Portada Anterior Siguiente Índice | 5. La ocupación chilena en territorios aymaras

5. La ocupación chilena en territorios aymaras

5.1. Las primeras políticas del Estado chileno y la chilenización

Los territorios donde se asentaba la población aymara, formaban parte, hasta la Guerra del Pacífico (1879-1883), de la República del Perú. Si bien las poblaciones indígenas de Arica y Tarapacá se mantuvieron al margen de dicha guerra, sus territorios fueron objeto de un conflicto geopolítico que concluye con la parcelación del espacio tradicional en tres naciones.

El principal efecto sobre las comunidades indígenas, radica en los procesos ideológicos e institucionales asociados a la integración forzada a Chile y de los mecanismos aplicados desde el Estado para asegurar la soberanía en estos nuevos territorios. De este modo, el proceso de chilenización abre su período en el año 1879 y continúa hasta 1990, y ha consistido ante todo en establecer sólidas estructuras estatales en la región, desde municipios hasta poderosos cuarteles de frontera[65].

Aun cuando la historia oficial nos habla de una anexión de los territorios del norte ya en 1883, ciertamente ella no se dio automáticamente en términos ideológicos y sociales. Si bien, concluido el conflicto, las autoridades chilenas adoptaron medidas para afianzar la ocupación y establecieron el marco jurídico e institucional sobre el cual se regularon las relaciones entre el Estado y los aymaras en las décadas siguientes, la naturaleza de la relación entre Estado Chileno y la población indígena de Arica y Tarapacá se explica principalmente en atención a su rol político frente a una disputa que, desde un comienzo, les era ajena. Su situación geopolítica quedó subordinada a un plebiscito acordado en el Tratado de Ancón (1883) y que, aunque debió realizarse en 1893, nunca se materializó. Esta situación se prolongó por casi cincuenta años, hasta 1929, cuando Tacna se reincorpora al Perú y Arica queda bajo la soberanía de Chile[66].

Esto provocó que los habitantes en los territorios de Tacna y Arica, fueran objeto de trato especial que, sin lugar a dudas, buscaba someterlos a un ejercicio de aceptación del régimen chileno ante un eventual plebiscito, atacando directamente el patriotismo peruano, introduciendo una simbología y discurso favorables a la ocupación y al poder dominante. Esta campaña de dominio tuvo lugar en los centros urbanos de Arica, Tacna y en los poblados más importantes del sector rural, desarrollándose en dos etapas: la primera, en manos de las autoridades civiles entre 1880 y 1910, y la segunda, encabezada por la Vicaría Castrense y autoridades políticas en la provincia hasta 1929[67].

La chilenización en Tarapacá se hace notar de una manera compulsiva durante las primeras tres décadas del siglo XX[68], iniciándose en “... 1907 efectivamente la chilenización en Tarapacá”[69]. La sociedad criolla, peruana y chilena instalada en la costa, estigmatizó como “india” a aquella población que se encontraba en los sectores del interior[70] -tierras altas, valles y oasis-. Para el pueblo aymara, este período de la historia ha sido denominado también como des-aymarización, porque tendió a un proceso de violencia, intolerancia, amedrentamiento e imposición de costumbres ajenas[71].

La implantación de un principio republicano y democrático -igualdad formal, soberanía política por los ciudadanos-, abrió paso a un cambio desde la sociedad colonial estamentaria a una sociedad organizada según un pacto social moderno, que en los hechos fue exclusiva y excluyente respecto de los indígenas. Ellos quedaron fuera de un proyecto de modernización política que rápidamente se definió en su condición de elitista. Con la ruptura del “pacto colonial” no hubo un cambio estructural en la posición de los indígenas dentro de la sociedad nacional. Tras todo este divorcio entre discursos liberales y prácticas conservadoras, lo que se encuentra en el fondo es la igualdad jurídica entre quienes son profundamente desiguales en el plan social. En la situación creada, los grupos criollos dominantes consolidaron su poder y dominación sobre las poblaciones indígenas[72].

