4.
El Período Salitrero
Los
años más significativos del período salitrero,
transcurrieron entre 1870-80. Se abre con el auge en el área de las
exportaciones, que le permitió ocupar un lugar de preeminencia como
fuente de riqueza y actividad nacional hasta el año 1930, donde
finalmente colapsa principalmente por las repercusiones económicas de la
crisis de 1929. No obstante, algunas oficinas quedaron abiertas hasta la
década del setenta. Habría que recordar que este ciclo se
inició y se desarrolló tanto antes como después de la
Guerra del Pacífico, donde los recursos del desierto, también
alentaron esta confrontación. Asimismo, las comunidades indígenas
se incorporaron durante la segunda mitad del siglo XIX y en el primer tercio del
XX, a un proceso social y económico plenamente moderno e intercultural en
la expansión de este ciclo productivo.
Aquí,
se dieron intensos procesos modernizadores a partir de mediados del siglo XIX,
sobre todo debido al temprano desarrollo de una economía capitalista
orientada a la extracción minera, implementación de vías
ferroviarias y puertos de
exportación.
Un aspecto de todo ello, es el desarrollo de relaciones modernas entre capital y
campesinado aymara, definidas exclusivamente con arreglo a vínculos de
mercado entre agentes económicos autónomos, sin rasgos de
tendencias señoriales. En consecuencia, se crea un espacio de influencia
de la economía salitrera en el espacio andino con características
modernas, puesto que, desde mediados del siglo XIX en adelante,
difícilmente podría hablarse de servidumbre, neo-colonialismo,
colonialismo interno o alguna fórmula de este
tipo.
Con
el ciclo salitrero, los indígenas de Tarapacá ocuparon diversos
oficios, con excepción de las administrativas, lo que
indicaba,
“....
que la necesidad de mano de obra por un lado, y las características
tradicionales de los oficios por otro, permitieron que esa población se
adaptara rápidamente a las salitreras, constituyéndose en uno de
los grupos humanos más importantes de la explotación salitrera, y
a la vez, uno de los más injustamente ignorados, al ser asimilados en
categorías globales como obreros o campesinos
“.
Años
previos a la Guerra del Pacífico, el censo de 1876 logra al menos dar
cuenta de las poblaciones que estaban insertadas en las salitreras. Así,
entre Camarones y El Loa se tipificaron en categorías de blancos, indios,
negros, mestizos y asiáticos, donde los “indios”
–indígenas- alcanzaron las tasas más altas de
población. En Tarapacá, los quechuas y aymaras eran los dos
pueblos más
relevantes;
sin embargo, su inserción fue distinta: “... mientras los primeros
fueron, en primer lugar, mano de obra y después comercio de larga
distancia, los segundos fueron comercio de corta distancia en primer lugar, y
después mano de
obra”.
Por
su parte, los aymaras se vincularon de una manera más activa con las
salitreras, en tanto estaban asentados más cerca de ellas. Los pueblos
localizados en cotas bajas -1.000 y 1.500 m sobre el nivel del mar-, liberaban
mayor población como mano de obra y al avanzar por la gradiente
altitudinal, los pueblos ubicados en el altiplano -3.500 y 4.500 m sobre el
nivel del mar- también vieron disminuida su población, pero en
menor cantidad si se la compara con Huarasiña, Tarapacá,
Tiliviche, La Huayca y otros más cercanos a las salitreras, por lo menos
en el período entre 1862 y
1920.
Pero particularmente a partir del año 1880, se produjo un acelerado
crecimiento poblacional por los flujos migratorios provenientes del Norte Chico
y de la región central de Chile. La primera de estas regiones
habría aportando casi un 65% del total de la población migrante al
Norte Grande. El poblamiento adquiere un marcado carácter urbano, tanto
por la distribución de la población en unidades concentradas
-unidades relativamente pequeñas, pero numerosas-, como también
por la incorporación de esta población a un mercado de productos
de consumo humano provenientes de la región central y de servicios y
bienes de ciudades importantes como Santiago y
Valparaíso.
