1.
Los primeros habitantes y su relación con el ecosistema
andino
Hace
unos 12.000 años atrás, arribaron las primeras familias cazadoras
y recolectoras a los territorios de la costa del Pacífico y altiplanicie
andina. Era una época fría en la tierra porque perduraba el efecto
del largo período glacial, que estaba llegando a su
fin.
Hace 10.000 años a. p. se produjo una importante colonización de
los distintos territorios del norte de Chile, que incluyó la costa,
valles y oasis interiores; valles y quebradas cordilleranas y el altiplano. Las
poblaciones que habitaron en estos espacios, establecieron distintos modos de
vida basados en la recolección y caza de una amplia gama de plantas y
animales. Sus presas preferidas fueron los camélidos, pero dadas las
limitadas condiciones de la pradera, debieron cazar también ciertos
animales menores como las vizcachas, cholulos y aves andinas. Como su sistema de
vida requería de una alta movilidad, no construyeron habitaciones
sólidas y permanentes; por el contrario, se establecieron en refugios
temporales en cuevas y aleros, o en campamentos abiertos instalados en las
inmediaciones de bofedales, ríos y quebradas. Su vida se centraba en los
ambientes de valles andinos y en el altiplano sobre los 3.000 m sobre el nivel
del mar, sin embargo tenían acceso a un territorio más amplio que
incluía la
costa.
Durante
varios milenios esta tradición de cazadores andinos se mantuvo sin
cambios importantes, demostrando que su modo de vida era bastante exitoso. Entre
los 8.000 a 3.000 años a. p. se empobrecieron las praderas andinas por el
incremento de la aridez y los cazadores tuvieron que diversificar sus
estrategias de subsistencia. Por esta presión del medio ambiente,
recurrieron a enclaves de refugio con recursos relativamente abundantes,
complementados con otros dispersos menos productivos. Esta fue una época
de gran inestabilidad y de alta movilidad de estas familias andinas que
vivían en estos territorios, provocando quizás, una
utilización más intensa de la costa y sus recursos marinos, que
fueron menos afectados por la
aridez.
1.1.
Integración y complementariedad económica
Desde
los 2.500 a. C. comienza a desarrollarse la agricultura en el mundo andino y
particularmente, se inician los primeros cambios agropecuarios de
importancia.
A partir del primer milenio a. C, comienza una estrategia multiétnica de
complementariedad económica entre el altiplano y los valles costeros de
Arica. Si bien los primeros cultivos se conocen a partir del 6.000 a. C., es en
el Período Intermedio Temprano a partir del 1.000 a. C., cuando
habría surgido una tradición productiva altiplánica
vinculada al desarrollo agrícola y ganadero, que al comienzo se
circunscribió alrededor del lago Titicaca , cuya relación cultural
estará presente hasta nuestros
días.
El
surgimiento de la agricultura, la domesticación de camélidos y el
mayor desarrollo tecnológico hicieron que las antiguas poblaciones de
cazadores, pescadores y recolectores se fortalecieran permitiendo,
además, la llegada de una influencia homogeneizadora desde el altiplano,
la que se extendió a lo largo de todo el norte de
Chile.
Hacia
el año 500 a. C, en los valles se introduce una nueva modalidad en cuanto
a los enterramientos, ya que se constata la influencia altiplánica en la
construcción de extensos y pequeños túmulos funerarios en
los cuales se sepultaba a la población. A partir del primer milenio, la
integración y complementariedad de las poblaciones altiplánicas en
los valles fue más frecuente y, con ello, se introdujo el culto al
sacrificador y a las cabezas, denotando la presencia de personajes que tuvieron
cierta connotación sacerdotal en los valles con predominio en la
organización social de estas tempranas poblaciones
aldeanas.
La
relación entre gradiente
altitudinal
y acceso a diversos recursos naturales
-con potencialidad productiva- será quizá uno de los elementos
constitutivos de todas las culturas andinas. Se trata de una ocupación
del territorio que permitió organizar y complementar la
producción, generando un buen manejo de los recursos. Por ejemplo, el
desierto, que en buena medida recorre la costa andina, será aprovechado
como vía de comunicación entre los valles y las tierras altas;
así como también las aguas provenientes de las altas cumbres que
podían ser utilizadas, canalizadas y trasladadas a través de
sofisticados métodos para el beneficio de la comunidad. De este modo
también, las ceremonias y rituales se ordenaron en torno a esta necesidad
vital.
