con Don Tomás Paniri a la cabeza. Paniri, originario de Ayquina, ejercía el cargo de Cacique, Alcalde y Capitán General de la resistencia. Difundía el legado de Tupac Amaru y afianzaba su poder en el dominio de todos los idiomas andinos regionales, en un profundo conocimiento de su gente y de la geografía andina y también de sus opresores[126]. La contraresistencia española fue organizada en Chiu-Chiu, logrando sofocar la revolución indígena y recuperar la lealtad de la región de San Pedro de Atacama a la corona española. Paniri fue hecho prisionero y condenado a muerte, siendo ejecutado el 14 de mayo de 1781.

2.3. El período republicano

Con la ruptura del orden colonial, en los inicios del siglo XIX el virreinato del Perú se disuelve en varios proyectos de Estados nacionales. El territorio Atacameño, hasta fines de la década del setenta queda circunscrito dentro de las fronteras del Estado boliviano. Posteriormente, después de la Guerra del Pacífico (1879), Atacama será anexada al Estado de Chile, lo que ocurre una vez concluido el conflicto bélico en 1883[127]. En 1888, se crea por ley el Departamento de Antofagasta y se establece que San Pedro de Atacama será la capital de la 9ª subdelegación, que incluía pueblos y asentamientos del Salar y los territorios de la Puna[128].

2.4. Formación del Estado boliviano y la región atacameña (1824-1879)

Desde la formación del Estado boliviano en 1824, bajo el gobierno de José Antonio Sucre, la nueva República se enfrenta a la necesidad de controlar un puerto propio. El problema sobre la salida hacia el mar fue resuelto con la apropiación de la provincia de Atacama, bajo su jurisdicción. De esta forma, Atacama adquiere un valor renovado en el marco de un proyecto de construcción de un Estado nacional boliviano, porque esta región era sumamente estratégica y permitía conectar el interior con el puerto de Cobija[129].

La economía cobrará un rol importante en este período, se liberalizan las relaciones de mercado con el resto del mundo, particularmente el comercio, importación y exportación de productos manufacturados, agropecuarios y mineros[130].

Al interior de la región de Atacama se desarrollaban dos tipos de actividades económicas preponderantes: en primer lugar, la actividad minera asociadas a la explotación de yacimientos de cobre en la cordillera de la costa. Más tarde, la explotación y extracción del salitre, actividad que alcanzó su mayor desarrollo hacia 1860. Posteriormente, y a finales de la década del ’60, comienza la explotación de la plata, siendo el principal yacimiento el de Caracoles. La segunda actividad económica de importancia fue el arrieraje, a través de la cual se transportaba la correspondencia oficial y todo tipo de bienes. Este arrieraje se incrementa progresivamente, en la medida que aumenta la actividad minera. Con ello también se intensificaron las necesidades de abastecimiento de insumos productivos, así como de bienes de consumo humano pero, sin embargo, las condiciones del desierto no podían proveer todas estas necesidades. De este modo, se abrieron circuitos de arrieraje muy activos que transitaban desde el noroeste argentino hacia las zonas de Atacama y el puerto de Cobija. San Pedro de Atacama será un punto de enlace y la población Atacameña cumplirá un rol fundamental en el aprovisionamiento de ganado menor, tales como corderos y cabras[131].

El diseño de la sociedad boliviana del siglo XIX, es el de una estructura social neocolonial donde se reproducirá la compartimentación de la sociedad; por una parte, indígenas y, por la otra, la oligarquía que ejerce el poder y control sobre las tierras y el trabajo indígena[132].

Para el sostenimiento del Estado boliviano, a partir de 1826, se restableció el tributo a los indígenas. El tributo indígena financia el sistema de rutas de arriería y las comunicaciones en general[133]. Los contribuyente Lickanantay a la época bordeaban las 1000 personas y este recurso tributario fue destinado al mejoramiento y mantención de la ruta oficial Cobija-Potosí[134].

El fin del siglo XVIII y comienzos del XIX, se producen importantes cambios en el régimen de la tierra. Se transita, de las chacras de “panllevar”, a grandes “fincas” de alfalfales, proveedoras de productos para la gran minería[135].

Conjuntamente, con la habilitación del Puerto de Cobija en 1827, se decretó la repartición de terrenos a los nuevos pobladores para fomentar el asentamiento del Puerto, concediéndose la tierra bajo la modalidad de títulos individuales de dominio a pobladores foráneos. Al interior de la región, se pretendió regularizar la propiedad indígena bajo la siguiente normativa:

“ ... que se declare la propiedad a los caciques, extinguidos de sangre y sus legítimos descendientes de los terrenos que como tales poseían y gozaban en tiempo del gobierno español; igualmente que a los indígenas contribuyentes de aquellos en cuya pacífica posesión se hayan mantenido de 10 años”[136].

La población atacameña en tiempos del Estado boliviano, no podía autoabastecerse y atender sus obligaciones tributarias, por tanto, pasó a depender de recursos monetarios que se originaban en economías externas a sus comunidades. La sociedad Atacameña complementó su economía con la comercialización carnes y la venta de leña para abastecer las necesidades de los centros mineros. También generaban recursos asociados a la explotación de pieles de chinchilla y lana de vicuña[137].

Como consecuencia de lo anterior, la población tiene que desplazarse y articular otros espacios, nuevas economías y otros actores sociales. De este modo, a medida que empieza a poblarse el desierto, van también aumentando las vinculaciones de la sociedad atacameña con estos nuevos asentamientos[138].

La sociedad atacameña del siglo XIX, se caracteriza por la preeminencia de dos grandes modelos de identidad colectiva, por una parte, la comunidad o Ayllu, cuyos atributos culturales los diferencian de otras poblaciones; y, por la otra, el individuo indígena, cuyo rasgo sociocultural mas relevante es la subordinación[139].

En el ámbito religioso las comunidades Atacameñas desarrollan una matriz cultural de rasgos sincréticos, de donde emerge una religiosidad andino- católica y un tipo de pensamiento dual que se expresa en la vida religiosa, en la organización social y en general en la vida cotidiana.

2.5. Anexión de Atacama al Estado chileno e imposición de las economías capitalistas

El período, que se enmarca a fines del siglo XIX, se inicia con la invasión militar chilena de la región y la anexión territorial de la zona de Atacama al Estado de Chile. Desde 1879 en adelante, la zona experimenta un brusco cambio generado, en primer lugar, con el aumento de la explotación y exportación de salitre y, posteriormente, con la explotación del cobre[140].

Sin embargo, para el Estado chileno la zona del interior no tenía importancia económica. Lo que realmente importaba y, por tanto, se observó una fuerte presencia del Estado, fue en la zona salitrera y en los puertos. Allí se mantenían pequeños destacamentos de guardias, policías y algunas autoridades administrativas denominadas delegados[141].
El interior tenía una importancia geo-política. En este marco la presencia chilena en el interior estuvo marcada por un proceso de chilenización de las culturas y tierras altoandinas. El Estado plantea el reconocimiento de la población Atacameña como ciudadanos y aspira a capturar la lealtad de esta población al proyecto nacional del Estado chileno. Se libera a la población del pago de tributo y se consagra la igualdad jurídica como base del trato social.

El principio de igualdad jurídica que consagra el ideario liberal impuesto por el Estado de Chile en Atacama se traducirá en que los indígenas pasarán a ser considerados obreros, campesinos trabajadores de la faena, pequeños productores, habitantes rurales o simplemente gente de la zona interior, pero no serán relevados en sus particularidades étnicas. El Estado promoverá acciones para asimilar al indígena y hacer desaparecer los rasgos culturales aborígenes que en la convicción del Estado liberal obstruyen el desarrollo de estos grupos[142].

La incorporación de este territorio a Chile, no es pacífica. El proceso de chilenización da lugar a “ligas patrióticas” que se traducen en brutales persecuciones contra los bolivianos y todo aquello que pareciera tener vinculación con el país trasandino. El proceso de chilenización fue reforzado con el establecimiento de numerosas escuelas en el norte del país.

Desde el punto de vista económico, en el período entre los años de 1879 y 1929, se constata una masiva incorporación de los Lickanantay al mundo asalariado. Este es el período del auge del ciclo salitrero en la región que demandó muchos recursos alimenticios, transporte y mano de obra.

La crisis del ciclo salitrero en 1930 dará paso a un nuevo período que se caracteriza por la presencia de un Estado benefactor y desarrollista. Este período comienza en 1930 y termina en 1973.

En Chile se implementa un modelo de desarrollo que en lo económico aspira a la sustitución de importaciones y que apunta a resolver a través de la industrialización la crónica dependencia exterior que mantenía el país[143]. El Estado benefactor se expresa en una creciente preocupación por los problemas sociales de la población, se promueven acciones de integración, se inculcan los valores de progreso, el cambio en las estructuras sociales y la participación. Se hace visible una creciente incorporación del indígena a este tipo de valores y asociado a ellos también, intensos cambios culturales.

Políticas de desarrollo paralelas al Estado se implementan desde el año 1955 a través del Plan Cordillera con la generación de actividades para reactivar las áreas agrícolas, ganaderas y artesanales de los pueblos Lickanantay; iniciativa impulsada por la Iglesia Católica desde Antofagasta, junto con la Universidad del Norte[144].

La Sociedad Atacameña entre 1940 a 1960, comienza a abandonar su condición rural y se conecta más a los centros urbanos como Calama, pasando a depender fuertemente de la minería. El desarrollo minero en la región se caracteriza por tres hitos que marcan el auge de los principales yacimientos: Yacimiento de plata de Caracoles, cuya explotación tuvo lugar, primero, con la administración boliviana y, después, con la administración chilena; el ciclo salitrero, que se desarrolló en el período comprendido entre 1870 a 1930; y, finalmente, el yacimiento cuprífero de Chuquicamata, que se explota desde 1907 en delante[145]. Estos centros mineros son abastecidos con parte de la producción agroganadera Atacameña y la fuerza de trabajo de los pueblos del interior de la zona. Se privilegiaba el uso de mano de obra andina por su adaptación fisiológica y cultural a los ambientes cordilleranos de altura[146] y porque conformaban una fuerza de trabajo más barata[147]. Paralelamente, con la industria minera particularmente asociada a la explotación del cobre, también se generaron impactos en el área de los recursos naturales. Los enclaves mineros desde el comienzo de la explotación de Chuquicamata hasta la actualidad, se han ido apropiando del agua y de otros recursos naturales como la llareta, que se usó masivamente en la minería hasta prácticamente extinguirla[148].

La ley de Juntas de Vecinos en la década de los 60 y la Municipalización a partir de los 80, ha generado cambios profundos en la estructura organizacional de las comunidades Atacameñas. El Estado legitimó las Juntas de Vecinos como interlocutores válidos para atender a las demandas de las comunidades Atacameñas y éstas adaptaron esta estructura a sus necesidades y aspiraciones. A partir de 1980 se crearon los Municipios de San Pedro y Ollagüe, iniciándose con estas entidades una intervención directa del Estado.

La intervención estatal en el territorio Atacameño a través de la municipalización cumplió un doble objetivo. Primero, desconcentrar la gestión del Estado haciéndola más eficiente. Segundo, consolidar las fronteras externas e integrar territorios marginales a la soberanía nacional que permitieran superar las denominadas “fronteras interiores”. Estas acciones de intervención se llevan a cabo durante el Gobierno Militar (1973-1989). Es característico en el período, el endurecimiento de las fronteras, la presencia activa del Estado y de las Fuerzas Armadas. Esta importancia geopolítica, favoreció la entrega de subsidios por parte del Estado, apoyo alimenticio, creación de escuelas de concentración fronteriza, otorgamiento de becas de estudio, asistencia social, operativos de salud, pero a la vez reeditó el proceso de chilenización de la población andina, principalmente a través de las escuelas de concentración fronteriza, donde se difundía un discurso integracionista que resaltaba los valores patrios y los símbolos de la historia de Chile[149].

En el año 1981, el Régimen Militar dictó un nuevo Código de Aguas (D.F.L. Nº 1.222), mediante el cual se otorgaron a los particulares un derecho real de aprovechamiento de las aguas que pasa a ser de propiedad del titular, quien puede usar, gozar y disponer de su derecho en conformidad con la ley. Este derecho es transferible, transmisible y prescriptible, y se constituye por un acto de autoridad, independiente si el solicitante es dueño o no, de la tierra donde está ubicada el agua y si hace o no uso efectivo de la misma. Como consecuencia de la aplicación de esta normativa, comienza un progresivo desecamiento de vegas y bofedales[150]. Esto se vio más agravado, porque bajo el gobierno militar, las presiones del mercado hacia la enajenación de los recursos productivos indígenas, como por ejemplo el agua para surtir los enclaves mineros, fue facilitada por las políticas y legislación capitalista[151]. La pérdida del recurso agua, fenómeno que persiste hasta nuestros días, agudizó la crisis de la agricultura y el modo de vida Atacameño[152].

  1. Pueblo Quechua[153]
3.1. El período colonial

El período colonial produjo profundos cambios en la población indígena de origen Quechua, asentada en el altiplano de Lípez y en el sector de Ollagüe en la región Atacameña. Uno de ellos tuvo que ver con el proceso de evangelización, que tuvo entre sus medidas más extremas la denominada extirpación de idolatrías, a través de la cual se prohibía a los indígenas la práctica de sus creencias. No obstante, estos generaron diversos mecanismos para mantener sus prácticas, ya sea a escondidas o combinándolas con las recién impuestas, dando origen al catolicismo andino indígena.

Un segundo cambio, tiene relación con la organización territorial preexistente, la que sufre una drástica transformación producto de la reducción de los indígenas a “pueblos de indios”, norma promulgada a fines del siglo XVI por el Virrey de Toledo.

3.2. La incorporación del territorio al Estado chileno (1879-1990)

Una vez anexado este territorio al Estado chileno (1879), se pasa desde un sistema de dominación neocolonial (sostenido por el Estado boliviano) marcado por el impuesto a la tierra de los indígenas, a una economía capitalista de enclave centrada en la minería y en la explotación de ultramar. Las poblaciones pastoriles de Ollagüe comienzan a articularse en torno al desarrollo de la minería bajo diferentes modalidades, ya sea vendiendo sus productos pecuarios a los centros mineros, o, una vez iniciado el funcionamiento de las azufreras y la explotación del cobre a gran escala, con la venta de combustible vegetal (llareta) a estos centros mineros.

La política del Estado chileno de fines del siglo XIX y de la primera mitad del XX, desconoce en gran medida la especificidad de los pueblos indígenas del norte, rotulándolos bajo la categoría de campesinos. La zona de Ollagüe, utilizada históricamente como lugar de paso y tráfico de rutas, se sitúa de forma periférica dentro del marco socio-histórico de relaciones entre pueblos indígenas y el Estado chileno, debido no sólo a la alta movilidad de su población, sino también porque la economía minera extractiva de azufre produce un constante flujo y reflujo de población –principalmente quechua boliviana- que se traslada a trabajar a Ollagüe bajo condiciones muy precarias.

Entre las empresas extranjeras que se instalaron en la zona se encontraba La Bórax Consolidated Ltda., que inició sus actividades a fines del siglo XIX (1885), funcionando hasta alrededor de 1966. Mientras los operarios y trabajadores de pampa eran casi exclusivamente bolivianos provenientes de los poblados de frontera pagados por trato, los empleados y personal de mayor rango y responsabilidad eran chilenos, provenientes de la zona (Ollagüe, Amincha), los que trabajaban por sueldos fijos, sistema imperante hasta hoy.

Luego, adquirió relevancia la explotación del azufre en esta zona, cuyo desarrollo está vinculado a la demanda generada por Chuquicamata desde la década de 1920, y por Mantos Blancos posteriormente, siendo las explotaciones más antiguas e importantes de la zona las de Aucanquilcha y el volcán de Santa Rosa u Ollagüe. Hacia 1950 la planta es trasladada al campamento a Amincha, donde permanece hasta hoy; la paralización de sus faenas en 1992 desencadenó una crisis de población que persiste hasta la actualidad en la comuna de Ollagüe. La azufrera de Buenaventura de Borlando, por su parte, paralizó sus actividades hacia el año 1976.

Otra importante actividad económica del siglo XX, fue conocida tanto en Ollagüe como en sus inmediaciones como “el ciclo de la llareta”. Entre 1930 y 1935 esta actividad involucró a campesinos locales, atacameños del sector del río Salado y quechuas de Bolivia. La principal demanda provenía de Chuquicamata, de las empresas mineras de la zona que ocupaban grandes cantidades de este combustible vegetal en los procesos de secado, calcinación, fundición, funcionamiento de generadores eléctricos y maquinaria a vapor. Las familias o pequeños grupos de familias aisladas, que realizaban el transporte y venta de la llareta, no alcanzaban a más de treinta, las que se asentaban con su ganado en sectores provistos de agua, pastos permanentes y praderas estacionales, entre los cuales se rotaba el pastoreo. En la mayoría de los casos las entradas generadas por la venta de productos pecuarios no habrían sido suficientes para asegurar la reproducción de las familias campesinas. Mediante una estrategia de diversificación de ingresos, laboraron por mucho tiempo en las llareteras de los cerros aledaños a su lugar de residencia, o trabajaron de manera estable o esporádica en las mismas faenas mineras.

