Los
primeros conquistadores (10.000 – 8000 años antes de
Cristo).
Chile
Central ha tenido una larga historia de poblamiento humano que se extiende desde
hace por lo menos 11 mil años. A fines del período glacial,
encontramos a pequeñas comunidades de cazadores-recolectores instaladas
en las riberas de la antigua laguna de Tagua Tagua (en la VI Región),
después de un largo proceso de migración desde Norte
América, luego de cruzar el Estrecho de Bering tras la caza de grandes
mamíferos hoy extintos, como el mastodonte, milodón o perezoso
gigante, caballo americano y ciervos de los pantanos. Aunque en Chile existen
otras notables evidencias de estas ancestrales ocupaciones, como en el norte
semi árido (Quebrada de Quereo), en la zona de los bosques lluviosos del
sur (Monte Verde) y en la patagonia austral del país (Cueva Fell),
sólo Tagua Tagua ha entregado registros fehacientes de ocupaciones
humanas asociadas al consumo de megafauna.
Estos
primeros cazadores americanos, a quienes los arqueólogos han llamado
“paleoindios”, así como al estadio de desarrollo cultural que
los describe, se ubicaron en Tagua Tagua para acechar y cazar a estos grandes
animales que quedaban entrampados en los pantanos del lugar, para lo cual
utilizaron una sencilla pero eficiente tecnología como grandes bloques de
piedra y lanzas armadas con filosas puntas de proyectil de cuarzo finamente
talladas. Aunque no hay claros registros al respecto, estos grupos debieron
complementar sus actividades de subsistencia con la recolección de
vegetales y la caza de animales menores; sin embargo, se les define como
cazadores especializados estrechamente relacionados a la megafauna. Los
investigadores piensan que esta misma especialización contribuyó a
la extinción de estos grandes animales, cuyo destino ya estaba definido
por los cambios climáticos que se sucederían a fines del periodo
glacial. La desaparición de su principal recurso alimenticio,
obligó a estos grupos de cazadores a reorientar sus actividades de
subsistencia, estimulando profundos cambios sociales y tecnológicos,
dando origen a una nueva etapa de desarrollo cultural que los arqueólogos
han denominado Período Arcaico.
1.2.
El Período Arcaico en Chile Central:
Los
cazadores especializados (8000 – 600 años antes de
Cristo)
Las
manifestaciones más antiguas de esta nueva etapa cultural, que se
extiende entre 8000 y 600 a.C. en Chile Central, se registran en el territorio
cordillerano andino, correspondiente a grupos de cazadores-recolectores
adaptados a una vida más móvil y a la caza de animales menores
como el guanaco, huemul, zorros y roedores e instalados con sus campamentos
bases en refugios o aleros rocosos. Ejemplos de ello son los sitios
arqueológicos de El Manzano en el río Maipo y Piuquenes, en la
cuenca superior del Aconcagua. Para el valle central no se conocen ocupaciones
habitacionales de este período, sin embargo, en Cuchipuy, ubicado en las
inmediaciones de San Vicente de Tagua-Tagua, se registra uno de los cementerios
más intensamente utilizados por estas poblaciones arcaicas entre el 6000
y 3700 a.C. En la costa, por estas mismas fechas, se desarrolla un proceso
más o menos similar a las otras regiones ecológicas, por parte de
grupos de cazadores-recolectores especializados en la explotación de los
recursos marinos del litoral y mar adentro y que dejaron como registro extensos
basurales conchíferos junto a sus lugares de residencia. Evidencias de
estas primeras poblaciones costeras se han encontrado en Punta Caraumilla, al
sur de Valparaíso, y se remontan hace unos 8500 años; éstos
y otros registros culturales similares han sido agrupadas en el denominado
Complejo Papudo. Hacia el 2000 a.C., numerosas familias estaban ocupando toda
la costa de Chile Central, especialmente los ámbitos de lagunas litorales
e interior inmediato, subsistiendo de la caza y la recolección de plantas
silvestres y mariscos y otros productos del mar; así lo evidencian el
registro de innumerables sitios arqueológicos, entre los cuales destacan
Laguna El Peral, en Santo Domingo y la caverna de Quivolgo, en la desembocadura
del río Maule.
Los
7 mil años que dura este período refleja el conservador estilo de
vida de estos grupos de cazadores – recolectores tanto terrestres como
marítimos. Sin embargo, hacia el último tercio del período
se comenzarán a experimentar paulatinos cambios tecnológicos y en
los patrones de asentamiento de estas poblaciones, motivados por el mayor
conocimiento del medioambiente que habitan y la diversidad y potencialidad de
los recursos de subsistencia que este les aporta. Entre ellos, se destacan
cambios en las formas y tipos de instrumental de piedra, disminuyendo por
ejemplo el tamaño de las puntas de proyectil, seguramente a consecuencia
de la introducción del arco y la flecha como artefactos útiles
para la caza de fauna menor, de sus cuchillos, raspadores y cepillos para
desempeñar funciones más especializadas. Por otra parte, aumenta
la actividad recolectora de vegetales con el consecuente desarrollo de variados
instrumentos para su molienda; esto mismo permite a la población
familiarizarse con los ciclos reproductivos de las plantas para posteriormente
comenzar a experimentar hacia el final del período Arcaico, la
domesticación de algunas especies silvestres, tales como la
quínoa, porotos, calabazas y maíz.
La
alta movilidad de la población fue una de sus características
más relevantes, desplazándose estacionalmente por todo el perfil
transversal del territorio de Chile Central, durante el tiempo frío
recluidos en las playas litorales, desembocaduras de ríos y valles
intermontanos y en los meses estivales rondando los contrafuertes cordilleranos
andinos, en las vegas y pastizales de altura en procura de la caza del guanaco y
materias primas como obsidianas y jaspes para el tallado de sus principales
artefactos líticos.
1.3.-
Período Agroalfarero Temprano.
Los primeros
horticultores y ceramistas de Chile Central
(800/600
años antes de Cristo – 900 años después de
Cristo)
Hacia
el final del último milenio antes de Cristo comienzan a manifestarse en
Chile Central las primeras evidencias de domesticación de plantas y la
manufactura de cerámica. Como consecuencia de esto, se inicia el proceso
de producción de alimentos y de sedentarización de las poblaciones
en torno a pequeñas aldeas nucleadas más permanentes,
inaugurándose con ello un nuevo estadio de desarrollo
prehistórico, que por sus características innovadoras en todos los
aspectos culturales, los arqueólogos han denominado como período
Formativo o Agroalfarero Temprano o Inicial. Estos cambios no habrían
podido suceder sin el bagaje cultural, social y tecnológico acumulado por
las antiguas poblaciones arcaicas conocedoras de su realidad
ecogeográfica y que compartían de alguna manera una
tradición con otros grupos formativos de los Andes del Centro Sur,
quienes habían inaugurado este proceso varios siglos antes, como por
ejemplo en los valles desérticos del norte de Chile.
El
gran cambio que significaron estas innovaciones y la variabilidad con que se
presentaban en el registro arqueológico, llevó a los
investigadores a pensar que aquellas fueron producto de la irrupción de
una nueva población en la región venida desde más al norte,
donde estos procesos estaban ya en desarrollo, como en el norte
semiárido. Sin embargo, las condiciones geográficas de Chile
Central han propiciado, desde el inicio de su poblamiento, una cadena de
interacciones culturales interregionales con mayor o menor énfasis con
los valles transversales septentrionales, la región transandina y la zona
del centro-sur de Chile, y a la vez que conlleva una fisonomía
ecológica y desafíos propios al sustrato poblacional que lo
habita. Estas características posibilitan respuestas y formaciones
socioculturales diversas, las que han definido a la mayoría de los
desarrollos culturales de la etapa Formativa en el Area Andina. De acuerdo a
ello, durante este período se presentan en Chile Central una gran
variedad de sistemas culturales conviviendo en diferentes estadios de
desarrollo, algunos de los cuales tienden a conservar su modo de vida de
cazadores-recolectores arcaicos (Comunidades Iniciales), otros se vinculan
fuertemente con tradiciones del Norte Chico –como la Tradición
Bato-, o que adquieren un importante desarrollo espacial y temporal con
características muy locales, tal como el Complejo Llolleo. Aunque la
situación descrita resulta un tanto simplista, expone la dinámica
compleja que poseen los procesos culturales del pasado, no sólo en esta
región, lo que se reflejará en una gran diversidad en el registro
material y en los modos de adaptación de las poblaciones en el curso de
su devenir.
Por
ahora, en Chile Central no hay claridad respecto del origen de la
tecnología cerámica y la hortícola que surgen a la par para
definir un nuevo estadio de desarrollo durante este período. Los pocos
registros arqueológicos que existen, tampoco señalan una fase de
experimentación de estas revolucionarias tecnologías, ya que en
estas primeras comunidades “iniciales” aparecen bien desarrolladas
hacia finales del primer milenio antes de la Era. Así, en la costa se
encuentran registros de las primeras cerámicas alrededor de 860 a.C, en
Punta Curaumilla, asociada a poblaciones pescadoras de tradición arcaica.
O vasijas de uso doméstico con mamelones en el borde, pertenecientes a
comunidades con asentamientos más estables en los valles interiores, que
practican intensamente la recolección y la molienda de vegetales
silvestres y que probablemente ya comenzaban con una rudimentaria horticultura
del maíz, porotos, y calabazas, tal como se aprecia en los sitios
arqueológicos de ENAP-3, en Concón o en Radio Estación
Naval, de la Quinta Normal en Santiago.
Tampoco
no hay consenso respecto del origen que tendrían estos rasgos culturales
junto a otros que comparten estas diversas poblaciones agroalfareras de Chile
Central, como el uso de adornos labiales (tembetá) y orejeras,
además de pipas cerámicas en forma de “T”
-probablemente para el consumo de alucinógenos-. Hasta ahora, se manejan
dos hipótesis alternativas, la que plantea que fueron traídas a la
región por nuevas poblaciones procedentes tanto del Norte Chico como del
noroeste argentino (Cultura Agrelo), o por el contrario, habrían sido las
propias comunidades cazadoras-recolectoras locales las que lentamente integraron
y adaptaron estas tecnologías foráneas a través del
contacto cultural que fomentaba la movilidad interregional que los
caracterizaba.
Alrededor
del 300 a.C. comienzan a aparecer en la costa central una serie de
manifestaciones culturales semejantes, que los arqueólogos agruparon en
una tradición cultural denominada Bato, según la localidad
epónima de la V Región. Sus evidencias se distribuyen por el
litoral desde Petorca, por el norte, hasta la desembocadura del río
Maule, por el sur, en el valle central en las cuencas del Aconcagua, Maipo y
Cachapoal y en la precordillera de Chile Central, con una extensión
temporal que alcanza hasta alrededor del 600/700 d.C. Sus sitios más
representativos se encuentran en la costa y comprenden Areválo 1, 2 y 3 ,
en San Antonio y Playa El Bato 1 y 2, en Ventanas. Esta tradición
representa a grupos humanos de horticultores y ceramistas que recogen algunos
elementos de la anterior tradición inicial (cerámica con
mamelones, uso del tembetá y pipas), desarrollan un estilo alfarero
particular, con ollas, jarros y cántaros la mayoría de un solo
color, decorados con modelado, diseños geométricos grabados,
incisos, en ocasiones con pintura negativa o con aplicación de hierro
oligisto; muchas de sus cerámicas comparten un “aire de
familia” con aquellas de los grupos contemporáneos del Norte Chico
(Cultura Molle) y del centro oeste argentino, tales como el asa-puente, y sus
formas que se inspiran en vegetales y animales.
Estos
grupos vivían preferentemente en las terrazas litorales, con
asentamientos pequeños semipermanentes ubicados cerca de vertientes, lo
que les permitía explotar tanto los recursos marinos (de playa y mar
adentro) como continentales (vegetales y mamíferos menores).
Complementaban su dieta alimenticia con una horticultura en pequeña
escala de maíz, calabazas y quínoa. Solían enterrar a sus
muertos en forma aislada y bajo los pisos de las viviendas con un escaso ajuar
funerario, nunca con alfarería pero adornados con tembetás,
orejeras y pipas. La alta movilidad de estos grupos, que tuvieron su base en el
litoral costero, se manifiesta en un sinnúmero de sitios semipermanentes
ubicados tanto en el valle como en la precordillera central, aprovechando de
esta manera el uso alternado de los diferentes pisos ecológicos y
recursos que ofrece este territorio. A pesar que entre estos sitios su
patrón de asentamiento y formas de entierro, por nombrar algunos rasgos
culturales, son comunes, existen variaciones en sus maneras de fabricar
cerámica, reflejando una diversidad de respuestas locales por parte de
estas unidades familiares frente a los requerimientos del medio que habitaban.
En el valle central se instalaron a moler las semillas de los abundantes
algarrobos de los llanos xerófitos y realizaban incursiones a las
quebradas y vegas altoandinas tras la caza de guanacos. Aunque no hay certeza
aún, es posible que por esta época los grupos Bato, ya
familiarizados con la etología de este camélido silvestre,
comenzaran su proceso de domesticación, o al menos, de amansamiento
inicial.
Entre
el 150 y 900 d.C. se desarrolla el Complejo Llolleo, inicialmente identificado
en la costa central. Por algunas centurias coexiste con la Tradición Bato
y comparten con ella varios rasgos culturales. Sin embargo, estos grupos
presentan una mayor densidad poblacional y sitios habitacionales más
complejos y comparativamente con Bato, tienen una mayor dispersión
espacial y densidad ocupacional en la zona central y, por tanto, sus evidencias
presentan diferencias y algunos énfasis particulares expresados en su
cultura material y en sus tipos de asentamiento. Se le registra, por el norte
desde el valle de Illapel y Petorca (con escasas evidencias) hasta el río
Maule, con una mayor concentración del Maipo al sur, y especialmente en
el curso del río Cachapoal. Las comunidades Llolleo siguen enterrando a
sus muertos bajo el piso de las habitaciones, aunque a veces forman
pequeños cementerios aislados de sus viviendas, con un ajuar funerario
más diverso compuesto de vasijas de cerámica, adornos corporales,
piedras horadadas e instrumentos de molienda. Los párvulos fueron
enterrados en urnas de cerámica, un patrón de entierro que
compartirán con otros desarrollos culturales contemporáneos de
más al norte, como El Molle y del centro-oeste argentino. Esta usanza
funeraria tan característica de las sociedades formativas andinas,
desaparecerá en las culturas más tardías, como en el
Complejo Aconcagua y se mantendrá en El Vergel, el desarrollo
agroalfarero prehispánico tardío de la zona centro-sur mapuche,
aunque en este caso destinado a adultos. También practicaron la
deformación intencional de sus cabezas, indicando posiblemente el
surgimiento de diferencias sociales o de rango al interior de estas comunidades.
