Portada Anterior Siguiente Índice | 1. Los primeros habitantes y su relación con el ecosistema andino

1. Los primeros habitantes y su relación con el ecosistema andino


Hace unos 12.000 años atrás, arribaron las primeras familias cazadoras y recolectoras a los territorios de la costa del Pacífico y altiplanicie andina. Era una época fría en la tierra porque perduraba el efecto del largo período glacial, que estaba llegando a su fin[1]. Hace 10.000 años a. p. se produjo una importante colonización de los distintos territorios del norte de Chile, que incluyó la costa, valles y oasis interiores; valles y quebradas cordilleranas y el altiplano. Las poblaciones que habitaron en estos espacios, establecieron distintos modos de vida basados en la recolección y caza de una amplia gama de plantas y animales. Sus presas preferidas fueron los camélidos, pero dadas las limitadas condiciones de la pradera, debieron cazar también ciertos animales menores como las vizcachas, cholulos y aves andinas. Como su sistema de vida requería de una alta movilidad, no construyeron habitaciones sólidas y permanentes; por el contrario, se establecieron en refugios temporales en cuevas y aleros, o en campamentos abiertos instalados en las inmediaciones de bofedales, ríos y quebradas. Su vida se centraba en los ambientes de valles andinos y en el altiplano sobre los 3.000 m sobre el nivel del mar, sin embargo tenían acceso a un territorio más amplio que incluía la costa[2].

Durante varios milenios esta tradición de cazadores andinos se mantuvo sin cambios importantes, demostrando que su modo de vida era bastante exitoso. Entre los 8.000 a 3.000 años a. p. se empobrecieron las praderas andinas por el incremento de la aridez y los cazadores tuvieron que diversificar sus estrategias de subsistencia. Por esta presión del medio ambiente, recurrieron a enclaves de refugio con recursos relativamente abundantes, complementados con otros dispersos menos productivos. Esta fue una época de gran inestabilidad y de alta movilidad de estas familias andinas que vivían en estos territorios, provocando quizás, una utilización más intensa de la costa y sus recursos marinos, que fueron menos afectados por la aridez[3].

1.1. Integración y complementariedad económica

Desde los 2.500 a. C. comienza a desarrollarse la agricultura en el mundo andino y particularmente, se inician los primeros cambios agropecuarios de importancia[4]. A partir del primer milenio a. C, comienza una estrategia multiétnica de complementariedad económica entre el altiplano y los valles costeros de Arica. Si bien los primeros cultivos se conocen a partir del 6.000 a. C., es en el Período Intermedio Temprano a partir del 1.000 a. C., cuando habría surgido una tradición productiva altiplánica vinculada al desarrollo agrícola y ganadero, que al comienzo se circunscribió alrededor del lago Titicaca , cuya relación cultural estará presente hasta nuestros días[5].

El surgimiento de la agricultura, la domesticación de camélidos y el mayor desarrollo tecnológico hicieron que las antiguas poblaciones de cazadores, pescadores y recolectores se fortalecieran permitiendo, además, la llegada de una influencia homogeneizadora desde el altiplano, la que se extendió a lo largo de todo el norte de Chile[6].

Hacia el año 500 a. C, en los valles se introduce una nueva modalidad en cuanto a los enterramientos, ya que se constata la influencia altiplánica en la construcción de extensos y pequeños túmulos funerarios en los cuales se sepultaba a la población. A partir del primer milenio, la integración y complementariedad de las poblaciones altiplánicas en los valles fue más frecuente y, con ello, se introdujo el culto al sacrificador y a las cabezas, denotando la presencia de personajes que tuvieron cierta connotación sacerdotal en los valles con predominio en la organización social de estas tempranas poblaciones aldeanas[7].