Con el término del ciclo de la llareta –alrededor del año 1955– con el cierre de faenas y el progresivo decaimiento de la actividad económica local, muchos de estos pastores migraron junto a los mineros preferentemente hacia Calama. En este sentido, el fenómeno de la migración hacia los centros poblados cercanos es un proceso de larga data, de acuerdo a las características estacionales de este tipo de actividad extractiva.

Debido a la relación entre el poblamiento de la zona y la actividad minera (apertura y cierre de fuentes laborales) se observan bruscas variaciones de la población en los asentamientos mineros, en contraste a la estabilidad que presentan los pastores. Hacia 1970, la comuna de Ollagüe contaba con 911 habitantes, decreciendo notablemente a partir de esa fecha, lo que se acentuó dramáticamente a fines de 1992, con el cierre definitivo de la última mina de azufre en explotación. Los saldos migratorios arrojaban para 1993, una tasa de crecimiento de la población de un - 47%[154].

El poblado de Ollagüe -cuyo límite geográfico este es Bolivia-, se constituyó alrededor de la última estación del mismo nombre, del ferrocarril Antofagasta-Bolivia, que junto a San Pedro es la estación más importante de las comprendidas entre los tramos Calama y la frontera. Por su carácter de estación terminal fronteriza, contó con servicios básicos para la administración, bodegas, almacenes, casas del personal e instalaciones anexas. Asimismo, contó con un Juez de Distrito y un Cónsul boliviano –en tanto territorio limítrofe- asignado permanentemente. Como centro del movimiento neurálgico ferrocarrilero, en algunos momentos el poblado llegó a tener 1500 habitantes.

La reestructuración político-administrativa de Chile llevada a cabo durante la década de 1980, significó la creación de la Municipalidad de Ollagüe. La creación de este Municipio obedece, fundamentalmente, a razones geopolíticas. Allí se ubican además de la Municipalidad, una oficina de Aduana, Policía Internacional, Servicio Agrícola y Ganadero, y Tenencia de Carabineros. El carácter fronterizo del poblado lo convierte en un lugar estratégico que requiere del control del movimiento de personas y bienes entre Chile y Bolivia, pero la presencia de estos organismos de control ha afectado el tránsito de personas y el tráfico de productos, realizado históricamente por este sector, limitando y contribuyendo significativamente al desabastecimiento del lugar.

La impronta estatal en Ollagüe se hizo más fuerte con las instituciones creadas durante el gobierno militar a partir de 1973, lo que es conocido como “proceso de chilenización”, bajo los lineamientos que impone la Doctrina de Seguridad Nacional a los territorios fronterizos. Para los indígenas del norte en general, y para el quechua parlante de Ollagüe en particular, esto se expresa notoriamente con la implantación de la Escuelas de Concentración Rural Fronterizas. Como parte de este proceso, tuvieron un enorme impacto en la población, siendo su finalidad chilenizar intensificando “los valores e historia patria”.

Los miembros del subgrupo de trabajo consideran que, con estos antecedentes y a luz de lo que ocurre actualmente en la localidad, el abandono sistemático de la lengua, considerado uno de los principales transmisores de cultura, es en gran parte responsabilidad de la escuela como institución que históricamente negó el uso de su principal forma de comunicación (usada en los espacios comunitarios y familiares) causando la pérdida progresiva de la lengua por prestigio social y desplazamiento lingüístico del castellano en desmedro del quechua, con la consiguiente negación de la identidad local, y una notoria marginación socio-económica y cultural. Situación que actualmente limita con la pérdida casi total de la lengua originaria.

El cuerpo legal que más gravemente ha lesionados los derechos quechuas es el Código de Aguas, cuerpo legal que ha permitido a las empresas mineras aprovechar el escaso recurso presente en el territorio de Ollagüe, de vital importancia para el mantenimiento y desarrollo de las actividades agropastoriles practicadas hasta el presente por las familias quechuas.

Para la comunidad indígena de Ollagüe, el agua tiene importancia en dos aspectos, el primero radica en la cosmovisión, como generadora de vida y vínculo con los elementos de la naturaleza, y el segundo tiene que ver con la actividad pastoril, que aún desarrolla parte de la población[155].

La mayor parte de la población que se autoreconoce como quechua se ubica en la comuna de Ollagüe, perteneciente a la provincia de El Loa, en el extremo noreste de la II región de Antofagasta. Su población es de aproximadamente 211 habitantes. Debido a los diferentes procesos migratorios ya mencionados, un importante número de quechuas se ha establecido en la ciudad de Calama, reconociendo a Ollagüe como lugar de origen.

  1. Pueblo Colla[156]
El Pueblo Colla se define como un pueblo andino, originario del territorio que hoy comprende la III Región de Atacama, sector al que quedó circunscrito como producto de la invasión europea y luego de la constitución de las Repúblicas de Chile, Argentina y Bolivia[157].

4.1. La invasión europea del territorio

Los habitantes originarios del actual noreste argentino, y de los territorios cordilleranos de lo que hoy es Chile, con los cuales, de acuerdo a las investigaciones de carácter histórico y antropológico,[158] los Collas compartirían una identidad étnico-cultural andina, fueron sometidos por el poder colonial que les desprendió de sus tierras para implementar en ellas el sistema de encomiendas y mercedes de tierras, dando origen así a grandes haciendas. Esto, unido a la política colonial de traslado de población indígena, creó una compleja red de relaciones culturales entre las distintas agrupaciones locales –apatamas, omaguacas y parte de los diaguito-calchaquíes- con los grupos trasladados desde otras zonas andinas, contribuyendo a formar una nueva y compleja identidad que durante el período republicano pasó a ser conocida como Colla.

Estos territorios también recibieron población quechua y aymara parlante, trasladada por los inkas en el período prehispánico; a la que durante la colonia se agrega nueva población atacama o apatama de habla kunza[159]. Los inkas establecieron enclaves poblacionales con algunos indígenas provenientes de la vertiente oriental de las sierras pampeanas –los indios del Tucumán y la franja occidental de Santiago del Estero-, y otros, llegados desde los Andes Centrales y del Altiplano, lo que contribuyó a la complejización de estos pueblos respecto de su origen y constitución, incrementada aún más con la política colonial del traslado de población[160].

Bajo el dominio hispano, las agrupaciones indígenas originarias y los miembros de dichos enclaves -las colonias de mitmakunas- son sometidos al sistema de encomienda, mitas y yaconazgo. Sus tierras son expropiadas y sus habitantes obligados al trabajo forzado. A su vez, la autoridad colonial efectúa numerosos traslados de población desde otras zonas geográficas, en especial desde los ayllus del Salar de Atacama[161].

4.2. La imposición de las fronteras republicanas y la división del Territorio Colla

Producto de los procesos de Independencia de las primeras décadas del siglo XIX, se establecen nuevas fronteras en los territorios ancestralmente ocupados y utilizados por el Pueblo Colla, los que formaban parte de sus circuitos de transhumancia y pastoreo, quedando sus habitantes insertos en territorios que actualmente pertenecen a Argentina y Chile[162]. Hasta el período previo a 1879 -fecha de inicio de la Guerra del Pacífico- la zona de Antofagasta de la Sierra, Susques y Rosario, eran territorios puneños pertenecientes a Bolivia; los valles de Jujuy, Salta y Catamarca eran argentinos, mientras la frontera norte de Chile llegaba hasta el cerro El Chaco en los Andes y cerca de Paposo en la costa. A partir de esa fecha, el territorio puneño queda en disputa entre Bolivia, Argentina y Chile, cuestión que es resuelta en 1900, cuando Bolivia cede el territorio a la Argentina.

A mediados del siglo XIX, la población Colla comienza nuevamente a llegar desde el lado argentino al sector cordillerano de Atacama, entre otros motivos, para la búsqueda de pastizales dentro de sus circuitos de transhumancia ganadera, el desarrollo de actividades de arrieraje, el abastecimiento de productos para las actividades mineras o urbanas, y el trabajo como peones de minas[163].

A esto se suma el auge de la actividad minera en la zona de Copiapó desde mediados del siglo XIX, al descubrirse y reactivarse nuevas minas de oro, plata y cobre en las serranías y cordillera. Posteriormente, a fines de 1870, comienza el auge salitrero cerca de Taltal y la explotación del bórax en los Salares de Pedernales y Maricunga. Otro factor a considerar en la migración es el tratado de libre tránsito y comercio de Chile con Argentina firmado en 1856, que aumentó el arrieraje y el tránsito en la cordillera. Esto facilitó el contacto entre la zona de Copiapó con el noroeste argentino y la llegada de población, vinculada en un comienzo a la explotación del mineral de plata de Chañarcillo[164].

El proceso de constitución de los Estados nacionales no sólo trajo consigo el establecimiento de fronteras político-territoriales, sino la necesidad de homogeneizar la población, siendo la educación uno de sus principales instrumentos. Sin embargo, la masificación de escuelas en la ciudad y la obligatoriedad de una educación mínima, por una parte, desarraiga a los niños Collas de su familia favoreciendo la pérdida de su cultura, y por otra, genera discriminación, negando la cultura y existencia del Pueblo Colla[165].

La instalación en el territorio Colla de empresas mineras extranjeras, dedicadas especialmente a la explotación de yacimientos de cobre, produce la contaminación del ambiente y la utilización de las aguas en dichas faenas, afectando la ganadería y el modo de vida de los Collas. Al ver afectada su economía ancestral, estos se ven obligados a explotar uno de los últimos recursos naturales de su territorio, la leña, abasteciendo así la demanda de las empresas mineras y comerciando, además, carne y queso, mediante el sistema de trueque o venta propiamente tal. Con la instalación de ENAMI entre los años 1940 y 1950, surge un nuevo poder comprador para la pequeña minería Colla, y finaliza lo que los Collas denominan como invasión de su territorio, al abrirse también nuevos caminos y vías ferroviarias [166].

Desde 1894 operaba en Potrerillos la Compañía Minera del mismo nombre, fundada por Felipe Tapia. En 1913, William Braden inicia la exploración minera en Potrerillos y en 1916 forma la empresa Andes Cooper Mining Company, que inicia sus prospecciones en 1917, y en 1924 la construcción de las instalaciones mineras.

En 1927 comienza la explotación de la mina y la producción de cobre blister de minerales sulfurados, y ya a partir de la década ‘30, se generan problemas de carácter ambiental que favorecen la migración Colla hacia Argentina. Quienes permanecen en la zona deben desplazarse con su ganado hacia zonas donde existen menores índices de contaminación, como es el caso de las quebradas y puna del sector de Potrerillos. Allí se vinculan al trabajo minero, de arriería y de explotación de recursos naturales como la leña de varilla. El campamento minero adyacente al mineral de Quebrada El Hueso comienza a captar las aguas de las que se abastecía el ganado de las comunidades Collas, que además sufren la pérdida de las tierras ocupadas; con la inauguración de la fundición de cobre en la década de 1940, son contaminados los campos de pastoreo de la Quebrada de Pastos Cerrado o Jardín, Pedernales y Cerro Blanco[167].

Todo lo anterior significó la transformación de la economía Colla, trayendo consigo el desarraigo y la crisis en los asentamientos indígenas de Potrerillos. En ese sector, los Collas que se quedan a este lado de la cordillera combinan el pastoreo del ganado con el trabajo minero. Muchas familias se alejan hacia las quebradas de más al norte, Doña Inés y La Encantada, que se encuentran libres de contaminación, mientras otros continúan realizando el circuito transhumante entre las aguadas de invernada cercanas a Potrerillos y El Salvador, los campos de veranada de Pedernales y Cerro Blanco, ocupando las tierras de la Quebrada de Agua Dulce y de la Quebrada El Asiento[168].

En la década de 1960 la apertura de la mina El Salvador exige la canalización de nuevos recursos de agua que son llevados al mineral mediante tuberías, reduciendo aún más los escasos recursos hídricos disponibles para el pastoreo.

4.3. La disputa por la propiedad de la tierra y el manejo de los recursos

De norte a sur pueden distinguirse tres áreas de ocupación y asentamiento Colla, que mantienen su continuidad en el tiempo. La primera formada por el Salar de Pedernales, los campos de pastoreo aledaños y las quebradas que contienen vegas y aguadas desde Chaco-Juncal por el norte hasta Chañaral Alto por el sur, además de los Cerros Bravos e Indaguaz, y los lugares denominados Quebrada El Asiento, pastos Cerrados y el cerro llamado Vicuña, que se encuentra inmediatamente al sur. Una segunda área de poblamiento la constituyen las Quebradas Paipote, San Andrés y San Miguel como terrenos de invernada complementadas por los campos de pastoreo de El Patón y Llano del Leoncito en la cuenca alta del río Figueroa, más la quebrada y el Salar de Maricunga, que actúan de veranadas. La tercera área corresponde a la cuenca del río Jonquera, formada por los ríos Figueroa, Turbio, Pircas Negras y Nevado La Gallina. En este extenso territorio se reconocían “posesiones” familiares en las que se ubicaban las viviendas, puestos estacionales y pequeños cultivos en las invernadas; en el verano cada familia acudía a sus vegas y aguadas con los animales para el pastoreo. La posesión era acreditada por el uso, las mejoras y cercos, mientras el derecho de uso era transmitido de padres a hijos[169].

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, los Collas habitan en terrenos ubicados entre los Salares de Pedernales y Maricunga, los llanos y quebradas sobre los 2.000 y 4.000 metros, entre el río Copiapó por el sur y la Quebrada Juncal por el norte, los que formaban parte de la hacienda “Potreros de La Iglesia”, (que debe su nombre a la merced de tierras que en 1643 hace el corregidor de Copiapó a la parroquia local, en el proceso de reparto de las tierras marginales al valle) propiedad por largo tiempo de la familia Cousiño Goyenechea. Las tierras de la gran hacienda estaban ocupadas por los Collas y por algunas familias de pastores que provenían del pueblo de indios de San Fernando, ubicado entre la ciudad de Copiapó y la junta de Quebrada de Paipote, lugar donde en la actualidad se encuentra el poblado Estación Paipote. De allí que las quebradas y la puna cordillerana constituyeron espacios de encuentro entre Collas del noroeste argentino, de algunos pastores de los pueblos indios, pirquineros eventuales y arrieros.

Para mediados del siglo XIX, las tierras de la Hacienda “Potreros de la Iglesia” se encontraban abandonadas, sin actividad agrícola ni ganadera, albergando sólo algunas minas, situación de abandono que se extendía por décadas. El abandono de las tierras por sus propietarios continúa todo el resto del siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando son arrendadas para la explotación agrícola[170].

La llegada de los arrendatarios de tierras de la sucesión de Goyenechea a Quebrada de Paipote en la década de 1930, obligó al abandono del lugar de algunas familias Collas, las que se desplazaron hacia la zona minera, otras se refugiaron en quebradas inaccesibles, algunas aceptaron el sistema de mediería ompartiendo la producción de alimentos, animales y recolección de leña con los arrendatarios, y otras decidieron volver a la Argentina.

Para defender sus derechos de posesión, formaron el Sindicato de Leñadores que les permitió enfrentar a los arrendatarios de tierras, los que exigían el pago por las tierras ocupadas además de la recolección de leña. El conflicto se prolongó hasta que los “arrendatarios” abandonaron las tierras en la década de 1960, cuando producto de una larga sequía, se redujo la disponibilidad de agua de riego para los cultivos de la hacienda.

En el año 1955, Alfonso Prohens se declara dueño de la Hacienda Jorquera -ubicada en el sector de Río Jorquera-, afectando con ello el poblamiento Colla y de otras familias que mantenían allí cultivos y ganadería, iniciándose el primer conflicto por los derechos a pastaje de los animales. El particular inicia acciones para desalojarlos, obligándolos a que se localicen sobre el área de la Tranca de Los Monos, estrecho de rocas ubicado en la parte superior de la confluencia del Río Jorquera con el Río Copiapó.

Estos se defienden a través del Sindicato de Leñadores, sosteniendo que Prohens no tiene derechos sobre las tierras debido a que son fiscales. Plantean al Intendente Provincial que toda la cordillera de la Provincia, incluidas las tierras de los Cousiño, eran fiscales en virtud de las inscripciones generales realizadas por el Estado, y sobre ese precedente solicitan la regularización de la antigua ocupación ganadera y agrícola. De acuerdo a los testimonios de los comuneros de Río Jorquera, el Intendente señaló que los terrenos de la hacienda Jorquera eran propiedad de Prohens, según lo informado por la Oficina de Regional de Tierras. Los comuneros mantienen su demanda alegando que no existe legitimidad ni dominio en lo pretendido por Alfonso Prohens, que éste no posee título inscrito y que las tierras involucradas en “Potreros de la Iglesia” de la sucesión Cousiño -de los que la Hacienda Jorquera forma parte- se encontraban en juicio con el Fisco.

A pesar de esto, los comuneros de Jorquera fueron desplazados de sus posesiones ancestrales, obligándolos a abandonar la cuenca del río Jorquera, donde estaban las tierras más fértiles para el cultivo y las que poseían todas las vegas de pastoreo. Los Collas se recluyeron en los cerros y las quebradas más secas, como San Miguel y Carrizalillo.

