4.
Las acusaciones de brujería y el nuevo ordenamiento social
La
imposición de un sistema social a través del adoctrinamiento
religioso, la evangelización, significó la extirpación de
las bases culturales y la eliminación de las prácticas más
acendradas de la sociabilidad indígena -los rituales comunitarios, las
borracheras solemnes, las redes de filiación sancionadas por la
tradición y la poligamia- no tuvo como consecuencias la franca
destrucción de las bases culturales y la cosmovisión de los
pueblos originarios de Chile central, sí su silenciamiento y
deslegitimación social. En este contexto, muchos indígenas a
raíz de algunas de sus prácticas, sobre las que se
desconocía su significado, fueron transformados en brujos y hechiceros,
de acuerdo a la concepción católica. Los indígenas
aparecían ante los ojos de los españoles como sujetos arraigados
en su pasado, que no podían asimilar las costumbres y
creencias
de los hispanos. Por eso, una de las
acusaciones más recurrentes y fáciles de formular contra ellos era
la de brujería, pues allí se entrecruzaban los peores prejuicios
con los temores más arraigados, sin que los inculpados pudieran lograr
demostrar su inocencia de modo fehaciente. En esas causas judiciales se
desplegaba públicamente el universo de las creencias, populares y
oficiales, mezcladas con los múltiples incidentes que se sucedían
en el entorno rural. Más que ninguna otra fuente, los expedientes de
hechicería dejan al trasluz la frágil posición en que se
encontraban los indígenas ubicados en las fronteras de las ciudades.
Así se desprende del caso judicial iniciado en 1723 contra Juan
Molbún, ‘indio’ nacido en el fuerte de Purén, a quien
el alférez Antonio de Espinoza y su esposa Juana de Vergara acusaron
“por haber hecho maleficio su hija Águeda”. Además, le
acusan de haber tomado formas de pájaro y animal y ser brujo y
dañino. Autoinculparse de brujo -en circunstancias que no eran más
que curanderos expertos en el uso de hierbas y alucinógenos- llevaba a
hombres y mujeres como Molbún a transformarse, a los ojos de sus vecinos
no indígenas, en verdaderos agentes del mal y de las fuerzas que
solamente algunos iniciados sabían convocar. De ese modo, en lo que se
podría interpretar como una lucha contra el poder institucionalizado, se
desplegaba la hechicería como un poder que fortalecía la imagen de
misterio que rodeaba a los afuerinos, transformándolos en hombres
peligrosos e
intocables.
Viviendo en
pésimas condiciones, los indígenas asentados en la periferia de la
ciudad de Santiago, son vistos como fuente de desorden y se recelaba de ellos en
ocasiones tales como los días de fiesta, en las que se producían
masivas reuniones. Durante los años posteriores a 1580, el Cabildo de la
ciudad envió continuamente comisiones a las
“rancherías” para evitar las borracheras castigando tanto a
vendedores como consumidores de alcohol. En junio de 1625 se dicta la
prohibición de cerrar todas las pulperías tanto de indios, mulatos
y
mestizos.
Con
el objetivo de ordenar la sociedad que surgía en el Chile central -en el
contexto de una sociedad de castas- las autoridades coloniales dictaban normas
con las que pretendían regular el comportamiento y apariencia de sus
miembros, especialmente de mestizos e indígenas, permitiendo establecer
rasgos distintivos para cada cual. Un edicto de mediados del siglo XVII ordenaba
que los “... mestizos y mestizas que hubiere en esta ciudad se vistan de
españoles y los indios e indias que anduvieren en hábito de
españoles se vistan de indios, eligiendo cada uno el traje que le
toca.”.
Auto cabeza de Proceso en Causa criminal contra Juan Molbun por maleficio,
Lonquén, Quirihue, 12 de febrero de 1723, en A. N.J.Q., Legajo 9, pieza
4, 6 fojas sin foliar.
Citado por Valenzuela, Jaime. "Une sociéte depersonnalisee?. Ordre
colonial et referents identitaires á Santiago du Chili au XVII
siècle". En: Bernard Lavallé,
Transgressions
et stratégies du
métissage.
Paris. 1999. p. 156.