La relación entre gradiente altitudinal y acceso a diversos recursos naturales -con potencialidad productiva- será quizá uno de los elementos constitutivos de todas las culturas andinas. Se trata de una ocupación del territorio que permitió organizar y complementar la producción, generando un buen manejo de los recursos. Por ejemplo, el desierto, que en buena medida recorre la costa andina, será aprovechado como vía de comunicación entre los valles y las tierras altas; así como también las aguas provenientes de las altas cumbres que podían ser utilizadas, canalizadas y trasladadas a través de sofisticados métodos para el beneficio de la comunidad. De este modo también, las ceremonias y rituales se ordenaron en torno a esta necesidad vital.

En la organización y dinámica de la sociedad andina, el principio de complementariedad ha sido fundamental. Bajo este principio, el hombre andino percibe su realidad y el entorno con un sentido macrovisionario, englobando áreas y nichos ecológicos muy diversos y variados, y que contribuyen a complementar sus posibilidades. Esta visión de la realidad tiene implicancias tanto para la vida social como económica, política y espiritual del pueblo andino. Lo interesante es que, al parecer, este es un ideal de muy larga gestación en el tiempo, y por ende, muy arraigado en las concepciones ideológicas del mismo, de manera que llegan a constituirse, aún hoy día, en fuertes pilares del pensamiento andino...[8].

El proceso formativo en estos valles de Arica -valles occidentales-, perduró hasta la llegada de Tiwanaku que incorporó una serie de rasgos que enriquecieron el modelo de explotación de los valles en el desierto del Pacífico[9].

1.2. El desarrollo cultural de Tiwanaku y culturas locales, en los territorios del extremo norte de Chile

Alrededor de los 500 años d. C., el desarrollo de experimentación agrícola en los valles del Pacífico había alcanzado pleno éxito. En el valle de Azapa, el eje de ocupación se había trasladado desde la costa hacia el valle; villorios y caseríos dispersos surgidos alrededor de las vertientes en las centurias previas, se consolidaron como aldeas, cimentando una economía de base agrícola estable, aunque siempre complementada con la riqueza del mar[10].

Paralelamente, en el altiplano circunlacustre un proceso político mayor se llevaba a efecto. Uno de los primeros centros de poder, que también ha sido conocido en una trasposición del idioma europeo, como “reinos” o "imperios" andinos, fue Tiwanaku; que comprendió un período aproximado entre los años 500 a 1.000 ó 1.200 de nuestra era. Con su sede central en las orillas del lago Titicaca, se trató de un centro político y ceremonial de grandes proporciones que se expandió por un amplio territorio, alcanzando hacia el sur los valles y sectores donde actualmente se asientan los pueblos aymaras, y más al sur los atacameños. Esta organización política controló mediante distintos mecanismos una importante porción de los Andes, control que ejerció directamente a través de centros administrativos instalados en otros espacios productivos, o por medio de colonias dependientes de dicho centro político asentadas en otros nichos ecológicos; o por una vía indirecta a través de intercambio de bienes económicos y/o suntuarios, llevado a cabo por una organizada red de caravanas[11].

Los arqueólogos han tendido a examinar la expansión de Tiawanako principalmente en términos de estrategias de acceso a los recursos. De acuerdo a algunas de estas reconstrucciones, para acceder a las zonas de valles bajos –periferia-. Tiawanako utilizó una estrategia de coloniajes, implantando en algunos casos, enclaves de población altiplánica y estableciendo en otros casos, verdaderas provincias[12].

Entre los años 500 a 1.000 d. C., dos grupos sociales compartían espacios ocupacionales en el valle de Azapa: se trata de Cabuza y Maytas-Chiribaya. El primero de raíz altiplánica, mantuvo espacios productivos en el valle y vínculos ideológicos y posiblemente económicos con su raíz originaria. Se lo ha caracterizado también, como una de las colonias que tiwanaku implantó en regiones aledañas. En cambio el segundo, representaría una raíz local cuya distribución estaría comprendida entre los valles de Azapa y Lluta en el norte de Chile, y Caplina-Ilo en el Perú. En lo que respecta al valle de Azapa, ambos grupos ocuparon un mismo espacio productivo e incluso el mismo espacio ceremonial destinado a cementerio. Habitaron espacios domésticos contiguos y su economía estuvo basada en la explotación agrícola de las vertientes localizadas a lo largo de los valles, produciendo maíz, ají y otros productos de valles, complementada siempre por la explotación de recursos marinos. Hacia finales del año 1.000 d. C. la influencia altiplánica en los valles estaba profundamente enraizada[13].