La negociación por la repartición de las tierras llega a su fin en 1957, al acordarse la repartición de las tierras entre Alfonso Prohens y los comuneros de Río Jorquera, deslindándose las ocupaciones en el sector de “Tranca de Los Monos”, quedando para Prohens las partes bajas de la Hacienda Jorquera y para las familias Collas los terrenos fiscales de la parte superior del río Jorquera y sus afluentes. No obstante lo anterior, las familias Collas siguieron ocupando físicamente los terrenos que quedaron en dominio de Alfonso Prohens, debido a que estos eran parte de las invernadas bajas, tenían buenos suelos para cultivos y poseían campos de pastoreo[171].

A principios de los sesenta el conflicto por la ocupación de las tierras desaparece por el abandono de los particulares, en adelante y hasta 1973, los Collas se abocan al trabajo ganadero, agrícola y minero. Las tierras de la Quebrada de Paipote y San Andrés fueron abandonadas por los arrendatarios, quedando como únicos pobladores las familias Collas que mantuvieron la tenencia material de las tierras, dedicándose a la ganadería, pequeños cultivos, la minería y la explotación de leña y confección de carbón, durante toda la década de 1960 y hasta 1973[172].

El resto del territorio Colla que no se encuentra inscrito por particulares, está inscrito a nombre del Fisco, entidad que aplicando las normas del artículo 590 del Código Civil, citado al tratar de la situación de los otros Pueblos del Norte, procedió a practicar sendas inscripciones globales que amparan la totalidad de las provincias de Chañaral y Copiapó. Los terrenos de propiedad Fiscal están amparados por la inscripción global correspondiente al antiguo Departamento de Chañaral que rola a fojas 164, bajo el número 58, en el Registro de Propiedad del Conservador de Bienes Raíces de Chañaral, correspondiente al año 1940, y por inscripción global correspondiente a la provincia de Copiapó que rola a Fjs 527 vta. Nº 500 del Registro de Propiedades del Conservador de Bienes Raíces de Copiapó correspondiente a 1964[173].

A partir de septiembre de 1973, la represión desatada en contra de los dirigentes y organizaciones políticas, afecta también al Pueblo Colla. Sus actividades económicas son prohibidas: la minería, por uso de explosivos, alza de maquila, corte de leña, confección de carbón, etc. Y una vez más una parte de la población debe abandonar el territorio, la cordillera. Algunas familias se quedan en la alta cordillera con su ganado, terminando el uso de la guía de libre tránsito, favoreciéndose el robo de ganado y el cuatrerismo[174].

La imposición de medidas destinadas a restringir o eliminar las actividades de subsistencia, en especial el pastoreo y la explotación minera, obliga a algunas familias a abandonar las quebradas y a radicarse en pueblos y ciudades en busca de trabajo. Por otra parte, a mediados y a fines del período del gobierno militar se favoreció la constitución de la propiedad particular sobre algunas de las tierras ocupadas desde largo tiempo por miembros de las comunidades Collas, lo que provocó el desalojo y el desplazamiento de ellos hacia terrenos fiscales donde se encontraba el resto de la comunidad y en otros casos impuso el arrendamiento de las tierras a los Collas ocupantes y dejó en condición de precariedad a quienes se mantuvieron como ocupantes de sus territorios ancestrales sin reconocer dominio ajeno.

El trabajo minero se suspendió por las restricciones impuestas al manejo de explosivos para seguridad del gobierno militar, ya que los mineros adscribían al gobierno derrocado. También se produjo un impacto sobre la economía de estas comunidades al prohibirse la explotación de la leña y la fabricación de carbón, cuestión que fue dispuesta por la Corporación Nacional Forestal. También se intentó terminar con la actividad ganadera caprina por parte del Servicio Agrícola y Ganadero. Estas medidas destinadas a terminar con actividades productivas Collas y el poblamiento de la cordillera, bajo el pretexto de preservar especies vegetales, restringieron las actividades de subsistencia, al impedir que se recolectara leña, se fabricara carbón y al terminar con el pastoreo de la cordillera.

Estas restricciones afectaron a todas las familias Collas de la cordillera desde Potrerillos hasta río Jorquera, debiendo abocarse casi exclusivamente al trabajo de la ganadería, obligando a muchos Collas a migrar a pueblos y ciudades para desarrollar trabajos relacionados con la fruticultura en el valle de Copiapó, como empleados u obreros en ciudades o en faenas mineras, manteniéndose los vínculos familiares con los que se quedaron en la cordillera.

Otra de las medidas represivas, fue la disolución de los sindicatos a los que se encontraban adscritos los collas. En la Quebrada de Paipote se disolvió el Sindicato de Leñadores, provocándose una dispersión de las familias y socios, lo mismo sucedió en río Jorquera.

Las primeras organizaciones sociales Collas databan de 1955, cuando debido a los problemas de propiedad, se crea el Sindicato de Leñadores de San Andrés, el Sindicato de Leñadores y Crianceros de Quebrada Carrizalillo y Río Jorquera. A fines de los 60 es fundado el Sindicato Campesino Venceremos en Tierra Amarilla, después se crea la Federación de Sindicatos Campesinos Ranquil, afiliada a la Confederación Nacional Campesina e Indígena Ranquil. En el gobierno del Presidente Salvador Allende se formaron cooperativas agrícolas y mineras[175].

Cierra esta seguidilla de hechos de persecución política, social y económica, un episodio que aún conmueve a todas las familias Collas; este es la trágica muerte de las hermanas Quispe en el sector de La Tola-El patón, en circunstancias aún no aclaradas. Algunas versiones, señalan que la muerte fue producto de la acción de militares que las acusaron de ayudar a perseguidos políticos a cruzar la cordillera hacia la Argentina.

A pesar del clima de represión y restricciones a su economía y formas de subsistencia, los Collas conservaron la actividad ganadera, desarrollando el pastoreo y la transhumancia sobre los extensos territorios de las quebradas y la puna, lo que ayudó a mantener sus formas tradicionales de vida; sus ritos, así como la ocupación y uso del territorio.

En la década de 1980, comienzan a definirse los conflictos de tierras a favor de los particulares y el Fisco de Chile, marginando a los Collas del acceso a la propiedad territorial. El antiguo problema de tenencia de tierras que presentaba la hacienda Potreros de la Iglesia, mantenía pendiente su resolución. Por una parte, las familias Collas de Quebrada Paipote y río Jorquera hacían ocupación material y uso del territorio, pero a su vez el Fisco disputaba el dominio a la Sucesión Goyenechea y empresarios particulares exigían el reconocimiento y regularización de tierras ocupadas por las familias Collas.

La influencia de los grandes propietarios locales en el gobierno regional, en el período del general Augusto Pinochet, fue un factor importante para lograr el reconocimiento de tierras que comenzaban a cobrar valor para la producción de uva de exportación. Las tierras del valle del río Jorquera –parte de la hacienda Potreros de la Iglesia- eran reclamadas por Alfonso Prohens, uno de los principales empresarios frutícolas, quien logró que el Ministerio de Bienes Nacionales le reconociera en 1981 un total de 3.475 hectáreas en el sector más bajo del valle, cercano a la confluencia con el río Copiapó, con varios kilómetros de extensión sobre el fondo de valle hasta el sector de Salto de los Monos.

El reconocimiento de la propiedad de las tierras a Alfonso Prohens significó la formación de la Hacienda Jorquera y el inicio de un período de conflicto con las familias Collas que ocupaban estas tierras como invernada y sobre las que muchos crianceros de ganado habían mantenido sus posesiones por largos años. Finalmente se produjo el desalojo de aquellas; en 1989 Alfonso Prohens procedió sin orden judicial a expulsarlas, incendiando sus posesiones para obligarlos a abandonar las tierras.

En 1986, la Sucesión de Isidora Goyenechea, propietaria de la Hacienda Potreros de la Iglesia, logró por sentencia judicial que se le reconocieran un total de 2.928,56 hectáreas sobre los terrenos de invernadas de las Quebradas de Paipote y San Andrés, las que se encontraban ocupadas por familias Collas, a las que se obligó a pagar arriendo por las tierras para mantener sus posesiones. Otras familias quedaron como meros ocupantes dentro de la propiedad particular.

En el caso de los Collas de Potrerillos, las tierras de pastoreo y transhumancia de invernada en gran parte pertenecen a CODELCO División El Salvador, propietario de los predios “El Encanche” y “Vegas Quemada”. Respecto de estas tierras, CODELCO ostenta títulos de dominio en Vegas Quemada y el Encanche por una superficie no determinada y una Servidumbre minera otorgada por el Fisco de Chile de 1810 hectáreas, otorgada por D.S. 1284 del Ministerio de Tierras y Colonización de 1958. Mientras que en las zonas de veranada correspondían a tierras fiscales, lo que demostraba la precariedad de la posesión a pesar de haber habitado estos lugares por largo tiempo.

CODELCO ha facilitado el acceso de la comunidad Colla a estos territorios mediante la suscripción de contratos de comodatos, pero se ha negado terminantemente a transferir la propiedad.

Todo lo anterior trajo consigo un despoblamiento relativo de los espacios ocupados ancestralmente, debido a que muchas familias Collas migraron obligadamente a centros mineros, ciudades y pueblos cercanos, en busca de trabajo y educación para sus hijos, manteniéndose la actividad ganadera por familias que siguieron pastoreando sobre amplios territorios[176].

Las comunidades Collas enfrentan además disputas por las aguas con empresas mineras como Codelco-El Salvador, Minera Aldebarán-Cerro Casale, con particulares propietarios de las tierras de la Quebrada de Paipote, con empresas sanitarias que han captado las aguas para abastecimiento de pueblos, y con empresarios agrícolas del valle de Copiapó y la Junta de Vigilancia del río que han inscrito las aguas del río Jorquera. Los Collas han perdido sistemáticamente los derechos de aprovechamiento de las escasas aguas existentes en su territorio de poblamiento, impidiéndoseles la ampliación de los cultivos que favorezcan la producción agrícola de autosubsistencia y la alimentación complementaria del ganado.

A esto se suma que empresas mineras auríferas de carácter transnacional se instalan en su territorio, agotando el agua y contaminado el ambiente debido a la construcción de caminos en zonas de pastoreo, tranques de relaves y sistemas de procesamiento de minerales con elementos tóxicos, tales como el cianuro, ácido sulfúrico y arsénico; contaminando las napas de agua y riachuelos; transportando contaminantes sin control -“caravanas de la muerte”- derrame de ácidos y similares; almacenando y eliminando desechos tóxicos autorizados pero claramente inadecuados; contaminando con nubes de polvo, que contienen elementos tóxicos previamente derramados, provocadas por tránsito de vehículos en caminos en mal estado, etc.[177].

Por otra parte, en estos espacios cordilleranos prácticamente no existe inversión en infraestructura social y comunitaria, como escuelas, establecimientos de atención de salud permanente, movilización y otros servicios, quedando estas familias al margen de la mayoría de planes de desarrollo local por carecer del dominio de la tierra, obligándolas a distribuir a sus miembros entre la zona rural y urbana. En la primera, para mantener la actividad pastoril y en la segunda, para resolver problemas de educación de los hijos, trabajo y salud[178].

El Pueblo Colla hoy día ha sido desplazado de buena parte de su territorio histórico, debiendo emigrar hacia las ciudades en busca de sustento para sus familias. En efecto, hasta la fecha en el sector cordillerano las comunidades Collas no han logrado regularizar ni un metro de tierra a su nombre. Quienes viven en el campo y la cordillera, lo hacen bajo la forma de una precaria tenencia legal de las tierras y aguas, o simplemente careciendo de ellas, así como la transhumancia se practica sobre tierras que hoy son ajenas. Existe un reconocimiento respecto a la disminución del grado de discriminación en su contra, ésta aún se mantiene en la aplicación de las leyes, en el trato que les da la autoridad, en las ciudades y en las escuelas. Pese a ello, el hecho de haberse organizado en comunidades les ha posibilitado luchar por sus derechos, a pesar del estado de dispersión en el que se encuentran[179].

5. Pueblo Rapa Nui[180]

5.1. Los primeros contactos

El primer contacto con los europeos se produjo en 1722, cuando el marino holandés Jacob Roggeveen, arribó a la isla y la bautizó como Isla de Pascua. A esta primera incursión le suceden una serie de otras embarcaciones que arribaron a la Rapa Nui y que tomaron contacto con los isleños.

A partir del año 1862, ocurrió un hecho de tremenda importancia que acarreó consecuencias dramáticas para el pueblo rapa nui: la masiva deportación de esclavos hacia el Perú.

Entre el año 1862 y 1863, decenas de barcos se dirigieron a la isla con el objetivo de tomar a la población por la fuerza, para conseguir esclavos que trabajasen en las haciendas del Perú. Al menos mil quinientas personas -el 35% de la población rapa nui de esa época- fueron esclavizadas, y la inmensa mayoría murió en el continente[181]. Muchas de ellas correspondían a personajes relevantes de la isla, poseedores de una sabiduría ancestral, por lo que su exilio forzado generó un enorme e irremediable vacío en la memoria histórica de los rapa nui.

Una vez prohibida la esclavitud por parte del gobierno peruano, quince isleños retornaron a la isla, trayendo consigo enfermedades como viruela y tuberculosis, que diezmaron a la población. Esto generó como consecuencia un colapso demográfico de proporciones. En 1877 apenas un centenar de personas de la etnia sobrevivían en Isla de Pascua.

A partir de 1864 arribaron a Isla de Pascua un grupo de misioneros pertenecientes al Arzobispado de Tahiti. El asentamiento misionero trajo consigo los siguientes efectos respecto en la población Rapa Nui: primero, promovió su evangelización; segundo, trasladó a la población desde sus asentamientos ancestrales hasta las inmediaciones de la misión, en el sector que en la actualidad corresponde a Hänga Roa; y, tercero, dio comienzo a las primeras ventas de las tierras Rapa Nui, efectuadas por los isleños a favor del Arzobispado de Tahiti.

En el año 1868 llegó, proveniente de Tahiti, Doutrou Bournier, quien transformó a la isla en una hacienda y a los rapa nui en inquilinos bajo su mando. Posteriormente Bournier, en ejercicio de su irrestricto poder, se erigió rey de la isla. En este período, los rapa nui fueron trasladados por Bournier de sus territorios originales y asentados en Hanga Roa y los misioneros abandonaron la isla tras haber entrado en conflicto con Bournier.

En 1876, Doutrou Bournier murió asesinado, al parecer, a manos de isleños cansados de sus abusos. Después de su muerte, su hijo, Tati Salmón, continuó con la explotación de la Isla de Pascua hasta el año 1888.

5.2. Las adquisiciones irregulares de tierras en Rapa Nui

Los primeros en adquirir tierra rapa nui -que se incorporó al patrimonio del Arzobispado de Tahiti- fueron los misioneros. Adquirieron un total de 635 hectáreas, compraventa que consta en dos escrituras certificadas y celebradas en presencia de testigos[182]. Algunas versiones dan cuenta que una parte de estas tierras se obtuvieron como pago de pasajes para el traslado de rapa nui a la misión católica de Mangareva, donde prestaban servicios para los mismos misioneros[183].

Otro adquirente de tierras es Doutrou Bournier, quien con ánimo expansionista, se dedicó a “comprar” tierras a los rapa nui. Según los relatos, la venta se hacía bajo presiones ilegítimas[184].
En 1875, la sociedad constituida por Bournier y el comerciante residente en Tahiti John Brander (a cargo de la explotación ganadera de Isla de Pascua), se habría apropiado de una gran cantidad de tierras[185].

A la muerte de Bournier y Brander, en 1876 y 1877 respectivamente, se originaron una serie de litigios por herencia entre las sucesiones de ambos y el Obispo de Tahiti, quien recurrió de amparo solicitando la protección de los derechos rapa nui sobre el territorio[186]. El tribunal de alzada de Papeete - Tahiti, rechazó el recurso interpuesto por el obispo en representación de los rapa nui, argumentando que la demanda de amparo no había sido interpuesta conforme a las solemnidades exigidas por la ley francesa y que no constaban por escrito los derechos de propiedad de los naturales, procediéndose con fecha 24 de junio de 1886 a adjudicar todos los bienes de la Sociedad Bournier – Brander al Sr. John Brander hijo. La extensión de estas propiedades se estimaba en 2.275 hectáreas[187].

Existen antecedentes de otras compras efectuadas a los isleños por parte de los hermanos Aru Paca y Tati Salmón, cuyas propiedades según lo atestiguado por John Brander –socio de Bournier– comprendían 706 hectáreas, amén de otros 19 pequeños predios, situados alrededor de la isla[188]. Respecto a los métodos usados por los hermanos Salmón para apropiarse de estos territorios, no existen antecedentes.

5.3. El acuerdo de voluntades o la toma de posesión por el Estado chileno

En el año 1870, la corbeta de nacionalidad chilena O´Higgins, recaló en Pascua al mando del capitán Ignacio Gana. En dicha embarcación viajaba en calidad de cadete don Policarpo Toro Hurtado, quien a la postre fue el promotor de la anexión de Isla de Pascua al territorio chileno[189].

