5.
Los Diaguitas del huascoalto
“...Ya
entre las montañas, en una grieta continental permanece de los tiempos
precolombinos el reducto indio Guasco Alto, cuyos habitantes conservan el color
y las facciones de los americanos primitivos, aunque olvidaron ya el idioma y
las costumbres
antiguas...”.
5.1.
Los Diaguitas del Valle del Huasco
Las
tierras diaguitas en el valle del Huasco, no estuvieron exentas de conflictos
durante la colonia, puesto que en varias ocasiones debieron defender sus
dominios territoriales del interés de los invasores por utilizar sus
tierras. A mediados del siglo XVIII, los representantes del poder colonial
trataron de establecer villas y asentamientos de población
española, disponiendo para ello de las tierras diaguitas intentando
relocalizar a los indígenas en el pueblo de indios de Paitanas, ubicado
en el curso medio del río Huasco, sin respetar la propiedad
indígena constituida sobre la base de la legislación colonial. Fue
así como los diaguitas del Pueblo de Indios de Huasco Bajo, enfrentaron
los designios del corregidor general Antonio Martín de Apeolaza que
ordenó la fundación de la villa de Huasco Bajo y de la parroquia
de Santa Rosa del Huasco, instruyendo que los diaguitas debían agregarse
al pueblo de indios de Paitanas, que implicaba su traslado y pérdida de
las tierras. Los diaguitas se opusieron a los intentos de corregidor e iniciaron
un juicio en 1755. Los españoles trataron de demostrar que la
fundación de la villa no perjudicaba las tierras de los diaguitas,
planteando que sus tierras alcanzaban las 600 cuadras -936 hectáreas- y
que a la fecha en el pueblo de Huasco Bajo existían 60 tributarios y 12
reservados. Los alegatos y defensas de las tierras exigidas por los diaguitas,
no fueron escuchadas por las autoridades hispanas y el Fiscal de la Audiencia
José Perfecto Salas no dio crédito a los alegatos
indígenas, para autorizar la fundación de la Villa: “(...)
ni ay indios ni ay nada recio, que todas son quimeras, que sobran tierras para
esta Villa y para otras muchas como sucede en todo el reino que faltan
pobladores...”.
La
extensión de las tierras de los indígenas del Valle del Huasco
durante la colonia, se ubicaba en tres asentamientos a lo largo del valle, uno
cercano a la costa, otro en el sector centro y otro en la cordillera, los que se
denominaban Huasco Bajo, Paitanas (-Vallenar- y Huasco Alto, respectivamente. En
1789, la extensión de estos pueblos era la siguiente: Huasco Bajo
tenía 280 cuadras -436,8 hectáreas-, sin embargo no se tienen
más antecedentes de Paitanas y Huasco Alto, excepto que esta
última “... es considerada por compuesta en más de 30 leguas
hasta su confín, que es el pie de la
cordillera...”.
La
superviviencia de estos pueblos de indios se debía -entre otras razones-
a la actividad económica que desarrollaban, en especial de cultivos
agrícolas lo que les permitió pagar el tributo a la Corona. Los
pagos de tributo de los pueblos de indios de Huasco Bajo y Huasco Alto en 1795 a
1797 eran “... en legumbres, trigo, higos y cebada”. La importante
actividad económica estaba asociada a la extensión de los terrenos
de cordillera y de valle que poseían en el río Tránsito o
río de los indios, que abarcaba desde la entrada hasta los confines del
pie de la cordillera. En 1789 se señalaba por el Subdelegado de Huasco,
Martín Gregorio del Villar que: “(...) la principal
ocupación de los naturales es la labranza y pocos a las minas. Los que
más se distinguen en este ejercicio son los de
Guasco
Alto pues con sus cosechas abastecen en
mayor grado a este partido, vien que lo facilita también la
estención de su terreno
(...)”.
5.2.
El territorio huascoaltino
En
la cordillera de la III Región, provincia del Huasco, pasando el poblado
de Alto del Carmen se inicia un desfiladero entre montañas que penetra
aguas arriba por el río Tránsito, conocido también como
río de los indios o naturales en el siglo XIX y por el nombre de
Paitanasa desde tiempos
precolombinos,
lugar donde por siglos se refugió un contingente indígena del
pueblo diaguita que habitaba el valle del Huasco.
