1.
Los pueblos de Chile central al momento de la invasión europea
Hacia
el siglo XVI, los pueblos que ocupaban el valle central habían logrado el
manejo eficaz de una variada gama de recursos energéticos y fuentes
alimenticias. A la gran cantidad de cursos naturales de agua -ríos,
arroyos, lagunas, etc.- se sumaba un extenso sistema de canales de
regadío que cruzaba los valles de Aconcagua y Mapocho; veintidós
acequias grandes o principales para Aconcagua y veintiséis para Mapocho.
La subsistencia de la población dependía fundamentalmente de la
agricultura, pero se mantenían presentes actividades asociadas a la caza
y a la recolección. La base de la alimentación eran
tubérculos como la papa, y herbáceos como el maíz, ambos de
alto rendimiento y posibilidad de almacenaje en
invierno.
Para el valle de Rancagua, también se observa una situación
similar respecto a la existencia de actividades de siembras asistidas por
regadío artificial, sistema ampliamente difundido entre las parcialidades
indígenas del sector, mucho antes de la llegada de los
españoles.
Otra
fuente de subsistencia -que si bien se dio en menor medida, probablemente
habría constituido un símbolo de prestigio- fue la caza del
“chiliweque”, carnero de la tierra, llama y/o guanaco, del cual se
aprovechaba la carne y la piel. También es posible que se mantuvieran en
cautiverio por cortos períodos a guanacos que bajaban de la cordillera
durante las temporadas de altas temperatura, aunque en el valle de Aconcagua
este recurso podría no haber sido demasiado
abundante.
Además
contaban con recursos silvestres tales como bosques de arrayán, sauces,
molles, laureles, algarrobos, espinillo, guayacán, de los que
obtenían madera, frutos, aves e insectos
comestibles.
De igual
forma, los primeros cronistas hispanos mencionan una amplia variedad de aves y
peces de agua y mar. La miel, era otro de los recursos, así como una
serie de plantas y partes de animales utilizadas para curar enfermedades -y
envenenar enemigos-, tales como las “piedras bezares” obtenidas del
estómago de algunos guanacos; roedores, pájaros, peces de
ríos. Además. la recolección de tubérculos
-“cebolletas”- y de frutos -del algarrobo-, habrían sido
vitales. Para el sector costeño de Aconcagua, donde el clima era
más caluroso y húmedo, se daban lúcumas, paltas, chirimoyas
y una amplia gama de productos del mar que complementaban los cultivos. Estas
diferencias entre los sectores del interior y la costa, permitieron el
intercambio de bienes entre distintas sociedades, y el acceso a otras tierras
y/o recursos provenientes de ecosistemas
distintos.
Durante
el siglo XVI, en los valles de Aconcagua y Mapocho, habitó una
población local de indígenas agricultores con asentamiento
permanente, un pequeño número de cazadores recolectores
cordilleranos estacionales que llegaban en verano, atraídos por los
guanacos y el trueque; así como colonias de mitimaes provenientes desde
distintas zonas de la región andina vinculada a los intereses
administrativos y “militares” del incario en los valles. Es posible,
también, que por estos territorios transitaran familias de grupos
indígenas “vecinos”, incluso del otro lado de la cordillera.
Convirtiendo a ambos valles en espacios pluriétnicos y
multiculturales.
Diversas
denominaciones y divisiones de orden político, entre los grupos que
habitaban el valle central, indicarían diferencias étnicas entre
ellos. En este sentido, el Valle de Aconcagua representa el límite norte
de una población con una base cultural y lingüística
común, reflejada en el uso de la lengua
mapudungun.
Los primeros documentos generados para el “reino de Chile”, por
cronistas y conquistadores, indican la existencia de varias provincias en el
territorio. En algunos casos, son nombradas con el apelativo dado a sus
habitantes, como promaucaes o
picones; en otros, recibían un
nombre genérico asociado al espacio geográfico, de Chile, Mapocho,
Apalta, Maule o Itata, el que a su vez podía designar a los habitantes,
como mapochoes, apaltas, maules o
itatas.