Desde el establecimiento de la misión católica, el obispo de Tahiti, Monseñor Tepano Jaussen, se preocupó de la situación de la isla, abogando para que Chile tomara posesión de ella[190]. Con este fin escribió varias cartas a las autoridades eclesiásticas chilenas impulsándolas a realizar gestiones para comprometer al estado en la compra de las tierras de la iglesia. Finalmente, el obispo decidió ceder la jurisdicción eclesiástica de Isla de Pascua al arzobispado chileno.

Por su parte, el capitán de corbeta Policarpo Toro, redactó en 1886 un documento destacando la importancia estratégica de Isla de Pascua para los intereses marítimos y militares del estado chileno[191].

En abril de 1888, el Ministro del Gobierno de Chile, Vicente Dávila Larraín, otorga a Policarpo Toro una instrucción para la compra de propiedades en la isla, comisionándolo para pagar 2.000 libras esterlinas a los particulares no rapa nui que pretendían derechos de propiedad en Pascua, específicamente destinados a la compra de los derechos de propiedad de los hermanos Salmón[192].
En mérito de lo expuesto en los párrafos precedentes, se concluye que el capitán Policarpo Toro, previo al acuerdo de voluntades, obtuvo el traspaso de jurisdicción eclesiástica del arzobispado de Tahiti al de Santiago, la escritura de compraventa de las propiedades de los hermanos Salmón (706 hectáreas) y un compromiso de venta de las propiedades de John Brander hijo (2.275 hectáreas).

El 9 de septiembre de 1888 se suscribió un acuerdo de voluntades entre el capitán de corbeta Policarpo Toro, en representación del Estado chileno, y el Ariki Atamu Tekena, secundado por el Consejo de Jefes Rapa Nui. Este acuerdo de voluntades tuvo como preciso objeto establecer las bases de la relación entre el Estado chileno y el pueblo rapa nui.

El texto del acuerdo de voluntades consta en un documento redactado por un lado en castellano y, por el otro, en rapa nui antiguo y tahitiano, cuyas copias persisten actualmente. Conforme a dicho acuerdo de voluntades, los gobernantes rapa nui y el capitán Policarpo Toro, convinieron lo siguiente:

Con posterioridad a la suscripción del acuerdo de voluntades, el gobierno chileno trata sin éxito de realizar un proceso de colonización en Isla de Pascua.

El 3 de septiembre de 1895, la isla es arrendada por el Estado chileno al ciudadano de origen francés Enrique Merlet, a cuya administración se atribuye “toda clase de tropelías” en contra de la población rapa nui: quema de plantaciones, trabajos forzados, maltratos y otras de similar naturaleza.

Cabe anotar que en junio de 1896 se creó la Subdelegación Marítima de Isla de Pascua, que queda dependiente de la Gobernación Marítima de Valparaíso. Como subdelegado marítimo se nombró a Alberto Sánchez Manterola, no obstante éste fue contratado por Merlet como administrador. En tal cargo, Sánchez no dudó en usar sus poderes de agente del Estado para ponerlos al servicio de los negocios de Merlet y de los propios. Sánchez era propietario de la pulpería que surtía de víveres y ropa a la población rapa nui. Otros administradores sucedieron a Sánchez Manterola, los que continuaron con las prácticas de este último[197].

Esta situación se extendió hasta 1903, año en que Merlet firmó la escritura de traspaso de propiedades a favor de la compañía inglesa “Williamson & Balfour”, que creó la Compañía Explotadora de Isla de Pascua.
Para materializar esta compraventa, Merlet intentó inscribir a su nombre los terrenos de la isla, a raíz de lo cual se suscitaron serios conflictos entre los arrendatarios y el gobierno de Chile. Se creó una comisión consultiva para estudiar la situación, la que recomendó al gobierno inscribir la propiedad de las tierras rapa nui a nombre del fisco de Chile, habida consideración de la ausencia de dominios particulares inscritos en dicho territorio. La inscripción se verificó el 11 de noviembre de 1933 y se fundó en lo dispuesto en el artículo 590 del Código Civil, que dispone que: “Son bienes del Estado todas las tierras que estando situadas dentro de los límites territoriales, carecen de otro dueño”.

Siguiendo el procedimiento establecido en el reglamento del Conservador de Bienes Raíces[198], la inscripción fue publicada en el diario El Heraldo de Valparaíso como medida de publicidad, pero de ella jamás tomaron conocimiento los interesados y, por lo mismo, no hubo oposición por parte del pueblo rapa nui que impidiera la inscripción.

Con posterioridad a la inscripción, la isla continuó siendo arrendada por la Compañía Explotadora de Isla de Pascua hasta el año 1952, y por igual período continuaron los abusos y arbitrariedades de que fue víctima la población rapa nui a manos de ésta.

En el año 1953 la dependencia de la Isla de Pascua se traspasó a la Comandancia en Jefe de la Armada, que delegó su administración en la Comandancia de la Primera Zona Naval. Cabe señalar, en todo caso, que desde 1917 la isla estaba sometida a las autoridades, leyes y reglamentos navales. Bajo la administración de la armada, que se extendió hasta el año 1965, la situación de la población rapa nui experimentó una mejoría, expresada en la instauración de un servicio de flete gratuito para los isleños, aumento de la variedad de bienes disponibles en la pulpería, incremento de salarios pagados a los isleños empleados en las faenas de la hacienda y regalías, mejoramiento de las instalaciones sanitarias, entrega bajo títulos provisorios de terrenos a parejas jóvenes. Además, desde 1953, se impartió educación hasta 6º básico y se proporcionó a los alumnos desayunos y almuerzos.

Pero la población también sufrió abusos y arbitrariedades bajo la administración de la armada. Las restricciones para el libre desplazamiento de los rapa nui se mantuvieron, se sometió a las personas a castigos arbitrarios, se instauró el toque de queda para los indígenas, quienes debían recluirse en sus viviendas a las 21:00 hrs. y continuaron los lunes fiscales, día semanal destinado a trabajo gratuito en favor del fisco chileno.

5.4. La resistencia rapa nui y el cambio en la relación entre el Estado y el pueblo Rapa Nui: 1965 - 1973

La resistencia de los rapa nui a los abusos fue constante. Desde la rebelión de María Angata, en 1914, otros movimientos de resistencia se manifestaron en la isla, sin lograr sus objetivos.

En 1964, el isleño Alfonso Rapu lideró una rebelión que puso fin a la administración de la armada de Chile y presionó por un cambio en la situación de sometimiento que abatía a los rapa nui. Rapu, profesor formado en las ideas liberales, retornó a la isla decidido a promover cambios en la situación a que estaban sometidos los indígenas. Con este fin convocó a un importante grupo para iniciar una rebelión y, junto a Antonio Tepano, Kiko Paté, Germán Hotu, Guillermo Tori, Matías Riroroko, Edmundo Edwards y Juan Mau Mau, escribieron una carta al presidente Eduardo Frei Motalva, que hicieron llegar en forma clandestina a La Moneda. En ésta expresaban su deseo de formar parte del país y contar con los derechos de todo ciudadano chileno, denunciando la “tiranía” existente en la isla, y el régimen de amenazas al cual estaban sometidos, además del encierro y los numerosos abusos que sufrían.

A continuación organizaron, al margen de la ley, una elección democrática de alcalde. Luego de vanos intentos de la autoridad por contrarrestar el movimiento, la activa movilización de las mujeres obligó a la autoridad a aceptar la elección. A raíz de estos acontecimientos se inició un debate parlamentario sobre la situación de la isla que se extendió por más de un año. Luego de estas discusiones, en 1966 se promulgó la ley 16.441, denominada también “Ley Pascua” que creó el departamento de Isla de Pascua y a través del cual, la isla se incorporó al sistema de gobierno civil, otorgándole a los rapa nui la ciudadanía chilena.

Cabe consignar que con anterioridad a la dictación de la Ley Pascua, los rapa nui -para los efectos del derecho chileno y del derecho internacional- eran apátridas, no tenían nacionalidad y, por tanto, no eran considerados sujetos de derecho por ningún ordenamiento jurídico.

La Ley Pascua, otorgó beneficios especiales a los rapa nui, tales como: exención tributaria, reconoció su derechos a la tierra y estableció un procedimiento de regularización, contenía normas de protección a las tierras que se traduce en la prohibición de venta de tierras a extranjeros, y contempló normas de excepción en materia de administración de justicia que se tradujeron en considerar elementos culturales como circunstancias atenuantes de responsabilidad criminal. Se instalaron diversas reparticiones de gobierno en la isla, entre ellas el Ministerio de Tierras y Colonización (hoy Ministerio de Bienes Nacionales) y la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO), que pasó a administrar los bienes que antes dependían de la armada.

En la discusión parlamentaria que tuvo lugar con ocasión de la dictación de la Ley 16.441, ambas Cámaras del Congreso acordaron por unanimidad hacer devolución de la tierra a los pascuenses. Sin embargo, en esa oportunidad la CORFO se opuso a esta iniciativa argumentando que las condiciones de erosión que presentaba el suelo en rapa nui aconsejaba su reforestación. En su argumentación CORFO señalaba que la reforestación permitiría recuperar la capa vegetal y, una vez que ello ocurriera, se procedería a la restitución de las tierras a los isleños. Siguiendo esta política de reforestación, la CORFO procedió a plantar grandes áreas del territorio insular con eucaliptos, pero no promovió la restitución de tierras a los isleños.

En 1966 se creó el Parque Nacional de Turismo de Isla de Pascua con casi 7.000 hectáreas de extensión.

Durante el gobierno de Salvador Allende se impulsó un plan de desarrollo de Isla de Pascua y la creación de un Consejo de Desarrollo con una amplia representación rapa nui. Se promovió el desarrollo de cooperativas y el trabajo colectivo, induciendo a los isleños a incorporarse al proyecto socialista que ejecutaba el Estado. Estas acciones son de cargo de la Oficina de Isla de Pascua, perteneciente a ODEPLAN, creada en 1972.

En 1972 se creó la CONAF y se incorporó el Parque de Isla de Pascua al Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas (SNASPE). A partir de esa época recibió la denominación de Parque Nacional Rapa Nui, con 4.755 hectáreas[199].

5.5. La regularización del dominio Rapa Nui, una nueva era de conflictos:
1973–2003

En 1979, el gobierno militar dictaminó, a través de la dictación del D.L. 2.885, la regularización de la propiedad mediante el otorgamiento de títulos gratuitos de dominio a los poseedores regulares. El área objeto de regularización no se refería al territorio ancestral rapa nui, sino que a la regularización del área donde estos fueron reducidos y radicados a fines del siglo XIX.
Los rapa nui se opusieron a esta normativa y generaron una fuerte resistencia. Reconstituyeron el Consejo de Ancianos, entidad que lideró la lucha por la recuperación de las tierras y la oposición a la regularización.

Entre las acciones que propició el Consejo de Ancianos destacan:

En 1980, el gobierno militar decidió traspasar las funciones que hasta ese momento cumplía la CORFO (producción eléctrica, agua potable, manejo del muelle y administración del fundo Vaitea) a la Sociedad Agrícola y de Servicios de Isla de Pascua (SASIPA), como empresa filial de CORFO. El fundo Vaitea se convirtió en un verdadero feudo territorial, dedicado a la producción ganadera, reforestación y promoción de estaciones experimentales de productos agrícola.

En 1985, el Estado de Chile concesiona a Estados Unidos una parte de la isla para ampliar la pista de aterrizaje del aeropuerto Mataveri, con el objeto de que esta pista sirviera de alternativa para los transbordadores espaciales norteamericanos.

Con el advenimiento de la democracia en Chile, a principios de los noventa, parecía surgir una nueva oportunidad para la relación entre el Estado de Chile y el pueblo rapa nui. Representantes de la etnia concurrieron al Encuentro de Nueva Imperial promovido por la Concertación de Partidos Políticos por la Democracia (1989), donde se sentarían las bases de un nuevo acuerdo institucional entre los pueblos indígenas de Chile y este conglomerado político, representado por el candidato a Presidente de la República don Patricio Aylwin Azócar.

Los términos del acuerdo de Nueva Imperial dividieron las posturas entre los rapa nui. Algunos encontraron en él respuesta a sus demandas y otros estimaron que no satisfacía los intereses de su pueblo. Las posturas se polarizaron, el Consejo de Ancianos se fraccionó dando origen a un segundo Consejo de Ancianos, autodenominado Consejo de Ancianos N° 2.

Sólo el Consejo de Ancianos N° 1, liderado por don Alberto Hotus Chávez, continuó en la senda del Acuerdo de Nueva Imperial, instó por la dictación de la Ley Indígena y la incorporación en la misma de normas especiales relativas al pueblo rapa nui. Una vez dictada la ley, esta facción de los Rapa Nui participó de las instituciones que creó la nueva normativa. El grupo que conforma el Consejo de Ancianos N° 2, mantuvo su disidencia y se opuso permanentemente a la Ley Indígena y sus instituciones.

En 1993, el Estado dicta la Ley indígena 19.253, sobre protección Fomento y Desarrollo de los Indígenas, que contiene normas especiales que regulan la relación entre el Estado de Chile y el Pueblo Rapa Nui, título VIII, párrafo 3°, artículos 66 y siguientes, denominado “Disposiciones particulares Complementarias referidas a la Etnia Rapa Nui o Pascuense”. Los alcances de esta normativa respecto al Pueblo Rapa Nui o Pascuense, al igual que respecto de los otros pueblos, serán tratados en el capítulo siguiente.

6. La situación particular de los pueblos de los canales australes[200]

6.1. Los Aónikenk

La instalación por el gobierno chileno del Fuerte Bulnes en 1843 –en la punta Santa Ana- y la fundación de Punta Arenas en 1848, ambos a la orilla del Estrecho de Magallanes, fueron hitos que marcaron el inicio del proceso colonizador del territorio Aónikenk. Desde un comienzo, los indígenas se acercaron en actitud amistosa a estos asentamientos, estableciendo con los afuerinos relaciones pacíficas basadas en el intercambio de sus bienes (pieles, plumas, carne de guanaco) por productos traídos por los afuerinos (yerba mate, azúcar, tabaco, alcohol, etc.)[201].

En 1844 el cacique Santos Centurión (de origen mestizo) y el gobernador, sargento mayor, Pedro Silva suscriben un “Tratado de Amistad y Comercio”, en virtud del cual se convino el libre tránsito y comercio entre las partes, a cambio del reconocimiento por los indígenas de la jurisdicción chilena sobre el territorio patagónico. Más allá de las normas destinadas a regular la convivencia, lo más importante de dicho documento era “la declaración de Centurión y sus indios de reconocer el pabellón Chileno, como igualmente la nueva colonia que se ha formado. A esta expresión de voluntad se le dio el carácter de juramento, que se ratificó con el izamiento de la bandera de Chile y salva de cañones disparadas por las baterías del fuerte Bulnes”[202].

En 1845 el mismo cacique y su lenguaraz (traductor) son invitados a Santiago y allí agasajados. El interés de las autoridades chilenas en ganar la confianza de los indígenas, tenía por objeto establecer a través de ellos la soberanía nacional en las tierras patagónicas disputadas en aquel tiempo con Argentina. En 1857 se asignaría una pensión de gracia al cacique Casimiro, además de otorgarle el grado honorífico de capitán de ejército. Paralelamente, se entregaron a los restantes jefes indígenas diversos obsequios, además de una bandera chilena para que la llevasen consigo en sus desplazamientos[203].

El fuerte aumento poblacional experimentado a contar de 1860 en Punta Arenas[204], el auge económico, la proliferación de la industria maderera y aurífera, la caza de mamíferos, el comercio y la delimitación de las jurisdicciones territoriales de Chile y Argentina en virtud del tratado de Límites de 1881, entre otras causas, desperfilaron el interés estratégico de las autoridades chilenas por mantener buenas relaciones con los Aónikenk.

El auge de la actividad ganadera ovina, a partir de 1878, determinó que el Estado concesionara a particulares los territorios Aónikenk. La presencia de estos nuevos colonos marcó una época de graves abusos contra de los indígenas que provocaron que los Aónikenk abandonaran gradualmente el territorio chileno, para asentarse en territorio argentino[205]. Entre 1885 y 1890 la expansión colonizadora ganadera comprometía los campos de Dinamarquero y Bautismo, y las llanuras de la cuenca de la laguna Blanca, tradicionales zonas de caza. Los Aónikenk vieron limitada su área territorial, la que se extendía de occidente a oriente por dos centenares de kilómetros, desde Morro Chico y valle del Zurdo a los terrenos volcánicos del río Chico, a ambos lados de la frontera chileno-argentina[206].

En 1893, el gobernador de Magallanes, Manuel Señoret, dispuso la creación de una comisión exploratoria por los campos de la cuenca de la laguna Blanca con el fin de verificar el estado de la colonización y su desarrollo, instruyendo a sus integrantes para que ubicaran a los Aónikenk que se encontraban en esa parte del territorio, “se impusieran sobre sus costumbres y consideraran la posibilidad de extendérseles concesiones para el caso que quisieran adoptar hábitos más sedentarios y establecerse de modo permanente bajo jurisdicción nacional. Señoret buscaba con ello darles una seguridad siquiera relativa a los indígenas, para que prosiguieran su existencia libre de perturbaciones por parte de los colonos”[207]. Luego de reiterados reclamos, el cacique Mulato consiguió del gobernador de Magallanes, la concesión provisoria de 10 mil hectáreas fiscales que ocupaban en el río Zurdo. Dicha concesión fue provisoria y no aseguró la permanencia definitiva de los indígenas en dichas tierras, las que además eran absolutamente insuficientes en tamaño para garantizar su subsistencia.

