1.
Nuestros primeros antepasados
Siempre
hay un comienzo, incluso para una de las historias más antiguas de
nuestro continente americano y de su poblamiento. Hombres y mujeres, emigraron
desde África hacia el noreste asiático y desde allí
penetraron al continente americano, tras las manadas de animales. Ellos
serán los verdaderos conquistadores de América.
El
estrecho de Bering vinculó a estas poblaciones con el continente a
través de una vía terrestre durante la glaciación
Wisconsin; en adelante este puente congelado no siempre estaría
disponible, pero sí se sabe que al menos hubo tres posibilidades de
ingreso a nuestro continente y en tres tiempos diferentes. Estas comunidades,
serán las más antiguas del continente americano y nuestros
primeros antepasados.
En
la época que el clima pleistocénico comenzaba a mejorar, grupos de
cazadores, en reducidas agrupaciones familiares se desplazaron de norte a sur
por el territorio americano hasta alcanzar las tierras que hoy comprende
Chile.
Los primeros hombres y mujeres, llamados paleoindios por los especialistas, o
“indios antiguos” en una traducción libre, ocuparon distintos
ambientes nunca antes habitados, alcanzando la Patagonia alrededor de los 9.000
años a.C., tras la caza de milodones, caballos americanos y
camélidos antiguos, con sus puntas de proyectil llamadas Fell muy
parecidas en su forma a “las colas de
pescado”,
debido a que la base que penetra en el dardo tiene ese aspecto. En el territorio
árido, los grupos y agrupaciones de “indios antiguos”
probablemente ocuparon los entornos de lagos de agua dulce, bosques y valles, en
espacios con recursos favorables durante ese tiempo. En el desierto
también había un grupo humano antiguo llamado Tuina que
vivía en cuevas -buen refugio natural-, iniciándose el poblamiento
por los 9.000 años a.C. Más hacia el sur, otros cazadores antiguos
dejaron sus testimonios en tres sitios arqueológicos representativos:
Quereo -territorio semiárido cercano a los Vilos-, Taguatagua -territorio
fértil central, valle de Cachapoal- y Monte Verde -cercano a Puerto
Montt-. En este último sector, hubo una larga ocupación
indígena y conocimiento del territorio probablemente desde hace 33.000
años
atrás:
El
sitio arqueológico Monte Verde tiene una de las fechas más
tempranas de nuestro continente y evidencia la gran antigüedad de la
presencia humana en América. Sus fechas radiocarbónicas,
demuestran que en esta época ya existían pequeños grupos
humanos viviendo perfectamente adaptados en el sur de
Chile.
Sobre
el primer sitio, el nivel I presenta evidencias de origen humano asociadas a
caza de caballos americanos por los 10.000 años a. C. Las condiciones de
aridez al término del Pleistoceno, habrían acelerado la
explotación de mamíferos de grandes
proporciones
en el nivel Quereo
II”.
Por los 9.000 años a. C., y en relación con el segundo sitio,
“... las ocupaciones paleoindias se relacionan estrechamente con labores
de caza especializada de
megamamíferos...”,
vinculadas con artefactos líticos como la punta de proyectil de tipo
Fell, usada en el extremo sur y centro de Chile para cazar y faenar mastodontes.
En el tercer sitio, localizado en el extremo más meridional, las familias
paleoindias suman a la caza del mastodonte -elefante americano- la
explotación de recursos vegetales que implican readaptaciones al singular
bosque húmedo
austral.
Las fechas de 12.500 años a. p. de Monte Verde II, dan cuenta de un
grupo de personas que no sólo eran cazadores de megafauna, sino que
conocían ampliamente su territorio, con explotación de unas veinte
plantas distintas, de las cuales hoy día se le conocen propiedades
medicinales, además de recolección de papas, explotación de
ambientes marinos –algas- y
cordilleranos.
Sobre los paleoindios en el territorio estepario austral, Patagonia, se tienen
evidencias de presencia humana desde al menos 12.000 a.p.., en sitios como la
cueva Los Toldos, Lago Sofía (11.500), Tres Arroyos (11.800) y Fell,
cuyos niveles más profundos del sitio dan cuenta de una ocupación
hacia los 11.000 a.p.
Hacia
fines de los años 10.000 -fines del Pleistoceno-, hombres y mujeres
explotaban una amplia gama de recursos y medio ambientes. Con el aumento de la
temperatura y humedad, en el Holoceno temprano se observa una mayor
diversificación en el aprovechamiento de ambientes, recursos y
hábitat como bosques templados, bosques húmedos y zonas costeras,
que conllevó a una proliferación de tecnologías locales y
cambios culturales acelerados; aumento demográfico, mayor tamaño
de grupos y mayor densidad demográfica. Con ello, se sientan las bases
para la diversidad cultural que se desarrollará posteriormente durante el
arcaico.