Recientemente,
en 1997, el Estado chileno ha reconocido la propiedad de la tierra a varias
familias descendientes de los antiguos indígenas, los que después
de largos años han regularizado la propiedad territorial de 395.000
hectáreas, comprendidas en tres estancias de cordillera denominadas
Huascoaltinos, Chollay y Valeriano, las que poseían sus habitantes como
dominio regular e inscrito desde principios de
siglo.
Estas tierras abarcan toda la cuenca del río Tránsito y sus
afluentes, el río Conay, Chollay y Valeriano, desde la zona de
confluencia en el río del Carmen hasta el límite con la
república de
Argentina,
que corresponde a un territorio que desde tiempos coloniales se denomina como
Huascoalto y que constituyó un asentamiento pretérito de la
cultura El Molle; Las Animas y reducto de indios diaguitas desde la
colonia.
El
reducto huascoaltino, formado como pueblo de indios, si bien quedó desde
el inicio del período colonial segregado del valle más
fértil y ancho Alto del Carmen a San Félix, mantiene en su
interior pequeñas porciones de tierras que permiten la pequeña
producción agrícola complementaria de la ganadería
doméstica, caza y recolección. De tal manera que cuando se habla
de reducto indígena, se está diciendo que no es un territorio
autárquico o cerrado, sino que de acuerdo a los antecedentes documentales
y testimoniales, indican que desde épocas muy tempranas este reducto
indígena se ha articulado y conectado en distintas direcciones con pisos
ecológicos diferentes y áreas de intercambio intra e
inter-regionales, lo que explica en parte la permanencia histórica como
reducto indígena. La memoria de los huascoaltinos aún recuerda los
largos viajes realizados en el siglo pasado para traer ganado desde Argentina,
llevar pescado seco desde Paposo, o viajar a las ferias anuales de Huari en
Bolivia.
En
efecto, se puede apreciar que las relaciones con los espacios circundantes del
reducto indígena huascoaltino son múltiples: por el Norte con la
cuenca formativa del río Copiapó a través del valle del
río Manflas, subiendo desde el poblado Conay hasta la cabecera del
río Cazadero, atravesando un portezuelo de 4.070 m.sobre el nivel del
mar. Por el Este se atraviesa al Noroeste Argentino por el paso Conay que
endilga por el norte hacia las provincias de Salta y Tucumán, y por el
paso de Chollay que baja hacia la provincia de La Rioja y San Juan. Por el Sur,
se enlaza por medio de la Quebrada de Pinte, trasponiendo la sierra de Tatul
hasta el río Carmen o directamente desde el sector de la Junta, se
remonta el río del Carmen hasta enlazar con la cordillera de Doña
Ana que tributa a la cuenca alta del río Elqui. Y por el Oeste, se
conecta con el valle del Huasco medio y bajo hasta la zona
costera.
Las
relaciones geográficas descritas, permiten suponer la importancia de este
territorio para las culturas indígenas originarias -Molle, Las Animas y
Diaguita- pues en los mismos lugares en torno al río Tránsito y
las cuencas del Chollay y Conay donde se encuentran los asentamientos
permanentes y temporales de la población actual, presentan continuidad
desde tiempos precolombinos, como lo atestiguan los sitios arqueológicos
denominados Pinte, asociado al complejo de la Cultura El Molle y
Chanchoquín Chico, Juntas de Valeriano y Paso de la Flecha pertenecientes
al Complejo Las Animas. Estos últimos sitios localizados en lugares de
ocupación temporal, se encuentran muy a la cordillera en zonas utilizadas
sólo en verano. La coincidencia en la continuidad de la ocupación
se explica por el carácter de movilidad y las relaciones
económicas de intercambio interregionales que jugaron un rol de
complementariedad ecológica con los recursos existentes en el
intraterritorio huascoaltino.
5.3.