Hacia el siglo XI de la era cristiana, los pueblos del desierto ya controlaban con bastante éxito los ambientes productivos. Eran capaces de sacar provecho de los recursos del mar como lo hacían sus milenarios antecesores -los primeros pescadores-, pero también cultivaban la tierra en los valles cercanos a la costa a través de simples sistemas de irrigación, mientras que en la sierra mantenían sistemas agrícolas en andenerías, irrigadas con canales empedrados que transportaban agua por varios kilómetros. Para conectar estos distintos espacios productivos, existía una red de senderos que surcaba el desierto de norte a sur y de cordillera a mar, y se habían establecido pequeñas aldeas donde se acomodaba un grupo de pocas familias. Además, crearon una refinada y variada iconografía local. Esta cultura se conoce con el nombre de Cultura Arica[14].

En esta misma época, factores climáticos que originaron una gran sequía, debilitó el poder de Tiwanaku y su desarticulación significó el surgimiento de reinos y cacicazgos en el territorio que otrora estuviera bajo su dominio e influencia. Como la población había aumentado y se habían perdido las relaciones de intercambio con el altiplano, los azapeños reorganizaron una economía mixta agro-costera -o agro-marítima-, basada en el conocimiento tecnológico y de organización social adquirida previamente. Cada una de las aldeas -desde la costa hacia el interior de los valles- estaba dirigida por un cacique -señor principal-. Ellos eran líderes locales que demostraban su posición social a través de vistosas vestimentas y adornos que les significaban un mayor prestigio y respeto social. Además, se trataba de una sociedad en cuya organización social existieron especialistas, artesanos, chamanes, agricultores y pescadores. Los caciques -los cuales debían tener cualidades políticas- tuvieron que negociar frente a las presiones de los inmigrantes provenientes del altiplano[15].

La población de estas aldeas o pueblos del desierto a diferencia de las costeras, usó mucho más vestimentas y adornos,

Tanto hombres como mujeres se cubrían con unas gruesas camisas de lana de camélidos, amarradas a la cintura con una faja también tejida de lana. Portaban además, unas pequeñas bolsas, conocidas como chuspas, donde transportaban hojas de coca y otros tipos de hierbas. Calzaban sandalias de cuero y el pelo, que usaban largo, era arreglado con trenzas que en algunos casos llegaban a formar artísticos peinados. Gorros de forma cónica y collares, posiblemente fueron atuendos que se llevaron en ocasiones especiales y los más vistosos fueron usados acaso por los líderes o personas más prestigiosas de la comunidad[16].

Bajo la cultura Tiwanaku entonces, varios sectores de la gradiente altitudinal estuvieron fuertemente integrados; algunas de estas relaciones se vincularon con los valles y costa de Arica, donde la cantidad y calidad de expresiones arqueológicas constituyen un testimonio de la elaborada vida colectiva que allí existía y de las relaciones con el resto del mundo andino. Al tiempo, la Cultura Arica organiza y controla los espacios productivos y una organización social, cultural y política atendida por caciques. Luego, se sabe que en la sierra se produjo una gran expansión de actividad y ocupación de la población. Asimismo se establecieron complejas obras hidráulicas y de preparación de suelo agrícola en forma de andenerías o terrazas en las abruptas laderas de los valles andinos. Ellos descubrieron que las vertientes que nacían en las profundidades más altas de los faldeos de los Andes, infiltraban parte de su caudal a pocos kilómetros de su nacimiento, y por esta razón magros cursos de agua alcanzaban las cotas más bajas donde tenían sus sementeras y poblados. La solución fue canalizar las aguas para transportarla hasta donde era posible y confiable desarrollar una agricultura extensiva. Junto a esta actividad agrícola se establecieron importantes poblados en los principales valles o quebradas de la sierra, y para ello también se eligieron lugares de difícil acceso que sirvieron como puntos estratégicos. Con este conjunto de poblados defensivos conocidos como pukara, es posible que se intentara frenar en parte las presiones demográficas de las poblaciones altiplánicas. La consolidación de los grupos serranos y de los grupos de la costa en la sierra, debió verse afectada por la presión de los grupos aymara de la región del Titicaca, y en este escenario de tensión social enfrentaron la expansión del imperio Inka.