En el valle
del Mapocho, se encontrarían algunas diferencias respecto a las
poblaciones cercanas. Hacia la costa, próximo a Melipilla, se
encontrarían los picones; hacia
el sur, desde el Maipo a Angostura, la “provincia de los
promaucaes”.
El término promaucaes proviene de la conquista incásica. Los
indígenas del sur de la angostura de Paine, se resistieron fuertemente al
avance de las tropas inkas, de ahí que estos los denominaran
purun aucas, que alude a
“rebeldes o enemigos no sometidos”, según el vocabulario de
Diego González Olguín (1608). El cronista Jerónimo de
Vivar, en cambio, aseguraba que derivaría de
pomaucaes, voz que interpretaría
como lobos monteses, en sentido
figurado. La palabra, en todo caso, refiere a poblaciones rebeldes al
Tawantinsuyo y no constituía un gentilicio
local.
Jerónimo
de Vivar, señalaba respecto a los denominados
picones -quienes habrían tenido
rasgos comunes con habitantes del Mapocho- que una de las diferencias entre
aquellos y los promaucaes radicaba en
que los primeros fueron conquistados por los incas, adquiriendo sus usos y
creencias, mientras que a los segundos los definiría el hecho de
“... haber rechazado dicha conquista y luego no querer
‘servir’ ni sus poblaciones, ni sus caciques a los españoles,
huyendo de sus
tierras”.
El
territorio y asentamiento de Pico se
situaba al norte del Maipo; se hace
mención de la existencia del pueblo de Pico para mediados del siglo
XVIII, junto al de Pomaire, ubicado, en
la ya -a esas alturas- hacienda de
Pico.
Si bien se cree que el término
picón es el más adecuado
para designar al grupo étnico que fue denominado como
promaucae, no existe claridad en su
significado, el que podría estar vinculado a la palabra mapuche
piku -norte-. En mapudungun
Pikuküraf tiene como significado
viento norte, mientras que nortino o gente del norte equivale a
pikümche.
Pico probablemente sería una
corrupción o traducción castellana defectuosa de
piku.
Por otro lado, si bien tradicionalmente a las poblaciones establecidas entre los
ríos Aconcagua e Itata, se les ha designado como
pikunches, las diferencias culturales
existentes entre dichos grupos en el siglo XVI, llevaron a los propios
españoles “... a encarar parecidas dificultades al momento de
proceder a delimitar la identidad de las diversas comunidades étnicas.
Los peninsulares del siglo XVI jamás utilizaron un nombre genérico
al definir la población del centro. Aluden a indios de Aconcagua,
mapochoes o
cauquenes, nunca
pikunches. Dos siglos más tarde
se seguía hablando de quillotanos,
mapochoes y promaucaes para referirse a la población
autóctona...
”.
Entonces, un
complejo panorama étnico se configura en estos territorios:
aconcaguas, mapochoes, maipoches, picones,
cachapoales, promaucaes -en los territorios situados entre el río
Maipo y el Maule- e itatas, chiquillanes,
andalienes y reinogüelenes,
por la región cordillerana de la costa-. Si bien es probable que muchas
de estas denominaciones, pudieron haber correspondido a agrupaciones de
índole socio-territorial de familias extensas que conforman un
determinado linaje, “... con un sistema de asentamientos dispersos, y que
se organizan con una jerarquía interna fraccionada, expresada en la
existencia de caciques, señores y principales, e indios sujetos a ellos,
algunos de los cuales en los primeros años de la conquista son
mencionados como ‘principales cabezas del reino’. Es el caso de los
‘capitanes’ Cachapoal, Teno y Gualemo...
”;
en lo que respecta a la “provincia de los promaucaes”.
Planella O., María Teresa. “La propiedad territorial
indígena en la cuenca de Rancagua a fines del siglo XVI y comienzos del
XVII”. Tesis Magíster en Historia con mención en
Etnohistoria. Universidad de Chile. Santiago. 1988. p. 22.