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1. Nuestros primeros antepasados


Siempre hay un comienzo, incluso para una de las historias más antiguas de nuestro continente americano y de su poblamiento. Hombres y mujeres, emigraron desde África hacia el noreste asiático y desde allí penetraron al continente americano, tras las manadas de animales. Ellos serán los verdaderos conquistadores de América.

El estrecho de Bering vinculó a estas poblaciones con el continente a través de una vía terrestre durante la glaciación Wisconsin; en adelante este puente congelado no siempre estaría disponible, pero sí se sabe que al menos hubo tres posibilidades de ingreso a nuestro continente y en tres tiempos diferentes. Estas comunidades, serán las más antiguas del continente americano y nuestros primeros antepasados.

En la época que el clima pleistocénico comenzaba a mejorar, grupos de cazadores, en reducidas agrupaciones familiares se desplazaron de norte a sur por el territorio americano hasta alcanzar las tierras que hoy comprende Chile[1]. Los primeros hombres y mujeres, llamados paleoindios por los especialistas, o “indios antiguos” en una traducción libre, ocuparon distintos ambientes nunca antes habitados, alcanzando la Patagonia alrededor de los 9.000 años a.C., tras la caza de milodones, caballos americanos y camélidos antiguos, con sus puntas de proyectil llamadas Fell muy parecidas en su forma a “las colas de pescado”[2], debido a que la base que penetra en el dardo tiene ese aspecto. En el territorio árido, los grupos y agrupaciones de “indios antiguos” probablemente ocuparon los entornos de lagos de agua dulce, bosques y valles, en espacios con recursos favorables durante ese tiempo. En el desierto también había un grupo humano antiguo llamado Tuina que vivía en cuevas -buen refugio natural-, iniciándose el poblamiento por los 9.000 años a.C. Más hacia el sur, otros cazadores antiguos dejaron sus testimonios en tres sitios arqueológicos representativos: Quereo -territorio semiárido cercano a los Vilos-, Taguatagua -territorio fértil central, valle de Cachapoal- y Monte Verde -cercano a Puerto Montt-. En este último sector, hubo una larga ocupación indígena y conocimiento del territorio probablemente desde hace 33.000 años atrás[3]:

El sitio arqueológico Monte Verde tiene una de las fechas más tempranas de nuestro continente y evidencia la gran antigüedad de la presencia humana en América. Sus fechas radiocarbónicas, demuestran que en esta época ya existían pequeños grupos humanos viviendo perfectamente adaptados en el sur de Chile[4].

Sobre el primer sitio, el nivel I presenta evidencias de origen humano asociadas a caza de caballos americanos por los 10.000 años a. C. Las condiciones de aridez al término del Pleistoceno, habrían acelerado la explotación de mamíferos de grandes proporciones[5] en el nivel Quereo II”[6]. Por los 9.000 años a. C., y en relación con el segundo sitio, “... las ocupaciones paleoindias se relacionan estrechamente con labores de caza especializada de megamamíferos...”[7], vinculadas con artefactos líticos como la punta de proyectil de tipo Fell, usada en el extremo sur y centro de Chile para cazar y faenar mastodontes. En el tercer sitio, localizado en el extremo más meridional, las familias paleoindias suman a la caza del mastodonte -elefante americano- la explotación de recursos vegetales que implican readaptaciones al singular bosque húmedo austral[8]. Las fechas de 12.500 años a. p. de Monte Verde II, dan cuenta de un grupo de personas que no sólo eran cazadores de megafauna, sino que conocían ampliamente su territorio, con explotación de unas veinte plantas distintas, de las cuales hoy día se le conocen propiedades medicinales, además de recolección de papas, explotación de ambientes marinos –algas- y cordilleranos[9]. Sobre los paleoindios en el territorio estepario austral, Patagonia, se tienen evidencias de presencia humana desde al menos 12.000 a.p.., en sitios como la cueva Los Toldos, Lago Sofía (11.500), Tres Arroyos (11.800) y Fell, cuyos niveles más profundos del sitio dan cuenta de una ocupación hacia los 11.000 a.p.

Hacia fines de los años 10.000 -fines del Pleistoceno-, hombres y mujeres explotaban una amplia gama de recursos y medio ambientes. Con el aumento de la temperatura y humedad, en el Holoceno temprano se observa una mayor diversificación en el aprovechamiento de ambientes, recursos y hábitat como bosques templados, bosques húmedos y zonas costeras, que conllevó a una proliferación de tecnologías locales y cambios culturales acelerados; aumento demográfico, mayor tamaño de grupos y mayor densidad demográfica. Con ello, se sientan las bases para la diversidad cultural que se desarrollará posteriormente durante el arcaico.