Hacia
1879, la población indígena de Tarapacá no solamente se
encontraba al margen de los motivos de la guerra, sino al margen de los tres
Estados en conflicto. La relación entre el Estado chileno y las
comunidades indígenas, será con posterioridad a la guerra, incluso
podría decirse que en rigor será al comienzo del siglo
XX.
En los inicios de 1890, el Estado de Chile reorganizó la provincia de
Tarapacá bajo sus leyes, debido a la necesidad de reanudar las
actividades productivas salitreras, donde Humberstone señalaba “...
que la provincia quedó materialmente en manos de los chilenos, y el
gobierno hizo lo posible para establecer el orden y poner en marcha las
oficinas...
”.
A partir de la anexión de la provincia de Tarapacá a Chile, los
primeros intendentes fueron consolidando la autoridad chilena, a través
de normativas y nombramientos de autoridades en las localidades importantes del
territorio; sin embargo, con la emergencia de las repúblicas, parte de la
sociedad andina como su economía, quedó fragmentada a un nuevo
orden que, “... pudo arrinconar aún más a las comunidades
altoandinas, especialmente por la presión de fronteras
político-administrativas que comienzan a tener controles estrictos a la
circulación y controles de mercancías y
personas...”.
Después,
los efectos de la guerra no dejaron a los aymaras indiferentes, puesto que se
entendió que una nueva república implicaba registrar nuevamente
sus propiedades. Por tanto, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, se
regularizaron las propiedades de valle y altiplano, que los vinculaba a un
reconocimiento por parte de la autoridad chilena -de ciudadanía-, a
través del derecho de residencia a quien lo solicitase; por otra parte,
el Estado chileno registraba como terrenos fiscales a aquellos que no estaban
inscritos en los conservadores de bienes
raíces.
Paralelamente,
en los primeros años del siglo XX la expansión salitrera
continuaba y a modo de ejemplo, los avisos publicados en diarios de la
época como
El
Tarapacá -16 de junio de 1905-
solicitaba mano de obra indígena para diversas faenas salitreras, desde
particulares hasta maquinistas, donde lo distintivo fue la claridad de la
población a la cual se dirigía el mensaje: el documento estaba
escrito en
quechua.
Con
la producción salitrera que cubrió un largo período, se
fundó la experiencia histórica que los habitantes de la
región tienen con el mundo minero. Con ello, también destaca la
imagen de la pampa como el lugar del nacimiento del movimiento obrero con la
creación de mancomunales, militancia política en la
Federación Obrera y Partido Obrero Socialista -movimiento de
reivindicaciones económicas y culturales-; vínculos entre hombres
y mujeres con la pampa a través del imaginario religioso y la
emblemática Tirana; comprensión de los ciclos de crisis y, a la
vez, de prosperidad como parte del destino de los pueblos y ciudades del
desierto y la imagen cosmopolita basada en una economía de
exportación.
Finalmente,
la disminución progresiva en el crecimiento de la población en las
dos últimas décadas de la fase de expansión, es un buen
indicador de la evolución que tuvo la crisis salitrera. Esto es
particularmente efectivo en la década de 1920-30, porque los flujos
emigratorios fueron de enorme magnitud. Por tratarse de una fuerza de trabajo
minera sujeta a relaciones de producción capitalista, organizados como
clase y afiliados políticamente, su ruralización e
inserción en sistemas de explotación hacendales, no habría
sido una alternativa viable. Son entonces, flujos migratorios que tuvieron un
impacto de concentración urbana importante, especialmente en Santiago.
Además las ciudades de Iquique primero y Arica, después, sumida la
primera en una grave crisis económica, recibirán una parte de la
migración pampina. De este modo, los centros urbanos presentarán
mejores condiciones para “salvar” la crisis, si se comparan con los
campamentos mineros. Asimismo, si la fase expansiva tuvo como consecuencia la
redefinición del poblamiento y la ocupación regional con una
impronta urbana notoria, la crisis más que cambiar esta situación
habría reforzado este patrón de concentración urbana
regional.