De
acuerdo a los diversos sitios con componentes Llolleo registrados en el
litoral, y cuencas del Maipo y Cachapoal, sus viviendas se ubicarían
preferentemente en terrazas fluvio-lacustres, como en Laguna El Peral o
rinconadas abrigadas entre cerros, cercanos a cursos de agua, que permiten la
fácil inundación de los terrenos para la horticultura cuando no
existe todavía un manejo de técnicas de regadío. En cuanto
a los asentamientos costeros, estos se encuentran más hacia los valles
interiores, sugiriendo que la actividad agrícola era preponderante y los
recursos marinos un complemento. Las comunidades Llolleo no tenían una
especialización concreta en un tipo de actividad económica,
más bien estuvieron adaptados en cuanto al uso eficiente de los recursos
que los diversos medioambientes les ofrecían a través del perfil
costa/cordillera. Este complejo cultural tiene una importante presencia en el
valle central y con sus particularidades culturales, como lo demuestra el
extenso cementerio del Parque La Quintrala, en Santiago, que, entre sus rasgos,
presenta fuertes vinculaciones con los grupos Llolleo costeros. Sitios como
éste y otros ubicados en el valle, representan la cada vez más
importante actividad hortícola que desarrolla esta comunidad.
También, las manifestaciones Llolleo presentan particularidades y
semejanzas en los diversos espacios ecológicos que ocupa. Sin embargo, en
esta ocasión y gracias a que se cuenta con un cúmulo de
información diversa, esta situación se interpreta como reflejo de
la complejidad alcanzada en la organización social de los grupos Llolleo.
Esta estaría estructurada a partir de unidades familiares con distintos
grados de cohesión, integrada a su vez con otras unidades residenciales
vecinas, posiblemente a través de lazos de parentesco y linajes.
Una
de las características más notables de estos grupos, es su
alfarería, diversa en la forma y sus funciones, pero homogénea en
su estilo y maneras de fabricarla. Esto denota un grado de
especialización artesanal y cierta organización del trabajo,
además de reflejar con ello alguna clase de identidad social o grupal.
Realizaron grandes vasijas para almacenar líquidos, ollas y
cántaros para cocinar alimentos y otras piezas exquisitamente decoradas
para uso ritual y/o como ajuar funerario. Entre estas últimas destacan
vasijas con formas de animales y seres humanos, algunos con atributos
fantásticos, como seres bicéfalos que nos hablan de las
estructuras de su pensamiento mítico o ritual. Algunas de estas
cerámicas guardan estrechas semejanzas, en cuanto formas y
técnicas de fabricación con aquellas del Complejo Pitrén
del centro-sur de Chile, en algunas centurias coexistente. Aún
más, se ha planteado, incluso, que estos mismos elementos
cerámicos podrían ser indicadores para postular a los grupos
Llolleo en relación con Pitrén, como partícipes del
sustrato étnico de los mapuches históricos.
En
varios sitios de Chile Central aparecen los grupos Llolleo compartiendo espacios
con gente de tradición Bato, e incluso, con otras comunidades
todavía no bien definidas arqueológicamente, que presentan fuertes
vinculaciones culturales con otras poblaciones, tanto del Norte Chico (El
Molle), como del centro sur de Chile (Pitrén). Son los casos de los
cementerios de Parque La Quintrala, ya nombrado, o Chiñihue, en el curso
medio del río Maipo, donde se ha enterrado a gente con ajuares
cerámicos Llolleo pero adornados con el típico tembetá de
Tradición Bato. Esto demuestra, quizás, la integración de
dos entidades culturales diferentes que comparten un mismo espacio, a
través de nexos sociales de índole por ahora desconocida.
Por
otra parte, en la cuenca del Cachapoal, está presente también la
coexistencia de Llolleo y Bato, esta vez combinando el rasgo “urna
funeraria para párvulos” del primero con el uso de
“tembetá”, del segundo. Sin embargo, también
demuestran el desarrollo de elementos culturales propios, como el uso reiterado
y frecuente de pipas para fumar algún tipo de alucinógeno en
actividades de cohesión social, registrado en La Granja, un sitio que se
ha consignado como de características ceremoniales o rituales. Las
poblaciones Bato y Llolleo asentadas en esta región meridional
presentarían ciertas singularidades respecto de aquellas del centro y
norte de Chile Central. Por una parte, se cree que éstas tendrían
una mayor relación con las comunidades que habrían habitado al sur
del río Maule / Itata -una zona de transición ecológica y
cultural hacia la región Centro Sur de Chile de los mapuches
históricos, arqueológicamente muy poco estudiada-, y por otra, que
su existencia se prolonga más allá de la época en que surge
el complejo cultural Aconcagua, desarrollo cultural característico del
Período Agroalfarero Intermedio Tardío del Chile Central, previo a
la llegada del Inka, y que en esta zona tiene escasos y aislados registros de
su existencia.
En
ocasiones, aislados elementos de tradiciones foráneas a la región,
como estilos cerámicos de la cultura Molle del valle del río
Hurtado, aparecen en contextos Bato ubicados en la precordillera, como es el
caso del cementerio y sitio habitacional de Chacayes, en la cuenca superior del
río Maipo, demostrando conexiones entre los grupos pastoriles de los
valles transversales del Norte Chico y los de esta región. Algo similar
ocurre posteriormente, entre 400 y 800 d.C., donde en varios aleros ubicados en
las estribaciones precordilleranas de Chile Central, como en la cuesta de
Chacabuco y en El Arrayán, del Mapocho superior, se registran asociados a
ocupaciones de Tradición Bato, piezas cerámicas cuyo estilo se
vincula a poblaciones de la fase Las Animas, un sustrato cultural de la cultura
Diaguita del Norte Chico, caracterizado por finas decoraciones en rojo sobre un
enlucido de hierro oligisto.
Hasta
la fecha, la aparición de nuevos estilos cerámicos foráneos
entre 400 y 800 d.C., que acusan contactos con poblaciones del Período
Medio del Semiárido no alcanzan a provocar grandes cambios en las
tecnologías y modos de vida de las poblaciones receptoras Bato y LLolleo,
como para postular un nuevo estadio de desarrollo más complejo o
avanzado, equivalente a un Período Medio, como en el Norte Chico y
anterior al Período Agroalfarero Intermedio Tardío. Aparentemente,
esta situación sólo refleja los tradicionales contactos
interculturales que por siglos han venido estableciendo las conservadoras
poblaciones agroalfareras tempranas de Chile Central, las cuales, en algunas
áreas, se desarrollan sin solución de continuidad hasta la
aparición de la Cultura Aconcagua.
A
modo de síntesis, se puede decir que el período Agroalfarero
Temprano en Chile Central está representado principalmente por dos
entidades socio-culturales, la Tradición Bato y el Complejo Llolleo, las
que coexistieron por varios siglos durante un período de
experimentación y búsqueda de estabilidad que los llevó a
desarrollar modalidades de adaptación y sistemas culturales particulares
en esta región. La gente Bato ocupó dos hábitats
fundamentalmente, los lomajes litorales con sus quebradas y valles interiores y
los ámbitos cordilleranos, con una tendencia a instalarse en áreas
al norte de la cuenca del Maipo. Su cultura material acusa contactos e
influencias con los grupos Molle del Norte Chico y aquellos del sector
trasandino. A diferencia de la Tradición Bato, las comunidades Llloleo se
concentraron en torno a las rinconadas de los grandes valles fluviales,
asentándose preferentemente al sur del Maipo Especialmente a
través de su cerámica, se denotan vinculaciones con la cultura
Pitrén del centro sur de Chile, con quienes también comparten un
sistema de asentamiento-subsistencia basado principalmente en actividades de
recolección y caza y horticultura incipiente, muy semejante a los de los
mapuche históricos.
1.4.
Período Agroalfarero Intermedio Tardío:
El
Complejo Aconcagua en Chile Central (900 – 1470 años después
de Cristo)
Cuando
hacia 900 d.C. algunas comunidades agroalfareras tempranas todavía
sobrevivían en el norte y sur de Chile Central, surgen en el centro mismo
de este territorio las primeras manifestaciones culturales de una nueva
población o entidad étnica-social, que los arqueólogos
denominan Complejo Aconcagua. Esta nueva entidad cultural marcará el
inicio en Chile Central del Período Agroalfarero Intermedio Tardío
y caracterizará todo su desarrollo. En su fase final, los grupos
Aconcagua caen bajo los conquistadores Inka, pasando éstos y su
territorio a formar parte del dominio más austral del imperio del
Tawantinsuyu.
El
área de dispersión de esta población, registrada por sus
lugares de asentamientos habitacionales y/o cementerios y su cultura material,
es muy amplia y de carácter regional, la cual integra de manera
complementaria los cajones cordilleranos, la depresión intermedia y la
franja costera de Chile Central (V y VI Regiones y Región Metropolitana).
En un principio, es probable que compartieran el mismo territorio que ocuparon
los antiguos grupos del Agroalfarero Temprano, tal como se atestigua en algunos
sitios del Cajón del Maipo, en el extenso asentamiento de El Mercurio, en
el río Mapocho y en sitios de conchales del litoral central.
Sus
evidencias se extienden desde el valle de Aconcagua por el norte (tramos
inferior y medio), donde se encuentra su mayor concentración y de la cual
deriva su denominación arqueológica, en las cuencas del río
Mapocho y Maipo y, por el sur, hasta el Cordón de Angostura, donde se
cierra esta última cuenca. Más allá de este límite
natural, entrando a los siguientes valles del río Cachapoal y Maule, las
evidencias Aconcagua comienzan a diluirse y a tornarse dispersas, no sólo
por la falta de investigación en el área, sino porque los escasos
registros existentes o aparecen sobre poblaciones de raigambre LLolleo (La
Granja, por ejemplo) o en una época casi de contacto Inka, asociados a
una serie de otros elementos y contextos culturales muy diferentes a los del
norte, correspondientes a otras entidades sociales propias de esta
región, de naturaleza aún no determinada (sitios de Cerrillos de
Chada, Cerro la Compañía, Hacienda Cauquenes, Tilcoco, etc.). Por
el momento, pareciera ser que en la época del complejo Aconcagua esta
área fue habitada por grupos que mantuvieron sus tradiciones
agroalfareras tempranas, desarrollando relaciones y contactos con la vertiente
trasandina (Huarpes ¿?) y con el centro-sur de Chile, región esta
última donde algunas de sus rasgos culturales superviven hasta la
época colonial.
Al
otro lado de la Cordillera de los Andes, se han encontrado evidencias de este
Complejo en asociación a desarrollos culturales locales al sur de
Mendoza, reflejo de una larga historia de contactos interculturales entre ambas
vertientes cordilleranas que antecede a la época Aconcagua.
La
zona de Angostura fue en tiempos preincaicos, no solo un límite
geográfico natural del territorio Aconcagua, sino una suerte de frontera
cultural blanda con las poblaciones que habitaban al sur del Cachapoal (cuenca
del Maule). Hacia el norte, el límite parece más preciso, no
excediendo más allá del valle de Aconcagua. En los vecinos valles
de La Ligua e Illapel, la arqueología no ha detectado evidencias
efectivas de ocupaciones Aconcagua, como su singular alfarería y
cementerios, pese a que hasta estas zonas alcanzó la presencia de las
entidades agroalfareras tempranas Bato y Llolleo. De todas maneras, no deja de
llamar la atención el hallazgo aislado en esta región de algunos
elementos culturales que la vinculan con territorios de más al sur, como
“clavas” y pipas
quitras,
comunes en el valle central y a contextos llamados “pre-mapuches”
aún no del todo comprendidos. Por ahora, lo único que se constata
es que el Complejo Aconcagua, a través de todo su desarrollo,
actuó mayormente como receptor de influencias culturales provenientes del
Norte Chico y áreas aledañas trasandinas (Fases Las Animas,
Diaguita Clásico y Diaguita-Inka) y no viceversa. Evidencias de un flujo
contrario están por descubrirse, y en la actualidad esta particular
situación de la entidad Aconcagua, es un álgido tema de
discusión en la arqueología regional actual.
El
origen de la población Aconcagua es todavía una gran
incógnita de la prehistoria regional. Entre las hipótesis
más aceptadas por los investigadores y de acuerdo a las evidencias
existentes, está la que plantea que no descenderían de los
antiguos grupos del Período Agroalfarero Temprano, pues no se aprecian
continuidades culturales ni procesos de evolución local, salvo aquellas
que tienen que ver con un modo más o menos compartido de aproximarse y
ocupar un mismo paisaje, recursos y territorios. Por el contrario, muchos de los
rasgos culturales que le dan fuerte identidad a este Complejo, como su
alfarería y la manera de enterrar a sus difuntos, parecen
antagónicos con los de sus antecesores en la región. Esta
situación, que constata el rompimiento de una tradición
relativamente homogénea de alrededor de mil años de
duración, sería producto del arribo de una nueva población,
probablemente procedente del centro oeste argentino y/o altiplano boliviano,
mediado o “escalado” por entidades culturales del Norte Chico. Estas
apreciaciones se basan principalmente en las formas y decoración de la
alfarería Aconcagua y en ciertos aspectos que caracterizan su
organización social. Una hipótesis alternativa que está
surgiendo en la actualidad (Cornejo 1997 y Cornejo Com.Pers.2002), es aquella
que explica el origen de este complejo cultural a partir de un profundo cambio
producido en el seno de la población agroalfarera temprana, promovido por
el arribo a la región de nuevas ideas y tecnologías que formaban
parte de una esfera de co-tradición andina más amplia;
éstas habrían sido rápidamente integradas y posteriormente
desarrolladas por los futuros Aconcagua, con caracteres propios,
oponiéndose como en todo cambio revolucionario a las estructuras sociales
e ideológicas de la sociedad imperante.
El
patrón de asentamiento Aconcagua difiere según la zona
ecogeográfica de que se trate. El litoral costero es ocupado
consistentemente dejando como improntas extensos conchales, muchos de los cuales
habían sido ocupados previamente por gente del Complejo LLolleo. Se
aprecian pisos habitacionales con múltiples fogones e improntas de lo que
pudieron ser postes para sujetar livianas ramadas. Entre sus restos se hace
evidente la complementariedad de recursos con los valles inmediatos a la costa,
reflejando además ocupaciones recurrentes bajo un patrón de
movilidad estacional en torno a la recolección y preparación de
alimentos obtenidos de la flora y fauna marina (p.e. deshidratación de
pescado y algas). La presencia de instrumentos de molienda en la mayoría
de los sitios cercanos al litoral, donde es posible además practicar
horticultura, reflejaría una relativa estabilidad del asentamiento de
pequeñas unidades familiares con actividades económicas
especializadas.