En
la organización y dinámica de la sociedad andina, el principio de
complementariedad ha sido fundamental. Bajo este principio, el hombre andino
percibe su realidad y el entorno con un sentido macrovisionario, englobando
áreas y nichos ecológicos muy diversos y variados, y que
contribuyen a complementar sus posibilidades. Esta visión de la realidad
tiene implicancias tanto para la vida social como económica,
política y espiritual del pueblo andino. Lo interesante es que, al
parecer, este es un ideal de muy larga gestación en el tiempo, y por
ende, muy arraigado en las concepciones ideológicas del mismo, de manera
que llegan a constituirse, aún hoy día, en fuertes pilares del
pensamiento
andino....
El
proceso formativo en estos valles de Arica -valles occidentales-, perduró
hasta la llegada de Tiwanaku que incorporó una serie de rasgos que
enriquecieron el modelo de explotación de los valles en el desierto del
Pacífico.
1.2.
El desarrollo cultural de Tiwanaku y culturas locales, en los territorios del
extremo norte de Chile
Alrededor
de los 500 años d. C., el desarrollo de experimentación
agrícola en los valles del Pacífico había alcanzado pleno
éxito. En el valle de Azapa, el eje de ocupación se había
trasladado desde la costa hacia el valle; villorios y caseríos dispersos
surgidos alrededor de las vertientes en las centurias previas, se consolidaron
como aldeas, cimentando una economía de base agrícola estable,
aunque siempre complementada con la riqueza del
mar.
Paralelamente,
en el altiplano circunlacustre un proceso político mayor se llevaba a
efecto. Uno de los primeros centros de poder, que también ha sido
conocido en una trasposición del idioma europeo, como
“reinos” o "imperios" andinos, fue Tiwanaku; que comprendió
un período aproximado entre los años 500 a 1.000 ó 1.200 de
nuestra era. Con su sede central en las orillas del lago Titicaca, se
trató de un centro político y ceremonial de grandes proporciones
que se expandió por un amplio territorio, alcanzando hacia el sur los
valles y sectores donde actualmente se asientan los pueblos aymaras, y
más al sur los atacameños. Esta organización
política controló mediante distintos mecanismos una importante
porción de los Andes, control que ejerció directamente a
través de centros administrativos instalados en otros espacios
productivos, o por medio de colonias dependientes de dicho centro
político asentadas en otros nichos ecológicos; o por una
vía indirecta a través de intercambio de bienes económicos
y/o suntuarios, llevado a cabo por una organizada red de
caravanas.
Los
arqueólogos han tendido a examinar la expansión de Tiawanako
principalmente en términos de estrategias de acceso a los recursos. De
acuerdo a algunas de estas reconstrucciones, para acceder a las zonas de valles
bajos –periferia-. Tiawanako utilizó una estrategia de coloniajes,
implantando en algunos casos, enclaves de población altiplánica y
estableciendo en otros casos, verdaderas
provincias.
Entre
los años 500 a 1.000 d. C., dos grupos sociales compartían
espacios ocupacionales en el valle de Azapa: se trata de Cabuza y
Maytas-Chiribaya. El primero de raíz altiplánica, mantuvo espacios
productivos en el valle y vínculos ideológicos y posiblemente
económicos con su raíz originaria. Se lo ha caracterizado
también, como una de las colonias que tiwanaku implantó en
regiones aledañas. En cambio el segundo, representaría una
raíz local cuya distribución estaría comprendida entre los
valles de Azapa y Lluta en el norte de Chile, y Caplina-Ilo en el Perú.
En lo que respecta al valle de Azapa, ambos grupos ocuparon un mismo espacio
productivo e incluso el mismo espacio ceremonial destinado a cementerio.
Habitaron espacios domésticos contiguos y su economía estuvo
basada en la explotación agrícola de las vertientes localizadas a
lo largo de los valles, produciendo maíz, ají y otros productos de
valles, complementada siempre por la explotación de recursos marinos.
Hacia finales del año 1.000 d. C. la influencia altiplánica en los
valles estaba profundamente
enraizada.
Hacia
el siglo XI de la era cristiana, los pueblos del desierto ya controlaban con
bastante éxito los ambientes productivos. Eran capaces de sacar provecho
de los recursos del mar como lo hacían sus milenarios antecesores -los
primeros pescadores-, pero también cultivaban la tierra en los valles
cercanos a la costa a través de simples sistemas de irrigación,
mientras que en la sierra mantenían sistemas agrícolas en
andenerías, irrigadas con canales empedrados que transportaban agua por
varios kilómetros. Para conectar estos distintos espacios productivos,
existía una red de senderos que surcaba el desierto de norte a sur y de
cordillera a mar, y se habían establecido pequeñas aldeas donde se
acomodaba un grupo de pocas familias. Además, crearon una refinada y
variada iconografía local. Esta cultura se conoce con el nombre de
Cultura
Arica.