El área de expansión de Tiwanaku en su sector epónimo, coincide con áreas pluriétnicas donde se hablaban diversas lenguas. Hasta hace un tiempo, se pensaba que el aymara habría penetrado en el altiplano sur tardíamente, sin embargo, hoy en día se pone en duda esta hipótesis y se sospecha con buenos argumentos que hablantes aymara contribuyeron a la construcción de Tiwanaku y no fueron sus destructores, como lo sugiere la primera hipótesis. La desaparición de Tiwanaku, está aparentemente vinculada a fenómenos climáticos más que a una invasión guerrera foránea. No obstante, con la caída de este sistema, se generaron una serie de reinos o señoríos donde predominaban las lenguas aymara y puquina, y en una situación de menor rango se encontraban los uros o pescadores altiplánicos. Entre esos reinos, se destacan a los Carangas, Pacajes, Lupacas y otros con acceso a los niveles del Lago Titicaca y con colonias productivas en sitios muy distantes, incluido el valle central de Chile. Estos grupos entraron en contacto, necesariamente con los habitantes del desierto y establecieron sus colonias entre ellos. Las relaciones de guerra entre los señoríos aymaras, facilitaron la expansión de los inkas del Cuzco en el altiplano sur, aliándose con unos y dominando a todos[17].

1.3. El Tawantinsuyu panandino: los Inkas

Los inkas organizaron poco a poco un sistema de alta complejidad hasta expandirse y dominar otros territorios, probablemente en el siglo XV. Este nuevo y ampliado sistema organizativo fue conocido como Tawantinsuyo, definiendo las cuatro partes del mundo.

Dos de esas partes formaban el Hanan Cuzco o Cuzco de Arriba y dos el Hurin Cuzco o Cuzco de Abajo. El Hanan Cuzco esta conformado por Chichasuyu -el sector noroeste del imperio- y Antisuyu -sector del este o de los Andes-. El Hurin Cuzco estaba integrado por el Kollasuyu -sector del sur o del Kollao- y el Cuntisuyu -sector del suroeste-. Cada una de estas mitades a su vez tenían una relación jerárquica interna, Chichasuyu y Kollasuyu eran superiores en relación con Antisuyu y Cuntisuyu, respectivamente[18].

El Inka Pachakutek comenzó la conquista del Kollasuyu -parte meridional del imperio- probablemente a mediados del siglo XV[19]. En esta época es posible que la expansión haya alcanzado la región de Tarapacá, al conquistar los reinos aymaras del altiplano que ya ocupaban las cabeceras y valles altos de esa región. Su sucesor Topa Inka Yupanki termina de conquistar a los señores aymara y extiende su dominio sobre el noroeste de Argentina y el territorio de Chile, hasta el río Maipo[20].