Posteriormente al período de los antiguos indígenas, paleoindios, y desde un recorrido de norte a sur de nuestro país, los antiguos cazadores de la puna también llamados arcaicos, registran fechados fluctuantes entre los 9.000 a los 6.000 años a.C.[10]. En ambas punas, seca y salada, la tendencia a utilizar áreas abiertas y puntas triangulares por los cazadores del arcaico temprano, sería una herencia de los ancestros paleoindios[11]. El arcaico temprano se subdivide en dos etapas temporales. Del sitio Tuina, que se caracteriza por ser la primera fase en la Puna de Atacama (9.000 a 7.500 a.C.), se sabe que eran cazadores de camélidos que preferían las alturas moderadas -prealtiplánicas-, estableciendo un ambiente particular en los valles serranos; y Patapatane, la segunda fase localizada en la Puna ariqueña (7.500 a 5.000 a.C.), con un patrón más estable de asentamiento, de carácter más estacional y en ambientes de más altura. Posteriormente, en el período arcaico medio (6.000 a 4.000 a.C.), se advierte cierto abandono de ocupación, situación que tal vez avalarían que estas poblaciones estarían articulando el litoral[12] a raíz de ciertos impactos de sequías. El período Arcaico tardío propiamente tal, muestra en ambas punas una especializada adaptación a la caza y recolección. En la puna salada (Puna de Atacama), se conoce un uso especializado de recursos donde las poblaciones estaban organizadas en eficientes circuitos de trashumancia, asociados a campamentos -conjunto de habitaciones y labores- semipermanentes coincidente con la domesticación de camélidos. También en la puna seca, se avistan campamentos estables o semipermanentes en zonas de bofedales[13], caza especializada y probable domesticación de animales.

Todos estos pueblos cazadores andinos, son los responsables de los inicios de la vida en la altiplanicie y Puna, con aportes tan importantes como la domesticación de llamas, inicio de cultivos y construcción de estilos de vida semisedentarios con campamentos complejos que eran recintos habitacionales y de servicio, con mayores recursos constructivos, donde la densidad poblacional era más significativa. Estos campamentos presentaban algunos rasgos especiales como bodegas, cementerios, depósitos de basura, etc.

Paralelamente, el litoral estaba ocupado por poblaciones pescadoras y recolectoras arcaicas relacionadas a dos maneras de subsistencia: arcaicos cazadores-recolectores y arcaicos pescadores -alrededor de los 9.000 años a.C.-. Tiempo después (7.000 a.C.), las poblaciones del litoral basaban su economía entre el litoral y los oasis cercanos del desierto tarapaqueño, en Acha, Camarones, Tiliviche, etc. Otros más al sur, como los Huentelauquén y otras poblaciones especializadas en la explotación de recursos lacustres -lagos-, cohabitan entre la costa y el interior. Las actividades pesqueras se acentúan por los 5.000 años a. C. y se muestran en el extremo norte los verdaderos pescadores que derivan del “núcleo de pescadores andinos” que, gracias al anzuelo, lograron explorar las profundidades del mar[14]. Este novedoso instrumento contribuyó a que la forma tradicional de caza y recolección se desplazara hacia la consolidación de grupos de adaptación marítima arraigados al piso ecológico costero.

Sin embargo, al avanzar hacia el sur el agua dulce se convierte en un recurso cada vez más abundante y extensivo; lo mismo que los recursos proteicos terrestres –fauna- y los carbohidratos –flora-, haciendo que a partir de determinadas latitudes fueran más productivas la caza y la recolección que la pesca. Esta situación se acentúa desde el río Choapa hacia el sur[15].

En términos generales, es muy improbable que las poblaciones arcaicas costeras, hubieran podido transformarse en una sociedad de tipo más compleja[16], porque en esta costa árida las familias no tuvieron la posibilidad de trabajar la tierra y en consecuencia no hubo un control productivo y político centralizado. Sin embargo, sí se puede plantear que en la costa árida de valles y quebradas hubo una extensión del modelo costeño[17], que implicó que los pescadores se inclinaran a los modos de producción marítimos, trocando sus recursos con comunidades agricultoras. En la costa centro, aun cuando la información es escasa, la etnohistoria se refiere “... a la existencia de un grupo pescador netamente especializado en actividades marinas...”, los changos; y en el litoral semiárido, más hacia el sur, se entiende que la caza, la pesca y la recolección mantuvieron más importancia en relación con la horticultura. Con estas investigaciones, se concluiría que esta sociedad no logró superar la condición de arcaica[18], lo que no implica que fueran simples. Cabe recordar aquí, que los pescadores llamados Chinchorro de Arica, por los 3.000 años a.C., presentan momificaciones humanas artificiales únicas en el mundo, con evidencias de alta complejidad ritual[19].