A comienzos de siglo, se introducen agentes de cambio dentro de los propósitos de la chilenización. Será la escuela pública la que se asienta en la provincia de Tarapacá[73] y, en general, en los principales valles interiores, especialmente en las quebradas bajas y oasis y en los puertos de Pisagua e Iquique, las cuales en los primeros momentos respondían más a iniciativas de carácter privadas que estatales[74].

Este agente se sostiene como vía para la implementar la modernidad y difusión de lo chileno entre los aymaras. De este modo, desde un primer momento, se otorgó una gran importancia a la instrucción escolar en los territorios anexados, relevancia reforzada aún más en la primera década del siglo XX cuando, ante el riesgo de un resultado desfavorable en el Plebiscito pendiente, la chilenización exigió en materia educacional desarrollar una conciencia nacional y crear un lazo ideológico con el Estado chileno, particularmente en los territorios de Tacna y Arica[75]. Además, este proceso de chilenización, fomentado entre los años de 1910 a 1929 en las ciudades de Arica e Iquique, fue tan intenso que se le conoce como el período oscuro de la historia, porque a través de la formación de ligas patrióticas se persiguió y expulsó a los ciudadanos peruanos que se asentaban en estos territorios. En ese momento se consideró fundamental reforzar la implementación del programa de instrucción, a través de la red de escuelas rurales en el sector andino, creando nuevos establecimientos y prohibiendo el ejercicio de la docencia a profesores peruanos; sin duda alguna, el objetivo era eliminar la peruanidad de la provincia a través de una chilenización compulsiva. Al dictarse la Ley de Enseñanza Obligatoria o Instrucción Primaria (1917), esta se volvió un derecho y obligación en el territorio, y al mismo tiempo fue una herramienta útil en favor de los intereses nacionalistas de las autoridades chilenas. Dentro del ámbito de la soberanía, la instalación de la escuela fiscal en Tarapacá, permite entender los profundos cambios que afectaron a los aymaras de valles y altiplano -por ejemplo, Isluga y Cariquima-[76].
La primera escuela chilena del siglo XX establecida en el sector rural del Departamento de Arica, fue creada en Putre (1905), luego Ticnamar y Socoroma; en 1912 se fundó una escuela en Chapiquiña. Hacia 1925, prácticamente no había localidad importante sin una escuela donde se impartieran creencias, valores y normas propias de la cultura educacional de la sociedad chilena; era ya la época del Estado docente[77]. Posteriormente, y cuando se hace evidente la crisis del salitre a partir de 1930, se replanteó la enseñanza rural en la provincia, porque el predominio que tenía en la pampa, se desplazó a los valles precordilleranos, imprimiendo con ello la inflexión en el tipo de chilenización: del pampino al andino[78]. Además, la preocupación por la educación rural fue asumida también por otras instituciones:

“... en aquellos sectores del interior poblados por indios sin las más rudimentarias nociones de civilización, los carabineros, tanto con la palabra como por el ejemplo, están constantemente introduciendo en dicha gente, hábitos de higiene y de cultura en general...”[79].

Se aplicaron también otros mecanismos más directos de “resocialización”. Mientras los capellanes militares recorrieron los sectores rurales infundiendo entre la población indígena un espíritu patriótico favorable a Chile, las autoridades civiles chilenas instauraban el Servicio Militar[80].

Con el cierre de los templos en 1907, la expulsión de los religiosos peruanos en 1910, la fundación de la Vicaría Castrense en 1911, se inicia también una violencia ideológica que viven los aymaras en su relación con la sociedad chilena. La iglesia católica chilena juega un papel fundamental, legitimando la ocupación y labor modernizadora del poder político. La evangelización –catecismo- y la chilenización, fueron dos corrientes fuertemente vinculadas que se caracterizaron por la intransigencia y falta de tolerancia frente a las prácticas y creencias locales. Las costumbres que caracterizaban el rito y las celebraciones andinas, despertaron un espíritu "extirpador de idolatrías"[81]. Para el Estado, la Iglesia y la sociedad chilena, los aymaras debían ser chilenos. Ciertamente, el discurso religioso dirigido a ellos se acompañó de una ideología nacionalista. A los símbolos propios de la tradición religiosa, se agregaron otros elementos como la bandera chilena, cuya semántica Patria, Nación y Progreso, junto con su simbología, se relacionaba directamente con el espíritu de la época y el de la sociedad chilena[82].