En
la Zona Central, las ocupaciones Aconcagua son considerables y de cobertura
regional. Sus asentamientos se encuentran dispersos por todos los
hábitat ecológicos que caracterizan la región y su
distribución refleja la integración económica alcanzada por
estos grupos en función de una estrategia estacional de subsistencia
diversa, complementaria y muy flexible. Los sitios están emplazados en
las cabeceras de las más importantes cuencas hidrográficas de la
región, en zonas vegetacionales de transición (ecotono de la
cuesta de Chacabuco-Colina-Huechún) y en los ámbitos lacustres. Se
pueden distinguir distintos tipos de asentamiento, entre ellos, los abiertos y
extensos sin evidencias de estructuras habitacionales, como el de Laguna de
Batuco, otros con aisladas viviendas rectangulares construidas con
“quincha” (barro o turba con paja) y pisos preparados (Blanca
Gutiérrez, en Lampa), asentamientos con características de
poblados organizados, como el de Huechún, múltiples abrigos
rocosos o “casas de piedra”, en el borde e interior precordillerano,
como en la Dehesa y El Arrayán de la cuenca del Mapocho, o Estero Cabeza
de León o El Manzano, en el Cajón del Maipo.
Estudios
recientes que apuntan a comprender la diversidad de asentamientos de este
Complejo, considerando la función de ellos y los materiales culturales
que se les asocian, están revelando grandes diferencias según la
zona ecogeográfica implicada. Así se encuentra que en el sector
precordillerano, lo “Aconcagua”, aparece integrado en ocupaciones de
grupos cazadores-recolectores especializados que mantienen una tecnología
lítica de raigambre arcaica. De otro lado, en la costa, las evidencias
de este Complejo sugieren que se está ante poblaciones con asentamientos
semipermanentes, especializadas en la caza y recolección marina, las que
denotan cierta independencia cultural respecto de la gentes Aconcagua del
interior (p.e. no comparten el patrón funerario). Una situación
parecida se colige de la descripción en fuentes coloniales tempranas de
la población indígena de Chile Central, en que se refieren a la
gente de la costa como “pescadores” y “parientes” de los
grupos del valle, quizás pertenecientes a un mismo linaje. Por
último, se plantea que es en el valle central, especialmente en las
cuencas del Maipo y Mapocho, donde se expresaría más puramente el
Complejo Aconcagua, el núcleo de su asentamiento y de su territorio, como
una comunidad esencialmente agrícola, que complementa sus recursos de
subsistencia con la caza y recolección tanto terrestre como marina a
través, o en cooperación de, estas otras poblaciones
especializadas diferentes o ligadas a los Aconcagua.
Entre
los sitios más importantes de la cultura Aconcagua se encuentran sus
cementerios de túmulos que corresponden, junto a su industria alfarera, a
una de sus características materiales más identitarias. Se
localizan preferentemente en el valle central y rara vez se les registra en la
costa, lo que apoya la idea de que el núcleo central de asentamiento de
este complejo se encuentra en la primera zona mencionada. Localmente se
denomina a los túmulos como “ancuviñas”, que significa
según el Diccionario de la RAE “sepulturas de los indios
chilenos”. Indagando en el término, encontramos que para Rodolfo
Lenz (1905-1910:132), el concepto podría ser de origen mapudungún,
y aludir a la misma sepultura, de acuerdo a su significado si se descompone en
ancüñ
y
vúña,
que quiere decir
“cosa seca [como un cuerpo humano o árbol] y podrido”,
respectivamente. Esto no deja de ser sugerente para referirse a una sepultura
con “momias” en este territorio, que sin poca polémica, se ha
vinculado reiteradamente a una “entidad” proto-mapuche.
Estos
cementerios, que parecen verdaderas “necrópolis” cumplieron
un importante rol social y religioso en la comunidad. Se caracterizan por
grandes concentraciones de túmulos redondos o elipsoides, entre 16 hasta
más de 300 unidades, según el sitio, construidos como
montículos de tierra de entre 30 cm y 1 m de altura. Bajo ellos
enterraron a sus deudos, de manera individual o colectiva, acompañados
por un ajuar compuesto de variadas vasijas de cerámica, adornos de cobre,
collares de concha y malaquita, instrumentos musicales, como flautas de piedra,
semejantes a las del Norte Chico y a las
pifüjka
del área mapuche e implementos de molienda. Algunos de los cementerios
más notables se encuentran en Lampa (Chicauma), Huechún, en
Chacabuco y Bellavista, en San Felipe.
Esta
manera de enterrar a sus muertos, en un lugar especial, lejos del área
habitacional y bajo montículos, rompe fuertemente el tipo de entierro
bajo el piso de las viviendas que caracterizaba a los anteriores pueblos Bato y
Llolleo, señalando una de las más fuertes oposiciones de esta
cultura. A la vez, los patrones que se detectan en la distribución
espacial de las tumbas, los rasgos físicos de la población y el
tipo de ajuar funerario que los acompañan, han permitido inferir
interesantes aspectos socioculturales y de cosmovisión del complejo
Aconcagua. Estos apuntan a la presencia de algún nivel de
jerarquía al interior de la comunidad y en relación con otros
grupos, con una organización social y territorial ordenada posiblemente a
través de un principio de dualidad ejercido en los distintos valles y
sobre un territorio “salpicado” de acuerdo a los recursos que
disponían. Haciendo un parangón con la realidad de los mapuche
históricos y basados en las fuentes coloniales que describen a la
población indígena de la zona al tiempo del contacto, es posible
suponer la existencia de jefaturas o cacicazgos a cargo de importantes linajes
regionales con un prestigio basado en la posesión, control y capacidad de
redistribución de ciertos recursos económicos vitales para la
población, tales como “rebaños” de animales, productos
agrícolas, accesos y control sobre otros territorios y recursos a
través de sistemas de parentesco, etc.
Se
piensa que este nivel de organización sociopolítica alcanzada por
la gente Aconcagua junto a las otras características culturales
señaladas, debió ser un factor de atracción -que a la vez
facilitó- el establecimiento de relaciones del Estado Inka con la
población local.
El
otro aspecto identitario de esta población es su industria alfarera. Ella
se caracteriza también por romper con los patrones alfareros anteriores,
agregando nuevas formas cerámicas (especialmente escudillas y platos),
tecnologías más depuradas y estilos decorativos,
abandonándose el modelado e incorporando la policromía de
diseños geométricos realizados con pintura negra y blanca sobre
una superficie de color anaranjado (salmón) o engobada de rojo. Los
contextos alfareros Aconcagua son diversos por sitio y región y ello
estaría indicando diferencias cronológicas respecto a los
contactos interculturales que esta entidad estableció a lo largo de su
desarrollo con los grupos vecinos del Norte Chico y del centro oeste argentino.
Del
conjunto total se reconocen principalmente tres tipos cerámicos con
particulares estilos decorativos, todos los cuales coexisten más o menos
en el tiempo, pero con distribuciones porcentuales diferentes en el territorio
de este complejo. Esto ha entregado argumentos para sostener que habría
habido al menos dos grandes poblaciones, una asentada en el valle
homónimo y otra localizada en las cuencas del Mapocho y Maipo. El
más conocido y recurrente en la cuenca del Mapocho y Maipo, y que perdura
hasta el contacto Inka, es el denominado Tipo “Aconcagua
Salmón”, con escudillas y jarros de uso diario y mortuorio, muchos
de ellos decorados con un motivo llamado “trinacrio”, que consiste
en tres aspas que a partir de un círculo central giran a la izquierda o a
la derecha del espectador. Otros diseños de este tipo cerámico se
vinculan con estilos de la cerámica Diaguita Clásica, como
triángulos escalerados opuestos. Un grupo cerámico que tiende a
asociarse a los momentos antes y durante el contacto Inka del complejo, es el
tipo “Aconcagua Rojo Engobado”, con motivos de cruces diametrales,
el cual se presenta preferentemente en el valle de Aconcagua. Un tercer tipo es
el “Aconcagua Tricromo Engobado” cuyos diseños acusan
indudable influencia Diaguita-Inka y suele estar en contextos donde el Aconcagua
Salmón de los valles Mapocho/Maipo es prácticamente inexistente.
Hacia
el sur del río Maipo y del Cachapoal aparece un estilo de cerámica
algo diferente a los anteriores, denominada “Centro-Sur”, en
contextos inmediatamente pre-inkas y de contacto, cuyo origen,
distribución y asociaciones son todavía escasamente conocidos. Se
trata de una cerámica en la que dominan los diseños
geométricos, entre ellos la cruz diametral, líneas paralelas y
triángulos opuestos por el borde. En un momento se pensó que este
estilo podría ser una proyección tardía del Complejo
Aconcagua en la región, pero más bien acusa elementos
estilísticos que la vinculan con culturas agroalfareras tardías y
de contacto incaico del sector transcordillerano (Viluco). En ocasiones, estos
diseños incluyen el uso de pintura especularita, del mismo tipo de la que
aparece formando parte de los contextos alfareros tardíos del Complejo
Aconcagua, especialmente en sitios del tramo superior del valle homónimo
(p.e. Cementerio de Bellavista).
Los
resultados de las últimas investigaciones arqueológicas acerca de
esta cultura en sus diversas manifestaciones regionales y tipos de sitios,
permiten reconocerles un sistema económico agromarítimo, con un
énfasis agrícola basado en un inicial manejo hidráulico
(acequias y canales de regadío) para el cultivo de maíz,
calabazas, porotos, quínoa y zapallo, y con práctica de una
incipiente ganadería con guanacos amansados (el “chiliweke”
que describen los registros coloniales). Por ahora, la arqueología no ha
podido demostrar que la gente Aconcagua manejara llamas domésticas, tal
como ocurría tempranamente en otras regiones del Area Andina. Esta
actividad fue introducida por los Inka en su conquista de Chile Central, junto a
otra serie de aportes y avances tecnoeconómicos, tal como lo atestiguan
los registros arqueológicos y las fuentes históricas.
La
caza de animales menores y la recolección de vegetales (principalmente
semillas, bulbos, tubérculos y gramíneas silvestres), fueron
actividades no menores en la economía de subsistencia de estas
poblaciones, mantenidas desde tiempos inmemoriales. La gran cantidad de sitios
arqueológicos en el litoral costero con intensas ocupaciones demuestra la
importancia que tuvieron también los recursos marinos (pesca y
recolección) y depósitos salinos asociados, como complemento de
sus actividades productivas, posiblemente, explotados a través de
contingentes de población pescadora, quienes luego distribuían sus
productos valle adentro. La explotación de recursos
minero-metalúrgicos como el oro y el cobre, abundantes en las
estribaciones de ambas precordilleras (Andes y de la Costa), fue también
desarrollada por los Aconcagua, aunque a baja escala. Así lo atestiguan
sitios de extracción y fundición registrados en la cuenca superior
del Maipo. Esta actividad adquirió relevancia durante la corta
permanencia Inka en Chile Central, pues el potencial minero de la región,
el que incluía la experiencia y conocimiento en estas materias de la
población local, fue uno de los principales atractivos que tuvo el
imperio del Tawantinsuyo para dominar este austral territorio.
1.5.
Período Agroalfarero Tardío:
El
Inka en Chile Central (1470 – 1536 años después de
Cristo)
En
los valles y la precordillera de Chile Central aún se conservan
testimonios de la expansión y anexión del último territorio
y más meridional alcanzado por el imperio de
Tawantinsuyu,
unos 60 años antes de desaparecer bajo los conquistadores hispanos.
Fortalezas, santuarios religiosos en cerros, cementerios y restos de sus redes
camineras, que se despliegan desde el valle de Aconcagua por el norte, hasta la
cuenca del río Cachapoal, representan las evidencias materiales del
dominio Inka ejercido sobre este territorio y su población local. Este
proceso ocurrió bastante rápido y de manera violenta, a lo
más una decena de años para que los distintos pueblos nativos de
Chile Central, entre ellos los representados en el Complejo Cultural Aconcagua,
perdieran su independencia política y sufrieran una serie de cambios en
sus modos de vida.
De
acuerdo a las crónicas españolas, la conquista Inka de este
territorio se habría verificado entre 1470 y 1493, durante el reinado de
Tupa Inca Yupanqui, llegando en su avance hasta el río Maule, siendo
detenidos por la población indígena que habitaban más al
sur, a la que denominaron
purun
aucas o
promaucaes,
en alusión a su belicosidad y no sometimiento. Sin embargo, la
arqueología demuestra que el avance Inka no llegó más
allá del Cachapoal, tal como lo evidencia la última fortaleza Inka
o
pukara
ubicada en Cerro Grande de la Compañía, a unos pocos
kilómetros al norte de Rancagua. También, hay indicios que los
Inka habrían arribado a Chile Central unos 50 u 80 años antes de
lo que informan las crónicas, junto a representantes de la
población Diaguita del Norte Chico.
Los
Inka para mantener su imperio debían incrementar sus recursos
económicos, disponer de nuevos contingentes de población para el
servicio de la mita que era un modo de tributar al Estado, sin dejar de
considerar la necesidad de cada nuevo gobernante Inka de demostrar su poder
forjando sus propias riquezas y conquistas. En este contexto, se plantea que
una de las principales motivaciones que tuvieron los Inka para conquistar este
territorio austral, distante 3 mil kilómetros de Cuzco, era que estaban
en conocimiento de los abundantes recursos minero-metalúrgico que
éste poseía, junto a una población suficiente para su
explotación y producción.
El
sometimiento de los nativos de Chile Central fue un gran desafío para el
Tawantinsuyu,
pues eran un pueblo muy diferente al de las otras poblaciones septentrionales de
tradición andina sujetas al Imperio, como Atacameños o Diaguitas.
No compartían con ellos ni un sistema de organización
político-social dual, ni tenían una economía agraria o
ganadera semejante, con tecnología hidráulica o manejo de llamas.
Su campaña se vió facilitada porque llegaron a conquistar estas
tierras acompañados de autoridades y gente del pueblo Diaguita ya al
servicio del Imperio, con los cuales la población local de Chile Central
tenían una larga historia de relaciones culturales.
Una
de las más tempranas acciones de conquista realizadas por los Inka cuando
arribaron al primer valle de Chile Central –el de Aconcagua, importante
por sus riquezas, demografía y ubicación estratégica- fue
organizar a la población bajo un sistema de organización
política dual, como aquella imperante en gran parte del área
Andina prehispánica. Seguramente, aprovecharon las estructuras sociales y
realidad política preexistente de las gentes representadas por el
Complejo Cultural Aconcagua. Las crónicas describen a dos jefaturas de
probable origen local establecidos por el Inka, Michimalongo y Tanjalongo,
quienes se hicieron cargo de la mitad superior e inferior del valle de
Aconcagua, respectivamente. En la estructura dual andina, el jefe de arriba
siempre tiene preeminencia y más poder que el de abajo, así lo
demuestra la “visita” que Michimalongo hiciera al Cuzco como signo
honorífico del sistema de alianzas que el Inka establecía con los
jefes de los pueblos dominados y la etimología de sus nombres en
mapudungún.