El Inka ocupó y amplió todos los sectores productivos de Tarapacá no sólo en el valle de Azapa, sino también en el de Lluta y Camarones. Sin embargo, el gran énfasis de la ocupación en Tarapacá estuvo orientado hacia los recursos marinos tales como el guano y el pescado seco de la costa de Arica. También ocupó la sierra de Arica y las edificaciones en Zapahuira demuestran su importancia estratégica, porque controlaba las cabeceras de los valles de Azapa y Lluta. El altiplano de Arica también fue importante para el Tawantinsuyu debido a la actividad ganadera que se realizaba en las vegas de altura. Tuvo que haber sido una actividad relevante por la importancia que las llamas representaban en el sistema andino. La llama como animal de carga, era indispensable en la intensa actividad de caravanas, tanto para llevar y traer los productos del altiplano a la costa. Además, la crianza de llamas y alpacas proveían de las fibras adecuadas para la industria textil[21].

Son varios los espacios, ambientes y recursos que el Inka ocupó en Tarapacá. Para su administración, organizó un eficiente sistema de producción de bienes, mediante la imposición del trabajo colectivo o mit’a, que pedía como único tributo a los pueblos locales. La administración del sistema y la distribución de los excedentes producidos, estaba a cargo de funcionarios que aprovechaban el antiguo modelo de reciprocidad y redistribución andina, esta vez poniendo al Inka como última instancia en la escala de la pirámide de lealtades y subordinación, previamente establecida en la región por los pueblos aymaras del altiplano[22].

La influencia de su cultura y política sobre las etnias que habitaban más al sur y en la costa, se deja ver en todas las expresiones arqueológicas de la región. Los metales de Chile y en general la importancia que adquiere el control de los recursos, condujo a que hubiese un movimiento permanente de personas, caravanas, mensajeros
-chasquis-, a lo largo del territorio. De este modo, una red de caminos atravesaba desde Tacna hacia el sur por toda la sierra ariqueña, para continuar por los valles y oasis en la cuenca de la Pampa del Tamarugal, como Tarapacá y Pica hasta el Valle de Chile -hoy Aconcagua- y al Valle del Mapocho, donde colonias de mitimaes habían sido trasladadas para enseñar las tecnologías agrícolas y mineras, como también el cuidado de las “fronteras”.

La expansión inka y su historia, es la última etapa de la milenaria Historia Andina y no es sino la continuación de una extendida tradición de influencias de las tierras altas andinas sobre los pueblos que habitaban lo que hoy es el norte de Chile y será la culminación y fin de este proceso que se vio bruscamente interrumpido con la invasión europea impuesta en este mundo.