En los años veinte, en las provincias de Arica y Tarapacá es establecida una ideología dominante. El nacionalismo y a veces el racismo, alimentó el etnocentrismo que guiaba la acción del Estado y la sociedad frente al “indio”, en búsqueda de su progreso material y espiritual. Algunos textos del mundo religioso y político, reflejan lo señalado respecto del ethos de la modernización, particularmente de las máximas autoridades del país. De ello, una crónica publicada en el diario ariqueño El Pacífico, en el año 1925, y escrita por sacerdote Bernardino Abarzúa, revela el etnocentrismo, el nacionalismo y el racismo. Mientras que el ingeniero Pedro Canales, en la misma fecha, muestra el prejuicio y la intolerancia, propios de la época, ante el aymara y sus costumbres. Se creía que el desarrollo económico, la inculcación del ideario occidental a través de la educación y la igualdad de derechos, produciría un efecto homogeneizador sobre esas “poblaciones atrasadas” [83] .

La ideología promovida por autoridades civiles y religiosas, rechazaba los símbolos, valores y conductas centrales de la tradición peruana y religiosa de las comunidades de la región -Santa Rosa de Lima, la fiesta patronal de la comunidad, consumo de coca, etc.-, y proponían la aceptación de los valores de su propio mito: la homogeneidad lingüística y cultural, la superioridad de lo chileno ante cualquier otra forma de vida y desarrollo cultural. La chilenización dejó huellas en la identidad del aymara de Arica y Tarapacá. Sin duda, esta ideología nacionalista fue asimilada, al menos en lo formal, por la población indígena, y constituyó el sustento que legitimó las fuerzas exógenas que desencadenaron las transformaciones que tuvieron lugar en las primeras décadas, pero que luego de algunas generaciones, se asimilaron algunos elementos de la cosmovisión occidental.

Por otra parte, la presencia de la policía a comienzos de siglo, impone las leyes de comportamiento -orden público- y su labor estableció vinculaciones entre las comunidades y la autoridad designada en un territorio que comenzaba a poblarse y, cuyos flujos de personas y mercancías debían de protegerse[84]. Un extracto de la Memoria del Subdelegado de Tarapacá del año 1919, ilustra lo dicho:

“En una quebrada tan extensa donde existen tantos pequeños pueblos y caseríos, que dan vida a los habitantes de la rejión y aún a los de los países limítrofes, por estar comprobado que desde Bolivia se internan artículos alimenticios, licores, ganado, etc. Que deben pagar fuertes derechos aduaneros, que es imprescindible establecer un pequeño servicio policial, que ejerza vigilancia, que evite estos fraudes y que garanticen el cumplimiento de las órdenes de este jusgado...[85].

Durante los años treinta y setenta, si bien carabineros cumple una importante labor de control de fronteras, esta institución se transforma en el icono del control social formal del Estado chileno sobre los aymaras, fundamentalmente desde el punto de vista del cumplimiento de las leyes, tránsito fronterizo e instrucción escolar[86].

5.2. Políticas del Estado chileno a mediados del siglo XX

Entre 1930 y 1973, los aymaras experimentaron presiones ideológicas basadas en una visión chilena de progreso, identidad nacional y civilización. El mundo occidental se "acerca" aún más a la comunidad, a través de la construcción de una infraestructura de comunicaciones -red vial- e implementación de una red de escuelas fiscales. Pero, también la población andina se acerca progresivamente a lo occidental, moderno y citadino, migrando a la costa.