Por sobres ambos, estaba Quilacanta asentado en Quillota, cuzqueño y
representante directo del Inka en este territorio. A la llegada de Almagro a
Chile Central, Quilacanta se sometió fácilmente a las fuerzas
españolas, lo que provocó la enemistad de los pueblos locales,
obligándolo Michimalongo a replegarse al valle del Mapocho.
Los
Inka dejaron innumerables huellas materiales de su presencia, especialmente
obras viales y arquitectónicas hasta este momento desconocidas en este
territorio. Ellas están representadas por más de 50 tipos de
asentamientos inka de diferente índole y función, como un sistema
de caminos o red vial, postas camineras o
tambos,
centros administrativos, fortalezas o
pukaras,
cementerios, adoratorios en cerros y cumbres andinas, y canales de
regadío.
El
Camino del Inka o
kapac
ñam era la
columna vertebral del Estado Inka, a través del cual controlaban y
administraban su extenso imperio. Por él recorrían las noticias,
los ejércitos de conquista y los recursos económicos necesarios.
Se han encontrado registros de estas redes viales principalmente al norte de la
cuenca del río Mapocho y en el valle superior del Aconcagua. Las
crónicas españolas mencionan que el Camino del Inca llegaba a
extramuros de Santiago, por Huechuraba, seguramente el ramal transversal que
venía por Los Andes-Colina, desde el otro lado de la cordillera, de la
provincia de Cuyo. Hacia el sur, desde Maipo a Cachapoal, su trazado solo se ha
podido inferir conectando los restos de varios centros administrativos y
fortalezas Inka, con antiguos caminos coloniales que los habrían
reutilizado, junto al registro en crónicas españolas de
“puentes del inka” sobre los principales ríos de estos
valles. También se han localizados restos de algunos
tambos
o posadas camineras construidas a la vera de los caminos, que consistían
de unos pocos recintos rectangulares con muros de piedra canteada abiertos a un
patio central.
Las
fortalezas defensivas o
pukara,
una de las obras arquitectónicas más sobresalientes de los Inka en
Chile Central, fueron necesarias para afianzar su política de conquista.
Reflejo de ello son los
pukara
distribuidos estratégicamente en todo el territorio que controlaban,
desde el valle de Aconcagua (fortaleza El Tártaro), pasando por la cuenca
del Maipo (Cerro Chena), hasta el borde norte del río Cachapoal (Cerro
Grande de La Compañía, también llamado “Cerro del
Inga”). Todos se han erigido sobre la cima de colinas o cerros que dominan
una amplia visibilidad, con recintos pircados y muros de circunvalación
defensivos. En ellos se apostaban contingentes guerreros y otros funcionarios
mantenidos por la población local de la vecindad, con la misión de
garantizar el dominio Inka en esta región.
La
política imperial Inka no implicaba solamente imponer sus propias
estructuras económico- administrativas en el territorio y
población conquistada, sino también efectuar una
colonización simbólica de el mismo. Los instrumentos para ello
fueron la imposición de su lengua franca, el quechua, y aún
más importante, la religión oficial del Estado. Evidencias de los
primero son la gran cantidad palabras comunes, topónimos y
etnónimos quechuas que se fueron integrando en la lengua nativa, el
mapudungún, y otras que han sobrevivido hasta el día de hoy en el
idioma castellano. Respecto de su religión y práctica, donde el
culto al sol era una de sus principales manifestaciones, ha quedado reflejado en
los dos santuarios de altura ubicados en las principales cumbres de este
territorio, en el cerro Aconcagua y en El Plomo, frente a Santiago. En este
último lugar se realizó el sacrificio al dios sol o
inti,
de un niño de alta posición social, que luego de embriagarlo fue
enterrado vivo junto a una serie de ofrendas de metal y concha. Estos ritos de
sacrificio humano o
kapaqocha
en las montañas, fueron característicos del dominio
simbólico y religioso ejercido por los Inka en estos territorios del
Collasuyu.
La
importancia de los cerros en la cosmovisión Inka, como espacios
marcadores de territorios naturales y simbólicos, entre otras
condiciones, también se manifiesta en su relación con la
población nativa. Son los casos de los cerros Xeg Xeg, en Doñihue,
cerca de Cachapoal y Mercachas, en el valle superior del Aconcagua, ambos
ubicados en los extremos del territorio bajo dominio cuzqueño. En el
primero, un cerro cuyo nombre alude al importante mito de creación
mapuche, se encontró una sepultura múltiple con un ajuar funerario
entre los que destacaban cerámicas de estilos Inka, Diaguita-Inka y
Aconcagua. Suponiendo que este cerro podría haber tenido un significado
simbólico para la población local prehispánica semejante a
como fue y es para los mapuche actuales, posiblemente estos registros que
reúnen las tres tradiciones culturales de esa época, representen
la apropiación simbólica de estos territorios, sellando con estos
entierros y ofrendas algún tipo de alianza política entre los
dominados y conquistadores. Por otra parte, en el cerro Mercachas, que se eleva
sobre una importante área de poblamiento Aconcagua y está en una
posición estratégica para controlar el acceso a la región
desde los Andes, se encontraron evidencias Inka-Diaguitas, mas no de
carácter defensivo ni administrativo, y en sus faldeos ocupaciones
Aconcagua (cementerio). Estos hechos llevaron a plantearse a los investigadores
de la región la hipótesis de que estos registros pueden aludir a
una misma situación que la manifestada en el cerro Xeg Xeg, pero en el
otro extremo del territorio bajo dominio Inka.
El
sitio de Cerrillos de Chada, ubicado en las cercanías de Angostura de
Paine y sobre terrenos con gran capacidad agrícola, presenta
características similares a Mercachas con ocupaciones Inka-Diaguitas no
defensivas en su cima, asociado a un extenso asentamiento habitacional Aconcagua
en el valle contiguo. En este caso, este sitio ha sido interpretado a partir de
sus registros arqueológicos e históricos tempranos, como una
suerte de guarnición o centro de abastecimiento de productos alimenticios
y enseres (conserva algunos depósitos o
colqas),
estratégicamente emplazado en la ruta de conquista al sur, justo entre
dos fortalezas o centros administrativos Inka (Chena y La
Compañía).
La
conquista Inka trajo aparejada además una serie de cambios
económicos e innovaciones tecnológicas en la población
local Aconcagua. Entre los más significativos estuvo la
introducción de la ganadería de llamas y alpacas, especialmente de
la primera como animal para el transporte, carne y lana, pues se ha comprobado
que, hasta su arribo a la región, la población manejaba solamente
al camélido silvestre o guanaco, a través de su captura y
amansamiento. Junto con ello, se incorporaron técnicas textiles
más avanzadas, de tradición andina, para la confección de
atuendos y otros objetos, con las fibras de estos camélidos
domésticos y el algodón, posiblemente traído de uno de sus
centros de producción de más al norte (valle de Copiapó).
Por los escasos y mal conservados registros existentes, se sabe que antes de
ello, se sirvieron de las fibras del guanaco y algunas otras vegetales para la
vestimentas utilizando una tecnología textil bastante simple.
Por
otra parte, la horticultura del maíz, porotos, calabazas y otros
productos cultivables practicada en ese entonces por la población
Aconcagua, se vio favorecida con la introducción de las técnicas
hidráulicas, con las que desarrollaron y extendieron los canales de
regadío y acequias, probablemente preexistentes. Gracias a ello, se
aumentaron las tierras de cultivo y la capacidad productiva agrícola a
fin de que los Inka pudieran almacenarla y distribuirla sobre una
población mucho más numerosa.
La
actividad minero-metalulúrgica de la población Aconcagua,
experimentó también con los Inka un notable desarrollo con la
introducción de nuevas tecnologías de extracción y
producción, como en los lavaderos de oro de Marga Marga y su centro de
producción metalúrgico ubicado en Cerro La Cruz, en Quillota. Los
registros arqueológicos indican que en este último sitio, los Inka
utilizaron a la población Aconcagua como mano de obra especializada al
servicio del Inka
(mitas),
y supervisado por funcionarios Diaguitas.
Todos
estos cambios introducidos por los Inka en apenas dos generaciones, produjeron
gran impacto en la población local de raigambre Aconcagua, afectando
distintos ámbitos de su vida y costumbres. La alfarería del pueblo
Aconcagua es una de las materialidades que mejor refleja esta relación de
poder establecida entre conquistadores y conquistados. A pesar de ser aquella un
importante medio de expresión de su identidad, aceptó desde sus
inicios una serie de elementos estilísticos de la cerámica Inka y
Diaguita-Inka, tanto en formas como en diseños alfareros,
produciéndose una alfarería de carácter híbrido
donde confluían las tres tradiciones culturales. Poco después
terminó por diluir su fisonomía propia hasta desaparecer
prácticamente de estos valles de Chile Central durante la época de
la conquista española.
Más
allá de la frontera política que los Inka establecieron con sus
fortalezas en la cuenca del Cachapoal, se extendía un territorio habitado
por una población de apariencia cultural muy diferente a los Aconcagua,
que detuvieron el avance hacia el sur de estos primeros conquistadores. Los
españoles le llamaron a este territorio “provincia de los
purumaucas”,
rescatando el nombre con que los Inka denominaron a esta población en
alusión a su espíritu belicoso y a su condición de gente
salvaje o no civilizada dentro de la perspectiva de este imperio. Estos mismos
“aucas” o araucanos fueron los que pusieron freno unos años
más tarde al primer intento de los conquistadores hispanos, matando a su
principal representante, Pedro de Valdivia. Varias otras evidencias inka
distribuidas entre Angostura y el norte del Maule, como en Rengo, Coinco,
Doñihue y Cerro La Muralla, en Tagua Tagua, se suman al contexto de los
pukara Inka de Chena y Cerro Grande La Compañía, para demostrar
una suerte de sistema defensivo de carácter regional.
Pero
al mismo tiempo, los constantes encuentros bélicos entre los Inka y los
purumaucas
y las relaciones políticas que de ello derivaba, fueron estableciendo una
suerte de frontera cultural que permitió el arribo de influencias y
préstamos culturales inka a estos territorios nunca antes sometidos y que
la arqueología y la historia temprana se han encargado de identificar.
Entre ellos destacan algunos préstamos tecnológicos como
herramientas agrícolas, técnicas textiles y metalúrgicas,
decoración de algunos tipos cerámicos y en ciertos aspectos de su
organización laboral, como el
mingaco
que practican los actuales mapuche, llamado en quechua
minga,
el uso del
quipu,
un instrumento de contabilidad Inka basado en cuerdas con nudos, utilizado por
los mapuche para el registro de información numérica muy sencilla
en el contexto de sus estrategias guerreras. De la misma manera, las huellas de
estos y otros préstamos culturales Inka se manifiestan hasta el
día de hoy en los innumerables vocablos de origen quechua presentes en la
lengua mapudungun.
2.
Prehistoria en Chile centro -
sur[5]
Algunas
aproximaciones desde la arqueología para la interpretación de
territorios culturales en épocas prehispánicas en la zona centro
sur de
chile.
2.1.
Área de cobertura de la
información.
Se
presenta un cuerpo de antecedente arqueológicos sobre el estado actual de
las investigaciones de la arqueología regional de la Zona Centro Sur de
Chile, comprendida entre el río Maule y el Golfo de Reloncaví, el
que se complementa con la utilización de algunos datos históricos
y etnohistóricos para aportar a la construcción de los
períodos culturales iniciales de esta zona ecogeográfica y
cultural. Se pretende además entregar una primera aproximación
interpretativa que sirva como propuesta para discutir la conformación de
territorios culturales a partir de la más temprana evidencia humana en la
época glacial (Período Paleoindio) y del arcaico, pero
profundizando el análisis en el período alfarero con las nuevas
sociedades prehispánicas que llegaron a la zona y que constituyeron el
escenario cultural existente a la llegada de los conquistadores
españoles.
Aspectos
metodológicos del tratamiento de los datos:
El
texto pretende seguir un relato integra por los siguientes
componentes:
- definición
de las unidades de análisis utilizadas y sus limitaciones
(períodos, complejos y asentamientos);
- división,
selección y agrupación de los sitios por: sus manifestaciones
materiales distintivas, formas de utilización y ubicación espacial
y de los recursos, y por sus delimitaciones temporales
tentativas;
- interpretación
de la anterior agrupación de sitios como espacios culturales compartidos
en términos de distribuciones espaciales que permitirían
hipotetizar la conformación de algunos territorios pre conquista
hispánica.
2.2. Introducción
“Escribir
una síntesis sobre la arqueología del área que nos ocupa
significa relatar y organizar los escasos datos con los que contamos, formular
un discurso igualmente fragmentario, recrear una historia ocurrida sin lugar a
dudas perfectible, y hasta ahora recurrentemente olvidada en el desarrollo de la
arqueología en nuestro país” (Navarro y
Adán,1998:20).
Por
ahora contamos en el área con investigaciones que solo recientemente se
tornan sistemáticas y continuas en sectores delimitados por la
constitución de problemáticas a resolver; con vestigios materiales
dispersos producto de saqueos o disturbaciones de sitios y/o por provenir de
colecciones de particulares. Los sitios se caracterizan además por poseer
una pobre y diferencial conservación de los restos, fundamentalmente
materiales trabajados en piedra (líticos) y fragmentos cerámicos
más que piezas completas, asimismo los datos bioantropológicos
siguen siendo muy fragmentarios (enterratorios humanos). La mayor parte de los
hallazgos cuenta solo con fechados tentativos y no absolutos y son aún
reducidas las investigaciones que ofrecen una clara estratigrafía
(ordenación contextual y temporal de los restos y del registro), si bien
en la última década se han intensificado los estudios
interdisciplinarios que han arrojado como aporte intentos de
reconstrucción paleoambiental de los contextos. Todo lo anterior
configura un panorama cultural parcial del pasado. En algunos casos donde las
investigaciones han sido sistemáticas y regionales podemos confiar en que
estos conjuntos materiales son fiables porque poseen cierta unidad cultural
identificable que evidencian conductas sociales del pasado, circuitos de
recorrido e influencias y la ocupación recurrente de ciertos espacios
ecogeográficos en el tiempo, lo que nos acerca a aportar a la
interpretación de la constitución de
territorialidades.