En
esta misma época, factores climáticos que originaron una gran
sequía, debilitó el poder de Tiwanaku y su desarticulación
significó el surgimiento de reinos y cacicazgos en el territorio que
otrora estuviera bajo su dominio e influencia. Como la población
había aumentado y se habían perdido las relaciones de intercambio
con el altiplano, los azapeños reorganizaron una economía mixta
agro-costera -o agro-marítima-, basada en el conocimiento
tecnológico y de organización social adquirida previamente. Cada
una de las aldeas -desde la costa hacia el interior de los valles- estaba
dirigida por un cacique -señor principal-. Ellos eran líderes
locales que demostraban su posición social a través de vistosas
vestimentas y adornos que les significaban un mayor prestigio y respeto social.
Además, se trataba de una sociedad en cuya organización social
existieron especialistas, artesanos, chamanes, agricultores y pescadores. Los
caciques -los cuales debían tener cualidades políticas- tuvieron
que negociar frente a las presiones de los inmigrantes provenientes del
altiplano.
La
población de estas aldeas o pueblos del desierto a diferencia de las
costeras, usó mucho más vestimentas y adornos,
Tanto
hombres como mujeres se cubrían con unas gruesas camisas de lana de
camélidos, amarradas a la cintura con una faja también tejida de
lana. Portaban además, unas pequeñas bolsas, conocidas como
chuspas, donde transportaban hojas de coca y otros tipos de hierbas. Calzaban
sandalias de cuero y el pelo, que usaban largo, era arreglado con trenzas que en
algunos casos llegaban a formar artísticos peinados. Gorros de forma
cónica y collares, posiblemente fueron atuendos que se llevaron en
ocasiones especiales y los más vistosos fueron usados acaso por los
líderes o personas más prestigiosas de la
comunidad.
Bajo
la cultura Tiwanaku entonces, varios sectores de la gradiente altitudinal
estuvieron fuertemente integrados; algunas de estas relaciones se vincularon con
los valles y costa de Arica, donde la cantidad y calidad de expresiones
arqueológicas constituyen un testimonio de la elaborada vida colectiva
que allí existía y de las relaciones con el resto del mundo
andino. Al tiempo, la Cultura Arica organiza y controla los espacios productivos
y una organización social, cultural y política atendida por
caciques. Luego, se sabe que en la sierra se produjo una gran expansión
de actividad y ocupación de la población. Asimismo se
establecieron complejas obras hidráulicas y de preparación de
suelo agrícola en forma de andenerías o terrazas en las abruptas
laderas de los valles andinos. Ellos descubrieron que las vertientes que
nacían en las profundidades más altas de los faldeos de los Andes,
infiltraban parte de su caudal a pocos kilómetros de su nacimiento, y por
esta razón magros cursos de agua alcanzaban las cotas más bajas
donde tenían sus sementeras y poblados. La solución fue canalizar
las aguas para transportarla hasta donde era posible y confiable desarrollar una
agricultura extensiva. Junto a esta actividad agrícola se establecieron
importantes poblados en los principales valles o quebradas de la sierra, y para
ello también se eligieron lugares de difícil acceso que sirvieron
como puntos estratégicos. Con este conjunto de poblados defensivos
conocidos como
pukara,
es posible que se intentara frenar en parte las presiones demográficas de
las poblaciones altiplánicas. La consolidación de los grupos
serranos y de los grupos de la costa en la sierra, debió verse afectada
por la presión de los grupos aymara de la región del Titicaca, y
en este escenario de tensión social enfrentaron la expansión del
imperio Inka.
El
área de expansión de Tiwanaku en su sector epónimo,
coincide con áreas pluriétnicas donde se hablaban diversas
lenguas. Hasta hace un tiempo, se pensaba que el aymara habría penetrado
en el altiplano sur tardíamente, sin embargo, hoy en día se pone
en duda esta hipótesis y se sospecha con buenos argumentos que hablantes
aymara contribuyeron a la construcción de Tiwanaku y no fueron sus
destructores, como lo sugiere la primera hipótesis. La
desaparición de Tiwanaku, está aparentemente vinculada a
fenómenos climáticos más que a una invasión guerrera
foránea. No obstante, con la caída de este sistema, se generaron
una serie de reinos o señoríos donde predominaban las lenguas
aymara y puquina, y en una situación de menor rango se encontraban los
uros o pescadores altiplánicos. Entre esos reinos, se destacan a los
Carangas, Pacajes, Lupacas y otros con acceso a los niveles del Lago Titicaca y
con colonias productivas en sitios muy distantes, incluido el valle central de
Chile. Estos grupos entraron en contacto, necesariamente con los habitantes del
desierto y establecieron sus colonias entre ellos. Las relaciones de guerra
entre los señoríos aymaras, facilitaron la expansión de los
inkas del Cuzco en el altiplano sur, aliándose con unos y dominando a
todos.