Posteriormente
al período de los antiguos indígenas, paleoindios, y desde un
recorrido de norte a sur de nuestro país, los antiguos cazadores de la
puna también llamados arcaicos, registran fechados fluctuantes entre los
9.000 a los 6.000 años
a.C..
En ambas punas, seca y salada, la tendencia a utilizar áreas abiertas y
puntas triangulares por los cazadores del arcaico temprano, sería una
herencia de los ancestros
paleoindios.
El arcaico temprano se subdivide en dos etapas temporales. Del sitio Tuina, que
se caracteriza por ser la primera fase en la Puna de Atacama (9.000 a 7.500
a.C.), se sabe que eran cazadores de camélidos que preferían las
alturas moderadas -prealtiplánicas-, estableciendo un ambiente particular
en los valles serranos; y Patapatane, la segunda fase localizada en la Puna
ariqueña (7.500 a 5.000 a.C.), con un patrón más estable de
asentamiento, de carácter más estacional y en ambientes de
más altura. Posteriormente, en el período arcaico medio (6.000 a
4.000 a.C.), se advierte cierto abandono de ocupación, situación
que tal vez avalarían que estas poblaciones estarían articulando
el
litoral
a raíz de ciertos impactos de sequías. El período Arcaico
tardío propiamente tal, muestra en ambas punas una especializada
adaptación a la caza y recolección. En la puna salada (Puna de
Atacama), se conoce un uso especializado de recursos donde las poblaciones
estaban organizadas en eficientes circuitos de trashumancia, asociados a
campamentos -conjunto de habitaciones y labores- semipermanentes coincidente
con la domesticación de camélidos. También en la puna seca,
se avistan campamentos estables o semipermanentes en zonas de
bofedales,
caza especializada y probable domesticación de animales.
Todos
estos pueblos cazadores andinos, son los responsables de los inicios de la vida
en la altiplanicie y Puna, con aportes tan importantes como la
domesticación de llamas, inicio de cultivos y construcción de
estilos de vida semisedentarios con campamentos complejos que eran recintos
habitacionales y de servicio, con mayores recursos constructivos, donde la
densidad poblacional era más significativa. Estos campamentos presentaban
algunos rasgos especiales como bodegas, cementerios, depósitos de basura,
etc.
Paralelamente,
el litoral estaba ocupado por poblaciones pescadoras y recolectoras arcaicas
relacionadas a dos maneras de subsistencia: arcaicos cazadores-recolectores y
arcaicos pescadores -alrededor de los 9.000 años a.C.-. Tiempo
después (7.000 a.C.), las poblaciones del litoral basaban su
economía entre el litoral y los oasis cercanos del desierto
tarapaqueño, en Acha, Camarones, Tiliviche, etc. Otros más al sur,
como los Huentelauquén y otras poblaciones especializadas en la
explotación de recursos lacustres -lagos-, cohabitan entre la costa y el
interior. Las actividades pesqueras se acentúan por los 5.000 años
a. C. y se muestran en el extremo norte los verdaderos pescadores que derivan
del “núcleo de pescadores andinos” que, gracias al anzuelo,
lograron explorar las profundidades del
mar.
Este novedoso instrumento contribuyó a que la forma tradicional de caza y
recolección se desplazara hacia la consolidación de grupos de
adaptación marítima arraigados al piso ecológico costero.
Sin
embargo, al avanzar hacia el sur el agua dulce se convierte en un recurso cada
vez más abundante y extensivo; lo mismo que los recursos proteicos
terrestres –fauna- y los carbohidratos –flora-, haciendo que a
partir de determinadas latitudes fueran más productivas la caza y la
recolección que la pesca. Esta situación se acentúa desde
el río Choapa hacia el
sur.
En
términos generales, es muy improbable que las poblaciones arcaicas
costeras, hubieran podido transformarse en una sociedad de tipo más
compleja,
porque en esta costa árida las familias no tuvieron la posibilidad de
trabajar la tierra y en consecuencia no hubo un control productivo y
político centralizado. Sin embargo, sí se puede plantear que en la
costa árida de valles y quebradas hubo una extensión del modelo
costeño,
que implicó que los pescadores se inclinaran a los modos de
producción marítimos, trocando sus recursos con comunidades
agricultoras. En la costa centro, aun cuando la información es escasa, la
etnohistoria se refiere “... a la existencia de un grupo pescador
netamente especializado en actividades marinas...”, los changos; y en el
litoral semiárido, más hacia el sur, se entiende que la caza, la
pesca y la recolección mantuvieron más importancia en
relación con la horticultura. Con estas investigaciones, se
concluiría que esta sociedad no logró superar la condición
de
arcaica,
lo que no implica que fueran simples. Cabe recordar aquí, que los
pescadores llamados Chinchorro de Arica, por los 3.000 años a.C.,
presentan momificaciones humanas artificiales únicas en el mundo, con
evidencias de alta complejidad
ritual.