Si bien después de 1929 las autoridades regionales parecen invertir pocos esfuerzos en mantener el ritmo de la chilenización, que habían aplicado desde comienzos de siglo, el análisis del desarrollo de la infraestructura escolar en Arica y Tarapacá muestra que, a pesar que el número de establecimientos educacionales rurales no aumenta entre 1935 y 1950, la instrucción escolar continuó siendo la principal herramienta. Desde 1950 hasta 1969, se dio el máximo esfuerzo por extender la instrucción escolar a todos los sectores de la región. Esta tendencia coincidió con el auge de la ciudad de Arica, gracias al DFL N° 303 que la declara “Puerto Libre” -25 de julio de 1953- y con la creación de la Junta de Adelanto de Arica -Ley N° 13.039 del 15 de Octubre de 1958-, que reflejó el interés geopolítico sobre el norte chileno del entonces segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo. Durante toda la década del sesenta se construyeron escuelas en diversos sectores rurales de Tarapacá[87].

Asimismo, también en la década de los sesenta, se decretaron algunas donaciones de terrenos o edificaciones por parte de los comuneros aymaras para la implementación de escuelas; el decreto Nº 1.760 -Santiago 1962-, señala que:

“Visto los antecedentes, DECRETO:
Acéptanse, a contar desde la total tramitación del presente decreto, las cesiones de los locales y créanse a contar desde la misma fecha, las escuelas que a continuación se indican:
1º Acéptanse, por un plazo indefinido, la cesión gratuita que a favor del Fisco hace don Jerónimo Mamani Gómez, en representación de la comunidad de Escapiña, de local de propiedad de dicha comunidad, ubicado en el lugar denominado “ISLUGA-ESCAPIÑA” del Departamento de Pisagua, a fin de destinarlo al funcionamiento de una Escuela Pública.
Créase, una ESCUELA MIXTA DE SEGUNDA CLASE, rural, la que funcionará con el Nº 20 del Departamento de Pisagua, en el local cuya cesión se acepta por el párrafo anterior[88].”

A esto se asocia la decisión modernizadora que estará ligada a la Reforma Educacional que se promulgó definitivamente en 1965; ley que fue proclamada bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva, siendo Ministro de Educación en ese tiempo, Juan Gómez Millas[89].

Comercio, industria regional y establecimientos educacionales, constituyeron los ejes sobre los cuales se debía alcanzar el progreso en las provincias de Arica y Tarapacá. Entre 1930 y 1960, los gobiernos se ocuparon en impulsar planes y programas de desarrollo en el sector pesquero, minero, industrial y agropecuario, fundamentalmente asociado a los centros urbanos en la costa. Desde la década del sesenta, se incorporaron las comunidades indígenas a los beneficios del “progreso” y del desarrollo socioeconómico. Sin embargo, por lo general, la población rural no fue objeto de un verdadero programa de desarrollo.

El anhelo de integración y progreso económico de la región, constituyó uno de los ejes de la política internacional de Chile para la región de Arica y Tarapacá en el marco de las disputas y demandas de Bolivia por una salida al mar. En efecto, en 1951 el Presidente Gabriel González Videla expresaba su inquietud por el retraso del norte chileno y, también, la perspectiva de un potencial desarrollo sobre la base de una negociación de energía hidroeléctrica y agua para el riego del desierto con el propósito de construir una “moderna California” en esos territorios.

En los comienzos de la década del cincuenta había conciencia del escaso progreso alcanzado, del “subdesarrollo” y de los problemas sociales en la zona. El Estado, entonces, se esforzó por desarrollar una infraestructura que sustentara y potenciara el desarrollo productivo en la región, particularmente en el sector minero y agropecuario, en la construcción de caminos que conectaran los espacios cordilleranos con la costa, y en la captación de aguas para el uso doméstico e industrial[90]. A contar del año 1958 -año de creación de la Junta de Adelanto de Arica (JAA)- se iniciaron programas de asistencia técnica, médica, escolar y urbanización. Paralelamente, más al sur, CORFO desarrolló un programa de asistencia a las localidades precordilleranas y del altiplano entre los años 1959 y 1963. Este consideró el equipamiento de las localidades con escuelas, sedes sociales para las juntas de vecinos, centros de madres, alumbrado eléctrico, mejoramiento de las vías de comunicación y de la red vial entre los poblados cordilleranos y las ciudades costeras. Se puso especial interés en lograr un progreso económico autosostenido de la región rural andina.