A pesar de la concesión, los colonos continuaron hostigando a los Aónikenk. El cacique Mulato, al no encontrar respuesta a sus demandas y reclamos en la gobernación de Magallanes viajó a Santiago a entrevistarse con el Presidente de la República de ese entonces, Federico Errázuriz Echaurren, quien lo escuchó y prometió hacer justicia. Sin embargo, los problemas persistieron.

Un contagio de viruela diezmó a Mulato y su gente, reduciéndose significativamente la población aborigen de la Patagonia chilena y argentina. Los sobrevivientes huyeron hacia territorio argentino y en poco más de medio siglo este pueblo habría prácticamente desaparecido del territorio chileno. Sólo quedaron en territorio nacional aquellos que habitaban en el valle de Vizcachas, los que luego fueron expulsados hacia Argentina por la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, que había adquirido en 1905 la propiedad de los campos donde se encontraban sus cotos de caza.

Los Aónikenk fueron vistos por última vez en territorio chileno alrededor de 1927. Los indígenas provenían de Kilik-Aike, localidad al norte de Río Gallegos, Argentina, y se desplazaban esporádicamente a la Patagonia chilena para cazar guanacos.

6.2. Los Selk’nam

En 1883, por decisión del gobierno chileno, se inició en el territorio Selk’nam la colonización ganadera. La primera concesión de tierras a extranjeros -la sociedad Werhahn y Cía.- en el año 1885, fue de 123 mil hectáreas, en las que fueron introducidas 600 ovejas traídas de las Islas Malvinas. En 1889, José Nogueira obtiene del gobierno chileno la concesión de 180 mil hectáreas, y Mauricio Braun una de 170 mil hectáreas. En 1890 nuevamente Nogueira obtiene una concesión del gobierno de un millón nueve mil hectáreas. Estas tierras constituyeron la base de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego constituida en 1893[208].

Debido al pensamiento imperante en la época, los colonizadores consideraban que con su presencia llevaban a cabo una labor civilizadora que era amparada por la autoridad y las leyes del Estado. Los indígenas sólo eran un obstáculo que debía ser superado.

Los Selk’nam no estaban informados de los arreglos entre los estancieros y el gobierno, y siguieron considerando la isla grande de Tierra del Fuego como su territorio, atraídos por la masiva presencia del ganado ovino. Ante los conflictos que surgen con algunos estancieros, buscaron llegar a acuerdos pacíficos, solicitando para ello la mediación de los misioneros anglicanos establecidos en la zona del Beagle. Entre 1881 y 1894, la reacción de los europeos no pasó más allá de la aplicación de castigos a los indígenas. Durante ese período la población extranjera ocupaba únicamente algunos puntos del sector costero occidental de la isla, entre el cabo Boquerón y bahía Lomas, por lo que resultaron afectadas sólo las parcialidades indígenas que transitaban por allí[209].

La Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego impulsó una práctica más agresiva en contra de los indígenas, ya que al ocupar la totalidad del territorio que le correspondía, y que era el centro del territorio Selk’nam, introdujo ganado, erigió centros de trabajo y cercó los campos, restringiendo la movilidad de los pobladores originales; para resguardar su propiedad contrató personal especializado para vigilarlos imponiendo una política de guerra, con el objeto de dejar sus campos “limpios” de indígenas para la colonización pastoril. Este personal junto al de otras estancias sería el responsable directo de la muerte de más de 300 indígenas.

Frente al recrudecimiento de esta situación, en 1895 el R. P. José Fagnano, sacerdote salesiano a cargo de la Misión de San Rafael, ubicada en la isla Dawson, propone al Consejo Directivo de la Sociedad Explotadora que por cada selk’nam transportado desde las estancias a la Misión se le pagaría una suma de dinero a la Sociedad, la que fue convenida en una libra esterlina[210]. Esta acción de los misioneros, tenía por objeto promover la civilización de los Selk´nam y mantenerlos con vida. La misión de Dawson había sido fundada por Monseñor Fagnano en el año 1888, y en un principio estuvo destinada a los kawésqar. La isla había sido concesionada a la misión salesiana por el gobierno chileno –mediante decreto del 11 de junio de 1890- por un período de veinte años (1890-1910), durante los cuales funcionó la Misión de San Rafael, pero en el año 1912 la isla es devuelta al gobierno, al negarse éste a prorrogar la concesión[211].

Sin embargo, de acuerdo a un informe del gobernador de Magallanes, Manuel Señoret, el sistema utilizado por los misioneros para introducir a los indígenas a la civilización no era el más adecuado para los intereses estatales. Señoret consideraba que los indígenas debían ser integrados por medio de la asimilación de costumbres de colonos chilenos establecidos en su propio territorio, sin necesidad de arrancarlos de allí.

El gobernador consideraba que la estrategia adecuada era que se establecieran puestos militares en Tierra del Fuego, para lograr el triple propósito que perseguía el Gobierno de Chile: “civilización de los indios, colonización de la isla y protección eficaz para el tranquilo desarrollo de sus industrias”[212]. Tal como se había hecho en la Araucanía mediante la fundación de pueblos, y la instalación de líneas de telégrafos y ferrocarriles, para conseguir “dominarlo y civilizarlo”.

Producto del acuerdo establecido entre la Sociedad Explotadora y los misioneros, entre los años 1894 y 1898, un número superior a ochocientos Selk’nam fueron trasladados hasta la misión, lugar donde, en su gran mayoría, murieron como consecuencia de la inactividad, el desarraigo y las enfermedades que allí contrajeron, en especial la neumonía, tuberculosis, sarampión y sífilis. En 1895, 111 selk’nam, 48 hombres y 63 mujeres, habitaban allí; un año después, debido a la presión del hambre y un invierno excepcionalmente riguroso, algunas decenas más se dejaron transportar hasta dicha misión. En 1899, el número había ascendido a 108 hombres y 170 mujeres, entre selk’nam y kawésqar, que también había sido recluidos allí. Su instalación en Dawson, alejados de su territorio de origen y de la sociedad a la que se pretendía adaptarlos, terminó por convertirse en un error –si bien involuntario- que trajo resultados desastrosos, debido fundamentalmente a la forma de trabajo utilizada, similar al de una industria, en el que fue empleada la población masculina tanto selk’nam como kawésqar[213].

La Sociedad Explotadora buscaría posteriormente el apoyo de las autoridades para erradicar a los selk’nam de la isla; para obtenerlo se utilizó como subterfugio la exageración de las pérdidas ocasionadas por los indígenas a fin de impresionar al gobierno. La Sociedad trató de presionarlo para que sobre él recayera la responsabilidad de erradicar a los selk’nam, manifestando al gobernador Señoret en agosto de 1894, la necesidad de enviar oficialmente un destacamento de 50 soldados para capturar a los indígenas, los que serían transportados a la misión de isla Dawson, en escampavías de la Armada Nacional.

Pero el gobierno de la época no se mostró dispuesto a colaborar con los colonizadores; “por el contrario, el Ministro de Relaciones Exteriores y Colonización escribió al gobernador Manuel Señoret manifestándole su desagrado por las violentas medidas que los hacendados adoptaban con los indios, aconsejándole que no se inmiscuyese en el asunto. Tal instrucción concordaba con el pensamiento que más tarde haría público el gobernador sur de la isla, permitiéndoseles vivir en libertad al amparo de fuerzas nacionales y al cuidado educativo de misioneros franciscanos”[214]. Durante los últimos años del siglo XIX la ocupación colonizadora fue llegando hacia las zonas interiores, cubriendo todo el distrito patagónico sudoriental, clave en el desarrollo de la economía pecuaria del territorio magallánico[215].

Pese a que los empleados de las distintas haciendas realizaban sus operaciones con bastante sigilo, fue imposible evitar que los hechos que ocurrían en la isla grande se hiciesen públicos. El rumor comenzó a extenderse desde la localidad de Porvenir, hablándose no sólo de castigos y persecuciones, si no de verdaderas cacerías donde los indígenas que lograban ser capturados vivos (mujeres y niños en su mayoría) eran tantos o más que eran muertos en los campos –hombres casi siempre- por resistirse a la captura.

El rumor llegó a oídos del senador por Llanquihue, Ramón Ricardo Rozas, quien denunció los hechos en el congreso, e interpeló al gobierno, reclamando protección para los selk’nam, mientras que los diarios El Porvenir, La Razón y El Chileno de Santiago hacían eco de tales denuncias, generándose una suerte de polémica al contestar Ramón Serrano[216], dichas denuncias por medio de La Libertad Electoral[217].

La autoridad ante estos y otros antecedentes hizo más severa su actitud frente los estancieros, pero un nuevo suceso cambió la situación. En la noche del 13 de enero de 1896, un grupo de selk’nam intentó robar ganado en la hacienda San Sebastián, dicha acción fue impedida siendo capturados siete de ellos y quedando varios muertos. Cuando se trasladaban los apresados, el 18 de enero, para su posterior embarque a la isla Dawson, los indígenas atacaron y mataron a sus guardianes. Apenas enterado de ello Mauricio Braun, solicitó protección al gobernador, quien de inmediato dispuso que 6 soldados, al mando del capitán de ejército Ramiro Silva, fuera destinada a Tierra del Fuego a fin de patrullar los campos[218].

La cuestión indígena en esta zona entró en una etapa de abierta confrontación. En adelante ya no hubo consideración alguna para los indígenas, a los que se les persiguió sin piedad y se les atacó donde se les encontrara, mientras los que eran capturados vivos fueron enviados a la misión de Dawson. La violencia de aquellos se fue intensificando; la presencia de los soldados fue particularmente útil a la Sociedad Explotadora -que así se liberaba de la molestia de tener que perseguir y capturar con su propio personal a los indígenas[219].

Los sucesos que alcanzaban conmoción pública dieron lugar a un proceso judicial para su esclarecimiento. El ministro de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, Manuel A. Cruz, había llegado en visita judicial extraordinaria a Magallanes, se hizo cargo del proceso y realizó diligencias conducentes al esclarecimiento de los hechos. El caso fue finalmente sobreseído, no obstante, el ministro Cruz consignó en su informe la brutalidad de los hechos que inquietaban a la ciudadanía:

“.. la voz pública acusa en Punta Arenas a aquellos empleados i a sus jefes superiores de crueles e innecesarias vejaciones cometidas en las personas de los indios i de sus mujeres i aún de odiosos asesinatos perpetrados con refinada maldad para evitar aquellas depredaciones”[220].

Estos sucesos y otros que siguieron, llevaron a que en alrededor de 20 años fueran eliminados los indígenas de Tierra del Fuego, dejando “libre” el territorio a la colonización ganadera. Martín Gusinde calculó que hacia 1860, los selk’nam debían llegar a un número de 3.500 personas en toda la isla. Julius Popper[221], uno de los personajes más siniestros en el proceso de exterminio de los indígenas de la Patagonia, y John M. Cooper –encargados de inspeccionar el terreno aurífero- estimaron que en 1891 para todo el territorio, la población llegaba a 2.000 personas. El gobernador de Magallanes Manuel Señoret calculó en 1894 un número de 1.500 personas, únicamente en la sección chilena de Tierra del Fuego. El censo de población 1895, arrojó el número de 1.500; al mismo tiempo el explorador Otto Nordenskjold calculó de visu en 500 el número de Selk’nam, cifra que debía referirse exclusivamente a la zona norcentral de la isla, recorrida por aquél.

De los datos precedentes puede inferirse que entre 1891 y 1894 el número de Selk’nam haya fluctuado entre 1.200 y 1.500, siendo tal vez más precisa esta última cifra si se consideran los datos de deportaciones y la probable cantidad de bajas que se darían más adelante[222].

De esta forma, en 1881 la población aborigen de la parte chilena de la isla podría haber llegado a 2.000 individuos aproximadamente, cantidad que pudo haberse reducido a lo menos en una cuarta parte durante los trece años siguientes, debido a los estragos que produjeron las enfermedades recibidas en su contacto con los blancos (tuberculosis, gripe, neumonía, sarampión, difteria, sífilis). A ello deben agregarse las bajas producidas en los encuentros ocasionales con mineros y exploradores, y producto de las luchas entre parcialidades -comunes entre los indígenas- además de las acciones de represalia de los primeros hacendados. Así, puede establecerse como probable una población Selk’nam de 1.500 personas al momento de radicarse en la isla la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, en 1893[223].

Ya en 1910, su número había disminuido drásticamente llegando a un centenar de personas, radicada en las misiones salesianas de Dawson o Río Grande, o que se había refugiado en las estancias de la familia Bridges –a cargo de la Misión Anglicana de Tierra del Fuego- (Harberton y Viamonte), o en las inmediaciones del lago Kami o Fagnano, ambos ubicados en el sector argentino, en la zona boscosa y cordillerana al sur de la isla.

Cuando Martín Gusinde recorre Tierra del Fuego, en 1920, la población Selk’nam era aún menor; de acuerdo a sus estimaciones alcanzaba a 279 indígenas, 216 de los cuales habitaban en el campamento del Río del Fuego, 32 en el del Lago Fagnano, ambos creados a comienzos del presente siglo por la misión salesiana subsistente, una persona en la misma ciudad y otra en Harberton, todas ellas en Argentina, mientras que otros 20 indígenas vivían repartidos en las estancias en el sector chileno de la isla. Para 1966 quedaban aún 13 indígenas de origen selk’nam, mayoritariamente mestizos, en el sector argentino de la isla. En mayo de 1974, muere en la ciudad de Río Grande, Angela Loij, la última Selk’nam, quien pasó gran parte de su vida en el último reducto de este pueblo, en la cabecera del lago Fagnano[224].

6.3. Los Yagán

El auge de la actividad minera y el comercio en las islas al sur del Beagle, llevaron al gobierno chileno a fines del siglo XIX a desarrollar un plan de colonización en la zona, que correspondía al territorio del pueblo Yagán. El gobernador Daniel Briceño, es el primero en dar a conocer al gobierno lo que sucede en esos territorios, destacando la importancia que tenía el oro como un efectivo agente poblador[225], pero sin mencionar hasta ese momento la existencia de población originaria.

Para resguardar el interés nacional en esta región, el mismo Briceño proponía un plan, sobre el que casi sin variaciones se planteará la colonización y desarrollo de las Islas en los siguientes ochenta años.

Como parte de esta iniciativa se crea Puerto Toro en la isla Navarino y la instalación de la línea marítima regular entre Punta Arenas y el área habitada por los Yagán[226]. A partir de 1891, la gobernación de Magallanes otorgó sucesivas concesiones provisorias de los terrenos de isla Navarino en favor de colonos particulares, como la de Isla Navarino a favor de Pedro García y Roberto Fernández, en marzo del mismo año, la de isla Lennox a Carlos Williams. En 1896 se conceden 40 hectáreas de la isla Picton a Thomas Bridges, para que allí construyese un aserradero, la que años más tarde se extendió a toda la isla para la crianza de ganado. A comienzos del siglo XX, las tierras ancestrales de los Yagán tanto del sur como del norte del Beagle fueron ocupadas por extranjeros[227].

Martín Gusinde estimaba que la población Yagán en 1923 era de setenta personas, quienes aún mantenían su nomadismo, vivían de la pesca y caza, y conservaban varias de sus costumbres religiosas. Hacia 1946, los Yagán sumaban sesenta y tres personas (diecinueve sin antecedentes de mestizaje), experimentaban un fuerte proceso de aculturación y descenso demográfico, por muerte o mestizaje[228]. Para fortalecer su presencia en los territorios al sur del Beagle, el gobierno chileno comienza a realizar importantes obras públicas en Puerto Luisa, con el fin de establecer allí una base naval, que hoy corresponde a Puerto Williams, la que en pocos años fue dotada con servicios públicos tales como posta asistencial, escuela, etc. Para la década del sesenta, los escasos sobrevivientes Yagán se habían refugiado en las áreas de Puerto Remolinos (Argentina), y Mejillones e Isla Navarino en Chile, en terrenos concedidos a la familia de John Lawrence[229].

Sin embargo, por órdenes de las autoridades navales de Puerto Williams, los residentes en bahía Mejillones (base de la Armada) comenzaron a ser erradicados a contar de los años sesenta en Villa Ukika, distante a dos kilómetros de dicho lugar. El objetivo era acercar a esta población servicios tales como el Hospital, la Escuela y la Policía, de tal manera que la última familia abandona Mejillones en 1971[230].

Los efectos del traslado a Ukika pronto se harían visibles; ya para comienzos de la década del setenta, además de que la población llegaba a unas 58 personas, tuvo una gran incidencia en el proceso de aculturización de este pueblo. La utilización de los servicios de salud, educación, y comunicaciones, y el contacto permanente con la cultura nacional, llevaron a la pérdida de los pocos patrones culturales ancestrales que conservaban y que estaban presentes hace 20 años atrás[231].