En
este proceso de consolidación de espacios y de territorios desde la
más temprana historia de poblamiento fue esencial la vinculación
cada vez más íntima de estos grupos
humanos
con ciertos ámbitos naturales, tal como lo distinguen Dillehay (1997) y
Aldunate (1989).
- He
tomado la forma de tratamiento de los antecedentes arqueológicas de esta
zona propuesta por las autoras Castro y Adán (2001) quienes ordenan y
realizan el análisis a partir de los documentos etnohistóricos
para determinar
asentamientos y
territorios, de manera de documentar y
contrastarlos con los arqueológicos a través del uso de la unidad
básica de análisis que es el
asentamiento,
el que puede utilizarse tentativamente como sinónimo de
“comunidad”. Plantean la posibilidad de llegar a dirimir entre las
entidades arqueológicas y el caracterizar a los grupos sociales tras ella
bajo la denominación de comunidad- campamento poblado ..., como una
unidad básica de análisis en interacción, entendiendo que
los datos aportados por la arqueología poseen la calidad de los recogidos
por cualquier especialista en ciencias sociales. Las autoras distinguen dentro
del asentamiento a: A.-sitios habitacionales, B.-funerarios, C.- comunitarios de
uso periódico y D.- fortificaciones, los cuáles “... se usan
como referentes concretos para discutir características de los sistemas
de asentamiento que poseen una larga tradicionalidad como es la
territorialida..” (Op. Cit:6). Destacando unidades de asentamientos
“..que son visibles en
un espacio local o
regional” (7).
Es decir un “patrón de asentamiento” es la expresión
compleja de varios sitios contemporáneos integrados en una red regional,
y que en situaciones normales generalmente está modelado (sistema) sobre
la base del ambiente natural y con relación a la elección y toma
de decisiones para la obtención de recursos” (Tomado de Jochim 1981
y Aldunate, et al 1986 en Castro y Adán, 2001) (7).
Asimismo
quiero destacar que los eventos culturales del pasado prehispánico que
destaco para entender la forma y lugares donde se fueron produciendo el
poblamiento del territorio sureño a través del tiempo los
ordené clásicamente por períodos entendiendo que estos
representan una delimitación arbitraria pero necesaria.
2.3.
Eventos culturales y ubicación espacial y temporal
2.3.a.
Período I. Primeras ocupaciones humanas del territorio Centro Sur de
Chile durante el Pleistoceno o época glacial final (Período
Paleoindio)
Los
contextos culturales para estos momentos tempranos son más escasos que
para los otros períodos culturales pero su tratamiento es ineludible pues
en el estudio de estos contextos se ha podido entender a los pueblos actuales,
“... gran parte de los rasgos culturales que hasta hoy (los) caracterizan
se han originado en un largo proceso de adaptación humana a estas
australes regiones fruto de una vinculación gradual e
íntima” con los ecosistemas de bosques (Navarro y Adán,1997;
20).
No
se han encontrado hasta ahora evidencias derivadas de varios sitios que permitan
entender espacialmente (arqueología del paisaje) la conformación
de los primeros asentamientos en la Zona Centro Sur, cuestión que es un
problema generalizado a lo largo de Chile, sino que ellas se concentran en la
actual X Región y en un sitio, si bien estas evidencias deben ser
entendidas dentro de un proceso cultural a nivel global que ocurrió tanto
en Norteamérica como en Sudamérica contemporáneamente
(Dillehay, 1984). Los primeros pobladores de estos lugares australes estaban
organizados en grupos familiares (bandas) de cazadores y recolectores (as) que
practicaban la movilidad residencial y que fueron exitosos en la
colonización de los distintos ecosistemas americanos, llegando al actual
sur de Chile hace al menos 13000 años donde comenzaron a aprender a
habitar el bosque siempreverde del valle y practicaron excursiones
esporádicos a la costa del Pacífico.
Estos
grupos familiares tuvieron una densidad de población baja, dejando
escasos restos de su cultura material la que ha perdurado bajo condiciones
ambientales excepcionalmente óptimas (en estratos de turbas) a
través de miles de años, restos que reflejan pensamientos y
creencias complejas manifestadas en rituales (chamánico) y que por ende
responden a un modo de vida que se nutrió de una adaptación
exitosa y sostenible en los bosques húmedos templados como ocurrió
en el sitio de Monte Verde (Puerto Montt) (Dillehay, 1996 ). La
superación de las limitaciones ambientales fue definitiva pues las
condiciones eran muy diferentes a las actuales, un clima mas frío, parte
de los sectores cubiertos por los glaciales, un nivel de costa del
Pacífico distinto al que hoy conocemos y una fauna de gran tamaño
(megafauna) diferente a la actual. La coexistencia de estos seres humanos con
mastodontes y paleolamas en un denso bosque definió formas de
apropiación de los recursos inclinadas más a la recolección
que a la caza, si bien los ocupantes de Monte Verde aprovecharon carne, piel,
huesos y dientes (defensas) de los mastodontes, pero no produjeron puntas de
lanza ni de proyectil en piedra para cazarlos, en cambio se especializaron en la
selección y uso de maderas, en la recolección de recursos no
maderables como frutos, en el conocimiento y selección de plantas
comestibles (papa silvestre entre otras) y de plantas medicinales (boldo)
(Dillehay, 1996).
No
se recuperaron restos óseos o enterratorios en Monte Verde pero
posiblemente en ese período inicial ya hubiesen ingresado al área
distintos grupos culturales pues el otro indicio temprano es el sitio de Tagua
Tagua en la Zona Central (Nuñez, 1989) que compartió condiciones
ambientales similares con Monte Verde aunque los habitante de Tagua Tagua en la
zona central de Chile se situaron a la orilla de un lago, pero los contextos
materiales recuperados son distintos en ambos sitios ya que en este
último lugar se encontraron puntas de piedra “cola de
pescado” vinculados a la caza de mastodontes.
Existen
vacíos significativos para la comprensión de los eventos
culturales ocurridos para el segmento de tiempo comprendido entre los 13000 y
casi 10000 años atrás que constituye el momento final del
Pleistoceno por falta de investigación y problemas de registros. Otro
vacío de información se produce en los primeros milenios del
Holoceno, es decir entre 10.000 y 7.000 años. Sin embargo recientemente
el sitio Alero Marifilo en la zona lacustre del Calafquén arrojó
una fecha de 9900 años atrás (Adán 2001), la fecha
más temprana para toda la zona centro sur después de Monte Verde,
lo que ha permitido entender que por ese entonces los grupos humanos ya estaban
realizando excursiones temporales a la precordillera y alimentándose de
recursos recolectados en el lago y de la caza de fauna pequeña (pudu).
No
obstante la transición hacia el período arcaico bajo las actuales
condiciones ambientales representó para la población humana
inicial o temprana innumerables cambios culturales, condiciones de
adaptación ya fortalecidas que permitió que se establecieran en
agrupaciones mayores y plasmaran su identidad en conjuntos materiales
diferenciables entre unos grupos y otros (tipos de artefactos líticos
como puntas, cuchillos, raederas, adornos, etc) y en la constitución de
sitios multifuncionales.
2.3.b.
Período Arcaico
Durante
este período se produjeron cambios profundos en las sociedades que
poblaron esta zona centro sur, las que poseían mayor experiencia en
organización social y en tecnologías especializadas para la
recolección y la caza, producto de un conocimiento más
íntimo y la expresión de conductas seguramente flexibles para su
establecimiento en distintos ecosistemas producto del cambio ambiental global
que se había producido en los milenios anteriores. Los movimientos
espaciales de estos grupos entre zonas ecogeográficas complementarias
fueron siendo recurrentes, ahora con circuitos estacionales y establecieron una
ligazón más estable y profunda con determinados ámbitos
geográfico-ambientales, creando así una forma de territorialidad
que se materializó y se reconoce por grandes asentamientos a lo largo de
prácticamente toda la costa pacífica sureña y por
asentamientos menos permanente en la depresión intermedia y en la
precordillera. La recolección y domesticación de plantas fueron
las actividades económico- apropiativas fundamentales que se
habían inaugurado en el período anterior. Las poblaciones
crecieron, hubo desarrollos tecnológicos totalmente identificables en los
instrumentos líticos y óseos, en los artefactos ceremoniales y en
los adornos corporales como pendientes y colgantes, dejando un legado visible en
la forma de entierros aislados y colectivos de sus seres queridos a los que
acompañaron con elementos de ajuar funerario diferenciado para hombres,
mujeres y niños. Sobre todo en entierros de individuos hiperflectados y
amarrados o enfardados, enlucidos con pigmento rojo y una práctica de
quema del lugar donde se depositaba el cuerpo.
El
actual territorio del sur estaba siendo poblado entonces intensamente por los
grupos arcaicos que se desplazaron conectándose entre distintos vectores
espaciales. Uno fundamental y recientemente identificado es el establecido entre
habitantes costeros de Valdivia (X Región) y Chaitén (XI
Región) (Stern et al, 2002) por vía marítima el que
hipotéticamente podríamos extender hasta la costa septentrional de
esta zona, Cauquenes. Un segundo eje lo situamos entre la costa pacífica,
la cordillera de los andes y la vertiente oriental de la misma. No podemos
precisar aún si los circuitos de movimientos espaciales se originaban
desde el oriente al occidente o viceversa, lo concreto es que gran parte de los
asentamientos más grandes y representativos se les ha encontrado en
playas abiertas del litoral del Pacífico en terrazas costeras cercanas a
confluencia de ríos y lagunas. Estos sitios muestran gran
profusión de materiales líticos, óseos, fogones y entierros
(asentamientos complejos o multifuncionales nucleados). Hay otros asentamientos
que son más restringidos espacialmente, y por tanto, presumiblemente
protagonizados por solo parte del grupo mayor, también de función
habitacional o residencial y que se ubican en aleros y cuevas del valle y en la
zona precordillerana. En ellos hay que esperar todavía mayores
investigaciones pues sus contextos diversos en artefactos y formas de
ocupación del espacio pueden representar un panorama más complejo
y diverso culturalmente del arcaico. En Quillen 1 y Quino 1 que son alero y
cueva respectivamente se encontraron conjuntos de artefactos en una secuencia
estratigráfica que permite sostener que fueron ocupados por varios
cientos de años o más en determinados segmentos de tiempo de su
rutina de movilidad pero que a la vez permite hipotetizar que fueron ocupados
indistintamente por grupos étnicos diferentes. En Quillen 1 la
ocupación más antigua no datada es de ocupantes que poseían
puntas pedunculadas de basalto, similares a las del sitio de Cuchipuy en la
Zona Central de Chile, vecino a Tagua Tagua, fechado este último en 8070
y 6160 años atrás. Quillen 1 posteriormente fue reocupado por un
grupo o grupos que portaban distintas formas de puntas triangulares de obsidiana
datadas en 4740 años atrás. El panorama de la cueva de Quino 1
tampoco representa un contexto fácil de asignar porque su registro es
variado pero tiene un enterratorio de adulto en posición genuflexa o
flectado (fetal). Lo importante es que tanto Quillen 1 como Quino 1 continuaron
siendo ocupados hasta el alfarero.
Ejemplos
de los asentamientos litorales amplios se concentran a lo largo de toda la costa
desde su límite septentrional actual son; Quivolgo, Cerro Las Conchas,
Pahuil, y Reloca habitados en ese entonces por pobladores que poseían un
equipo tecnológico apropiado para la pesca, conocían al parecer la
práctica de la navegación, de la cual aún no se tienen
escasos registros arqueológicos confiables; practicaban una
economía marítima, con aparejos de pesca y, arpones para la caza
de mamíferos marinos. (Selles, en Gaete et al, 1997, Saavedra, en Gaete
et al, 1997).
Más
al sur tanto en la desembocadura del Budi, como en Queule, límite
meridional de la IX Región, se han encontrado numerosas puntas de basalto
lanceoladas de este período que son emparentadas con el complejo
ayampitin o ayampitinense (Menghin, 1962) de la zona andina al norte de Mendoza,
aunque localmente no se han fechado los contextos pues toda la costa fue
dramáticamente alterada por el tsunami de 1960 (Dillehay, 1976; Navarro y
Pino 1994; Navarro, 2000).
Al
sur de Queule, está el reconocido lugar de Chan Chan de donde proviene el
conjunto de puntas definido originalmente como complejo Chanchanense por Menghin
(1962) y que ha sido estudiado posteriormente en forma sistemática en el
sitio Chan Chan 18 (Navarro), el cuál dio fechas entre 5600 y 5000
entendiendo a partir de este sitio una secuencia de 500 años que muestra
sobre todo la cotidianidad de estos grupos. Muy cerca de la costa se
establecieron por temporadas largas familias que vivieron en toldos
pequeños alrededor de un fogón circunscrito por piedras lajas en
la terraza costera muy cerca de la línea de alta marea donde levantaron
sus carpas de cuero en forma de paravientos. Sus numerosos fogones estaban
nucleados cerca unos de otros pero además habían otros fogones
más grandes posiblemente utilizados para otras actividades comunitarias.
Eran al igual que los de Cauquenes pescadores con economía mixta, ya que
consumían y aprovechaban todo tipo de recursos provenientes del
ecosistema marino, del bosque siempreverde cercano (olivillo, temu y pitra) y
de la laguna costera hoy desaparecida, tales como aves marinas y de tierra,
zorros y coipos, peces, lobos marinos y algunos cetáceos como delfines y
ballenas. Trabajaron sus herramientas en talleres cercanos a sus hogares y
también usaron otros espacios de este asentamiento complejo para el
faenamiento de sus presas. Sus puntas son lanceoladas de basalto y se
encontraron algunas escasas de obsidiana gris o riolita, materia prima que
proviene del sector austral de Chaitén, más de 500 km al sur de
este sitio, de manera que es viable sostener que utilizaron botes para conseguir
conectar estos dos puntos tan distantes o ejes. En estratos inferiores del mismo
sitio aparecieron puntas triangulares de obsidiana, esto nos demuestra que no
fue un sólo grupo el que se estableció por épocas
allí y tanto los portadores de las puntas lanceoladas de tradición
ayampitinense como los de puntas triangulares estuvieron emparentados al menos
en tiempos que los antecedieron por un mismo origen andino, aunque
correspondieron seguramente a distintas etnias.