Particularmente durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), más allá de continuar incentivando la creación de nuevas escuelas y plazas docentes para promover la educación formal, se implementaron “programas de asistencia social” a través de la Consejería de Promoción Popular, que involucraba la constitución de centros de madres, juntas de vecinos, cooperativas, formación de líderes y dirigentes juveniles, entre otros; y paralelamente también, programas de “asistencia” técnica y económica –créditos- a través del Instituto de Desarrollo Agropecuario, la Corporación de Reforma Agraria, el Servicio Agrícola y Ganadero, la Corporación de Fomento de la Producción. En este período, se realizaron importantes experiencias agrícolas y ganaderas.

Como resultado de los esfuerzos de integración del sector rural cordillerano, éste contaba a fines de los años sesenta con una infraestructura básica que facilitaba a los aymaras el contacto con el mundo urbano y desde la ciudad, con la incorporación de los medios de comunicación.

De este modo, hubo un “acercamiento” de la comunidad a la ciudad y a la sociedad chilena -emigración, red vial, nacionalismo, etc.-, como efecto de la chilenización, la instrucción escolar y la penetración de las sectas evangélicas desde la década del sesenta. Sobre esto último, “... desde el año de 1958 aproximadamente, se empieza a expandir por la zona altiplánica, concretamente en Cariquima, el movimiento pentecostal”[91].

Cabe precisar que el objeto del esfuerzo por impulsar el desarrollo e integración del sector rural cordillerano, no es la población aymara en sí, sino la propia región. La población andina, desde este punto de vista es “marginal” al desarrollo. En efecto, el desarrollo impulsado tiene un carácter basado en el crecimiento urbano y regional. Esta forma de “desarrollo” debilita a la comunidad, porque la pone en una posición de competencia en el marco de una racionalidad secular y de mercado. Las políticas de desarrollo de la región, se caracterizaron entonces por la ignorancia y el etnocentrismo frente a la realidad indígena de la región.

Esta situación no se reproduce en los diseños y propuesta de desarrollo que se alcanzaron a formular durante el gobierno de Salvador Allende Gossens (1970-1973) y que reflejaron un importante cambio en la visión y el enfoque sobre el desarrollo regional y su vínculo con la población indígena a través de la Ley 17.729. Esta nueva mirada se acompaña de la primera iniciativa legal durante ese siglo, que busca otorgar nuevos derechos y reconocer la deuda pendiente con los pueblos indígenas en Chile.

5.3. El impacto de la doctrina de Seguridad Nacional

Durante el régimen militar,

“... la Doctrina de Seguridad Nacional encuentra una de sus expresiones más claras en la política educacional implementada a partir de 1973 en las zonas fronterizas en general y en la región aymara en particular, a través del establecimiento de las escuelas de Concentración Rural Fronterizas. A través de estas escuelas y de los contenidos de la educación que imparten, se trata de chilenizar, así como afianzar el doblamiento tradicional de la región deteniendo el proceso migratorio con fines geopolíticos”[92].

Sin lugar a dudas, este proceso educativo desconoció las particularidades culturales propias del pueblo aymara, lo que conllevó al desarraigo de los niños de su cultura, y en parte también se vinculó con las migraciones entorno a la ciudad[93]. Además, este tipo de escuelas de concentración fronteriza, concebidas para albergar a un batallón en caso de guerra, constituyeron el símbolo más expresivo de la nueva ideología militarista[94]. Esta visión geopolítica asimilacionista y de frontera, tendió a reunir al educando aymara en escuelas ubicadas en pueblos centrales -Colchane y Cariquima-, desarraigándolo de sus comunidades de origen y de las actividades habituales[95].