La mayor parte de la población laboralmente activa de isla Navarino, vive de los ingresos que le reportan diversas actividades. Una de ellas es la venta de artesanías tradicionales, consistente en cestería confeccionada con juncos, y antiguas canoas Yagán hechas de corteza de madera o cuero de lobo marino vendidas por los artesanos directamente a los turistas, tanto en sus propios hogares como en un quiosco instalado por la municipalidad de Puerto Williams en el muelle[232].

Otra de sus actividades es la comercialización de productos del mar, principalmente centolla y centollón, para lo cual disponen de tres embarcaciones de su propiedad. Los productos obtenidos -entre nueve y diez meses al año cuando la captura de estas especies es permitida-, son mayoritariamente vendidos a las industrias centolleras existentes en el área[233]. La carpintería de ribera, elaborando embarcaciones pesqueras (embarcaciones de tamaño medio hechas con madera local), es complementada con la pesca. El resto de la población laboral activa vive principalmente del desarrollo de trabajos ocasionales; los hombres especialmente en construcción y turismo, y las mujeres en servicios de hogar y restaurantes[234].

En términos generales, el presente del Pueblo Yagán está marcado por una lógica de subsistencia, y la mayor parte de él vive en condiciones de pobreza[235].

Hacia fines de los noventa, aproximadamente treinta de los integrantes de la comunidad Yagán de Navarino vivía en la Villa Ukika, la que está compuesta por un total de catorce viviendas, la mayoría de ellas construida y ocupada por sus dueños, si bien algunas de ellas arrendadas a éstos por personas ajenas a la comunidad Yagán. Los terrenos en que se ubican dichas viviendas, así como la totalidad de los del área urbana de Puerto Williams, son propiedad del SERVIU (Servicio de Vivienda y Urbanismo) y no de sus ocupantes[236].

Se ha producido la pérdida casi generalizada de las costumbres y usos tradicionales del pueblo Yagán debido a la adopción, por imposición de usos provenientes de otras culturas, fundamentalmente la chilena, lo que ha producido un cambio en la forma de vida de la gente, a excepción de algunas elaboraciones de artesanías tradicionales que, sin embargo, difieren muy poco de las del resto de la población de bajos recursos, fundamentalmente pescadores, que habitan en la Villa Ukika o Williams. La excepción a lo anteriormente la constituían las hermanas Cristina y Ursula Calderón, ésta última recientemente fallecida, que por el hecho de ser las personas de más edad de la comunidad, alcanzaron a conocer en Mejillones parte de la forma de vida tradicional de su pueblo, de las creencias y rituales, de su lengua y costumbres. Ello determina que eran las únicas personas en la comunidad que hablaban el idioma de sus antepasados, conectando al resto de la comunidad, a través de sus recuerdos y relatos, con un pasado para ellos desconocido[237].

Por otra parte, diversos factores han incidido en la existencia de un proceso de revitalización étnica al interior de la comunidad Yagán en el último tiempo. La influencia ejercida en ella por las hermanas Calderón con sus frecuentes relatos del pasado, el conocimiento del proceso vivido por otros pueblos indígenas del país en los últimos años, así como de la existencia de una nueva política en beneficio de estos pueblos y comunidades, el interés que demuestran quienes llegan hasta Navarino por conocer su historia y cultura, entre otros factores, han llevado a los Yagán a rescatar su identidad como integrantes de esta comunidad y a querer agruparse en torno a ella[238].

6.4. Los Kawésqar

A partir del siglo XVI se tiene información de la presencia de indígenas en la franja costera de la Patagonia occidental. En 1609, misioneros establecidos en Chiloé llegan a territorio kawésqar encontrándose con muy pocos habitantes. Pero en 1779, dos sacerdotes visitan el mismo sector y hallan un gran número de indígenas, llevando consigo a la misión de Chiloé, 33. En otro viaje toman a 31 miembros. Para 1786 el diario de a bordo de la expedición hidrográfica de la fragata Santa María de la Cabeza, señala la existencia de grupos de 60 o 70 personas, conformados por familias independientes, compuestas a su vez por 8 a 10 personas[239].

La declaración del gobierno de Chile, a fines del siglo XIX, de las tierras de la Patagonia como territorio de colonización ganadera, también afectó al pueblo Kawésqar ya que incluía las tierras aledañas a los canales que recorrían, sobre todo el sector de Última Esperanza. La presencia de los colonos desembocó en numerosos conflictos con aquellos, muchas veces motivado por el robo de ganado imputado a estos últimos, conflictos que costaron la vida a indígenas y colonos.

Entre los gobernadores de Magallanes y sus subordinados, por una parte, y los Kawésqar de otra, sólo existió un contacto meramente ocasional y siempre de carácter punitivo hacia los últimos, quienes no habrían dado ocasión para algún tipo de trato, ya que desde la fundación de Fuerte Bulnes y de Punta Arenas siempre se mantuvieron alejados. De ellos se recordaría su carácter bravo, a raíz del ataque a un teniente de marina en 1846, y al Fuerte Bulnes en 1852, quedando marcados por una imagen de pillaje y resistencia a las relaciones amistosas con los extranjeros[240].

A comienzos de 1873 se produjo el primer y lamentable enfrentamiento; el gobernador de la colonia –Punta Arenas- mantenía el ganado mayor de propiedad fiscal en los campos del sector inferior del río Agua Fresca, a cargo de algunos hombres. Los Kawésqar que transitaban ocasionalmente por la costa, pronto descubrieron la hacienda y decidieron tomar algunos animales, atacando a los encargados del ganado, que debieron huir a caballo. Una vez en conocimiento de los hechos, el gobernador Oscar Viel envió, el 27 de marzo, una expedición militar de carácter punitivo hasta el lugar. Los soldados fueron recibidos a flechazos por los indígenas, y en respuesta mataron a seis Kawésqar y tomaron prisioneros a doce niños[241]. En septiembre de 1874 ocurrió un incidente similar, el informe gubernativo señalaba que los encargados del ganado notaron la ausencia de algunos animales, al seguir las huellas fueron repentinamente atacados por los indígenas, a lo que respondieron con armas de fuego, provocando la muerte de ocho Kawésqar, seis hombres y dos mujeres, capturando además tres niños[242].

La gestión administrativa del gobernador Oscar Viel con los Kawésqar no fue afortunada, y estuvo marcada por un rigor excesivo en el trato y una evidente desproporción entre la ofensa inferida y el castigo infligido en respuesta. Durante la gobernación de Señoret sucedió un hecho similar que lleva a éste a disponer de la captura vivo o muerto del cacique Kacho. Su sucesor, Guerrero Bascuñán, adopta nuevas medidas de carácter punitivo en contra de aquellos, esta vez en julio de 1897, afectando a un grupo que transitaba por las cercanías de puerto Consuelo en el interior del fiordo de Última Esperanza. El 19 del mismo mes, el colono Herman Eberhard, interpuso una denuncia, señalando que los Kawésqar habían estado matando y robando ganado de su estancia durante enero y junio, lo que había motivado, en la última ocasión, un enfrentamiento armado entre sus empleados y aquellos. Producto de esta denuncia, el gobernador dispuso el viaje de un buque de la Armada hasta Última Esperanza, con el fin de ubicar y capturar a los kawésqar para su posterior reclusión en la Misión de San Rafael, isla Dawson, lo que efectivamente se llevo a cabo[243].

Los gobernadores no se esforzaron en establecer otro tipo de relación con el pueblo Kawésqar. Este fue ignorado y dejado a su suerte mientras no perturbara la vida o hacienda de los colonizadores o los bienes del Estado. Para los atropellos y abusos que debió sufrir no existieron sanciones ni preocupación alguna de la autoridad, circunstancia que la hace históricamente responsable de omisión grave[244].

Otra forma de relación entre Kawésqar y extranjeros se dio con los loberos y nutrieros, que hacia fines de la década de 1860 comenzaron a ejercer más intensamente la caza en la zona de los archipiélagos del occidente magallánico[245]. Desde 1880 a 1930, los Kawésqar mantuvieron contactos mucho más continuos que en el pasado con los extranjeros, chilotes y “blancos”. Esta sería la primera fase de las profundas modificaciones introducidas en la vida material de estos indígenas, así como de sus consecuencias demográficas y psicológicas[246]. Los lugares de parición eran frecuentados tanto por indígenas como por cazadores chilotes y loberos de Punta Arenas, de estos encuentros los indígenas obtenían alimentos, vestuario, los cazadores, por su parte, pieles y mano de obra para su preparación. Cuchillos y hachas, así como chalupas y armas de fuego atraían a los indígenas, produciéndose frecuentes robos, que derivaron en matanzas de hasta familias completas de kawésqar; así como también los raptos de mujeres jóvenes y adultas efectuados por los loberos eran frecuentes[247].

A partir de 1930 el contacto con los “blancos” se hace más o menos permanente, conduciendo al abandono del sistema tradicional de vida hasta su total desaparición[248]. Las expediciones de caza de las goletas chilotas duraban entre tres a seis meses, y a veces más pues la limitación legal de estas cacerías no era severa en un territorio que era puramente administrativo, mal conocido y mal vigilado. Los Kawésqar se establecían cerca de sus campamentos, con una actitud desafiante al principio, luego entraban en confianza gracias a pequeños regalos, hasta suministrar a los loberos una mano de obra hábil y gratuita. A cambio de su trabajo de preparación de las pieles, recibían alimentación chilota, tales como galletas de harina, papas, cebollas y café de higos. A cambio de sus capas de pieles de nutria y de coipo, recibían ponchos y frazadas de mucho menor valor y calidad. Producto de las matanzas de familias y raptos de mujeres y muchachos (para hacerlos marineros), un considerable número de Kawésqar fueron trasplantados a Chiloé, Puerto Montt y Punta Arenas[249].

Hacia fines del siglo XIX, antes de la apertura del Canal de Panamá, la ruta de los archipiélagos tuvo tráfico intenso. Para proteger esta vía, la marina chilena envió a los archipiélagos a numerosas misiones hidrográficas, y los pasos de barcos se hicieron más frecuentes. Los puertos naturales en que los buques anclaban de noche o con mal tiempo resultaron ser las grandes bahías habitadas permanentemente por algunos grupos familiares Kawésqar. Durante estas escalas los indígenas fueron objeto de curiosidad, recibiendo alimentos, ropas, tabaco, a veces alcohol y herramientas de metal. Los cálculos de población hechos por las tripulaciones de estos buques concuerdan en que hacia la década de 1920 a 1930, el número de los Kawésqar, ya reducido, podía ser superior a mil personas[250].

La penetración de los “blancos” en terrenos nuevos y aún desconocidos de los archipiélagos iba en aumento, hallándose terrenos aceptables para la ganadería en las regiones más inhospitalarias y hasta en Última Esperanza. En ésta, en otro tiempo un importante centro de población Kawésqar, se levantó la ciudad de Puerto Natales, luego unida por un camino a Punta Arenas. La creación de ambos centros, los únicos del territorio chileno austral, ejerció cierta influencia, aunque limitada, sobre la demografía y la repartición de los Kawésqar, quienes se mantuvieron al margen de la población blanca abandonando sus viajes al sector oriental del Estrecho de Magallanes. Mujeres Kawésqar se casaron con blancos y algunos niños fueron recogidos por instituciones o personas de Punta Arenas[251].

Durante los primeros cinco años de funcionamiento de la misión salesiana de Isla Dawson, los Kawésqar fueron los únicos residentes. Recibían algunos subsidios alimenticios y a veces dejaban allí a sus niños. En 1895, el número de Kawésqar recluidos en la misión llegaba a 65, con 27 hombres y 38 mujeres, sufriendo la misma suerte que los Selk’nam[252]. Los adultos fueron empleados como trabajadores de las faenas agrícolas y forestales de la misión, mientras que los niños eran educados en la cultura chilena. Muy pocos individuos sobrevivieron al desarraigo y la enfermedad, haciendo de esto una de las causas que contribuyó a la disminución de la población Kawésqar[253].

De acuerdo a la información recogida de sus informantes, en el estudio realizado por Joseph Emperaire, la población originaria de los archipiélagos comenzó a declinar en su número en el momento en que los extranjeros se instalaron de manera semipermanente en su territorio. Además de los actos de violencia perpetrados, a los que se agregan la introducción moderada de alcohol, tales contactos regeneraron y difundieron ciertas enfermedades que fueron una de las causas más importantes del deterioro fisiológico del pueblo Kawésqar[254]. Hacia mediados del siglo XX, el estilo de vida nómade de los Kawésqar y el número de su población, había sufrido una transformación radical. Los nacidos en los canales en las dos últimas décadas del siglo XIX, llegaban a alrededor de 800 personas, de los cuales sobrevivían para mediados del siguiente siglo, sólo 61. Las causas se encontraban no sólo en enfermedades como la tuberculosis y el alcoholismo, sino también en las enfermedades venéreas, que llegaron a ser causal de muerte de un 56,4% de la población existente hacia 1950[255].

Por otra parte, a excepción de dos familias que conservaban su nomadismo, la población restante habitaba en torno a Puerto Edén, o en los alrededores de San Pedro[256]. En 1936 se instaló en el primero una base de la Fuerza Aérea (FACH) destinada a apoyar el servicio aéreo postal de hidroaviones que uniría Puerto Montt con Punta Arenas. Los Kawésqar ya habían establecido campamentos temporales junto al faro San Pedro, buscando alimentos y ropa; atraídos por este nuevo centro comienzan a instalarse alrededor de la base, en la localidad de Yecarkte.
En 1940, por iniciativa del Presidente Pedro Aguirre Cerda –luego de su visita a Puerto Edén- se dictó un decreto de protección de la población del archipiélago, encargando a la FACH la protección de los indígenas. Junto a ello se diseñó un plan de radicación en Puerto Edén, incluyendo medidas básicas como alimentación y atención en salud. La distribución de víveres atrajo a la población kawésqar en torno a Puerto Edén, en las que no existían las mínimas condiciones de servicios básicos y salubridad[257]. El modo de construir sus viviendas no cambió, pero estas fueron volviéndose insalubres; las pieles de focas cada vez más escasas, fueron reemplazadas por viejas telas de buque. La higiene se hizo deplorable, y la limpieza personal que antes permitían la lluvia y el viento, ya no se hizo más[258].

Bajo el amparo de la ley de protección se intentó una nueva forma de integrar a los Kawésqar a la sociedad nacional. Hacia 1940, un joven de diez años, conocido luego como Lautaro Edén Wellington, fue enviado a Santiago a una escuela de la Fuerza Aérea. El objetivo era instruirlo, “civilizarlo” y luego retornarlo a su lugar de origen como jefe, para que por su intermedio se modificase el estilo de vida de su pueblo. Lautaro Edén retornó en 1947, con un mes de permiso, como ahijado del Presidente de la República y suboficial mecánico de aviación, pero no sólo despreció a su gente, sino que no reconoció a sus propios padres. Luego de cumplido su mes de permiso Lautaro regresó a Santiago, teniendo como única consecuencia su estadía, el envío al servicio militar de tres Kawésqar, y luego la partida de su hermano menor a una escuela de Santiago[259].

Lautaro permaneció otros dos años en Santiago, donde se casó, y en 1949 regresó a Puerto Edén pero sin su esposa; había sido designado como encargado provisional de la radio en la estación que luego debía dirigir. Cumplió con sus obligaciones durante un tiempo, y luego desapareció en compañía de una mujer Kawésqar, haciéndose llamar Terwa Koyo (“brazo tieso”). Poco a poco los Kawésqar comenzaron a unirse a aquel, que se había vuelto a la práctica del nomadismo en los archipiélagos. Los Kawésqar abandonaron completamente Puerto Edén, cuando uno de los jefes del puesto comenzó a masacrar sin ninguna razón a sus perros, su único bien y a los cuales se hallaban muy apegados; esto se sumaba a una serie de incomprensiones producto de la diferencia de mentalidades entre militares e indígenas[260]. Junto a ellos Lautaro comenzó a formar una nueva comunidad en las cercanías de San Pedro, donde vivían de la caza de animales de piel fina, experiencia que duró tres años. Pero a comienzos de 1953, Lautaro muere ahogado en el estuario del fiordo Baker, junto a su cuadrilla de caza. Una parte del pueblo Kawésqar volvió a Puerto Edén, otros se unieron a los loberos y los restantes, dos familias, regresaron a la vida de cazadores independientes entre el norte del canal Messier y el océano[261].

Finalmente, la proyectada línea de hidroaviones no prosperó y la base de la FACH fue abandonada. Luego de un tiempo, fueron estableciéndose pobladores chilotes hasta formar la actual villa Edén[262]. En 1969 es creado en la isla Wellington, unos kilómetros al este de la radioestación de la FACH, el poblado de Puerto Edén, el que quedó bajo la jurisdicción de Carabineros de Chile. Allí se construyó un retén, dependiente de la Prefectura de Puerto Natales, una posta de primeros auxiliares y una escuela. En este mismo período es impulsada la política destinada a la creación de poblados en las localidades apartadas de Magallanes[263]. Los Kawésqar residentes en Yecarkte, a un costado de la radioestación de la FACH, cuya población habría llegado a 43 personas en 1967, fueron trasladados a Edén donde el Estado les hace entrega de casas pre-fabricadas, en conjunto a los demás pobladores, en su mayor parte de origen chilote, que se establecen allí[264].