Las familias cazadoras y recolectoras gradualmente comprendieron la importancia de producir sus propios alimentos, domesticar los animales y adquirir, por la misma vía, una vida de carácter cada vez más sedentario; de este modo, “... de la caza se transitó a la crianza, de la recolección vegetal a la horticultura o agricultura de ‘jardín’ y de los pequeños huertos a una agricultura plena... ”[20]. Sin embargo, no hay que olvidar que la anterior secuencia progresiva entre los 5.000 años a. C. a los 500 d. C., se manifiesta con transposiciones de formas y modos de producir, algunas veces presentando modalidades y énfasis diferentes, ya sea en el territorio árido, semiárido, fértil central y estepario austral, donde “... ya no fue necesario trasladar la vida hacia los recursos, sino mas bien estos se multiplicaron donde el hombre decidió su asentamiento”[21].

Entre los años 5.000 a los 2.000 a.C., en las tierras altas del territorio árido las familias practicaban cacerías especializadas y tenían campamentos semisedentarios -con recintos habitacionales circulares aglomerados- que sostenían su crecimiento poblacional. La trashumancia entre los Andes y las tierras más bajas, perduraron hasta los 3.000 a 2.000 años a. C., “... cuando de esta matriz de caza surgen labores pastoriles con la domesticación de llamas en quebradas -sitio Puripica-...”[22]; probablemente vinculada con los primeros huertos cercanos a los oasis en ríos puneños. En cambio, los cazadores del territorio semiárido, que se protegían en cuevas, no intentaron asimilar cultivos de valor alimenticio -sitio Pichasca-[23].
Pero, fue a partir del primer milenio a. C. que el paisaje será domesticado y los cambios agropecuarios como la misma producción de alimentos se multiplicarán notablemente, entre el centro y norte de Chile. Surgen así, las primeras manifestaciones de vida más sedentaria.

En este período, las poblaciones que ocupaban el territorio árido, a la par de mantener su horticultura arcaica -más antigua- y domesticación de animales, se integra la experiencia de otros grupos altiplánicos que provinieron de la región cercana del lago Titicaca. A partir de esta integración, se incrementa la utilización de llamas como alimento y carga, y los cultivos como maíz, yuca, porotos, papas, zapallos, ají, etc., y se incorporan también nuevas ecozonas o territorios bien acotados para la actividad agropecuaria, donde también las poblaciones del litoral se hicieron parte en la recepción de estos cambios. En este contexto se hacen presente los primeros conjuntos de viviendas e instalaciones de servicio -también llamadas aldeas- vinculadas a eficientes sistemas productivos con mayor sedentarismo en el territorio árido[24], tales como las localizadas en Alto Ramírez -Arica-, Caserones -Tarapacá-, Guatacondo, Tulor, Tilocalar y otros en la Puna de Atacama -agropastores-.

Por su parte, los agricultores y pastores de la cultura El Molle –posiblemente, con ancestros puneños y transandinos-, ingresan al territorio semiárido alrededor de los 1.000 a. C., también con la idea aldeana más eficiente, si se les compara con los campamentos estacionales anteriores, logrando incluso complejos asentamientos fortificados[25]. Estas nuevas culturas van ingresando al área de Chile central, a través de las comunidades y culturas que se las conoce como de El Molle y Llolleo, donde “... difundieron los beneficios agrarios y ganaderos con el apoyo sustancial de cacerías, recolección marina y vegetal, expandiendo sus influencias incluso más hacia el sur”[26]. Las poblaciones que cubrían el territorio estepario austral disponían de la fauna como recurso, lo que afianzó las prácticas cazadoras, pescadoras y recolectoras del mar.

Este proceso de domesticación de la naturaleza, permitió una mayor estabilidad productiva -agropecuaria- como habitacional, dotando a las poblaciones de una forma de vida de carácter más aldeano y relacionado con una pervivencia más o menos sedentaria en gran parte del país. Plantas y animales están al servicio de la sociedad indígena y con ello, las raíces de las labores pecuarias -llamas- y agrícolas.

El tránsito de la sociedad cazadora a la agrícola, tendió a una eventual concentración de espacios habitacionales con el objeto de proteger las áreas cultivadas y en otros casos aparece asociada a la domesticación de animales, que consolidó con el tiempo una mayor organización de los pueblos, junto a una especialización laboral[27]. Es así como, “... se enriqueció la cultura con la aparición de la cerámica y la metalurgia -de cobre principalmente-, se perfeccionaron los utensilios de trabajo, (...) surgen nuevos cultos relacionados con el agua y la tierra”[28]. De esta manera, el período llamado formativo del Norte Grande de Chile, representó precisamente la formación de un nuevo estilo de vida productor de alimentos, creándose las bases “... para la gestación de una nueva sociedad en el Norte Grande”[29].