El período militar significó un retroceso en lo que en materia de legislación indígena se refiere, porque quedaron inoperantes los cuerpos legales que habían sido promulgados en el gobierno de Salvador Allende -Ley 17.729-, afectándose las comunidades a través de la división de ellas por el Decreto ley 2568[96].

Por otra parte, a través del DL N° 349 del año 1974, se impusieron las Juntas de Vecinos como forma de organización social aplicable a las comunidades aymaras, que más bien sirvió para mantener un férreo control político administrativo sobre la región. De hecho, esta nueva organización no recogió los aspectos productivos, sociales y culturales más sentidos por los aymaras[97].

La intervención militar en los territorios de la primera región, respondió, por cierto, al interés de consolidación de las fronteras. De este modo, el endurecimiento de ellas, la presencia activa del Estado y de las fuerzas armadas, era constante en estas zonas dada su importancia geopolítica. Asimismo, la municipalización del espacio andino fue una acción derivada de la reforma político administrativa de principios de la década de 1980, con la cual se pretendió la descentralización a través de la implementación de las municipalidades fronterizas de orientación asistencialista; con ello, se continuaba con el proceso de chilenización apoyado con las escuelas fronterizas.

Un hecho indiscutible que está en directa referencia con los recursos vitales del desierto y el pueblo aymara, es el acceso y manejo de las aguas. Un grave problema para estas comunidades es la vigencia del nuevo Código de Aguas -D.F.L. Nº 1.222 del año 1981-, que otorga a los particulares, mediante un derecho de aprovechamiento de ellas, derecho real que pasa a ser propiedad del titular, quien puede usar, gozar y disponer de su derecho en conformidad con la ley. Este derecho es transferible, transmisible y prescriptible, y se constituye en un acto de autoridad, independiente si el solicitante es dueño o no, de la tierra donde está ubicada el agua. Así también, comienza un progresivo desecamiento de vegas y bofedales, agravado porque bajo el gobierno militar, las presiones del mercado hacia la enajenación de los recursos productivos indígenas, como por ejemplo el agua hacia los enclaves mineros, fue facilitada por las políticas y legislación abiertamente orientadas al capital. Todo esto promovió que los particulares y empresas mineras contravinieran los intereses de las comunidades aymaras, lo que no sólo generó problemas legales, sino también de mantenimiento de las ya precarias condiciones agrarias. Además, respecto del actual manejo del agua, las presiones hacia las comunidades y salares de la región continúan bajo la venta de agua a las empresas mineras para solventar sus operaciones; presiones que en el pasado se tradujeron en la desecación de valles completos, por causa de las aducciones de agua para las ciudades emergentes de la costa[98].