Muchas de estas casas se incendiaron, dado el material altamente combustible de que estaban fabricadas y por la falta de hábito de residir de los usuarios, que además utilizaban cocinas a leña e iluminación a velas. Ante la emergencia los ocupantes se instalaron temporalmente con otras familias, o construían chozas en el mismo lugar, semejantes a las de los tiempos antiguos, pero sin contar con los materiales ni las condiciones del terreno adecuadas[265]. Los Kawésqar, viven en ese entonces, como el resto de la población, de la pesca y la extracción de mariscos, actividad complementada con la elaboración de artesanías. Informes de la época dan cuenta de la grave situación de miseria y abandono en la que se encuentran. Muchos de ellos enfermaban de tuberculosis y pulmonía, recibiendo de la FACH una alimentación y atención sanitaria deficiente, esperando el paso de algún barco desde donde los pasajeros les lanzaran alimentos[266].

El antiguo edificio de la radioestación de la FACH al crearse Puerto Edén, había sido traspasado a la Empresa de Comercio Agrícola (ECA), que instaló un almacén de comestibles. Para 1999, el sitio había recuperado su carácter de recinto militar, al instalarse allí la Capitanía de Puerto, dependiente de la Armada de Chile.

La migración de la mayor parte de la población hacia ciudades, marcó las últimas décadas del siglo XX. Las viviendas estatales pudieron ser reemplazadas a fines de los años ochenta, con materiales (madera y latón) para la construcción de cinco viviendas que aporta el proyecto de una ONG belga, en las cuales viven hasta el presente. La misma ONG donó una lancha (de 12 mts. de largo) apta para la pesca, nombrada “María Luisa”, construida por la comunidad Huilliche de Chiloé, así como de un muelle para facilitar su uso[267].

En 1996 el grupo de Puerto Edén estaba compuesto de doce personas, dos de las cuales eran estudiantes y sólo permanecían en el lugar durante el período de vacaciones. En las cercanías de la isla Guarelo también se encuentra un sitio de permanencia temporal, desde hace unas décadas. La reducción de la población en Puerto Edén se ha debido a las pobres condiciones de subsistencia en la zona, produciéndose una migración hacia Punta Arenas (64 personas, 1995) y Puerto Natales (12 personas, 1995), formándose así un grupo de Kawésqar urbanos, quienes comercian en artesanía, trabajan como integrantes de cuadrillas de pescadores-recolectores de mariscos o reciben algún tipo de pensión por parte del gobierno[268]. El total de la población Kawésqar llega a las 101 personas, entre los residentes en los lugares anteriormente mencionados, las 2 que lo hacen en isla Guarelo, al sur de Puerto Edén, 2 en sectores rurales no identificados de la región de Magallanes, 1 en Panguipulli, 2 en Santiago y 1 en un lugar no identificado, probablemente en la zona central del país[269].

De la comunidad residente en Punta Arenas, sólo un 6% habla su idioma, y también se da un alto índice de analfabetismo y desconocimiento de las técnicas de fabricación de utensilios (canastillos, botes y arpones) característicos de su cultura[270].



[90] Bibliografía base: “Minuta relativa al Pueblo Aymara”. Documento de Trabajo Nº 79. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2003.
[91] González, Héctor. “Los aymaras de la región de Tarapacá y el período republicano temprano (1821-1879)”. Documento de Trabajo Nº 45. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. 2002. P. 2.

[92] “Pueblo Aymara”. Revisión Histórica. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago.

[93] González, Héctor. “Los aymaras de la región...” Op. cit.: 10.

[94] “Pueblo Aymara”. Revisión Histórica. Op. cit.: 8.

[95] Ibídem.
[96] González, Héctor. “Los aymaras de la región...” Op. cit.: 10.

[97] “Pueblo Aymara”. Revisión Histórica. Op. cit.: 9.
[98] Ibídem.
[99] “Pueblo Aymara”. Revisión Histórica. Op. cit.: 9, 10.
[100]González, Héctor. “Los aymaras de la región...” Op. cit.: 8.
[101] Ibíd.: 12.
[102] Tudela, Patricio. “El Estado y Sociedad Chilena ante los Aymaras de Tarapacá (1era. Región de Chile): Factores y consecuencias de su integración entre 1930-1973”. Documento de Trabajo Nº 24. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. P. 2-4.
[103] Sub Grupo de Trabajo Pueblo Aymara. “Informe Final Preliminar”. Documento de Trabajo Nº 73. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Arica. 2003. P. 4.
[104] “Pueblo Aymara”. Revisión Histórica. Op. cit.: 15.

[105] Tudela, Patricio. “El Estado y sociedad...” Op. cit.: 4, 6.
[106] Gundermann, Hans: “Sociedad Aymara y procesos de modernización durante la segunda mitad del siglo XIX”. Documento de Trabajo Nº 38. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. San Pedro de Atacama. 2002. P. 6.
[107] Subgrupo de Trabajo Pueblo Aymara. “Informe Final Preliminar”. Op. cit.: 9.
[108] Ibídem.
[109] Subgrupo de Trabajo Pueblo Aymara.”Informe Final Preliminar”. Op. cit.: 11.
[110] Gundermann, Hans. “Sociedad aymara y procesos...” Op. cit.: 41.
[111] Sobre la cosmovisión Aymara del territorio se explayan los representantes aymaras en la sesión del 27 de enero del 2003. “... De Nuestra visión de mundo, nuestra visión de relación con lo que es pachamama que llamamos nosotros... Para explicarse un poco de nuestra visión de mundo, se cuenta, o lo que tenemos ahora recogido como estudio, para nuestro pueblo aymara su ubicación en la tierra, ubicación donde estamos puestos nosotros acá, está conectada directamente con lo que es la naturaleza. No hay una superlatividad respecto del espacio, respecto de algo que se imagina que es. El pueblo aymara ciertamente logró sistematizar, logró introducir en su pensamiento, en su conducta y en su visión de mundo lo que ve, lo que se toca. Y lo extra humano, lo que no se ve y no se toca también se expresó de alguna manera en lo que concibe como misterio, se expresó a través de las fuerzas de la naturaleza.”
“En este caso, por ejemplo, tenemos una visión vertical... de la geografía de nuestra región como es Tarapacá. Ahí aparece el cerro Parinacota, el lago Chungará, en ese caso serían los Payachata, está ubicado Putre que todo el mundo conoce y al final baja hacia el sistema desértico y oasis, llegando a la costa, ciudad de Arica. Para el pueblo aymara... la distribución espacial es... el espacio dividido en tres partes: arak pacha, aka pacha y manka pacha. Y lo voy a decir bien sucinto para que podamos entender esta expresión de espacio, de conducta, de visión de mundo. “Nosotros miramos directamente al arak pacha donde está el padre sol y todas las estrellas. Cuando nos referimos a nuestras deidades decimos (...) pachacuti, pachamama (...), porque ellos son los que nos dan vida, son como nuestra madre. Arak pacha no es algo separado, todo es uno solo como nuestro cuerpo que cuenta con manos pies y cabeza, todos se ayudan mutuamente para hacer algo y todo lo que tenemos es para todos.
Aka pacha, este mundo es todo lo que nos rodea, todo lo que palpamos y tocamos: el sembradío, el cuidado de los animales, la vida en pareja, la vida en esta tierra, la vida misma. El aka pacha es para mí, como una madre que nos cría y nos cuida. Cuando hablamos con la papa, el agua, hablamos con la hoja de coca, hablamos con la pachamama que nos alimenta. Manka pacha, el mundo de abajo. La Manka pacha no es mala como ustedes los cristianos –dice aquí un aymara- nos hicieron decir. Sólo hay que proceder con respeto y permiso, todo debe hacerse con educación y justicia. Ahora bien, no todos somos iguales, existen hombres con dones sobrenaturales, señalados físicamente a los cuales no se les puede hacer sufrir porque son elegidos y muy queridos por nuestro padre. Si los hacemos sufrir no puede pasar cualquier desgracia. Hacer sufrir, lo injusto, la mentira, el robo, la florea, es manka pacha, que no es lo mismo que el mal del infierno del cual ustedes hablan”.
“En la cosmovisión tradicional: arak pacha, lo que se ve arriba en los cerros, en los grandes cerros; el taipi pacha, que es lo plano que estamos viendo en estos momentos, el centro. Aka pacha o taipi pacha. Taipi en aymara significa el medio. Y el manka pacha que se ubica debajo, pero no debajo de la tierra, no lo subterráneo, sino debajo de lo que está de nuestra visión espacial. Allá abajo. Para el aymara por ejemplo, el manka pacha era el desierto, donde se pasa hambre, donde se pasa sed; era el mar, donde tenía que recorrer todo un trazado hasta poder llegar ahí y encontrarse con el agua. Todo ese espacio estéril, muerto era par él manka pacha. “
“Después, con el sincretismo cristiano, ciertamente se concibe manka pacha como el infierno donde vive el diablo, donde viven los males, donde están los condenados. Pero el manka pacha en términos originales, de acuerdo a nuestra visión, es basado en lo lateral, en lo geográfico. Y el manka pacha humano, nuestra manka pacha en el cuerpo del hombre porque está todo relacionado. Está en lo que tenemos muy intro, muy debajo, nuestros pensamientos más íntimos es nuestro manka pacha. Y no necesariamente tiene que ser malo, porque somos humanos, podemos cometer errores, podemos pensar también mal a veces. Pero si obramos con equidad, con justicia, eso puede eliminarse .“
“Para entender a un aymara, para entender a un paisano como le decios nosotros en nuestro sector, dentro de los valores que todavía de alguna manera siguen vigentes a lo mejor se han ido socavando con el tiempo, -nuestro hermano León va a explicar más tarde cómo se han ido socavando las bases culturales, pero está vigente todavía en la raíz de las comunidades como valores integrales- la visión integradora. Un aymara no ve jamás una situación única y sola, todo lo ve complementado, todo lo ve integrado, lo ve como un todo. Yo en una oportunidad me acuerdo hice una exposición en donde alguien me preguntaba dónde vives tú, dónde es tu casa. Yo le decía mi casa no es una parcela, no es una casa con un número en la ciudad; lo que yo considero mi casa, como aymara, es la chacra que tengo en un pueblo en la precordillera. Es una pequeña pascana que tengo más abajo en el valle y también es el cerro donde voy a pastear mi ganado. Todo eso es mi casa, ese es mi domicilio. Porque allí, en todo ese entorno yo vivo, en ese entorno yo me crié y de eso yo me alimento. No es un lugar, un domicilio común donde estamos acostumbrados a concebir actualmente como el domicilio, la casa de una persona. Y eso está vigente hasta el día de hoy. Quien les habla y quienes estamos aquí presentes, descendientes de las comunidades, también lo tenemos presente, lo tenemos claro como concepto de visión integradora, en este caso como visión de territorio.
Y complementario en el uso, práctica vigente de movilidad horizontal y vertical. Esto es cómo nos movemos los aymaras en el territorio, los que somos y habitamos en la I Región de Chile, de alguna manera como mi casa es grande, como mi casa es todo eso, la visión integradora es que es importantísimo concebir la movilidad, la capacidad de movilidad y de integrarse y de controlar y de sacar provecho de cada espacio en donde sea posible. Algún escritor por ahí, el famoso John Murra, me acuerdo cuando estudiaba, hablaba de los nichos ecológicos. Este control de los espacios o nichos ecológicos nuestro pueblo, culturalmente lo manifestó y lo hizo patente en lo que es la construcción de su espacio vital“. (Acta, Sesión de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Documento de Trabajo Nº 92. Sesión realizada en la Casa de la Cultura Anahuac, Parque Metropolitano. Santiago. 2003).
[112] Tudela, Patricio. “El Estado y sociedad... Op. cit.: 22.

[113] Ibid. 23.

[114] Ibid. 24.

[115] “Pueblo Aymara”. Revisión Histórica. Op. cit.: 32.
[116] Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su Relación con el Estado. Pueblo Aymara. Revisión Histórica. Op. cit.: 33.
[117] Ibid.

[118] Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su Relación con el Estado. Segundo Borrador Preliminar. Documento de Trabajo Nº 47. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2002.
[119] Yáñez, Nancy. “Pueblo atacameño”. Informe Programa de Derechos Indígenas .Instituto de Estudios Indígenas. Universidad de la Frontera. Temuco. 2003.
[120] Fundación Minera La Escondida. Historia del Pueblo Atacameño. Prisma, Producción Gráfica. 2002. P. 43.
[121] Ibíd. 44.
[122] Ibídem.
[123] Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su Relación con el Estado. Pueblo Atacameño. Cuarto Borrador Preliminar. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato.
[124] Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su Relación con el Estado. Pueblo Atacameño. Cuarto Borrador Preliminar. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Bibliografía base: Casassas, José María. La región atacameña en el siglo XVII. Universidad del Norte. Editorial Universitaria. Antofagasta. 1974. P. 92. Hidalgo, Jorge. “Incidencias de los patrones de poblamiento en el cálculo de la población del Partido de Atacama desde 1752 a 1804. Las revisitas inéditas de 1787-1792 y 1804”. Estudios Atacameños Nº 6, pp. 53-111. Universidad del Norte. San Pedro de Atacama. 1978. P. 59.
[125] Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su relación con el Estado. Segundo Borrador Preliminar (sujeto a corrección). Documento de Trabajo Nº 47. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. 2002. P. 97.
[126] Ibídem.
[127] Ibídem.

[128] Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su Relación con el Estado. Pueblo Atacameño. Cuarto Borrador. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato.
[129] Gundermann, Hans. “Los Atacameños del siglo XIX y XX, una Antropología Histórica Regional”. Documento Nº 51. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. San Pedro de Atacama. 2002. P. 5.

[130] Ibid.
[131] Ibid.
[132] Ibíd.
[133] Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su Relación con el Estado. Segundo Borrador Preliminar. Documento de Trabajo Nº 47. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2002. P. 101.

[134] Gundermann, Hans. “Los atacameños...” Op. cit.
[135] Núñez, Lautaro. Cultura y Conflicto en los oasis de San Pedro de Atacama. Editorial Universitaria. Santiago. 1992.
[136] Ibid.
[137] Gundermann, Hans. “Los atacameños...” Op. cit.
[138] Ibid.
[139] Ibid.
[140] Subgrupo de Trabajo Pueblo Atacameño. “Informe Final”. Documento de Trabajo Nº 61. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. San Pedro de Atacama. 2002.
[141] Gundermann, Hans. “Los atacameños...” Op. cit.
[142] Ibid.
[143] Ibid.
[144] Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su Relación con el Estado. Segundo Borrador Preliminar. Op. cit.
[145] Ibid.

[146] Núñez, Lautaro. Cultura y conflicto... Op. cit.
[147] Subgrupo de Trabajo Pueblo Atacameño. “Informe Final”. Op. cit.

[148] Ibid.
[149] Ibid.
[150] Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su Relación con el Estado. Pueblo Atacameño. Cuarto Borrador. Op. cit.

[151] Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su Relación con el Estado. Pueblo atacameño. Segundo Borrador Preliminar. Op. cit.

[152] Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su Relación con el Estado. Pueblo Atacameño. Cuarto Borrador. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato.

[153] Bibliografía base: Minuta de la Secretaría Ejecutiva sobre la Verdad Histórica y las Propuestas de Nuevo Trato relativas al Pueblo Quechua. Documento de Trabajo Nº 70. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2002.
[154] Sub Grupo de Trabajo Pueblo Quechua. “Informe Final”. Documento de Trabajo Nº 49. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2002. P. 18.

[155] La representación quechua en la sesión de 8 de enero del presente de la Comisión Verdad y Nuevo Trato, expone un caso que evidencia la gravedad del problema. Se señala que en el salar de Ascotán se están extrayendo aguas, al parecer es CODELCO la entidad que extrae el recurso para surtir el yacimiento minero El Abra. En este salar acotan habían lagos, vegas, bofedales en el cual empastaban camélidos silvestres, guanacos, vicuñas, avestruz y aves acuáticas, patos andinos conocidos como guallata en lengua vernácula. Hoy en día eso está todo seco y la situación empeora producto de la sequía. Denuncian, lo representantes Quechuas que no existe un adecuado control sobre el ejercicio de los derechos de agua y es la regla general el que los titulares de derechos de agua saquen de los afluentes más agua de la que les fue autorizada por la D.G.A.