Las
familias cazadoras y recolectoras gradualmente comprendieron la importancia de
producir sus propios alimentos, domesticar los animales y adquirir, por la misma
vía, una vida de carácter cada vez más sedentario; de este
modo, “... de la caza se transitó a la crianza, de la
recolección vegetal a la horticultura o agricultura de
‘jardín’ y de los pequeños huertos a una agricultura
plena...
”.
Sin embargo, no hay que olvidar que la anterior secuencia progresiva entre los
5.000 años a. C. a los 500 d. C., se manifiesta con transposiciones de
formas y modos de producir, algunas veces presentando modalidades y
énfasis diferentes, ya sea en el territorio árido,
semiárido, fértil central y estepario austral, donde “... ya
no fue necesario trasladar la vida hacia los recursos, sino mas bien estos se
multiplicaron donde el hombre decidió su
asentamiento”.
Entre
los años 5.000 a los 2.000 a.C., en las tierras altas del territorio
árido las familias practicaban cacerías especializadas y
tenían campamentos semisedentarios -con recintos habitacionales
circulares aglomerados- que sostenían su crecimiento poblacional. La
trashumancia entre los Andes y las tierras más bajas, perduraron hasta
los 3.000 a 2.000 años a. C., “... cuando de esta matriz de caza
surgen labores pastoriles con la domesticación de llamas en quebradas
-sitio
Puripica-...”;
probablemente vinculada con los primeros huertos cercanos a los oasis en
ríos puneños. En cambio, los cazadores del territorio
semiárido, que se protegían en cuevas, no intentaron asimilar
cultivos de valor alimenticio -sitio
Pichasca-.
Pero,
fue a partir del primer milenio a. C. que el paisaje será domesticado y
los cambios agropecuarios como la misma producción de alimentos se
multiplicarán notablemente, entre el centro y norte de Chile. Surgen
así, las primeras manifestaciones de vida más sedentaria.
En
este período, las poblaciones que ocupaban el territorio árido, a
la par de mantener su horticultura arcaica -más antigua- y
domesticación de animales, se integra la experiencia de otros grupos
altiplánicos que provinieron de la región cercana del lago
Titicaca. A partir de esta integración, se incrementa la
utilización de llamas como alimento y carga, y los cultivos como
maíz, yuca, porotos, papas, zapallos, ají, etc., y se incorporan
también nuevas ecozonas o territorios bien acotados para la actividad
agropecuaria, donde también las poblaciones del litoral se hicieron parte
en la recepción de estos cambios. En este contexto se hacen presente los
primeros conjuntos de viviendas e instalaciones de servicio -también
llamadas aldeas- vinculadas a eficientes sistemas productivos con mayor
sedentarismo en el territorio
árido,
tales como las localizadas en Alto Ramírez -Arica-, Caserones
-Tarapacá-, Guatacondo, Tulor, Tilocalar y otros en la Puna de Atacama
-agropastores-.
Por
su parte, los agricultores y pastores de la cultura El Molle
–posiblemente, con ancestros puneños y transandinos-, ingresan al
territorio semiárido alrededor de los 1.000 a. C., también con la
idea aldeana más eficiente, si se les compara con los campamentos
estacionales anteriores, logrando incluso complejos asentamientos
fortificados.
Estas nuevas culturas van ingresando al área de Chile central, a
través de las comunidades y culturas que se las conoce como de El Molle y
Llolleo, donde “... difundieron los beneficios agrarios y ganaderos con el
apoyo sustancial de cacerías, recolección marina y vegetal,
expandiendo sus influencias incluso más hacia el
sur”.
Las poblaciones que cubrían el territorio estepario austral
disponían de la fauna como recurso, lo que afianzó las
prácticas cazadoras, pescadoras y recolectoras del mar.
Este
proceso de domesticación de la naturaleza, permitió una mayor
estabilidad productiva -agropecuaria- como habitacional, dotando a las
poblaciones de una forma de vida de carácter más aldeano y
relacionado con una pervivencia más o menos sedentaria en gran parte del
país. Plantas y animales están al servicio de la sociedad
indígena y con ello, las raíces de las labores pecuarias -llamas-
y agrícolas.
El
tránsito de la sociedad cazadora a la agrícola, tendió a
una eventual concentración de espacios habitacionales con el objeto de
proteger las áreas cultivadas y en otros casos aparece asociada a la
domesticación de animales, que consolidó con el tiempo una mayor
organización de los pueblos, junto a una especialización
laboral.
Es así como, “... se enriqueció la cultura con la
aparición de la cerámica y la metalurgia -de cobre
principalmente-, se perfeccionaron los utensilios de trabajo, (...) surgen
nuevos cultos relacionados con el agua y la
tierra”.
De esta manera, el período llamado formativo del Norte Grande de Chile,
representó precisamente la formación de un nuevo estilo de vida
productor de alimentos, creándose las bases “... para la
gestación de una nueva sociedad en el Norte
Grande”.
La arqueología define como una sociedad compleja a las ocupaciones con
notables logros productivos culturales, ideológicos, constructivos, y que
los irradiaron en un ámbito mayor a su espacio originario.