La descendencia Diaguita
En
la actualidad la población que se identifica con el nombre de
Huascoaltinos, se localiza en asentamientos tradicionales de larga data a lo
largo del río Tránsito, donde se encuentran los poblados y
localidades llamadas: Juntas, La Marquesa, El Olivo, Chihuinto, Las Pircas, Alto
Naranjo, Los Perales, Chanchoquín, La Fragua, La Arena, La Junta de
Pinte, La Pampa, Conay, San Vicente, Junta de Valeriano y Albaricoque; cada una
con agrupaciones de pocas viviendas. Allí se encuentran sus moradores
ancestrales, como las familias Campillay -principal linaje-, Tamblay, Eliquitay,
Cayo, Pauyantay, Seriche y
Liquitay,
compartiendo con otras provenientes de Argentina desde el siglo pasado, ya sea
de algún criancero-cateador que se quedó a vivir entre esos
angostos valles y
cerros.
La
primera evidencia de la adscripción étnica diaguita de las
familias huascoaltinas, son sus apellidos. Estos se conservan desde siglos
atrás y mantienen uno de los apocope distintivo de la lengua
kakán: la terminación “ay”. Para
Nardi,
una de las características típicamente kakán, aunque no
exclusiva de estos apellidos indígenas, es la terminación
“ay”, la que constituye una evidencia para la identificación
de los diaguitas del noroeste argentino. Esta terminación dialectal o
desinencia, también se encuentra presente en los apellidos y vocablos
históricos de los primeros pobladores de los valles de Copiapó,
Huasco, y Elqui y específicamente en el huasco
alto.
Para Latcham, los apellidos de estos indígenas constituyeron una
evidencia irrefutable de su pertenencia a la cultura diaguita en tiempos
históricos, indicando que los apellidos encontrados en los archivos
parroquiales aún son usados por sus descendientes:
“La
semejanza y a menudo la identidad de los apellidos es todavía más
concluyente (para denominarlos Diaguitas chilenos). Entre aquellos que se han
sacado de los antiguos registros parroquiales de Copiapó, Huasco, y La
Serena, hallamos muchos que son iguales a los de igual procedencia argentina. De
los que
todavía se
usan en las provincias en
cuestión, podemos citar:
Albayay, Abancay, Calchin,
Campillay,
Caymanqui, Chanquil, Casmaquil, Chavilca, Chapilca, Chupiza,
Liquitay,
Pachinga, Lainacache, Payman, Quilpitay, Quismachay, Sapiain, Talmay, Talinay,
Tamango, Salmaca, Chillimaco, etc.”
.
Refuerza
la adscripción diaguita de los apellidos huascoaltinos, el
análisis comparativo de la desinencia “ay “ también
encontrada en un documento referido al pueblo de Diaguitas en el valle del
Elqui, donde el 16 de noviembre de 1764 el maestro de Campo Vicente
Cortés, de más de 80 años de edad, nombraba a los caciques
y familias cuyos apellidos son Angulay, Zaranday y Guengulay, todos habitantes
de los pueblos de Tuquí, Pama, Lumí, pertenecientes al valle de
Diaguitas en el
Elqui.
Igualmente es necesario observar que el apellido Alballay o Aballay, extendido
en la zona de Taltal, aparece registrado en el archivo parroquial en el
año 1885. En el año 1680 aparece como don Pedro Aballay cacique y
mantiene su vigencia y cargo este linaje en la zona de Malfines de Catamarca,
difundiéndose después en el lado chileno.
Ricardo
Latcham, aunque no nombra la terminación “ay” en su
argumentación acerca de las evidencias lingüísticas kakan,
que permiten llamar a los indígenas del lado chileno también como
Diaguitas, sí nombra otras complementarias referidas a topónimos:
“... a ambos lados de los Andes, encontramos nombres de lugares que
terminan en gasta o su apócope ga, il, til, qui, quil, ama o cama, ao,
ahoho, mar, alá, etc.” En la zona Huasco altino, la evidencia
lingüística es un elemento de importancia para el análisis
comparativo de numerosos topónimos diaguitas y de otras lenguas. La
terminación “ay” también se presenta en la toponimia
como ‘Conay’ y ‘Chollay’ referidos a poblados,
ríos y pasos cordilleranos. Otros topónimos diaguitas de este
territorio son Colimay -Cerro y afluente de la quebrada Chanchoquín-,
Chanchoquín -Cerro, paraje asociado a minerales-, Pachuy o Pochay
-río Huascoaltino-, Tatul -cordón cordillerano- y Pinte
–Quebrada-.
