Índice Anterior Siguiente Índice | Warmi Mojssa

Warmi Mojssa

(Leyenda de Guañacagua, Valle de Codpa)

Había, cerca del río que parte en dos el camino que va desde Guañacagua hasta Chitita, una vertiente que a chorros dejaba escapar de lo más profundo de la montaña el exquisito elemento natural, que con gracia se fue estancando hasta formar una poza de agua dulce, a la cual acudía toda la gente del sector a calmar su sed.
Bajo ese chorro de agua dulce habíase formado una gruta misteriosa, de la cual, varias mujeres, habían visto que salía de ella una misteriosa mujer muy joven y hermosa que se refrescaba con los agradables y fríos salpicones de agua que sobresalían de las adormiladas aguas del pequeño estanque.
Junto a la aparición de la bella mujer los jóvenes del sector iban desapareciendo uno a uno. Todo indicaba que las desapariciones sucedían cuando estos jóvenes se acercaban a la refrescante poza.
Un anciano quiso desentrañar el misterio y sacrificó a su joven hijo. Nada le dijo de sus intenciones, y le mandó a buscar agua de la poza de la vertiente. Luego, el anciano, le siguió. Tras unos arbustos vio como su hijo sacaba agua. Cuando ya daba vuelta para marcharse sintió como una voz de mujer llamaba a su vástago.
En efecto, la mujer, que no era más que una princesa inca hechizada, comenzó a hacerse notar en la poza, y el joven maravillado por la belleza desnuda de la mujer ante sus ojos no pudo resistir al llamado. Excitado al punto de la locura, empezó a desnudarse, y con señas comunicaba a la bella joven que ya iba a su encuentro. Se empinó en los pies y seguidamente se zambulló en las aguas. Luego de un rato, en la palma de la fresca y hermosa mano de la bella joven había un mocetón sapo, que con sus grandes ojos afligidos miraba la belleza del rostro hechicero.
Después de un rato, la joven besó al sapo en su hocico y lo lanzó a la orilla de la poza.
El anciano, triste, contó a la gente lo ocurrido con su hijo. Pero, a pesar de todo, los jóvenes no resistían la idea de ir a ver una belleza tal; y así de ese modo, la hermosa y fresca vertiente, con sus apacibles aguas es morada de cientos y cientos de sapos, que desde un tiempo ido, y hasta hoy lloran y lamentan el encuentro con la hermosa y dulce mujer, y que de un momento a otro puede aparecerse a cualquiera, tal como ayer, hoy y siempre.

El Cóndor y la Doncella
(El kuntur y la imilla)

Dicen que en tiempos antiguos, antes de awti timpo en el mes de junio, cuando hacía más frío que en todos los demás meses, un cóndor llamado Mariano salió a buscar una niña muy fuerte y bien formada para casarse con ella. Era el tiempo vacío cuando la tierra descansa del largo trabajo de producir y dar frutos. Este tiempo se llamaba el awtichiri, tiempo seco y vacío y era un buen tiempo para comenzar a acicalarse para el tan esperado casamiento.
Así pensando, Mariano se acercó al penacho más cercano al ayllu y miró a las muchachas que se preparaban para la fiesta del awti timpo. Vio a varias que se apuraban en atar sus trenzas, en ponerse a las espaldas la ikiña para llevar sus pertenencias y una le llamó la atención por ser la más alegre.
Se acercó a ella volando y al llegar a su casa la rodeó por detrás y se presentó vestido de fiesta. Era un señor bastante apuesto y a la muchacha, que se llamaba María, le gustó su facha y su porte.
No se demoró mucho en ofrecerle matrimonio e invitarla a vivir con él en las alturas. Le habló de tener hijos y enseñarles a volar, de buenos granos y mucha carne para el alimento de la familia y de ver el sol desde las alturas, como también la noche con estrellas y luna.
Pero María aún quería conocer más jóvenes y no se quiso casar.
El cóndor se fue a las alturas y decidió que nunca abriría su casa, que era el palacio de las alturas, a aquella tan tonta niña.
Luego se acercó a la misma un pájaro llamado Alejo o el alqa amaru, muy bien nutrido y cuyas plumas lo hacía ver ágil y muy interesante.
Esta vez le ofreció otras interesantes promesas. Que iría con ella hasta el valle, que traerían frutas secas y mucho maíz. Era huérfano y por eso las muchachas correteaban alrededor de él haciéndole señas y jugando a esconderse. Así era el más mujeriego y por eso a María le hacía gracia. Cuando le propuso casarse, se sintió muy agradada porque todas las niñas lo cortejaban. Pero se asustó de nuevo y recordó al cóndor, pensando que la casa del rey de las animales debería ser mejor que la de este hombre pájaro que no sabía volar hasta los malkus.
“No quiero casarme todavía”, dijo y se fue por los cerros a buscar nuevas aventuras.
Así fue como se encontró con Lari, el zorro. Muy silencioso, al lado de una piedra, al verla avanzar, buscó unas ropas abandonadas y sacudiéndolas un poco se puso en facha de conquista, entre unos cactus candelabro y unas piedras.
Le gustó a María el silencio y el viento que eran los únicos sonidos que se escuchaban. Se sintió muy tranquila y cuando él le ofreció quererse y quedarse a vivir entre las piedras, aceptó porque ya no le quedaban pretendientes.
Pasó el tiempo y ya todos decían que había despreciado al rey de las alturas, al segundo y bien formado rey del llano y se había conformado con el zorro silvestre, el menos cotizado de todos los animales y seres humanos en cuerpo de animales que había en el universo.
Así fue como el cóndor siguió viendo a María desde las alturas y ella suspiró y temió al rey teniendo que sufrir e ir tras el zorro por el resto de su vida.