[65] Albó, Javier. “Aymaras entre Bolivia, Perú y Chile”. Estudios Atacameños Nº 19, pp. 43-73. Universidad Católica del Norte. San Pedro de Atacama. 2000. pp. 55, 56.
[66] Tudela, Patricio. “El Estado y sociedad chilena ante los Aymaras de Tarapacá (I Región de Chile): Factores y consecuencias de su integración entre 1930-1973”. Documento de Trabajo Nº 24. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2002. p. 3.
[67] Ibídem.
[68] González, Héctor y Hans Gundermann. “Organizaciones aimaras, identidad étnica e integración”. La Integración Surandina. Cinco siglos después. En: Javier Albó, María Inés Arratia, Jorge Hidalgo, Lautaro Núñez, Agustín Llagostera, María Isabel Remy y Bruno Revesz (Comps), pp. 395-416. Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las Casas. Corporación Norte Grande Taller de Estudios Andinos. Universidad Católica del Norte. Cuzco. 1996. p. 403.
[69] González, Sergio. “Quechuas y aimaras en las salitreras...” Op. cit.: 360.
[70] González, Héctor y Hans Gundermann. “Organizaciones aimaras...” Op. cit.: 403.
[71] Subgrupo de Trabajo Pueblo Aymara. “Informe Final Preliminar”. Documento Nº 73. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Arica. 2003. p. 4.
[72] Gundermann, Hans. “Sociedad Aymara y procesos...” Op. cit.: 6.
[73] González, Sergio. “El Estado chileno... Op. cit.: 17.
[74] González, Sergio. “La escuela chilena en los Andes de Tarapacá”. Pueblos Indígenas. Educación y Desarrollo, pp. 83-127. Centro de Estudios para el Desarrollo de la Mujer. Instituto de Estudios Indígenas. Universidad de la Frontera. Temuco. 1997. p.. 83.
Hay que tomar en cuenta sus antecedentes más tempranos, porque la instalación de la escuela ocurrió en los primeros años del siglo XVII, tanto en Camiña y Sibaya en 1600, y Pica con Tarapacá en 1608 y 1614, respectivamente.
[75] González, Héctor. “Apuntes sobre el tema... Op. cit.: 29, 30. Tudela, Patricio. “El Estado y sociedad chilena...” Op. cit.: 4-6.
[76] González, Sergio. “Los aymaras de Isluga y Cariquima: un contacto con la chilenización y la escuela”. Investigaciones científicas y tecnológicas Nº 3, pp. 1-5. Universidad Arturo Prat. Iquique. 1993. pp. 2, 3.
[77] Ibíd.: 3.
[78] González, Sergio. “El poder del símbolo en la chilenización de Tarapacá: violencia y nacionalismo entre 1907 y 1950”. Revista de Ciencias Sociales Nº 5, pp. 29-40. Universidad Arturo Prat. Iquique. 1995.
[79] González, Sergio. “La escuela chilena...” Op. cit.: 94.
[80] González, Sergio. “Los aymaras de Isluga y Cariquima...” Op. cit.: 3.
[81] Ibíd.
[82] Ibíd.
[83] Patricio Tudela, “El Estado y sociedad chilena...”, Op. cit.: 6-8.
[84] González, Sergio. “El Estado chileno y el mundo andino...” Op. cit.: 14.
[85] Ibíd.: 15.
[86] Patricio Tudela, “El Estado y sociedad chilena...” Op. cit.
[87] González, Sergio. “La escuela chilena...” Op. cit.: 97. Y Tudela, Patricio. “El Estado y sociedad chilena...” Op. cit.: 17.
[88] Decreto Nº 1.760 (1962) citado en: González, Sergio. “La escuela chilena...” Op. cit.: 110, 111.
[89] Ibíd.: 112.
[90] Por ejemplo, el fallido proyecto de construcción de un embalse en Pachica (1937); la Estación Agrícola de Colchane (1944); la idea de canalizar aguas desde el Lago Titicaca al extremo norte en el marco de posibles negociaciones de una salida al mar para Bolivia (1951); la canalización del río Lauca (1961); la empresa geotérmica de Puchuldiza (1973), son testimonios de lo afirmado. En: Patricio Tudela, “El Estado y sociedad chilena...”, Op. cit.: 8-11.
[91] Guerrero, Bernardo. “Identidad Aymara e identidad Pentecostal: notas para la discusión”. Investigaciones científicas y tecnológicas Nº 3, pp. 15-24. Universidad Arturo Prat. Iquique. 1993. p. 21.
[92] Dominique Hervé y Antonia Urrejola, “La Legislación Indígena en Chile desde la Independencia”. Documento de Trabajo Nº 14. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2002. p. 10.
[93] Ibídem.
[94] González, Sergio. “La escuela chilena...” Op. cit.: 112.
[95] Ibíd.: 118.
[96] Este decretó también generó un fuerte impacto en otras comunidades indígenas del país. Un caso importante de señalar es el de las comunidades mapuche, el cual se revisará en el capítulo correspondiente al Pueblo Mapuche.
[97] Dominique Hervé y Antonia Urrejola, “La Legislación Indígena...” Op. cit.: 10.
[98] Acta. Sesión del 30 de abril de 2001. Documento de Trabajo Interno. Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. Santiago. 2001.