[1] Núñez, Lautaro. “Los primeros pobladores (20.000 ? a 9.000 a.C.)”. En: Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate e Iván Solimano (Eds.), pp. 13-31. Prehistoria. Desde sus orígenes hasta los albores de la conquista. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1989. p. 13.
[2] Bird, Junius. “Antiquity and migración on the early inhabitants of Patagonia”. Geographical Review 281. New York. 1938.
[3] Ardila, G. y G. Politis. “Nuevos datos para un viejo problema: investigación y discusiones en torno del poblamiento de América del Sur”. Boletín del Museo del Oro N° 23, pp. 3-45. 1989.
[4] Adovasio, J. Y D. R. Pedler. “Monte Verde and the antiquity of humankind in the Americas”. Antiquity N° 71. 1997. p. 573.
[5] Llamados megafauna o megamamíferos.
[6] Núñez, Lautaro; Juan Varela, Rodolfo Casamiquela y Carolina Villagrán. “Reconstrucción multidisciplinaria de la ocupación prehistórica de Quereo, centro de Chile”, pp. 99-118. Latin American Antiquity. Vol. 5. Nº 2. The Society American Archaelogy. USA. 1994. p. 99.
[7] Núñez, Lautaro, Juan Varela, Rodolfo Casamiquela, Virgilio Schicappasse, Hans Niemeyer y Carolina Villagrán. “Cuenca de Taguatagua en Chile: El ambiente del Pleistoceno y ocupaciones humanas” Separata de la Revista Chilena de Historia Natural, pp. 503-519. Vol. 67. Nº 4. Sociedad de Biología de Chile. Santiago. 1994. p. 504, 513.

[8] Núñez, Lautaro. “Los primeros pobladores...” Op. cit.: 28. Tom Dillehay. “Monte Verde: aporte al conocimiento del paleoindio en el extremo sur”. Gaceta arqueológica andina 1 (4-5).1982. Lima.
[9] Dillehay, Tom. The Settlement of the Americas. A New Prehistory. Basic. Books. 2000.
[10] Santoro, Calógero. “Antiguos cazadores de la puna (9.000 a 6.000 a.C.)”. En: Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate e Iván Solimano (Eds.), pp. 33-55. Prehistoria. Desde sus orígenes hasta los albores de la conquista. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1989. p. 33.
[11] Ibíd.:54.
[12] Ibíd.: 54, 55.
[13] Champas que crecen en suelos muy húmedos.
[14] Llagostera, Agustín. “Caza y Pesca marítima (9.000 a 1000 a.C.)”. En: Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate e Iván Solimano (Eds.), pp. 57-79. Prehistoria. Desde sus orígenes hasta los albores de la conquista. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1989. pp. 61, 67, 72, 76 y 78.
[15] Ibídem.
[16] La arqueología define como una sociedad compleja a las ocupaciones con notables logros productivos culturales, ideológicos, constructivos, y que los irradiaron en un ámbito mayor a su espacio originario.

[17] Modelo reconocido por Rostworowski para la costa peruana y aplicable en este caso. (Rostworowski, M. Etnia y Sociedad: costa peruana prehispánica. I. E. P. Lima. 1977).
[18] Llagostera, Agustín. “Caza y Pesca marítima...” Op. cit.: 79.
[19] Standen, Vivien. “Pueblos de la costa”. Pueblos del Desierto. Entre el Pacífico y los Andes, pp. 29-44. Ediciones Universidad de Tarapacá. Departamento de Arqueología y Museología. Museo San Miguel de Azapa. Universidad de Tarapacá. Arica. 2001. p. 37.
[20] Núñez, Lautaro. “Hacia la producción de alimentos y la vida sedentaria (5.000 a.C. a 500 d.C)”. En: Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate e Iván Solimano (Eds.), pp. 81-105. Prehistoria. Desde sus orígenes hasta los albores de la conquista. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1989. p. 81.
[21] Núñez, Lautaro. “Hacia la producción...” Op. cit.: 105.
[22] Ibíd.: 102.
[23] Ibíd.: 103.
[24] Ibíd.: 104.
[25] Ampuero, Gonzalo (ms.). “Arqueología del Norte Chico: proceso cultural y relaciones”. III Congreso de Arqueología Argentina. Salta. 1974.
[26] Núñez, Lautaro, “Hacia la producción...” Op. cit.: 104.
[27] Muñoz, Iván. “El período formativo en el norte grande (1.000 a.C. a 500 d.C.)”. En: Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate e Iván Solimano (Eds.), pp. 107-128. Prehistoria. Desde sus orígenes hasta los albores de la conquista. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1989. P. 107.
[28] Ibídem.
[29] Ibíd.: 128.