Se
encontró un entierro de un individuo masculino adulto de
morfología física o contextura frágil y dolicoide,
hiperflectado decúbito lateral derecha con su cabeza hacia el sur y
mirando al oriente. Este patrón de entierro ha sido hasta ahora el
representativo de los distintos grupos que conformaron el arcaico (Navarro,
2001). Recientemente en el sitio de Piedra Azul, cerca de Puerto Montt en el
Golfo de Reloncaví, pudimos detectar otro asentamiento multifuncional de
canoeros con puntas semejantes a las de Chan Chan 18 pero con presencia
además de otras herramientas de piedra especializadas (desangradores). El
mismo panorama cultural o patrón de asentamiento constatamos en el sitio
Puntilla Tenglo en Puerto Montt (Gaete y Navarro, 2002), donde se reproduce una
complementariedad entre borde mar y bosque, ambientes que poseían una
variedad de recursos suficientes para la permanencia en la zona con cierta
movilidad espacial derivada de su modo de vida canoero. Igualmente un entierro
colectivo en Piedra Azul (Constantinescu, 2.000) ha constatado ciertos aspectos
característicos del modo de vida de estos pobladores (as) del arcaico. La
dieta era aportada por los moluscos, los que eran al menos en parte importante
recolectados por mujeres (no se dispone de evidencia de individuos masculinos)
que buceaban sistemáticamente en pos de ellos, y también por
niños desde muy temprana edad.
Es
interesante destacar que todos los restos óseos recuperados exhibieron en
las extremidades superiores y a altura de la cintura escapular una musculatura
que imprimió en los huesos la evidencia de actividades reiteradas
correspondientes a la acción de recolectar y transportar recursos
alimentarios, utilizando probablemente redes o impulsando embarcaciones. El
ritual interpretable del contexto funerario (con ajuar) corresponde solo a
infantes muy pequeños de escasos meses de edad enterrados con la
práctica de enfardados en posición hiperflectada, preferentemente
decúbito lateral derecho, asociados a eventos de quemas y presencia de
ocre rojo, con ajuares depositados en la región del cráneo,
correspondientes muy probablemente a collares de los cuales fue posible
recuperar pendientes de dientes de zorro y cuentas de conchas. La mayoría
de estos niños murieron por anemia, es decir un tipo de patología
que afectó a recién nacidos. La esperanza de vida para las mujeres
(considerando que las muestra está compuesta por 2 individuos adultos)
parece bordear los 30 años de edad (Gaete y Navarro, 2003).
Puedo
sostener a manera de síntesis que los arcaicos expresaban sus identidades
culturales a través de la producción y uso de ciertos artefactos
emblemáticos como son las puntas de morfología lanceoladas,
tradición
que en toda América se desarrolló y se hizo representativa en
fechas anteriores al 8000 a.C. en el cono sur, extendiéndose hasta la
zona de los canales sureños y patagónicos del extremo sur (Las
Guaitecas, Lancha Packewaia, etc) (Bate, 1989) y que se le ha reconocido
aquí localmente como complejo chanchanense (emparentado al
ayampitín), además de la presencia de otros conjuntos de puntas,
las triangulares de obsidiana que no se han definido como complejo pero cuya
conexión con los andes y la vertiente oriental es indiscutible. Sin
embargo hay que agregar además la existencia menos frecuente de otro tipo
de puntas las pedunculadas, registradas en el valle de la IX Región en
Quillen 1 y que he vinculado con el sitio de Pichicuy de la Zona Centra de Chile
de antigüedad mayor o aparición más temprana que las
lanceoladas en la zona centro sur.
No sabemos si existieron sitios abiertos como los costeros en el valle porque
este ha sido profundamente disturbado y transformado por actividades
antrópicas actuales y subactuales como desforestación, agricultura
extensiva, construcción. Si sabemos que las cuevas y aleros fueron
recurrentemente considerados como asentamientos de habitación por estos
pobladores hasta avanzado el período alfarero siguiente.
Probablemente
estos arcaicos formaron redes de asentamientos similares a lo largo del litoral
en base a familias que actuaban como unidades productivas básicas y en
determinadas épocas del año que se congregaban en unidades
poblacionales mayores ya constituidos en las playas entre Cauquenes,
Chiloé y Las Guaitecas (sitios de la Isla Grande de Chiloé, y de
Melinka) hacia el 6000 y permanecieron como grandes asentamientos extensos y
complejos hasta al menos el 3000 en la costa de la X Región (Navarro,
2001), consolidando economías marinas, cazadoras marinas, recolectoras
del bosque y pescadoras del Pacifico (Gaete, et al. 1992). Estas establecieron
relaciones con otros grupos o etnias que habitaban tanto el valle como la
precordillera y que hasta ahora aparecen como las que otorgan el primer sustrato
poblacional manifestado en el Alero Marifilo en el límite del Pleistoceno
y Holoceno con un estrato ocupacional datado en cerca de 5000 antes del presente
y con un entierro de un niño de alrededor de 10 años hiperflectado
que no exhibió ajuar lítico, sino únicamente de hueso
(Adán, coms pers.) y que por ahora no permite emparentarlo o
diferenciarlo a los otros sitios. Estos asentamientos sobre todo los de la zona
precordillerana pudieron ser solo paraderos temporales en un circuito de
movilidad más amplio.
Lo
que si sabemos es que todos los sitios arcaicos de la costa tienen continuidad
más o menos continua (interrumpida por momentos de desocupación)
hasta el alfarero, período siguiente que desgraciadamente se encuentra
escasamente estudiado en el litoral del Pacífico.
2.3.c.-
Período Alfarero Formativo
He
decidido obviar la discusión de si se le puede llamar formativo a su
expresión en la Zona Centro Sur porque creo que fundamentalmente complica
el entendimiento en vez de enriquecerlo.
“Las
fases cerámicas poco definidas del extremo sur de Chile pueden
considerarse como una expresión de la cultura Formativa del extremo sur
del continente, en la medida en que reflejan una serie de patrones de
adaptación desarrollados en los bosques subárticos y
septentrionales de Sudamérica” (Dillehay 1989: ).
El
alfarero o formativo está deficientemente definido para el sur de Chile,
primero porque fundamentalmente los mayores sitios del valle intermedio han sido
destruidos por actividades antrópicas recientes, y porque la
investigación en arqueología sólo ha definido este en base
a dos tipos de asentamientos: cementerios que son los más numerosos y por
escasos lugares de ocupaciones o residenciales, en los que se carece
generalmente de fechados y de trabajos mas sistemáticos aunque se ha
progresado en los últimos años (Adán et al 2000,
2001).
Los
únicos yacimientos de residencia hasta ahora reconocidos son
:
Los
Catalanes (Los Angeles); Pucón 6 en la Península de Pucón
y Alero Marifilo en Calafquén, y su magra representatividad de materiales
genera muchas interrogantes no resueltas.
La
primera pregunta para este período es que sucedió con los
pobladores arcaicos, y hasta ahora la hipótesis propuesta que subsiste es
una inmigración de familias afuerinas a la región provenientes de
sectores costeros de la Zona Central, del complejo Llolleo en el primer milenio
de la era cristiana, a través de los cuáles irrumpe la
cerámica (aparece por primera vez en la zona centro sur) con
técnicas alfareras y de horticultura que sugieren procesos culturales ya
maduros que se resimbolizan y transforman en su nuevo escenario.
Por
lo tanto falta mucho para la reconstrucción de patrones culturales o
modos de vida y determinación de patrones de asentamiento, pero
también es posible hipotetizar que los antiguos pobladores arcaicos se
“mestizaron” con los alfareros formativos recién llegados. El
inicio de este período formativo para el sur lo podemos situar alrededor
de la primera o segunda centuria después de Cristo. Se les continua
llamando poblaciones alfareras formativas porque aquí experimentaron
procesos culturales propios relacionados con la adaptación y residencia
en determinados ámbitos ecogeográficos fundamentalmente en
sectores lacustres precordilleranos, en el otro lado de los andes, en aleros y
cuevas de la precordillera, en asentamientos abiertos en el valle o
depresión intermedia y finalmente en el litoral pacífico en las
terrazas costeras y en las estribaciones de la cordillera de la costa. No hay
indicios de que la nueva población alfarera (una etnia?) haya cambiado
completamente el patrón preexistente de vida, es decir la
recolección siguió siendo esencial tanto en los ámbitos
precordilleranos como costeros y por ende también en la vertiente
oriental, pero la ingresión de este componente cultural distinto se
traduce en la presencia de tipos de cementerios distintos reducidos al parecer
a familiares en las zonas lacustres pues no se conoce de ellos en la costa
pacífica, un patrón funerario distinto, nuevas modalidades
estratégicas de subsistencia matizadas con las preexistentes y la
irrupción de alfarería compleja y con diseños que se
transforman en una identidad que me atrevo a decir específica y propia de
los ambientes sureños.
“Gran
número de cementerios excavados...en el valle central de la
región, han proporcionado datos valiosísimos sobre estilos
específicos de cerámica asociados con costumbres funerarias y
bienes indicativos de diferenciación social. Estos datos
supondrían la existencia de determinados niveles de complejidad social y
la presencia de capas sociales en las culturas cerámicas”
(Dillehay, 1989: 104).
2.4.
Primer componente alfarero- pitren
Los
arqueólogos (as) le han llamado desde Menghin (1962), complejo
Pitrén. Al comienzo los estudios no eran continuos ni abarcaban un
segmento regional como para poder establecer una red de relaciones y
analogías culturales, de manera que se definió el complejo por el
sitio “tipo”, el primero definido contextualmente como fue el
yacimiento de Pitrén encontrado en el fundo de Mollenhauer en las
cercanías del Lago Panguipulli y del Cerro Pitrén.
Pitrén
ha sido dividido por sus fechas en temprano y tardío y responde a la
presencia de grupos que hasta hace poco se pensaba que tenían mayor
movilidad y que se situaron en la precordillera, valle y lado oriental de los
andes en grupos familiares reducidos siguiendo un patrón de movilidad
entre al menos valle y cordillera de los andes. No obstante gracias al estudio
del sitio Huimpil (Gordon, 1983) y a dos cementerios originados por los trabajos
del by pass hoy día (Ocampo, 2001) se debe cambiar la noción que
se tenía, entendiendo que las agrupaciones humanas situadas en el valle
al sur y norte de Temuco fueron de dimensiones mayores, tal vez de linajes y,
que los sitios Pitrén, Challupén y los restantes del sector
lacustre de Calafquén, Panguipulli y Villarrica responden a incursiones o
transhumancias estacionales para buscar recursos, establecer alianzas o nexos
con las poblaciones allí asentadas y que esto se produjo hacia la costa
con menor énfasis posiblemente.
Pitrén
tiene su expresión espacial entre el Bio Bio y el norte del
Reloncaví como eje norte – sur y entre la costa Pacífica y
el sector oriental de la cordillera de los Andes: Neuquén y Rio Negro
como eje este-oeste.
Dataciones
por termoluminiscencia para la zona (Adán y Mera....) sitúan su
más temprana presencia en 600 d. C., pero en la costa de Queule y Chan
Chan se encontró cerámica Pitrén y hay un fechado por
termoluminiscencia que hay que corroborar de 150 d. C. (Navarro,
2001).
Al
complejo se le reconoce por su cerámica principalmente monócroma
de superficie muy fina al tacto, de paredes delgadas, con pintura resistente
negro sobre rojo (improntas de hijas con técnica de ahumado) y en la
cuál predominan los jarros (metawe), con adornos zoomorfos y
antropomorfo, algunas bandas con asa puente y asas bifurcadas.
2.4.a.
Asentamientos habitacionales:
Ocuparon
principalmente la Cordillera de Nahuelbuta en ambas estribaciones, el sector de
los lagos de Lleu lleu; la precordillera andina, el valle en cursos medios de
los ríos y también la costa (en menor proporción pues su
registro aquí es fragmentario) (Quiróz, 1997; Mera y Adán,
1997).
Hacia
el 1200 d.C., tienen contemporaneidad o coexistencia los asentamientos con el
segundo complejo El Vergel al menos en el Calafquén. El Vergel aparece
alrededor del 1000 d.C. en la parte septentrional o norte de Angol.
Socialmente
el complejo Pitrén se manifiesta en asentamientos familiares reducidos en
el ámbito precordillerano a modo de bandas (Aldunate, 1989) habitando las
riberas de lagos y ríos con movilidad residencial. Sus principales
actividades económicas eran la caza y la recolección y
posiblemente serían los iniciadores de la horticultura y de la
domesticación de animales en estas regiones (Castro y Adán, 2001).
En la zona del Calafquén practicaron una economía mixta con
énfasis en la recolección de recursos del bosque y del lago y la
caza de animales pequeños, estableciendo circuitos de movilidad hacia las
pinalerías. (Navarro y Adán, 2003).
He
creído pertinente ampliar los antecedentes de estos grupos Pitrén
para entender lo que ocurrió en la vertiente oriental andina,
específicamente en las provincias de Neuquén y Río Negro,
Argentina, en el Alero Los Cipreses (Silveira 1996) y en Cueva Haichol
(Fernández 1988-90) donde también hay secuencias de ocupaciones
amplias en el tiempo como las de Quillén 1 y Quino 1 y estarían
relacionados con contactos o formas de asentamientos emparentables al sistema de
veranadas (Navarro y Adán, 2003). En Los Cipreses se registró una
ocupación desde el 3.490 A.P. hasta el período histórico
reciente (S. XIX), evidenciando “contactos pre-hispánicos y
post-hispánicos con el área araucana chilena” (Silveira,
op.cit.:107). Por otro lado la Cueva Haicho ubicada cerca del Paso
Internacional Pino Hachado al pie de los abruptos relieves de la falda oriental
de la Cordillera Andina en un ambiente con abundante vegetación
arbustiva, con formaciones arbóreas del bosque caducifolio y con
presencia del pehuén, posee dos niveles alfareros uno correspondiente a
los primeros años de la era cristiana y el segundo datado en una fecha
cercana al 800 d. C. Se trata en general de fragmentos cerámicos
monócromos, dos pipas incompletas y un jarro completo del mismo tipo.
Otros sitios reportados por Hadjuk en Bajo Añelo en las cercanías
del Lago Aluminé complementan la presencia de sitios o paraderos
habitacionales y cementerios con presencia de pipas T invertida de piedra,
torteras, tembetá (que es un elemento que hasta ahora nunca ha aparecido
en la zona centro sur pero que si está en el complejo El Bato de la zona
central de Chile), cuentas de collar de malaquita (del norte), puntas de
obsidiana pequeñas triangulares y manos y morteros de piedra, asociados a
restos de frutos del pewen carbonizados y cuentas de conchas de la costa del
Pacífico en una fecha tardía para Pitrén, 1050 d. C. y
contemporánea con El Vergel.
2.4.b.
Sitios Funerarios
Numerosos
sitios de cementerios han sido ubicados en la zona del valle, Cordillera de
Nahuelbuta asociados a cuencas fluviales de esta cordillera y al norte y sur de
Temuco (Huimpil) y en la zona del río Cautín, así como
también en la zona lacustre del Calafquén y en la Isla
Mocha.
En
la precordillera los entierros son individuales y se trata de cementerios
familiares reducidos en espacios altos o selección de sectores a media
cota del cerro, con visibilidad hacia los andes y los volcanes (Adán y
Alvarado..).