[156] Base Bibliográfica: Minuta de la Secretaría Ejecutiva sobre la Verdad Histórica y las Propuestas de Nuevo Trato relativas al Pueblo Colla. Documento de Trabajo Nº 80. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2003.
[157] Sub Grupo de Trabajo Pueblo Colla. “Informe Final”. Documento Nº 60. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Copiapó. 2002. P. 3.
[158] Molina, Raúl. “Los Collas de la Cordillera de Copiapó y Chañaral. Región de Atacama”. Documento de Trabajo Nº 44. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2002. P. 8. Citando a Bertrand, Alejandro. Memoria sobre las Cordilleras de Atacama i Regiones Limítrofes. Imprenta Nacional. Santiago. 1885; Cervellino, Miguel. “Ritos Collas en la Región de Atacama”. En: Revista Museos Nº 15. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. DIBAM. Santiago. 1995; Cortázar, Augusto Raúl. El Carnaval en el Folklores Calchaquí. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 1949; Fritis, Eulogio. “Los Collas”. En: América Indígena, XXXI (2):375-388. México. 1971; Karasik, Gabriela. “Plaza Grande y Plaza Chica: Etnicidad y Poder en la Quebrada de Humahuaca”. En: Gabriela A. Karasik (comp.). Cultura e Identidad en el Noroeste Argentino. Centro de Editor de América Latina. Buenos Aires. 1994.
[159] Molina, Raúl. “Los collas...” Op. cit.: 9. Citando a Mariscotti, Ana María. Pachamama Santa Tierra. Suplemento Revista Indiana Nº 8. Ibero Amerikanisches Institut Preussischer Kultubesitz. Berlín. 1978.

[160] Molina, Raúl. Citando a Manríquez, Viviana y José Luis Martínez. “Estudio Diagnóstico de la Población Colla de la III Región (Preinforme Final)”. Investigación Etnohistórica. Sur Profesionales-Departamento de Antropología Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Santiago. 1995. P.31.
[161] Molina, Raúl. “Los Collas...” Op. cit.: 8, 9.
[162] Sub Grupo de Trabajo Pueblo Colla. “Informe Final”. Op. cit.: 5.

[163] Molina, Raúl. “Los Collas...” Op. cit. 10.

[164] Ibíd. 12, 13.

[165] Sub Grupo de Trabajo Pueblo Colla. “Informe Final”. Op. cit.: 5.

[166] Ibídem.
[167] Molina, Raúl. “Los Collas...” Op. cit.: 19.

[168] Ibid. 22-27.
[169] Ibid. 16-18.

[170] Ibid. 20-22.
[171] Ibídem.
[172] Molina, Raúl. “Los Collas...” Op. cit.: 25-29.
[173] Molina Raúl, Nancy Yánez y Dagoberto Peña. “Programa de Apoyo Predial Colla. Diagnóstico de Comunidades Collas”. Corporación Nacional de Desarrollo Indígena. Santiago. 2001. P. 47.
[174] Sub Grupo de Trabajo Pueblo Colla. “Informe Final”. Op. cit.: 6.
[175] Ibid. 5.
[176] Molina, Raúl. “Los Collas...” Op. cit.: 30-34.
[177] Sub Grupo de Trabajo Pueblo Colla. “Informe Final”. Op. cit.: 6, 7.
[178] Molina, Raúl. “Los Collas...“ Op. cit.: 34-36.

[179] Sub Grupo de Trabajo Pueblo Colla. “Informe Final”. Op. cit.: 6, 7.
[180] Bibliografía base: Minuta de la Secretaría Ejecutiva sobre la Verdad Histórica y las Propuestas de Nuevo Trato Relativas al Pueblo Rapa Nui. Documento de Trabajo Nº 68. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2002.
[181] Consejo de Ancianos Rapanui. “El Pueblo Rapanui”. Documento de Trabajo N° 63. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2002. P. 18.
[182] Grupo de Trabajo Revisión Histórica. “El Pueblo Rapa Nui”. Segundo Borrador Preliminar. Documento de Trabajo N° 71. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2002. P. 6.

[183] Tuki Hey, Mario, Terai Hucke Atán, Raúl Teao Hey, Antonio Tepano Hito y María Centeno. "La Verdad Histórica de Rapa Nui". Planteamiento Final de la Comisión Provincial de Verdad Histórica y Nuevo Trato de Isla de Pascua. Documento de Trabajo Nº 56. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Hanga Roa. 2002. P. 33.
[184] Consejo de Ancianos Rapanui. “El Pueblo Rapanui”. Op. cit.: 22.
[185] Ibid.: 23.
[186] Ibid.: 24.

[187] Ibidem.
[188] Tuki, Hey, et. al.  “La Verdad Histórica de Rapa Nui”. Op. cit.: 33.
[189] Consejo de Ancianos Rapanui. “El Pueblo Rapanui”. Op. cit.: 25.
[190] Ibidem.
[191] Ibidem..
[192] Consejo de Ancianos Rapanui. “El Pueblo Rapanui”. Op. cit.: 27.

[193] Acuerdo de Voluntades, 9 septiembre de 1888, Texto Castellano – Primer Documento: “Los abajo firmantes jefes de la Isla de Pascua, declaramos ceder para siempre y sin reserva al Gobierno de la República de Chile la soberanía plena y entera de la citada isla ...”

[194] Acuerdo de Voluntades, 9 septiembre de 1888, Texto Castellano – Primer Documento: “...reservándonos al mismo tiempo nuestros títulos de jefes de que estamos investidos y que usamos actualmente.”

[195] Acuerdo de Voluntades, 9 septiembre de 1888, Texto Castellano – Primer Documento: “Proposición. Juntos el Consejo de Jefes del Territorio hemos acordado dar lo superficial. El territorio no se escribe aquí...”

[196] Acuerdo de Voluntades, 9 septiembre de 1888, Texto Castellano – Primer Documento: “... Ellos informaron en conversación con nosotros que nuestro territorio Te Pito o te Henua estará en la mano de la nación chilena como amigo del lugar. Escrito está en la mano del Consejo del territorio, el bienestar y desarrollo según nuestras investiduras impuestas por mandato Rapa Nui.
[197] Grupo de Trabajo Revisión Histórica. “El Pueblo Rapa Nui”... Op. cit.: P. 14.

[198] Artículo 5, Reglamento Conservador de Bienes Raíces. 1857.
[199] Los deslindes del parque y su superficie serán modificados en 1983 (6.666 hectáreas) y 1999 (7.130 hectáreas).
[200] “Historia de los Pueblos Indígenas de Chile y su relación con el Estado...” Op. cit.
[201] José María Borrero, señalaba respecto a los sucesos de ese período: “Era Punta Arenas por aquella época lugar totalmente aislado del mundo culto y científico. Destinado por el gobierno de Chile a presidio y residencia de deportados, por su espléndida situación en medio del Estrecho se había convertido también en punto de aprovisionamiento y refugio, centro de operaciones de balleneros, cazadores de lobos o nutrias y buscadores de oro, gente toda gastadora y viciosa (...)
-No limitaron los “bolicheros” sus actividades al poblado de Punta Arenas, sino que encontrando amplio campo de acción en la campaña, a ella se extendieron, llegando hasta las “tolderías” de los onas y los tehuelches. (...)
-A cambio de unas cuantas botellas de whisky, ginebra, caña y aguardiente, de la peor especie, licores adulterados y de ínfimo precio, ¡qué espléndidos cargamentos –verdaderos botines de saqueo- se obtenían de pieles variadas y ricas, cerda, plumas de avestruz, oro también en polvo y pepitas y toda clase de productos, que los indios les entregaban!”. (Borrero, José María. La Patagonia Trágica. Primera parte. Asesinatos, Piratería y Esclavitud. Talleres Gráficos Puente Hermanos. Buenos Aires. 1921. Pp. 30, 31).
[202] Ibid.: 398.
[203] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas de los Canales Australes. Corporación Nacional de Desarrollo Indígena. CONADI. Temuco. 1995. P. 47.
[204] De 195 personas en 1865 sube a 824 en 1869.
[205] “En las proximidades del río Santa Cruz y explotando una estancia de su propiedad, estancia que para mayor sarcasmo se denomina “El Tehuelche”, vive un inglés viejo, muy viejo ya, cuyo nombre [era] míster [sic] Bond. Míster Bond cuenta, en ocasiones con orgullo y siempre como “chiste” especial, que él personalmente fue “cazador de indios” y que por “méritos” propios ascendió a capitán de una cuadrilla de cazadores. Que al principio les pagaban a él y a sus compañeros de “faena” una libra esterlina por cada “par de orejas” de indio que entregaban. Que como entre los cazadores había algunos demasiado blandos de corazón, que a veces se conformaban con cortar las orejas a sus víctimas sin matarlas, y como los “patrones” se apercibieran de la trampa por haber visto algunos indios desorejados, se cambió el sistema y desde entonces no se pagaba la “libra esterlina”, sino a cambio de la cabeza, los testículos, los senos o algún otro órgano vital de eso que constituía la “gran caza” de la Patagonia”. Borrero, José María. La Patagonia Trágica... Op. cit.: 34, 35.

[206] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica. Vol. I. Universidad de Magallanes. Punta Arenas. 1992. P. 715.
[207] Ibid.
[208] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 43.
[209] Ibid. 724.
[210] Documento Nº 5. “La Tierra del Fuego y sus naturales”. Memoria de 1896 del Gobernador de Magallanes, Don Manuel Señoret. Tomado de Carlos Vega D. y Paola Grendi I. Vejámenes Inferidos a Indígenas de Tierra del Fuego, Tomo III, Documentos. (Volumen correspondiente a los documentos anexos de una obra mayor) Obra financiada por CONADI (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena) Punta Arenas. 2002. P. 52.

[211] Borrero, Luis Alberto. Los Selk’nam (Onas). Galerna-Búsqueda de Ayllu. Buenos Aires. 2001. P. 67.
[212] Ibid. 57.
[213] Emperaire, Joseph. Los nómades del mar. Ediciones LOM. Santiago. 2002. P. 107. [1963].
[214] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 725.

[215] Ibid.: 616.
[216] Explorador, miembro de la Comisión Chilena de Límites. Borrero, Luis Alberto. Los Selk’nam (Onas)... Op. cit.: 58.

[217] Ibid.: 726.
[218] Ibid. 728.
[219] Ibídem.
[220] Ibid. 727, 728.
[221] “Popper redactó un “Reglamento y condiciones de servicio para la explotación de oro a participación”, con el que en realidad se aseguraba condiciones de explotación de los mineros. El contingente humano bajo sus órdenes estaba en parte integrado por vagabundos y fugitivos de la justicia, con los que controlaba y explotaba a sus empleados, y con los que también se enfrentaba a otros grupos mineros. Bajo esas condiciones el conflicto con los Selk’nam fue especialmente violento, y Julius Popper protagonizó numerosos encuentros armados [verdaderas cacerías], llegando a tomarse fotografías junto a cuerpos muertos de indígenas Selk’nam”. Borrero, Luis Alberto. Los Selk’nam (Onas)... Op. cit.: 59, 60.
[222] Ibid.: 728-730.
[223] Ibid.: 730, 731.
[224] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 46.
[225] Martinic, Mateo. Crónicas de las Tierras del Sur del Canal Beagle. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires. 1973. P. 72.

[226] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 38.

[227] Ibid.: 40.
[228] Ibíd. 40, 41. Citando a Lipschutz, Alejandro-Mostny, Grete: Cuatro conferencias sobre los indios fueguinos. Revista Geográfica de Chile. Terra Australis. Año III. Nº 3. 1950. Santiago.

[229] Ibídem.
[230] Aguilera, Óscar. “Cultura Yagan” [en línea]. Lenguas y Culturas de Chile. 1999. [fecha de consulta: 12 agosto 2002]. Disponible en: <http://uchile.cl/cultura/lenguas/yaganes/1a.html>.
[231] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 41. Citando a Ortiz-Troncoso, Omar: “Los yámana: veinticinco años después de la Misión Lipschutz”. En Anales del Instituto de la Patagonia, Vol. IV; Nº 1 y 3. Punta Arenas. 1973.
[232] Ibid. 69.
[233] La venta de artesanías tradicionales es desarrollada por alrededor de 15 personas, en su mayor parte mujeres, Los ingresos que obtienen son difíciles de cuantificar, ya que los precios de las artesanías son variables, y su elaboración y venta es temporal e inestable, pero un aporte igualmente importante para la subsistencia material de muchas familias; mientras que seis personas se dedican a la comercialización de productos del mar. Los ingresos obtenidos por su venta son también variables, al depender del precio que tales empresas fijen para la adquisición de estas especies. Además de otros trabajos mayormente ocasionales, a lo anterior se agregan ingresos obtenidos por concepto de pensiones de distinto tipo que benefician a varias de las personas de la comunidad. Dos miembros de la comunidad se dedican a la carpintería de ribera. Ibídem.
[234] Debido a la inestabilidad propia de estos trabajos, los ingresos obtenidos por ellos son variables. Por otra parte, de acuerdo al informe social de la Gobernación provincial -para 1995-, dos integrantes de la comunidad yámana tendrían un ingreso estable por su trabajo en la administración pública de la zona. Ibídem.

[235] Aguilera, Óscar. “Cultura Yagan...” Op. cit.
[236] Por otra parte, a excepción de tres viviendas que se encuentran lejos del mar, las otras viviendas de Ukika se encuentran dentro de los 80 metros de playa, cuya tuición, de acuerdo a la Ley Nº 18.255 de 1983, corresponde a la Subsecretaría de Marina (Ministerio de Defensa Nacional). La restante población yagán habita viviendas obtenidas por medio de los servicios de vivienda del Estado o construidas por ellos mismos, en la ciudad de Puerto Williams. (Ibid.: 70).

[237] Úrsula Calderón en el 2003 “iba a enseñar algunas palabras a los niños de la escuela de Puerto Williams. Afortunadamente su voz y la traducción de muchos vocablos quedaron grabados en un disco compacto (...)” El Mercurio [en línea) [fecha de acceso: 7 de febrero 2003) Disponible en: www.diario.elmercurio.com/nacional/noticias/2003/1/18/289261.htm?=289261
[238] Aguilera, Óscar. “Cultura Yagan...” Op. cit.: 71.
[239] Emperaire, Joseph. Los nómades del mar. Ediciones LOM. Santiago. 2002. P. 68. [1963].
[240] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 718.
[241] Ibid.: 719. Citando Oficio 50 de fecha 30-II-1873. Correspondencia Colonización Gobernatura de Magallanes 1871-1873. Archivo Min. RR.EE.

[242] Ibídem.
[243] Ibid.: 719.
[244] Ibid.: 720.
[245] Ibid.: 721.

[246] Emperaire, Joseph. Los nómades... Op. cit.: 101.
[247] Aguilera, Óscar. “Kawésqar” [en línea]. Lenguas y culturas de Chile. 1999. [fecha de acceso: 12 agosto 2002]. Disponible en <http://www. kaweskar.uchile.cl/cultura/kaweskar.html >
[248] Emperaire, Joseph. Los nómades... Op. cit.: 101.

[249] Ibid.: 102.
[250] Ibid.: 104.
[251] Ibid.: 104, 105.
[252] Ibid.: 107. Ver capítulo correspondiente al Pueblo Selk’nam.

[253] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 29.
[254] Emperaire, Joseph. Los nómades... Op. cit.: 103.

[255] Ibid.: 110-121.
[256] Ibid.: 109-111.
[257] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas...Op. cit.: 30.
[258] Emperaire, Joseph. Los nómades...Op. cit.: 124. El autor señala además que los kawésqar vivirían de ahí en adelante “amontonados en sus camastros en una horrible promiscuidad. En una misma choza, cuyo diámetro mayor podría tener 3 metros, viven dos o tres familias con sus perros, es decir, una decena de seres humanos y una veintena de perros. Es fácil imaginar lo que pueden llegar a ser las enfermedades venéreas u otras en semejantes condiciones. La inactividad de los hombres y las mujeres es casi total y su resistencia a la enfermedad disminuye correlativamente a la falta de trabajo. Ya no hay ceremonias. Salvo en el caso de enfermedades graves y de muertes, los contactos con lo sobrenatural no sirven ya de gran cosa. El blanco lo proporciona todo y responde a todo. Él distribuye productos prefabricados. Las gentes, amontonadas en cabañas más y más repugnantes, terminan de morir, esperando la próxima distribución”.

[259] Ibid.: 126.
[260] Ibid.: 127.

[261] Ibid.: 128.
[262] Aguilera, Óscar. “Cambios en los patrones culturales de la etnia Kawésqar (Alacalufe Septentrional). Un registro Testimonial”. [en línea]. En: Excerpta, Nº 9, [fecha de acceso: 12 de agosto 2002]. Disponible en http://www.rehue.csociales.uchile.cl/rehuehome/facultad/publicaciones/Excerpta/excerpta9/cambios1.htm>
[263] Ibid.

[264] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 32. Aguilera, Oscar. “Cambios en los patrones...” Op. cit.
[265] Aguilera, Óscar. “Kawésqar”. Op. cit.

[266] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 32, 33. Citando Informe del Director Zonal de Pesca y Caza de Magallanes, Bernardo Rivas, al Director Nacional de la misma entidad. 1967.
[267] Ibid.: 33.
[268] Ibídem.

[269] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 57. Cifras tomadas del informe “Fichas de la Comunidad Kawashkar”, elaborado por la Corporación Metodista de Magallanes en agosto de 1992, con la participación de Carlos Messier, Presidente de la Comunidad Kawésqar de Punta Arenas.
[270] Fernández, José. “La comunidad Kaweskar”. Tierra, Territorio y Desarrollo Indígena. Instituto de Estudios Indígenas. Universidad de la Frontera. Temuco. 1995. P. 232.