[1] Santoro, Calógero y Vivien Standen. “Pueblos originarios”. Pueblos del Desierto. Entre el Pacífico y los Andes, pp.19-24. Ediciones Universidad de Tarapacá. Departamento de Arqueología y Museología. Universidad de Tarapacá. Museo San Miguel de Azapa. Arica. 2001. p..21.
[2] Santoro, Calógero y Vivien Standen. “Pueblos del desierto andino”. Pueblos del Desierto. Entre el Pacífico y los Andes, pp. 25-28. Ediciones Universidad de Tarapacá. Departamento de Arqueología y Museología. Museo San Miguel de Azapa. Universidad de Tarapacá. Arica. 2001. pp. 26, 27.
[3] Ibíd.: 28.
[4] Lumbreras, Luis. “La evidencia etnobotánica en el análisis del tránsito de la economía recolectora a la economía productora de alimentos”. Arqueología y Sociedad Nº 1. Lima. 1970.
[5] Muñoz, Iván. "El período formativo en el Norte Grande (1.000 a. C. a 500 d. C.)”. En: Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate e Iván Solimano (Eds.), pp. 107-128. Prehistoria de Chile. Desde sus orígenes hasta los albores de la conquista. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1987. pp. 108,109.
[6] Ibíd.: 111.
[7] Muñoz, Iván. “Integración y complementariedad en las sociedades prehispánicas en el extremo norte de Chile: hipótesis de trabajo”. La Integración Surandina. Cinco siglos después”. En: Javier Albó, María Inés Arratia, Jorge Hidalgo, Lautaro Núñez, Agustín Llagostera, María Isabel Remy y Bruno Revesz (Comps.), pp. 117-134. Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las Casas. Corporación Norte Grande Taller de Estudios Andinos, Universidad Católica del Norte. Cuzco. 1996. pp. 120, 121.
[8] González, Héctor. “Disponibilidad, acceso y sistemas de tenencia de la tierra entre los aymaras del altiplano de la I región de Tarapacá”. Tierra, territorio y desarrollo indígena. Instituto de Estudios Indígenas. Universidad de la Frontera. Temuco. 1995. p. 67.
[9] Muñoz, Iván. “Integración y complementariedad...” Op. cit.: 121.
[10] Chacama, Juan. “Integración andina”. Pueblos del Desierto. Entre el Pacífico y los Andes, pp. 51-64. Ediciones Universidad de Tarapacá. Departamento de Arqueología y Museología. Museo San Miguel de Azapa. Universidad de Tarapacá. Arica. 2001. p. 52.
[11] Mujica, Elías. “La integración sur andina durante el período Tiwanaku”. La Integración Surandina. Cinco siglos después”. En: Javier Albó, María Inés Arratia, Jorge Hidalgo, Lautaro Núñez, Agustín Llagostera, María Isabel Remy y Bruno Revesz (Comps.), pp. 81-115. Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las Casas. Corporación Norte Grande Taller de Estudios Andinos, Universidad Católica del Norte. Cuzco. 1996. P. 83. Y Chacama, Juan. “Integración...” Op. cit.: 53.
[12] Berenguer, José. “La iconografía del poder en Tiwanaku y su rol en la integración de zonas de frontera”. Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino N° 7. Santiago. 1998. p. 20.
[13] Chacama, Juan. “La integración...” Op. cit.: 57, 58, 62.
[14] Santoro, Calógero. “Caciques y control territorial”. Pueblos del Desierto. Entre el Pacífico y los Andes, pp. 65-72. Ediciones Universidad de Tarapacá. Departamento de Arqueología y Museología. Museo San Miguel de Azapa. Universidad de Tarapacá. Arica. 2001. p. 66.
[15] Ibíd.: 67-71.
[16] Ibíd.: 71.
[17] Hidalgo, Jorge. “Relaciones protohistóricas interétnicas entre las poblaciones locales y altiplánicas en Arica”. La Integración Surandina. Cinco siglos después”. En: Javier Albó, María Inés Arratia, Jorge Hidalgo, Lautaro Núñez, Agustín Llagostera, María Isabel Remy y Bruno Revesz (Comps.), pp. 161-173. Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las Casas. Corporación Norte Grande Taller de Estudios Andinos, Universidad Católica del Norte. Cuzco. 1996. p. 169.
[18] Hidalgo, Jorge. “El Tawantinsuyu, las cuatro partes del mundo Inka”. Tras la huella del Inka en Chile, pp. 4-17. Museo de Arte Precolombino. Santiago. 2001. p. 15.
[19] En relación con las fechas de la expansión Inka hacia el norte de Chile, algunos estudios dan cuenta de fechas más tempranas en relación con las descritas para el año 1450 y/o 1470, que corresponden a mediados del siglo XV. Estas investigaciones, sugieren entonces, que la expansión Inka ocurrió muy probablemente en el siglo XIV, año 1370, hacia la Sierra de Arica y con fechajes similares para el norte chico y centro de Chile. (Muñoz, Iván. “El Inka en la Sierra de Arica” Revista Tawantinsuyo. Gastón, Castillo; Rodrigo Sánchez. Ver estudio de Virgilio Schiappacasse: “Cronología del Inca”. Estudios atacameños Nº 18, pp. 133-140. Universidad Católica del Norte. San Pedro de Atacama. 1999).
[20] Aldunate, Carlos. “El Inka en Tarapacá y Atacama”. Tras la huella del Inka en Chile, pp. 18-34. Museo de Arte Precolombino. Santiago. 2001. p. 19.
[21] Ibíd.: 23, 25.
[22] Ibíd.: 26.