La
ocupación documentada en la Cueva de los Catalanes en el valle registrada
también en el cementerio de La Tereña (Monleón, J. 1979 y
Stehberg, R. 1980) arrojó una antiguedad de 740 d.C (Adán, L. y R.
Mera 1996) y documenta el uso de un espacio de valle relacionado con la
explotación estacional del recurso piñón en la cordillera
de Nahuelbuta y con algunas pequeñas lagunas como la de Los Alpes y la de
Tijeral inmediatamente en sus inmediaciones, y a una distancia mayor con el lago
Lanalhue y la laguna Lleulleu.
Asimismo
al norte de la ciudad de Temuco los aleros Quillen-1 y Quino-1 plantean una
territorialidad especifica relacionada posiblemente con las actividades de
recolección del pewen. El primer sitio Quillén-1 (Valdes et al.
1982) se localiza en la quebrada de “El Teatro” en un espacio
conformado por otros sitios de interés que estratigráficamente
distingue una secuencia desde niveles arcaicos hasta los últimos con
alfarería tardía del estilo Valdivia. También el sitio
alero Quino-1 (Sánchez e Inostroza 1985) en la Comuna de Traiguen
producto de una posterior evaluación del asentamiento (Quiroz, et al.
1997) ilustra la ocupación en la depresión intermedia de
poblaciones alfareras tempranas, aprovechando los recursos del bosque, de vegas
y cursos de agua, con especialización en la caza de unidades familiares
de Lama guanicoe (guanacos). La ocupación de este alero habría
sido de grupos alfareros tempranos que estacionalmente llegaron allí a
cazar con puntas de proyectil almendradas y triangulares de base cóncava
o recta elaboradas en basalto, cuarzo, jaspe y obsidiana.
Actualmente
el escenario se ha dinamizado y problematizado, dado que la recuperación
de más de 600 piezas cerámicas como parte del ajuar de tumbas
individuales y colectivas producto de los recientes hallazgos de dos cementerios
Pitrén vecinos a la ciudad de Temuco por el impacto del By – Pass
abren nuevas interpretaciones pues la presencia en plena depresión
intermedia o valle de estos asentamientos funerarios permiten configurar un
panorama de organización social totalmente distinta a las anteriores
presunciones (emanadas del tratamiento de los sitios precordilleranos) con una
mayor complejidad y posiblemente nucleación para entender a este complejo
de Pitrén, con cementerios amplios, una mayor población,
diferenciación de género en cuanto al ajuar funerario y a estilos
de ceramios (metawe) de formas antropomorfas femeninas, tumbas con más de
un cuerpo, muchas tumbas juntas y la presencia de torteras (relación con
la textilería), todo lo cuál habla de una gran complejidad
material, simbólica y por ende sociocultural para esa
época.
Estos
antecedentes se suman a los ya conocidos y hacen coherente la existencia del
sitio cementerio de Huimpil que arrojó una edad de 600 d. C. y que
Dillehay ya refería como interpretación general en cuanto a
demostrar nuevos patrones con una orientación a una vida mas sedentaria y
aglutinada territorialmente, con la adopción de “....la
horticultura, y también hacia formas de organización mas
complejas. Estos patrones se entienden mejor a partir de los escritos
etnohistóricos de los invasores españoles del siglo XVI que
describen tanto el sistema económico mixto basado en la pesca y
recolección de alimentos forestales, como la articulación de una
red de comunidades horticultoras estables” (Dillehay, 1989:101). Hoy
Castro y Adán (2001) sostienen que la presencia de estos cementerios
recientemente descubiertos “...documentan cementerios de mayores
dimensiones que podrían comprometer a sistemas de linajes o agrupaciones
sociales mas complejos aportando mayor variabilidad al panorama cultural del
Formativo Temprano (op cit: 17).
2.5.
Segundo componente alfarero formativo- el vergel
El
complejo El Vergel tiene dos fases o momentos: monócromo o Vergel 1 y
bícromo o Vergel 2, y que como una expresión tardía
continúa hasta después de la conquista
hispánica.
El
Vergel aparece entre el 1100 d. C. y 1500 d. C. (Adán y Mera 1997), entre
Angol y la Zona de Huilío, inmediatamente al sur de Toltén. En El
Vergel bícromo se reconocen jarros asimétricos, urnas y jarros
simétricos y comparten características de formas y estilos con
Pitrén, además de pipas de piedra y cerámica, instrumentos
musicales (pitos), piedras horadadas, hachas votivas o cetros de mando y
abundantes manos y morteros de piedra.
Bullock
(1970) que investigó inicial y profundamente este complejo le puso el
nombre de kofkeche (1970). Aldunate lo delimita a las cercanías de Angol,
en los faldeos orientales de esta, en las cuenca del río Imperial y del
Cautín, en la costa desde Concepción a Tirúa, y en las
cercanías de Temuco. Prácticamente no hay datos concretos de
asentamientos habitacionales o residenciales pues en el época de Bullock
no se practicaron excavaciones sistemáticas.
Latcham
amplia la recuperación de urnas funerarias al norte de la costa de
Concepción, en Tirúa, pero son predominantes en Angol, Arauco y el
valle del Cautín, aunque según Aldunate, Tirúa sería
una derivación costera del complejo con la diferencia que allí se
encontraron jarros cuencos, y algunas botellas bícromas en rojo oscuro o
negro sobre blanco, con chevrones en bandas y diseños
geométricos
(Aldunate,
1989).
En
la zona precordillerana de Pucón, en la Península del mismo nombre
se estudió parte del sitio habitacional Pucón 6 (Dillehay, 1983,
Navarro 1979) el que manifestó una temporalidad amplia que
involucró a poblaciones del arcaico final hasta poblaciones del alfarero
post hispánico. Tiene fragmentos cerámicos prehispánicos
relacionados con El Vergel fechados en 1219 d.C.. Sostenemos que representa una
manifestación de contacto o contemporánea con lo conocido en el
área para la primera fase del Vergel (Aldunate, 1989) ; si bien en esa
época el patrón de vida recolector de bosque y lagos que ya
habían practicado los grupos del complejo Pitrén en los niveles
anteriores del mismo sitio eran compartidos por varios grupos étnicos
distintos. Los fragmentos cerámicos de Pucón 6 son fragmentarios y
la muestra es poco representativa como para precisar mayormente esta presencia,
pero las evidencias hasta ahora conocidas hablan de formas de habitar este
espacio que reflejan ciertos patrones forjados en los ámbitos
andino-lacustres desde el arcaico.
Pucón
6 fue un lugar habitacional donde ocurrieron actividades domésticas, como
la de molienda de alimentos estacionales como el piñón, la
avellana y otros vegetales diversos de recolección de recursos del bosque
(Navarro y Adán, 2003).
En
la zona precordillerana recientemente se han delimitado nuevos contextos
residenciales de El Vergel pero son dispersos y poco potentes; Antilef 1 y Musma
1 y son de uso extensivo del espacio y movilidad residencial, igual caso que
en Pitrén (Castro y Adán, 2001).
La
situación de tipos de asentamientos es similar en la vertiente oriental,
tal como se observa en el alero Los Cipreses (Silveira, 1996) y en Haichol que
representarían lo que llamamos fase local lacustre y subandina del
Complejo Pitrén.
Hay
otro registro que es muy interesante, se trata de un sitio habitacional
permanente en la isla Mocha datado en 1050d. C. a 1640 d. C., que estaría
demostrando un asentamiento aglutinado en forma de caserío
(Sánchez, 1997).
Se
presume entonces un patrón de asentamiento más aglutinado en El
Vergel y esto es de extrema importancia pues el escaso desarrollo de las
investigaciones arqueológica impide una reconstrucción mas cercana
al modo de vida de esta cultura o complejo, sobre todo si se conecta con la
interpretación de zonas de significación ceremonial y comunitarias
de Lumaco y de Purén, donde la data de sitios ceremoniales que hay que
integrar a la de otros sitios, pero que no pudieron estar totalmente
desvinculados de aquellos residenciales, puede permitir la dilucidación
de un patrón territorial muy complejo con la organización de la
población para tareas comunitarias conjuntas como sería la
construcción de montículos ceremoniales.
2.5.a.
Sitios cementerios
Respecto
de este complejo hay igualmente mejor conocimiento de los sitios de cementerios,
los que son bien reconocidos por las urnas funerarias de cerámica, pero
que reúnen distintas modalidades de enterramiento; cuerpos rodeados de
piedra, simples entierros en posición extendida, wampo o canoa funeraria.
La mayoría de los sitios de cementerios están ubicados cerca de
los ríos de manera que es coherente pensar que sus asentamientos
residenciales no se ubicaban lejos de ellos. Los contextos ilustran actividades
de horticultura y de apropiación de recursos del bosque de roble y de
plantaciones en riberas húmedas, complementado con la recolección
terrestre (precordillerana) y marítima y algo de caza.
Las
actividades agrícolas, presumible presencia de semillas de quinoa en una
urna, gran predominancia de hallazgos aislados de hachas de mano, de piedras
horadadas, de algunas excepcionales estatuillas de piedra y una
producción alfarera madura, al igual que la de Pitrén, pero con
formas de mayor dimensión como las urnas o contenedoras de cuerpos,
implica el pensar en que la domesticación de alimentos ya estaba
totalmente consolidada.
Bullock
hasta 1970 alcanzó a reconocer 41 sitios que serían unidades
familiares, alrededor de tres urnas conjuntas, otros sitios con numerosas formas
de entierros directos sin urna, otros con cistas de piedras, y otras sepulturas
con piedras planas encima.
El
sitio funerario de Padre Las Casas señala la complejidad y diversidad de
las costumbres funerarias pues allí se encontró la modalidad
funeraria “mestizada” de wampo (urna de canoa de madera) y urna
cerámica fechada en 1280 d. C.
El
sitio de Alboyanco en las cercanías de El Vergel y del rio Hueque pese a
ser una sola urna cerámica pero de una excepcional conservación
que entrega la posibilidad de recuperación del contexto completo, nos ha
permitido entender la complejidad del ajuar funerario, el que refleja varios
aspectos destacables y formativos compartidos con las culturas andinas:-
técnicas textileras complejas de torcedura y de diseño, -
tratamiento de lana de llama, morfología craneal emparentada a la actual
población mapuche con presencia de deformación craneana por cuna
(kupükwe) y el trabajo de la madera en una cuchara antropomorfa cuyo
estilo se relaciona con otra encontrada en la zona de
Neuquén.
El
Vergel por lo tanto pese a que debe ser retomado como un estudio especial que
puede aportar a dilucidar la problemática de territorialidad y de
relaciones interétnicas de las últimas centurias antes del choque
con las huestes españolas, genera una batería de interrogantes,
algunas de las cuáles pueden irse al menos ordenando mediante una
analogía de rasgos culturales externos con algunos locales que nos
parece pertinente al menos enunciar, para encontrar las derivaciones u origen
que puede estar explicando procesos que comenzaron a plasmarse mucho tiempo
antes que la presencia de El Vergel en la zona y es justamente su fuerte
raigambre andina (Navarro y Aldunate, 2002), ..” se sugiere que esta zona
debió ser “un laboratorio” para el estudio de procesos
transicionales....” Alboyanco es un ejemplo de un proceso de
andinización en el sur de Chile por sus textiles, la cuchara de madera...
etc. “Los textiles recuperados que evidencian el dominio de
tecnologías características de tejidos formativos de los Andes, el
manejo de la llama (Lama glama), las vestimentas, la presencia de cucharas
elaboradas de madera, el probable hallazgo de semillas de zapallo y quinoa en un
contexto de innovaciones agrícolas, la inhumación en urnas, y los
contextos cerámicos que tienen evidente relación con la
cerámica formativa de la zona central de Chile, son indicios claros que
por el 1300 d. C. las sociedades del sur del río Bio Bio están
dando un paso más en el camino hacia un proceso cultural de nivel
continental” (Navarro y Aldunate, 2002:219).
La
cerámica rojo sobre blanco o tipo Valdivia registrada fundamentalmente en
la zona más meridional del centro sur, pero de la que además se
tiene registro también en el área oriental andina, tiene una
permanencia temporal que se prolonga hasta los comienzos de la República
y si bien su dispersión es entre Bio Bio y Puerto Montt se concentra en
la zona de Valdivia, apareciendo por una parte profusamente en la costa en
contextos no bien delimitables (residenciales o cementerios) (Navarro, 1995),
pero si en ajuares funerarios del siglo XIX en el valle. Como otro dado
importante es la mención de que dos sitios contemporáneos y muy
tardíos como Pitraco 1 y Ralipitra podrían reflejar la diversidad
cultural o responder a una función no entendida por ahora, ya que el
primero, Pitraco 1 tiene ajuares funerarios con cerámica monócroma
tipo Pitrén y el segundo tiene cerámica Valdivia, lo que
podría señala la coexistencia de diversidad cultural incluso en
momentos tardíos.
2.5.b.
Asentamientos comunitarios de uso
periódico.
Se
trata de sitios que hasta hace algunas épocas atrás (20 o incluso
10 años) no se habían considerado como sitios sino como hallazgos
de tipo aislado y son los de uso fumatorio como lo es el Sitio La Granja en la
zona central (Westfall, 1993). Es un espacio distinto y de carácter
significativo relacionado con prácticas rituales: juntas sociales y /o
fertilidad, reciclaje ritual de piedras de molienda, etc. Estos sitios
ceremoniales corresponden al alfarero intermedio tardío (fase
tardía Pitrén y Fase Vergel 1 y 2)
Gracias
a la arqueología del paisaje (Criado Boado, 1997) se ha podido comenzar
a entender ciertos lugares que en vez de aportar con amplios restos materiales
por el contrario prácticamente no arrojaron cultura material o muy pobre
y de rasgos específicos, por ejemplo las pipas, otro ejemplo que hay que
revisar pueden ser las clavas celafomorfas y hachas votivas. Estos rasgos
aislados hasta hace poco fueron considerados como hallazgos sin contexto
definido, pero si se relacionan con otro estudio específico acerca de
manifestaciones monumentales de tipo ceremonial (Dillehay,1986, 1992) como son
la construcción de túmulos o “cuel”, un tipo de
arquitectura religiosa en la zona mapuche, podríamos estar ante la
presencia de grandes extensiones espaciales de función simbólica
ceremonial. Los “cueles” son “cerritos” de tamaño
mediano considerados por Dillehay como un espacio público, desde al menos
1200 d. C. hasta el siglo XIX concentrados en el sector de Lumaco pero que en
realidad se distribuyen entre Malleco y Valdivia y que tienen su propio nombre
conocido solo por los líderes religiosos (machi) del lugar, que
además se sitúan dentro o en las cercanías de Gijatuwe o
lugares de celebración del Gijatun (Dillehay, 1992).