Las
evidencias de la continuidad de los apellidos diaguitas a través de la
terminación dialectal kakana “ay” en el área del
Huasco, se remonta al período colonial. Así en 1535 aparece como
señor del Huascoalto el cacique
Mercandey
(ay)
y su hermano en la parte baja. En 1540, tras la muerte de los primeros, aparece
el cacique
Sangotay
como cacique del
Huasco.
En el siglo XVII, aparece el apellido Saguas como cacique mandón del
Huasco alto y en el mismo siglo en los archivos parroquiales, se señala
para el valle del Huasco los apellidos Quilpatay, Chuñe, Yallique, Cangas
y Saguas.
Las
noticias de Domeyko se referían a los moradores de las tierras, es decir
a los antepasados directos de las actuales familias huascoaltinas. Ya a fines
del siglo XIX en las parroquias de Alto del Carmen y San Félix, se
registraban algunos de los apellidos diaguitas que aún se conservan y se
reconocen actualmente entre los huascoaltinos, especialmente los nombrados en
las escrituras notariales de principios de siglo. La continuidad
pretérita se verifica en los registros de las parroquias de San
Félix y Alto del Carmen, circundantes al territorio huascoaltino. En
efecto, en la Parroquia del Tránsito entre los años 1887 y 1889,
se anotan los siguientes apellidos: Campillai, Luincara, Lucuima, Liquitay,
Cayo, Pauyanta o Payanta, Cayo, Puilpalay o Puilpatay, Bordón. Para la
parroquia de Alto del Carmen en el año 1886, se encuentran los apellidos
Campillai, Lucuime, Liquitai y
Paquilicuime.
Es
necesario señalar que esta continuidad territorial en el reducto diaguita
huascoaltino, debe haber tenido una dinámica interna de permanencia y
relevo de población indígena, debido a que siendo un lugar de
tránsito interandino e incluso refugio de otras familias indígenas
provenientes de otros valles, no pudo estar exenta de recibir nuevos moradores,
pero siempre con el consentimiento de quienes eran los amos y señores de
las tierras: los diaguitas
huascoaltinos.
M.M, tomo 185, N° 4177.
Silva, Fernando.
Tierra
y Pueblos de Indios en el Reyno de
Chile. Editorial
Universidad Católica. Santiago. 1962. p. 154.
El topónimo es asociado por Strube probablemente a la lengua Kakán
hablada por los diaguitas. Señala en su artículo: “Paitanas,
cabecera del Huasco, río del Tránsito o río de los indios
(ya que el río del Carmen es de los Españoles). Tiene otro
topónimo afín en Catamarca
(Noroeste
Argentino, antiguas provincias
diaguitas) donde la
depresión de Paitas (...). (Strube H, León. “Toponimia de
Chile Septentrional (Norte Chico y Grande)”. Publicaciones del Museo y de
la Sociedad de Arqueología de La Serena.
Boletín
Nº 10. La Serena. 1959. p. 6.
Manríquez, Viviana y
José Luis Martínez. “Investigación
Etnohistórica del Estudio Diagnóstico de la Población Colla
de la III Región. (Preinforme Final)”. Sur Profesionales Ltda.
Departamento de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo
Cristiano. Santiago. 1995.
En el caso del asentamiento de Valeriano, los habitantes de Huasco alto dicen
que fue fundado por las familias Campillay, Villegas y Bordones... “los
Bordones esos eran netos argentinos, a esos les decían los cuyanos cuando
llegaron aquí”, sentencia Jorge Campillay (Cassigoli, Rossana y
Álvaro Rodríguez. “Investigación Antropológica
del Estudio Diagnóstico de la Población Colla de la III
Región. (Preinforme Final)”. Sur Profesionales Ltda. Departamento
de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
Santiago. 1995).