1.3. El
Tawantinsuyu panandino: los Inkas
Los
inkas
organizaron poco a poco un sistema de
alta complejidad hasta expandirse y dominar otros territorios, probablemente en
el siglo XV. Este nuevo y ampliado sistema organizativo fue conocido como
Tawantinsuyo, definiendo las cuatro partes del mundo.
Dos
de esas partes formaban el Hanan Cuzco o Cuzco de Arriba y dos el Hurin Cuzco o
Cuzco de Abajo. El Hanan Cuzco esta conformado por Chichasuyu -el sector
noroeste del imperio- y Antisuyu -sector del este o de los Andes-. El Hurin
Cuzco estaba integrado por el Kollasuyu -sector del sur o del Kollao- y el
Cuntisuyu -sector del suroeste-. Cada una de estas mitades a su vez
tenían una relación jerárquica interna, Chichasuyu y
Kollasuyu eran superiores en relación con Antisuyu y Cuntisuyu,
respectivamente.
El
Inka Pachakutek comenzó la conquista del Kollasuyu -parte meridional del
imperio- probablemente a mediados del siglo
XV.
En esta época es posible que la expansión haya alcanzado la
región de Tarapacá, al conquistar los reinos aymaras del altiplano
que ya ocupaban las cabeceras y valles altos de esa región. Su sucesor
Topa Inka Yupanki termina de conquistar a los señores aymara y extiende
su dominio sobre el noroeste de Argentina y el territorio de Chile, hasta el
río
Maipo.
El
Inka ocupó y amplió todos los sectores productivos de
Tarapacá no sólo en el valle de Azapa, sino también en el
de Lluta y Camarones. Sin embargo, el gran énfasis de la ocupación
en Tarapacá estuvo orientado hacia los recursos marinos tales como el
guano y el pescado seco de la costa de Arica. También ocupó la
sierra de Arica y las edificaciones en Zapahuira demuestran su importancia
estratégica, porque controlaba las cabeceras de los valles de Azapa y
Lluta. El altiplano de Arica también fue importante para el Tawantinsuyu
debido a la actividad ganadera que se realizaba en las vegas de altura. Tuvo que
haber sido una actividad relevante por la importancia que las llamas
representaban en el sistema andino. La llama como animal de carga, era
indispensable en la intensa actividad de caravanas, tanto para llevar y traer
los productos del altiplano a la costa. Además, la crianza de llamas y
alpacas proveían de las fibras adecuadas para la industria
textil.
Son
varios los espacios, ambientes y recursos que el Inka ocupó en
Tarapacá. Para su administración, organizó un eficiente
sistema de producción de bienes, mediante la imposición del
trabajo colectivo o mit’a, que pedía como único tributo a
los pueblos locales. La administración del sistema y la
distribución de los excedentes producidos, estaba a cargo de funcionarios
que aprovechaban el antiguo modelo de reciprocidad y redistribución
andina, esta vez poniendo al Inka como última instancia en la escala de
la pirámide de lealtades y subordinación, previamente establecida
en la región por los pueblos aymaras del
altiplano.
La
influencia de su cultura y política sobre las etnias que habitaban
más al sur y en la costa, se deja ver en todas las expresiones
arqueológicas de la región. Los metales de Chile y en general la
importancia que adquiere el control de los recursos, condujo a que hubiese un
movimiento permanente de personas, caravanas, mensajeros
-chasquis-,
a lo largo del territorio. De este modo, una red de caminos atravesaba desde
Tacna hacia el sur por toda la sierra ariqueña, para continuar por los
valles y oasis en la cuenca de la Pampa del Tamarugal, como Tarapacá y
Pica hasta el Valle de Chile -hoy Aconcagua- y al Valle del Mapocho, donde
colonias de mitimaes habían sido trasladadas para enseñar las
tecnologías agrícolas y mineras, como también el cuidado de
las “fronteras”.
La
expansión inka y su historia, es la última etapa de la milenaria
Historia Andina y no es sino la continuación de una extendida
tradición de influencias de las tierras altas andinas sobre los pueblos
que habitaban lo que hoy es el norte de Chile y será la
culminación y fin de este proceso que se vio bruscamente interrumpido con
la invasión europea impuesta en este mundo.