Latcham
a comienzos del siglo pasado informó por primera vez de estos
túmulos, incluyendo la función de enterratorio de personas
importantes. Es preciso aclarar que gran parte de los entierros de El Vergel
tienen un pequeño túmulo sobre el cuerpo. Dillehay sostiene,
siguiendo los estudios etnográficos de la religiosidad mapuche, que el
espacio de este pueblo tiene dos mundos uno etéreo y otro que es el mundo
ancestral (wenu mapu). Al norte de Lumaco en el lado oeste del río del
mismo nombre y en el lado sur de los pantanos de Purén. “Todos los
cueles están ubicados en la cima de un corredor continuo que va de norte
a sur de las colinas bajas que dan al río” (Dillehay 1986:
186).
Todos los cueles tienen una vista vasta del territorio y del valle, son de
dimensiones entre 8 a 25 m de diámetro y de 1 a 9 metros de alto, de
formas cónicas, o elípticas. Cada uno está cruzado al menos
por una huella. Están construidos de tierra sin piedras y cada uno
asociado con fragmentos de cerámica prehispánica tardía,
pero todos poseen cerámica histórica o contemporánea y
poseen además su nombre local designado por la machi. Posiblemente era
una distinción social. Hasta ahora no ha sido posible asociar estos
cueles a otros rasgos de la cultura material pues son pocas las investigaciones,
estas deben contar con el permiso de las comunidades y es un sector invadido por
las forestales, Lumaco, y de alta sensibilidad por parte de las comunidades.
Muchos de estos cueles están en terrenos privados, pero lo realmente
relevante al menos para quién suscribe este informe es que estamos ante
espacios ceremoniales de alta complejidad que pueden estar asociados a otros
hallazgos que insisto hasta ahora aparecen como aislados como son los conjuntos
de pipas y tal vez las clavas.
Numerosos
sitios las adscriben pero hasta ahora habían pasado como un rasgo de
función ceremonial más y están presentes en el sitio Los
Catalanes, estratos alfareros 1 y 2 sin fechados y son dos boquillas de pipa una
de cerámica color marrrón y una negra pulida, la que
tentativamente se la ha asociado a Pitrén.
Están
también en el sitio Lago Ranco que corresponde a una fase tardía
del complejo Pitrén y que Westfall (1993) la asigna al complejo
fumatorio de Pitrén.
Es
sin embargo en El Vergel donde aparece una gran cantidad de pipas entre 1100 y
1300 d.C. en los rios Bio Bio y Toltén, en la costa, y también en
Queule y Chan Chan. En el sector de Nahuelbuta, en Purén, Contulmo,
Lanalhue, Cañete, Paicaví, Antiquina, Quidico y en Tirúa,
en el Valle de Temuco y el Calafquén asociado a Pitrén (sitio
Challupen), más al norte en la Cuenca del Maule hay gran evidencia de
ellas durante el alfarero temprano en la desembocadura del Maule y en la Isla
Mocha. Westfall sostiene que hay una larga tradición fumatoria en la zona
centro sur desde el 600 d. C que perdura hasta ahora. Las crónicas avalan
esta costumbre arraigada en el pueblo mapuche durante la época de la
conquista hispánica y durante los parlamentos
indígenas-españoles.
El
uso de pipas está documentado en los cronistas que destacan que se
hacían con ella invocaciones a los antepasados y a los espíritus
protectores. En una tumba con cerámica Valdivia posthispánica
también apareció colocada una pipa de piedra como ofrenda
funeraria al lado derecho del cráneo.
En
Pitraco I, Nueva Imperial en una tumba de un platero habían dos boquillas
de pipa de forma oval datado en 1800 d. C. aproximadamente. Su presencia no es
generalizada ya que en Chol Chol, en el cementerio El Membrillo que data de los
siglos XVIII y XIX, no se rescataron pipas. Los polos centrales de la
profusión de pipas se ubican en Angol, en ambas vertientes de la
Cordillera de Nahuelbuta. En Contulmo hay pipas comunales de mas de una boquilla
de aspiración en la cuales se pueden haber insertado tubos de colihue y
tienen diseño de cabeza de animales (Westfall,). En Maquehue se
encontró una cefálica.
2.5.c.
Asentamientos de origen histórico o de contacto.
Fortificaciones.
Se destaca el carácter etnocéntrico de las mayoría de los
estudios de arqueología histórica. Reyes (2001) postula que se
debe considerar no solo la parte bélica de conflicto sino el de las
relaciones interétnicas.
Yo
propondría incluso el carácter más amplio, relaciones
interétnicas en territorios de fronteras intra etnias americanas y estas
en su distinta relación con los conquistadores españoles.
León (1989 y 1995) centra su estudio al sur del Toltén donde hay
una serie de complejos defensivos (Castro y Adán, 2001) en Villarrica,
Ranco, Maihue y Riñihue “...configurando una red lacustre
piedmontana desde Villarrica al Riñihue, la cual habría sido
empleada por la alianza puelche-Wijiche” (Castro y Adán, 2001).
Otras investigaciones permitieron reconocer 13 fortificaciones entre hispanos y
población nativa local (Harcha et al. 1993), asimismo se abren nuevas
identificaciones de sitios (10) en el área oriental del lago Villarrica
(Mera et al. 2001), para el sector de Curarrehue y del lago Calafquén:
fuertes de Pitrén, al sur del lago Calafquén y Puraquina al
poniente de Villarrica con fechados y materiales prehispanos (Castro,
Adán, 2001-pp15).
Por
otra parte la cerámica Pitrén no se abandona totalmente en la
época tardía y el límite aún no es fácil de
establecer en ese sector entre la época pre y posthispánica, ya
que esta cerámica se la encuentra en Curarrehue y Calafquén en una
continuidad durante el período histórico.
“En
consecuencia no es posible “asegurar que los asentamientos detectados en
la localidad de Curarrehue, al igual que los del Toltén, correspondan al
siglo XVI. Más aún en virtud de que no detectamos cerámica
o algún otro resto de carácter hispánico podría
plantearse que son prehispánicos y que estarían documentando una
situación de conflicto anterior entre diferentes grupos mapuche”
(Castro y Adán, 201- 16).
Como
sostiene Aldunate (1989.) aparentemente en los espacios lacustres subandinos del
lado chileno durante el desarrollo de Pitrén tradío y
coexistentemente con El Vergel estarían teniendo lugar la persistencia
del primero como expresión oriental, lo que es congruente con
tardías dataciones obtenidas en el sitio Pitrén, 1000+/- 100 d.C.
(UCTL 887) (Adán y Mera 1997) y en el sitio Los Lagos en la localidad
homónima: 915 +/- 100 d.C. (UCTL 885) (Adán y Mera, op. cit.), lo
que confirma la coexistencia, después del 1000 d.C., de diferentes grupos
alfareros formativos, pero que compartieron espacios comunes al menos en ciertas
épocas del año y posiblemente expresando un modo de vida
igualmente distinto. Asimismo, la presencia de cerámica con pintura
negativa rojo-negro, característico del Complejo Pitrén en el
sitio histórico temprano de Santa Sylvia en Caburgua, avala la idea de la
marcada tradicionalidad de los habitantes de estos sectores en su manera de
producir alfarería.
2.6.
Distribución Regional, Territorio y Población
Relacionado
con sistemas de parentesco
Dicen
Castro y Adán (2001) que puede establecerse un límite territorial
para El Vergel entre el Toltén y el Cordón Mahuidanche- Lastarria,
el que actuó como un límite para la dispersión de este
complejo y para la permanencia de los grupos Pitrén en los sectores
lacustres de la precordillera andina y la sección
meridional.
Sabemos
que es prioritario comprender estos patrones de habitar el área a
través de un estudio sistemático de aleros y cuevas, hasta ahora
un tipo de asentamiento escasamente excavado en nuestra vertiente occidental
andina, aportándonos evidencias de refugios donde se practicó algo
de caza, pero mayormente recolección lacustre y de recursos vegetales del
bosque. No obstante los aleros de Quillen I y Quino I en el valle, evidencian la
movilidad de ciertos grupos entre zonas altas y bajas.
Si
pensamos en la dificultad de separar eventos y por ende grupos étnicos
sobre todo en el sector precordillerano y oriental andino y si coincidimos en
sostener que los eventos que ayuda a esclarecer la data arqueológica no
permiten ofrecer un límite preciso o arbitrario entre ellos porque son
parte de procesos sociales, políticos, culturales e ideológicos
dinámicos, vemos que Silva (1991) entrega un panorama igual de complejo
de relaciones interétnicas a través de documentos
etnohistóricos avanzado el siglo XVII, es decir reflejaba esta
situación que se constata con los datos arqueológicos del
período previo.
En
la zona de dispersión de las araucarias en ambas vertientes de la
cordillera de los andes: 37° 24? Lat S (volcán Antuco) hasta
40° 30’ S (volcán Lanín) y en el oriente 37°
50’ S (Cajón de los Trolopes) hasta 40° 10’ S (Lago
Lacar) hasta el siglo XVII cohabitaban Pewenche primigenios o habitantes
prehispanos cordilleranos y de las pinalerías. Cazaban animales,
recolectaban sal, tenían una lengua propia, eran corpulentos, musculosos
y menudos de aproximadamente 1.70 m, dolicoides y de cráneos altos. En
“ la porción norte de Neuquén y en la zona sur cuyana
(incluida la cordillerana) actuaban preponderantemente cazadores de tipo
huárpido. En cambio en los territorios bajos del este, cazadores
pámpidos, todavía libres de la invasión masiva de los
Tewelche septentrionales (pero en parte aculturados por estos) hegemonizaban al
centro sur neuquino” (Silva 1991: 438), mientras que al sur de los
ríos Limay y Negro estaban los Tewelche septentrionales y hay que
mencionar a los poyas (pámpidos) canoeros de NahuelWapi. Casamiquela a la
vez a la franja de ambas vertientes andinas la denomina de una continuidad
socio-cultural. La continuidad serían los Pwelche. Los cazadores
recolectores del Limay Negro y Agrio y Neuquén de tipo pámpido
estaban aculturados por los Tewelche y además en el verano bajaban a los
valles mapuche. Pineda y Bascuñan hablan de los Pewenche de Villarrica
(pp 441).
Es
decir por lo menos durante el siglo XVI a ambas laderas andinas había una
diversidad cultural y étnica que no es al parecer tan distinta de la que
podemos insinuar con los datos arqueológicos sobre los tipos de
asentamientos. En las cuencas lacustres para el mismo período se
determina la presencia de canoeros Pewenche y se sospecha de una relación
con aquellos de NahuelWapi, estos últimos serían de
filiación sureña, canoeros chonos, fuéguidos. Por lo mismo
me permito sólo recordar que la vinculación de grupos en estos
sectores ya se sustentaba durante el arcaico, al menos en los 5000 o 6000
años atrás.
Una
idea que motiva a seguir investigando es llegar a precisar la profundidad
temporal de estos ciclos de veranada e invernada, hasta el día de hoy
vigentes. En el pasado estos modos de vida con sus ciclos de movilidad regulados
quizás por el énfasis en la recolección, y no por el
pastoreo como es hoy día, debieron reflejar asentamientos con distintos
grados de movilidad. Nos referimos a aquellos intregrados por pequeños
grupos de individuos que iban tras la caza mayor en los cordones más
altos y que llegaban hasta la pampa, o viceversa, buscando además
materias primas para sus herramientas. Este tipo de sitios que aún no han
sido estudiados, pudieron estar complementados por otros tipos de asentamientos
de familias que se establecían en las pinalerías del Villarrica o
iban a las veranadas desde otros sectores más lejanos. De ser así
la zona fue escenario de la coexistencia de distintos grupos, incluso de algunos
que provendrían desde la costa pacífica en un movimiento anual y
de otros pampinos mucho más distantes. También puedo sostener que
las territorialidades o territorios culturales se fueron plasmando
tempranamente en distintos puntos de la zona centro sur de Chile, una principal
fue la costera marina extensa hasta los canales y vinculada con diversos puntos
isleños (Mocha, isla de Chiloé, Melinka), otra es la consolidada
con un patrón de movilidad ágil y estacionario en ambas vertientes
de la cordillera de Los Andes, la que pudo haber estado favorecida por el
conocimiento más profundo de estos espacios andinos y subandinos
lacustres a partir del arcaico y que se reflejaron en patrones diferenciados de
entender y manejar este paisaje cambiante (pensando en las erupciones). Lo
fundamental sería plantear tal vez que no existieron
“fronteras”étnicas, al menos el registro no lo pemite en
momentos anteriores a la conquista hispánica, sino espacios conformados
por la expresión de distintas colectividades culturales, complejos o
sociedades, llámemoslas como sea posible, tanto en la costa, valle y
andes, los cuáles desde muy temprano experimentaron el proceso de
colonización conectados en una lógica de percepción
espacial, cultural y simbólica relacionada a la transhumancia estacional
o tal vez a la ocupación dinámica de los territorios donde los
recursos de los bosques de notofagus y de araucarias; los de los lagos, de los
volcanes y los del mar pudieron ser apropiados. La permanencia de los grupos en
el valle, cerca de la Cordillera de Nahuelbuta, y cerca de los grandes
ríos aportó a las condiciones para un cambio cualitativo hacia
otras actividades y formas de vida que se fueron diversificando con la
introducción de prácticas hortícolas y agrícolas,
nucleándose más y significando sus espacios territoriales tal vez
mediante una arquitectura o monumentalidad del paisaje como es el caso de los
cueles.
2.7.
Sitios arqueológicos entre el maule y chiloé zona centro sur de
chile
Trabajo
sobre orígenes y constitución de territorios culturales pre
conquista hispánica
Preparado por Ximena Navarro Harris, Arquéologa, Enero de
2003.
No empleo el vocablo “pueblo” en el texto porque aún no se
cuenta con registros lo suficientemente completos como para diferenciar o
unificar un sitio de otro, menos aún para entender si estamos hablando de
diferencias locales intraetnias o interetnias, de manera que continuo usando el
término “complejo cultural” y uso además grupo o
cultura en vez pueblo para distinguir rasgos “identitarios” y
característicos comunes en los asentamientos que se repiten en espacios y
tiempos determinados y que reflejan unidades que expresan distinta
organización social, material y simbólica, aunque hay que entender
que ellas fueron dinámicas y sufrieron cambios en el tiempo. El uso del
término complejo lo mantengo porque los arqueólogos lo siguen
usando pero hay que superarlo para entender mayores espacios culturales patrones
o recurrencias de formas de organización del espacio: tipos y
distribución de viviendas, campamentos, espacios domésticos,
comunales, etc.