Bordon
es un apellido muy común entre las comunidades collas de la cordillera de
Copiapó y Chañaral (Molina, Raúl y Martín Correa.
“Informe sobre la ocupación territorial de las comunidades collas
de Río Jorquera, Quebrada Paipote y Potrerillos”. Grupo de
Investigación TEPU. Santiago. (ms.). 1996. Y de los mismos autores:
“Informe de solicitudes de tierras de Fondo de valles (vegas, aguadas,
campos de pastoreo) para las comunidades collas Río Jorquera, Quebrada
Paipote y Potrerillos. Santiago. (ms.). 1997. Y también en el Huasco, el
apellido Bordon es reconocido como indio en los archivos de la parroquia del
Tránsito en el año 1895. Además es necesario advertir que
las migraciones argentinas se relacionaron con el auge minero de mediados del
siglo XIX y que provocaron un influjo de población colla para el trabajo
de arriería, cuidado de animales y abastecimiento de
leña.
Sayago, Carlos María.
Historia
de... Op. cit.
Latcham, Ricardo. “Los indios antiguos...” Op. cit.: 894, 895.
Téllez, Eduardo.
“El Pueblo de Diaguitas”. Proyecto Fondecyt Nº 193-0311.
Folleto Publicado por la Carrera de Pedagogía en Historia y
Geografía. Universidad Católica Blas Cañas. Santiago.
1995.
Manríquez, Viviana y José Luis Martínez.
“Investigación etnohistórica...” Op. cit.
A fines del siglo XVIII, la fuga de indios que servían en las minas de
Copiapó hacia el valle del Huasco, fue una situación
difícil de manejar para los mineros de Copiapó, quienes en julio
de 1780 envían una representación a las autoridades hispanas para
que pongan fin a las fugas de peones mineros desde los obrajes y castiguen a los
que lo acogen, regulando la actividad de prestación y contrato de
trabajo, advirtiendo que cesan en el pago de tributo a las arcas de la Real
Hacienda. “...nos vemos obligados a representar a V.M. la dificultad de
continuarlo por el desorden de los peones en quienes crece cada día la
insolencia, y falta al cumplimiento de sus obligaciones”. Quienes los
acogen por “amistad o interés en su servicio”, se ubican en
el valle del Huasco, y los mineros solicitan que se debe hacer tomar
razón a los tenientes de dicho lugar de las ordenanzas del Reino;
“... Lo que se debe ejecutar con los que hacen fuga y pasan a otros
minerales, cuya observancia importaría se mandare bajo de responsabilidad
a los Tenientes del Guasco que es Asiento de la jurisdicción de V. M. a
que suelen transportarse”. Respecto de las penas propuestas para los
infractores se hace diferencia entre indígenas (diaguitas) y
españoles: “Mayor castigo merecen los que encubren a dichos peones
en los ranchos y haciendas, y convendría se publicase también la
Ordenanza que prohibe consentirlos por más tiempo de una hora, ni
aún con título de alojamiento, mandando a V.M. que todos y
cualesquiera persona inclusos los mayordomos de haciendas, y fincas tengan
particular cuidado en despedirlos, y que en caso de resistirse los referidos
peones, avisen prontamente a la justicia, que deberá enviarlos a la
cárcel de esta villa (Copiapó), para que se les den cincuenta
azotes en el Rollo, quedando sujetos a igual pena los que no cumpliesen con
dicha despedida, y aviso, salvo si fuesen españoles, que se les
impondrá una multa competente.” (Jara, Álvaro y Sonia Pinto.
Fuentes
para la historia Op.
cit.: 215,
216).
La
ordenanza solicitada por los mineros, fue motivada por la pérdida de la
escasa mano de obra indígena disponible para el trabajo minero y por los
incumplimientos de contratos, prefiriéndose los indígenas
arrancarse hacia lugares de faenas agrícolas y mineras ubicadas fuera del
valle de Copiapó, en especial hacia el valle del Huasco. La solicitud de
los mineros de Copiapó fue respondida por el Bando Dictado en La Serena
el 11 de marzo de 1795, que aunque tarde dio acogida a lo solicitado en
1780.